María Reiche Neumann: a modo de homenaje a la insigne investigadora de las lineas de Nasca

Doctora en Matemáticas, María Reiche ha sido la mejor estudiosa del legado que los antiguos pobladores de Nasca han dejado a la posteridad. Su figura, su entusiasmo y su abnegada dedicación al estudio del misterio de Nasca se plasma en el artículo que les ofrecemos. El trabajo ha sido dividido en dos partes, la primera comienza con un preámbulo de la hija adoptiva y representante legal de la Dra. Reiche, Ana María Cogorno, introducción obligada al extenso trabajo de Carlos Gamero, colaborador habitual de VA que, con su personal estilo de prosa poética, nos describe tanto el trabajo de María como las diferentes vicisitudes e interpretaciones que han sufrido, desde su descubrimiento para la ciencia oficial, las «líneas de la llanura de Nasca».

Al OESTE DEL GRAN PÁJARO. Primera parte
Autor: Carlos Gamero Esparza
Artículo publicado en Revista Vivat Academia, numero 51, Diciembre 2003 – Enero 2004

Preámbulo de Ana María Cogorno, hija adoptiva y representante del legado de la Dra. María Reiche

Mas allá de todas las celebraciones por el Centenario de su Nacimiento, está presente su vida y obra en lo que fuera la única razón de su existencia: las líneas y figuras de Palpa y Nasca. A lo largo de muchos años, María sufrió toda clase de adversidades, producto de la ignorancia. Pero a pesar de todo ello, al contrario, ella nunca miró para atrás. Su entereza moral y espiritual fue y es un ejemplo a seguir, y su filosofía de vida nos recuerda aquellos valores que la humanidad no puede perder. Por su dedicación y entrega desinteresada a una noble causa, sólo a ella le debemos todo lo que significan ahora las líneas de Nasca; sólo a ella le debemos que este invalorable tesoro arqueológico haya podido ser preservado de la mejor manera posible. Y sólo a ella le corresponde el mérito de haber sido la primera persona que comenzó a revelar al mundo los misterios más profundos de este recinto sagrado, obra maestra de nuestros antepasados. María supo «leer» en las líneas y figuras de Nasca el pensamiento profundo de los antiguos peruanos.

La obra de María Reiche también nos señala el camino para una adecuada política educativa que asimile el patrimonio cultural de nuestra historia, el respeto por los legados que recibimos del pasado, conservarlos, y nos insta a superar las dificultades, creer y querer en lo que uno hace y no renunciar nunca a nuestros sueños. Nasca es indudablemente una herencia y un reto que todos los peruanos debemos continuar.

No ha sido tarea fácil. Por el contrario, estudiar las líneas de Nasca requirió de todo su esfuerzo y los escasos recursos económicos que tenía. Por tal motivo, fue providencial la ayuda de la Doctora Renate Reiche, su hermana solidaria. Durante más de una década, Renate brindó a María su apoyo moral incondicional y su contribución económica, con la cual le fue posible sufragar los gastos de su investigación, así como también pagar a los guardianes motorizados que patrullaban la conservación de las pampa; además, pudo financiar las ediciones de sus libros desde 1949. Uno de sus anhelos más preciados fue lograr la declaratoria, por la UNESCO, de las líneas y figuras, desde Palpa hasta Nasca, como Patrimonio Cultural de la Humanidad, sueño que se logró en 1994.

Nunca imaginé que acompañar a Maria al centro de Lima en 1985, para iniciar los tramites de su tan deseada nacionalidad peruana, iba a darle un vuelco a mi vida; y luego yo seguiría apoyándola en los papeleos, ya que ella tenía que regresar a Nasca. El privilegio para con mi persona fue el haber podido compartir con el más alto honor y orgullo las vivencias y preocupaciones de una estudiosa insigne, con la cual viví muchas penas y alegrías, y pude disfrutar por sus sueños logrados.

Esta tarea encomendada por María en seguir apoyando su obra, es muchas veces difícil e incomprendida, pero su enseñanza y filosofía de vida me prepara para tan valiosa responsabilidad: seguir apoyando su obra.

