Desde hace dos mil años, mientras los primeros cristianos esparcían sobre el mundo conocido la fe que siglos después tendría como epicentro la ciudad de Roma, sede de peregrinación y culto, generaciones de anónimos hombres de una costa incognoscible para los europeos edificaban con barro el centro religioso más importante e influyente de aquello que mucho después sería conocido como el nuevo mundo.
El santuario llevaba el mismo nombre de la divinidad temible y avizora que lo inspiraba, un Señor de los Temblores cuya ira se manifestaba en los más destructivos movimientos terráqueos y cuyo conocimiento del futuro abarcaba la eternidad: Pachacamac, al que sus fieles, en sus trances místicos, llamaban Pachacoyochi.
En efecto, Pachacacamac, el santuario arqueológico ubicado actualmente a apenas 31 kilómetros de Lima, la céntrica capital del país, tuvo para nuestra América o para los hombres que la poblaron hace ya algunos siglos la misma importancia que para los musulmanes La Meca o para los actuales cristianos El Vaticano.
O acaso más.
La ciudadela enclavada en el desierto era estratégica para contener la ira del dios mediante los oficios y para conocer de primera fuente lo que deparaba el destino a los hombres.
Pachacamac era un oráculo poderoso y una divinidad impía.
La fama de ambas características se extendió rápidamente por todo el continente.
Por todo ello su culto se mantuvo intacto a pesar de los cambios históricos que acaecieron sobre el Perú antiguo, tal como explican María Rostworowski y Antonio Zapata: «Dominar las fuerzas telúricas le valió una amplia difusión en todo el espacio del antiguo Perú.
Pachacamac no fue solamente un dios local sino que se levantó hasta alcanzar la categoría de panandino.
Peregrinos de cuatro partes del mundo entonces conocido lo visitaban en grandes ocasiones, cuando se cumplían sus principales rituales.
En esas circunstancias miles de personas, incluyendo numerosos curacas y principales acudían al santuario de Pachacamac a rendirle tributo.
Sus poderes le valieron una larga continuidad histórica.
De hecho, fue venerado por mil quinientos años, desde comienzos de nuestra era hasta la llegada de los españoles».
El dios de los Yungas –u hombres de la costa–, entonces, no declinó jamás ante la fuerza de divinidades como Wiracocha o el Sol; sólo empezó a eclipsar ante la labor de los extirpadores de idolatrías españoles.
Su santuario fue respetado por todas las civilizaciones que se aposentaron en la zona durante los quince siglos previos a la llegada de Francisco Pizarro y sus huestes.
Fueron los hombres de la cultura Lima, a comienzos de nuestra era, quienes iniciaron la edificación del santuario.
Los huari, algunos siglos después, y los habitantes del señorío Yschma luego de que la influencia huari declinara, respetaron el centro religioso tanto como el imperio inca.
Cada grupo humano lo afirmó y lo administró en su momento, añadiéndole estilos arquitectónicos, modelos de gestión, diversos mitos y relatos que finalmente hicieron del actual complejo arqueológico un muestrario de lujo para entender las mutaciones y estadios del vasto recorrido cultural que el hombre prehispánico trazó en estas tierras.
Para el afortunado visitante Pachacamac supone un viaje temporal fascinante a través de edificaciones erigidas con varios siglos de distancia.
La Huaca de los Adobitos (típicas del Intermedio Temprano), el Templo Viejo (cuya remodelación corresponde a la expansión del horizonte Huari), el Templo Pintado (que según Rostworowski corresponde al Intermedio tardío) y el Templo del Sol o el Aclla Huasi de las Mamacunas, de construcción eminentemente incaica y muestra más «moderna» de este complejo arqueológico, se suceden ante la vista del atento visitante como elementos de un palimpsesto en que se manifiestan los alcances de la mentalidad prehispánica y su paulatino desarrollo.
Pachacamac es, por estas mismas características, una verdadera joya para los investigadores y estudiosos de ese recorrido cultural en la historia del Perú.
