Tres mil años después de haber sido edificado, el laberinto que albergaba el espíritu de los dioses más temerarios del Perú antiguo, Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1985, sigue maravillando a quienes tienen el privilegio de recorrer sus milenarias galerías.
Cuando se ingresa al templo Chavin, se tiene la senación de entrar en un mausoleo lleno de fantasmas feroces.
El silencio es total, pues ni siquiera se escucha el ruido del viento exterior, del que uno está separado por gruesas murallas y un sólido techo de piedra.
Las galerías son angostas, altas, frías; es fácil perderse en ellas; forman un laberinto cruel para el neófito.
Al centro, en medio de una granizada de piedras, hay un cuchillo gigantesco, tallado en piedra, como caído del cielo y clavado en lo profundo de la tierra; le llaman «el Lanzón», tiene más de cuatro metros.
Pero no es simplemente la figura de un cuchillo, es más bien la terrible imagen de un dios humanizado, que ávido de sangre muestra las fauces con filudos colmillos curvos».
La descripción anterior, extraída de De los orígenes del Estado en el Perú de Luis Guillermo Lumbreras, difícilmente podrá ser puesta en entredicho por quienes en la actualidad visiten el interior de esta antigua edificación de 3,000 años de antigüedad emplazada en la entrada del Callejón de Conchucos, entre los ríos Pukcha o Mosna y Wacheqsa, Ancash, en el corazón mismo de los Andes.
Al caminar por sus apretados pasajes, desandar sus recodos y retomar caminos nuevos que de pronto parecen ya trasegados, el forastero puede caer presa del estupor.
Si el laberinto en sí se ha convertido en una fuente constante de fascinación, misterio y poesía para el hombre moderno, el dédalo prehispánico de Chavín de Huantar representará para él una experiencia conmovedora.
Después de confundirse en su interior cualquiera se puede sentir tentado a creer que sólo los dioses milenarios –y, claro, por suerte, los atentos guías del mundo actual– conocen todos sus caminos y entradas secretas.
EL REINO DEL ESPANTO.
¿Pero qué le otorga a este complejo el poder de sugestión que detenta? ¿Quiénes lo habitaron hace ya muchos años? ¿Qué poder anidó en este recinto? La respuesta es contundente y explica uno de los periodos más fascinantes de la historia de nuestro país.
En Chavín de Huantar moraban las divinidades más temidas, feroces y espeluznantes del mundo precolombino.
Talladas en las piedras del templo, en sus columnas, escalinatas y muros, las formas de dioses de distinto tamaño, nivel e importancia, todos relacionados con las fuerzas más sugerentes de la naturaleza, se erigían sobre los ojos atemorizados de sus visitantes para mantener sobre ellos un dominio aposentado sobre la base del pánico.
Las entidades divinas, los ojos desorbitados, los colmillos amenazantes, las garras de terror y un sinnúmero de sierpes sobre sus cabezas, sometieron bajo su poder a un sector vasto del área andina.
Desde lugares muy alejados, miles de hombres llegaron al centro religioso para entregar ofrendas y calmar el rigor de las iracundas criaturas sobrenaturales.
En la Sala de las Ofrendas de Chavín se encontraron evidencias de bienes que procedían de un ámbito que incluye Lambayeque, La Libertad, Cajamarca, Ancash, Lima y Huánuco, con eventuales materiales que, al parecer, provenían de las costas del Guayas y de Ica, Huancavelica y Ayacucho.
¿Pero quién, en el mundo de los hombres, se beneficiaba de este sistema de dominación? Nada menos que una casta de gobernantes que, en supuesta «comunión» con los dioses, organizaron un régimen de obligaciones imprescriptibles de culto y ofrenda de bienes materiales.
El poder organizado de la sociedad de aquellos tiempos dio origen al primer gran Estado teocrático del continente.
CIUDAD DEL SOL.
Pero Chavín de Huantar también fue el primero de una serie de centros de peregrinaje que, a la llegada de los españoles, pervivían a través de Pachacamac.
Por su posición en el territorio del mundo entonces conocido, Chavín se constituyó en un centro de intercambio comercial importante.
Se hallaba ubicado en un punto crucial de conexión entre caminos de una región que cubre la costa y la sierra de Lambayeque, La Libertad, Cajamarca, Ancash, Huánuco y Lima Desde Chavín, además, se podía llegar a la floresta amazónica siguiendo el curso del Marañón.
Personas de la Costa y de la Sierra y de la Selva se acercaban a él para intercambiar bienes y comerciar.
«En muchos casos se trata de la circulación de bienes de prestigio para los ocupantes de los centros ceremoniales», ha escrito Lumbreras, «tales como manufacturas especializadas o materia prima selecta, pero en la mayor parte de los casos tenía que ver con la circulación de informaciones que afectaran las condiciones de existencia de la población.
Eso incluye desde eventuales peligros de guerra, derivados de desajustes en las relaciones entre vecinos o demandas propias de las comunidades en condiciones de conflicto o crecimiento, hasta informaciones sobre la producción de alimentos y su circulación, y la predicción del tiempo.
Todos esos eran asuntos manejados en los núcleos de poder formados en los centros ceremoniales que, sobre todo, eran lugares de una intensa capacitación técnica especializada en la elaboración de calendarios».
El auge de Chavín se extendió por centenares de años durante los cuales muchas generaciones de hombres fueron ampliando, edificando y acondicionando nuevas estructuras para las labores realizadas en el templo.
En lo que hoy parece un conjunto asimétrico de pirámides, plazas y plataformas, se descubre, en realidad, la superposición de construcciones de varias épocas que han sufrido la destrucción, remodelación y modificación espacial propias de un lugar con una historia milenaria.
Chavín, a pesar de los años, demanda respeto.
Y por qué no, provoca algo de temor.
Aun hoy la plaza cuadrangular, el Dintel de los Jaguares, el Pórtico de las Falcónidas, la plaza circular en que se ubicó posiblemente el obelisco Tello, el Templo Viejo, la Sala de las Ofrendas, las galerías y el poderoso Lanzón Monolítico, esa divinidad atemorizante que mora en el centro del laberinto como un minotauro griego, parecen cobrar inusitada vida.
Si no lo cree y visita Chavín observe con minuciosidad esa única cabeza clava que, desde su posición original en una de las paredes del templo, mira frontalmente el mundo contemporáneo.
Sin duda parece que aun hoy vigila, obstinadamente, el descanso de sus dioses.