En nombre de María, quisiera dar las gracias a la Redacción de Vivat Academia por permitirme acercarme a sus distinguidos lectores. Espero que pronto, tanto ellos como ustedes, tengan la oportunidad de venir a visitarnos al Perú y apreciar la riqueza de nuestra historia.

Introducción

María Reiche llegó al Perú un buen día de 1932, atraída por el magnetismo del viejo país de los incas. Por uno de esos designios que pone el destino a los predestinados, María se topó con ese gigantesco desafío que son las líneas de Nasca y decidió quedarse para siempre. Las aportaciones de esta gran estudiosa a la resolución de todos los enigmas de la llanura que se extiende unos 520 km2 entre los valles de Palpa y Nasca, en la región Ica, uno de los desiertos más resecos del Perú y tal vez del mundo, son quizá las más completas realizadas hasta la fecha. Y abren un apasionante camino a seguir para los futuros investigadores.

La sabiduría y el conocimiento aplicado en los cálculos matemáticos y trazos geométricos sobre el «papel» de la pampa es también un replanteo del conocimiento de nuestro pasado. Es como si ese lejano pasado nos solicitara conceder a nuestros ancestros el derecho de saber tanto o más que nosotros… y permitir a las mentes abiertas recurrir al beneficio de la duda sobre el «humanismo» del racionalismo científico. Ellos, los hombres «de abajo», fueron capaces de diseñar las figuras inescrutables de la vasta llanura de Nasca; ellos lo hicieron para que fueran contempladas por «algo» o «alguien» de «allá arriba» y nos dejaron su mensaje, no sin antes advertir las consecuencias que podrían derivar del desconocimiento de las leyes del universo: ignorancia y destrucción.

Las miles y miles de horas de Sol y Luna invertidas en la observación e interpretación arqueológica, astronómica, geográfica y matemática de los fenómenos del cielo y de la tierra, plasmados en otro espacio-tiempo por anónimos ancestros, abrieron para su tenaz investigadora una dimensión desconocida para la humanidad; fue como tener acceso a la profunda ciencia y filosofía de un mundo olvidado, reflejada en los diseños gráficos trazados en el desierto. Para María Reiche, las pampas gritan, entonces, un saber –que los nasca habrían heredado parcialmente—, el mismo que no podemos ignorar ni minimizar los «sabios» hombres y mujeres del tercer milenio. No en vano, María Reiche escribió alguna vez: «Sería tener una opinión muy baja de los antepasados, de suponer que todo este trabajo inmenso y minuciosamente exacto y detallado, hecho con concienzuda perfección, tenía como única finalidad el servicio de una superstición primitiva o un culto estéril de los antepasados…» (3)

Por algo se dice, entonces… «nunca pierdas tu capacidad de asombro…»

Y quien esto escribe, no la perdió.

Gracias a Dios…

1. El «aquicito» de María…
1.1. Un paseo por la memoria

San Isidro, jueves 7 de mayo de 1998. 5 de la tarde. Imaginamos un vuelo sobre la ciudad que duerme su siesta en la tarde de domingo. Imaginamos a ese pájaro de mil leyendas que se acerca a ese frío edificio amarillo y azul que es el Hospital de la Fuerza Aérea del Perú, en la cuadra dos de la avenida Aramburu. Imaginamos que entramos por una ventana del sexto piso, la habitación es la 606-A.

Adentro, las horas se consumen como el ocaso que se va. Se va yendo el día suavemente, como el otoño que pasa y no quiere pasar. Los días y las horas han pasado para mayor gloria de una mujer extraordinaria. Por más que la indiferencia y la ingratitud se hayan cebado sobre esa existencia frágil pero fuerte como el roble, el mundo se inclina ante ella. Los días y las horas de andar y desandar la soledad, han pasado, pero María, la dama de la pampa, no.

Ella no se va, no se irá, por eso este reportaje-crónica, por eso estas palabras escritas sobre el papel de la memoria.

Allí está María Reiche, la noble dama a la que un día cantaron los traviesos huerequeques (Nota 1). Quieta sobre su lecho, es el descanso del guerrero silencioso. Allí está, a sus 94 años, y no para de pelear por la vida. María, la del desierto, la del mono y el ave fragata con alas de solsticio.

A María no le falta nada, cariño le sobra.