LA CIUDAD AHORA
Hoy, acosada por el paso del tiempo pero sobre todo por la amenaza constante de invasiones sobre su zona arqueológica, declarada «intangible» mediante Resolución Ministerial N° 740-83-DE del 4 de julio de 1983, el complejo religioso continúa siendo una de las más importantes reservas arqueológicas con las que cuenta el país.
Pachacamac es visitado, según estadísticas del Museo de Sitio –órgano fundado el 21 de noviembre de 1965 por el doctor Arturo Jiménez Borja con el fin de preservar y exponer el santuario y los numerosos materiales encontrados durante las investigaciones– por un promedio de 75,000 visitantes por año.
Su importancia histórica no es menor de la que detentan Chan Chan o el complejo Sipán en la costa del Perú; sin embargo en torno a ella no existe una atención turística similar a la que rodea a lo complejos anteriores.
Ello, ciertamente, bajo cierta perspectiva, resulta difícil de entender.
En el mes de febrero, un grupo nutrido de invasores –cerca de 2,000 personas– intentó asentarse una vez más en el sector noroeste del complejo, parte de la «zona intangible» que en el momento de esplendor de la ciudadela era el espacio en que descansaban o esperaban turno y purificación los viajeros que acudían al oráculo en pos de revelación.
El Instituto Nacional de Cultura emprendió rápidas medidas para frenar este intento.
Gracias al apoyo de la Policía Nacional del Perú se logró desalojar a los invasores.
La atención de la prensa y la opinión pública general sirvió para que el INC hiciera un llamado enérgico a la sociedad civil a fin de unir esfuerzos y recuperar e impulsar el santuario de Pachacamac.
Inmediatamente se procedió a realizar una jornada de limpieza en la zona y a plantear soluciones para cercar el área amenazada por los invasores.
Por otro lado el Museo de Sitio de Pachacamac tiene nueva responsable.
Ella es Luisa Díaz, quien en el año 2001 integró la Comisión del Plan de Manejo del Santuario de Pachacamac y es una de las principales propulsoras de una acción sostenida en torno a la problemática de este patrimonio nacional.
A través de ella se pondrán en ejecución una serie de pasos en el corto, mediano y largo plazo.
Pocos saben que Pachacamac forma parte de la llamada Lista Indicativa de la UNESCO, suerte de lista de espera de aquellos monumentos que podrían ingresar a la selecta Lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad –a la que ya pertenecen Machu Picchu, Chan Chan, el Centro Histórico de Lima y las Líneas de Nazca–, con lo que ganaría una serie de beneficios de cooperación técnica, inversión e interés a nivel mundial.
Para ello es necesario contar con un Plan de Manejo, un documento valioso que reúne el plan operativo para administrar el complejo en las tareas de investigación, conservación, puesta en valor e interacción con el ecosistema, y que establezca los lineamientos mediante los cuales sea sostenible una gestión eficiente en concordancia con el desarrollo local, regional y de los distritos implicados en la expansión turística del santuario.
El Plan de Manejo de Pachacamac y su ingreso en la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad es el objetivo medular de la estrategia.
Los pasos previos se han emprendido ya, a través de una serie de mesas de trabajo entre personal técnico del INC y las autoridades de la zona, a fin de recoger puntos de vista, necesidades y criterios para plantear un primer esbozo de ese plan operativo que se verá cristalizado más adelante en un documento de trabajo inicial: los Lineamientos.
Para el INC es fundamental integrar a los sectores cercanos al santuario –gobiernos locales, empresas, comités populares– a participar de este trabajo en pos de un manejo equilibrado y sostenible del complejo arqueológico.
Para ello se estudian diversas maneras de relación fluida y sostenida con el entorno.
Una de las ideas centrales es potenciar la zona aun no cercada del santuario a través de la dotación de una infraestructura cultural al servicio de la comunidad, donde un nuevo museo será el eje dinamizador.
Las ideas empiezan a implementarse paso a paso.
Mientras tanto la ciudadela permanece allí, silente, inmutable, a la espera de que una vez más la gente acuda a ella desde distintos puntos del mundo conocido.
Porque Pachacamac sólo ha estado durmiendo un sueño de siglos.