El segundo centro arqueológico más reconocido de la capital peruana se enfrenta al crecimiento desmesurado de una ciudad que ha cercado sus estructuras y lo ha llevado a insertarse en la dinámica vertiginosa del desarrollo urbano Corrían los años cincuenta y una corriente fresca iluminó las artes y las letras locales, expandiendo la visión de los sectores enterados de la capital.
Si bien ya habían surgido influyentes corrientes intelectuales que se detenían en la condición del hombre del ande, fue a partir de esos años que intelectuales limeños con aspiraciones a construir una obra moderna entendieron que ésta se tenía que apoyar en el conocimiento del legado andino.
Jorge Eduardo Eielson, Fernando de Szyszlo o José Casals fueron algunos de los puntales de esta transformación estética en la que un centro arqueológico ubicado a pocos kilómetros de la ciudad jugó un papel dorsal: Puruchuco.
«Su importancia», señala Luis Guillermo Lumbreras, arqueólogo y director del Instituto Nacional de Cultura, «radica en haberle descubierto a los ojos no especializados que un sitio arqueológico podía estar entero, atraer visitas y ser susceptible de ser recorrido».
Fue gracias al esfuerzo tenaz de Arturo Jiménez Borja, quien emprendió la reconstrucción y posterior posicionamiento de este lugar, que la población de Lima dejó de percibir lo prehispánico como algo del «interior» del país.
¿Pero qué eran en realidad estos vestigios arqueológicos? ¿Cuál fue su importancia histórica? Sabemos que Puruchuco fue uno de varios palacios que existieron en el valle de Lima entre los siglos XIV y XV –por eso el visitante encuentra en él una serie de salas, recibos y otros espacios en los que se presume las personas cumplían una vida cortesana–, la casa de una persona importante, un «curaca» relacionado al cacicazgo de Lati y subordinado al señorío Ischma, que administraba la zona desde Pachacamac y Cusco.
La mansión de Puruchuco, que data de finales de la época preinca y del periodo de esplendor incaico, resultó el emplazamiento desde el cual este señor dominó el valle inmediato, buena parte de lo que actualmente es Vitarte, la vasta zona que el día de hoy se encuentra detrás del Estadio Monumental y que se conoce como Puruchuca y la parte alta del actual cerro Mayorazgo, sitio denominado Paredones y en el cual se aposentaba un grupo de pobladores más antiguo, el mismo que salió a la luz en el año 2002, cuando el arqueólogo Guillermo Cock descubrió en ese lugar cerca de 2,000 momias.
UN ESCENARIO INEVITABLE
Durante años la ciudad de Lima ha venido desarrollándose en progresión geométrica.
La actual megápolis terminó abrazando hasta la asfixia a Puruchuco, hoy presa de una situación álgida e inevitable: uno de los brazos del cerro que acoge el complejo arqueológico impide el paso de la avenida Javier Prado Oeste, una de las arterias viales más grandes de la capital y que de estar operativa uniría 14 distritos, beneficiando a más de cuatro millones de habitantes.
El Instituto Nacional de Cultura entiende que es necesario sintonizar las condiciones del crecimiento moderno de la ciudad con su misión principal: proteger el patrimonio cultural de la nación.
Por ello ha establecido un conjunto de condiciones para la continuación de las obras de habilitación de la avenida, exigiendo que se implementen una serie de trabajos de protección y estudio de los restos arqueológicos.
«Lo que hacemos es salvar la memoria histórica», señala Lumbreras, «la carretera ya está hecha y ello no es algo en lo que hayamos tenido ingerencia; la población ya ha avanzado hasta cincuenta metros de distancia del sitio arqueológico; entonces se trata de impedir que éste continúe siendo destruido.
Frente a la presencia inevitable de la ocupación urbana, lo que debemos hacer es salvaguardar los testimonios que se pueden perder y que ahora peligran debido a la presencia de una pista de alta velocidad, del tránsito, de una sede de gran concentración como es el Estadio Monumental».
Así pues, según resolución del INC, el paso vial procederá sólo si el equipo de arqueólogos contratados por la Municipalidad de Ate, entidad responsable de la obra, redelimita, señaliza y pone hitos en la zona de Puruchuco y Huaquerones, realiza un trabajo de rescate arqueológico en el espolón –por donde pasará la pista– y de evaluación de las zonas de influencia al paso de la avenida, consolida las estructuras arquitectónicas que se encuentran en las inmediaciones, habilita un camino asfaltado hacia el museo de sitio y construye almacenes adecuados para poner a buen recaudo los bienes recuperados en los procesos de rescate y evaluación arqueológicos.
Así las cosas, el primero de marzo un equipo comandado por el arqueólogo Guillermo Cock dio inició a su labor científica bajo la atenta supervisión de los organismos técnicos del INC.
En ese marco, el 5 de marzo, mientras se realizaba labor de cateo en el sector de influencia 57A, Cock y su equipo encontraron 26 fardos funerarios pertenecientes a un cementerio prehispánico.
LOS MUERTOS ENSEÑAN
El hallazgo es de una importancia similar a los descubrimientos de tumbas hechos por Max Uhle y Julio C.
Tello –que sentaron las bases de la historia antigua del Perú– pero esta vez los restos, que pertenecen básicamente a las épocas Ishma e Inca, permitirán extraer conocimientos que resultaban impensables hace algunos años.
«Ahora, gracias a la tecnología, a través del estudio de restos humanos podemos extraer información sobre los índices de nutrición de los antiguos peruanos», señala Lumbreras, «saber qué comían, por qué desarrollaron ese tipo específico de musculatura o de tamaño, qué cadenas de consanguinidad guardaban entre ellos, con qué medicinas se curaban, a qué niveles de mortalidad se sometían».
Si se toma en cuenta que los trabajos previos en Puruchuco, realizados entre los años 1953 y 1964, no registraron ni documentaron los hallazgos arqueológicos, generando una carencia muy grave de la memoria histósarica, lo que se acaba de rescatar es casi como la primera piedra de un real esfuerzo científico.
«Comenzamos a saber recién quiénes realmente vivían en ese lugar y cuanto más información tengamos reconstruiremos mejor cómo era esa zona de la Lima antigua», acota Lumbreras.
Un nuevo horizonte, entonces, se abre para el estudio de aquella porción de nuestra historia.
Los bienes culturales que se extraigan de estas labores arqueológicas previas a las obras civiles servirán para potenciar el valor de Puruchuco, que podrá pasar de un eficiente museo de sitio a un completo centro de investigación con amplia presencia en la vida académica y científica del país.
Los primeros pasos están dados.
Los trabajos que se hacen por estos días siguen su marcha y desde luego no sólo no pondrán en riesgo nuestro patrimonio sino que asegurarán su más sólido resguardo, dado que esta vez se registran todos los eventos arqueológicos y se cuida cada uno de los eslabones del proceso de ampliación de la Javier Prado.
«Nos falta ver el proyecto final de ingeniería que tienen y el trazo exacto de la avenida de modo que podamos medir su influencia sobre el cementerio encontrado», señala Ana María Hoyle, arqueóloga del INC encargada de supervisar los trabajos de Guillermo Cock.
«Hasta que no terminen esta etapa de rescate del espolón y de evaluación de las zonas de influencias, emprendan y concluyan con la reestructuración y estabilización de la arquitectura asociada al complejo y cumplan a cabalidad con todos los requerimientos que hemos impuesto no se va a empezar ninguna obra».
Puruchuco, pues, se encuentra en buenas manos.