Ana María Cogorno, su hija adoptiva y representante legal, me había pedido que fuera al hospital aquella tarde. «No, no se te ocurra decir que eres periodista cuando entres» –me dice-. La risotada de Ana María cuando le cuento mi peripecia en la puerta del nosocomio…, estos señores, los militares, que me miraron de arriba abajo, no se hace esperar. A pesar de sentirse responsable por todo lo que pasa, ella no pierde el buen humor. Mientras tanto, la luz del atardecer se convierte en noche. Los sodios amarillos de la avenida silenciosa inundan la habitación. Desde aquí, arriba, San Isidro es un aquelarre de neones.

María está tranquila. Los chicos que la cuidan, a su lado como siempre. Sobre su lecho, una tenue lámpara alumbra la penumbra. Afuera no hay nadie. Las enfermeras de blanco hacen guardia al final del pasillo. Ana María se me acerca a la ventana, calladita, inquieta, pero sin perder el aplomo. «Tenemos que hacer algo por la medalla de María… no es justo que no le quieran dar el reconocimiento que se merece…» Eso le preocupa a la hija adoptiva de la dama de Nasca. Y me muestra los papeles. «Esta es la copia del acta de la sesión cuando fui al Congreso el año pasado…» –dice mostrándome un documento-. Pero ahora, en el umbral de la vida, no le han querido dar a María la Medalla del Congreso Peruano en su más alto rango porque, según aducen ellos, en 1984 ya le habían otorgado una condecoración… de cuarta categoría. Increíble.

Figura 1. Las pequeñas Renate y María con su madre. Foto cortesía Ana María Cogorno.

He aquí el colofón de la historia. La historia viva que sigue transcurriendo sin cesar.

 

La historia que se va, para quedarse aquí.

La historia que comenzó hace cuarenta y nueve años…

Ana María no puede ocultar cierta desazón ante la indiferencia y la ignorancia de lo que representa la figura de María; y me habla de Renate, su hermana solidaria, que lo dejó todo para ayudar a la dama de Nasca, alguien de quien muy pocos hablan… «desde entonces -me dice Ana María-, Renate, estuvo pagando la conservación de las líneas de Nasca con su peculio con el ingreso de la pensión de su jubilación como doctora en medicina.» La recordada Renate Reiche fue, sin duda, su ángel guardián durante años, hasta que el cáncer se la llevó en 1997.

Ahora, mientras contemplo a María en su lecho, me asalta una bruma de pensamientos… ¿quién más apoyaba a María en esta labor desinteresada? ¿quiénes de los que alguna vez dijeron ser sus amigos, están con ella ahora, en el momento del dolor, salvo sus más allegados? me pregunto en silencio. No hay respuesta.

Renate, María y Ana María... y una figura de Nasca. Hermosa foto tomada poco antes del fallecimiento de la primera de las hermanas Reiche. Foto cortesía Ana María Cogorno.

 

La dama de Nasca con el autor de este reportaje, en una inolvidable foto tomada por Ana María Cogorno en su casa de Miraflores (1995).

Después, Ana María me pidió la acompañase a la calle Roma de Miraflores, a su casa. Entramos por una sombreada puerta flanqueada por paredes de ladrillo rojo. La hermosa sala principal está llena de ayer… las fotos en blanco y negro parecen hacernos sentir la brisa cálida del valle de Nasca. Y es como si nos arrebatara un ensueño en un átomo de irrealidad. Es como si una película pasara sus imágenes en blanco y negro, mostrándonos la vida en el desierto… María, trepada sobre una escalera, otea el horizonte. María, de cuclillas, observa la cola del mono. María, desde la lejanía, deambula por el laberinto de los enigmas. María, con su mano, señala una gran línea recta que se pierde no sé dónde. María se para junto a su viejo Volkswagen en algún lugar de la pampa. María, escoba en mano, barre las líneas. María se sube al mirador de la carretera Panamericana. María observa el cielo como lo debieron hacer nuestros antepasados. María sentada en un descanso de la faena, María junto a sus colaboradores observa las líneas con sus binoculares. María sale de su humilde vivienda, un día cualquiera de todos los días. El sortilegio de esos 520 Km2 de inmensidad es lo único que se percibe en estas paredes: la inmensidad de aquel paisaje, como el cielo, como el desierto, como la vida.

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