El caballito de totora, la milenaria embarcación que ha sido instrumento para la pesca y sobrevivencia del hombre costeño así como un gran aliado en su relación con el mar, es ahora Patrimonio Cultural de la Nación.
El Caballero la sabiduría con la que los antiguos pescadores peruanos dominaron el mar.
Con el paso del tiempo han presenciado también cómo estos mismos hombres transmitieron su sapiencia y técnica a generaciones que han mantenido las mismas costumbres hasta el presente.
En la antigüedad, de cara a la aridez del desierto, el mar desbordaba sus riquezas y planteaba una serie de retos a los pobladores, entre ellos la constitución de una ruta de navegación y otra de pesca.
El antiguo hombre costeño o yunga sorteó esos obstáculos y se volvió ducho en el arte de interactuar con el mar.
En esa empresa jugó un papel capital el caballito de totora.
Desde siempre la nave fue construida con la totora que los pescadores cultivaban en lagunillas costeñas o humedales cercanos al mar.
Se verifica, a la luz de las investigaciones arqueológicas, que dichas chalupas –compuestas por dos pares de envolturas de tallos de la planta que, amarradas con una fibra por ambos lados, forman una proa delgada y levantada en punta–, fueron representadas en objetos de barro y cerámica correspondientes a las culturas Mochica, Chimú y Chancay.
Así, se concluye que la navegación practicada sobre estas barcazas se desarrolló por toda la costa, desde el norte (Huanchaco, Trujillo) hasta el sur (Pisco, en Ica).
Según María Rostworowski, la difusión de este medio de transporte fue mayor, ya que «los pescadores y gente que vivían del mar tenían libertad de movimiento y el hábito de navegar con gran facilidad a lo largo de la costa».
Esto, sin duda, por la necesidad de intercambiar productos como el pescado seco y el mullu o spondylus.
Ya en la Colonia, sus funciones se fueron ampliando considerablemente.
Según Rostworowski, un dato registrado por la etnohistoria manifiesta que por la pericia de los navegantes y su facilidad sobre los caballitos de totora, éstos «recibieron la tarea de vigilar las costas de posibles ataques de corsarios y tenían un puesto de vigilancia en el islote frente al templo de Pachacámac y en caso de alerta navegaban hasta el Callao a dar aviso».
Actualmente la tradición perdura y los pescadores y usuarios de la embarcación surcan los mares con la destreza que otorga miles de años acumulados en el arte de cabalgar sobre las olas.
Conquistaron las corrientes y aún hoy, cuando son tumbados por la fiereza del mar, lo remontan «al galope» pues continúan siendo excelentes nadadores.
Igualmente, la pesca se realiza a través de dos técnicas ancestrales: el azuelo y la red.
Y aun cuando la tradición se mantiene intacta sólo en las playas del norte –en muchas de Lambayeque y en Huanchaco, La Libertad, donde todavía existen diferencias entre los estilos de construcción– un nuevo impulso le ha otorgado plena vigencia.
El 27 de agosto del 2003, mediante Resolución Directoral Nacional N° 648/INC del Instituto Nacional de Cultura fechada el 27 de agosto del 2003, se declaró al Caballito de Totora Patrimonio Cultural de la Nación y expresión de la Cultura Viva que identifica a la población del litoral norte del Perú.
Así pues, se ha reconocido con justicia una manifestación señera de aquella vasta sabiduría que refuerza el sentimiento de identidad regional y nacional.