Rafael Larco Hoyle (1901 – 1966)

Biografía por Clifford Evans.

En su libro Perú (1966), al resumir sus ideas sobre el origen y secuencias de las culturas precolombinas del Perú, Larco dio un tributo al papel de los tres grandes pioneros de la arqueología peruana -Max Uhle, Julio C. Tello y Alfred Kroeber. Rafael Larco Hoyle es el cuarto. Hoy en día la arqueología en la Costa Norte del Perú está basada en sus contribuciones, incluyendo la definición de tales culturas como Cupisnique (la expresión del periodo Formativo de la Costa Norte del horizonte Chavinoide) y Salinar (la cultura del periodo Formativo Tardío cuyos colores característicos son el rojo y blanco, tenía extensas conexiones con el norte en Ecuador y al sur en partes del Perú) y la redefinición de la cultura Mochica en subperiodos, así como una descripción de la etnografía Mochica de los detalles mostrados en la cerámica pintada y modelada.

Don Rafael, o Ray como lo conocían sus amigos y colegas anglohablantes, nació el 18 de mayo de 1901, en la Hacienda Chiclín, valle de Chicama, cerca a Trujillo, Perú hijo de Don Rafael Larco Herrera y Doña Esther Hoyle de Larco. Se crió en la hacienda azucarera con sus hermanos más jóvenes, Constante y Javier, recibió su educación primaria en Trujillo en el Instituto Moderno de Trujillo, Colegio Ntra. Señora de Guadalupe y el Instituto inglés de Barranco. En 1914, lo mandaron a Estados Unidos a hacer la secundaria y entró a Tome High School de Maryland. Durante su estancia allí, fue uno de los sobresalientes atletas a nivel secundario del Estado de Maryland, especialmente en fútbol americano, aunque también era bueno en baseball, fútbol soccer y atletismo en general. En 1919 ingresó a Cornell University para estudiar agricultura y luego asistió como un estudiante especial no graduado a la Facultad de Ingeniería en la Universidad de Nueva York en 1922 y a la Facultad de Comercio en 1923, donde estudió administración de empresas y finanzas. El propósito principal de la educación en Estados Unidos no era obtener títulos formales, sino estudiar ingeniería con el objeto de mecanizar la industria azucarera en la hacienda de la familia, para familiarizarse con los problemas de bienestar, educación y organización de los trabajadores azucareros y sus familias y para desarrollar un entendimiento práctico de las operaciones comerciales. Para profundizar estos estudios, también viajó a Cuba, Puerto Rico, Europa y Hawaii.

Al volver a Perú a finales de 1923, aplicó este conocimiento comercial y de ingeniería en los intereses de la familia en el Valle de Chicama y se convirtió en el presidente del Directorio Ejecutivo de Negociación Chiclín y Hacienda Salamanca. Estas haciendas se volvieron famosas en el norte por su sorprendente incremento de reservas por romper los récords en la producción de azúcar por hectárea y azucar por tonelada métrica de corte de caña, el resultado de haber sido el primero en introducir la producción mecánica en la costa norte. Además bajo su dirección la familia desarrolló un hacienda azucarera modelo en Chiclín, que incluía hospitales, clínicas, colegios con avanzados sistemas de educación y métodos modernos de enseñanza.

Alrededor de 1924, el interés de Larco en la arqueología de su país comenzó como resultado de la influencia de su padre. En la Hacienda de Chiclín, había vivido en el ambiente de un museo desde que nació pues su famoso padre empezó en 1903 a construir una colección de cerámica precolombina del Norte del Perú. Más adelante, mientras viajaba por Europa, Rafael Larco Herrera visitó el Museo del Prado en Madrid y se dio cuenta que su colección de objetos arqueológicos peruanos era pobre. Así que donó toda su colección arqueológica a España, y hoy en día ésta se exhibe en el Museo Arqueológico en Madrid.

De esta primera colección arqueológica, se guardó un huaco retrato Mochica impresionante, y esto formó el núcleo de la nueva colección arqueológica. En 1925, el padre de Larco adquirió 600 vasijas de cerámica y otros objetos arqueológicos de su cuñado, Alfredo Hoyle y una colección más pequeña de Dr. Mejía y dio la colección entera a su hijo, Don Rafael. Aunque el último había mostrado cierto interés en el pasado del Perú, esta colección lo inspiró para desarrollar un museo y estudiar intensamente la arqueología del Perú. A partir de este momento, Larco incrementó la colección al comprar especímenes del valle de Chicama y los valles cercanos a Trujillo, Virú y Chimbote en el norte, y luego de otras partes del Perú, pero siempre especializándose en el norte del Perú. La colección creció tan rápidamente que tuvo que ser instalada en un edificio separado de la Hacienda Chiclín, el cual fue inaugurado como el Museo Rafael Larco Herrera en julio de 1926, para proteger las riquezas arqueológicas del Perú y como monumento a su padre que aún vivía.

En 1933, se adquirieron dos grandes colecciones privadas, una de alrededor de 3000 piezas del sr. Carranza en Trujillo y las otras 8 000 piezas de cerámica, metal y textiles de Carlos A. Roa de la Hacienda Clara en el valle de Santa. El transporte de la colección Roa del valle Santa al valle de Chicama sin que se rompiera nada fue una operación muy importante, dado que la carretera Panamericana no existía aún. Después de dos semanas, todo estaba empacado con sojas en cajas de madera y las pusieron en camiones que fueron conducidos a lo largo de la playa con marea baja. Todos los objetos llegaron en buenas condiciones, pero luego se tuvo que emprender el trabajo de retirar la sal impregnada en la cerámica pues nunca antes se había hecho. Una de las piscinas más grandes en la Hacienda Chiclín fue expropiada por la arqueología. Se sumergieron los recipientes y los dejaron en remojo por un periodo de dos meses, durante el cual 15 jóvenes cambiaban el agua cuando se contaminaba con la sal disuelta. Después de este tratamiento, se podía almacenar o exhibir los recipientes libres de los peligrosos cristales de sal.

Al mismo tiempo que Don Rafael compraba colecciones, también empezó extensas excavaciones y exploraciones en las desoladas estribaciones, valles y las laderas de las montañas del valle de Virú y sus alrededores tales como la Quebrada de Cupisnique. Este trabajo de campo se convirtió en un asunto familiar pues todos mostraban el mismo entusiasmo y amor por el trabajo que se necesitaba para formar la colección del museo. Don Rafael y sus hermanos Constante y Javier, su esposa Isolina, su hija Isabel y su amigo cercano Enrique Jacobs de Trujillo, pasaron un tiempo considerable juntos en el campo. Se registraron muchos datos valiosos sobre la asociación de áreas de sepulcros, información que sería de gran utilidad para los estudiosos si pudiese publicarse. De esta continua actividad, el Museo creció hasta 1966 año en que murió cuando tenía unos 40 000 recipientes de cerámica y miles objetos de metal, textil y madera. En la Hacienda Chiclín, la colección llenaba 17 habitaciones y el excedente era tan grande que se tuvo que construir un techo provisional entre las dos construcciones para proteger del clima a los especímenes en hileras largas.

En 1949, los intereses comerciales de la familia llevaron a Don Rafael de la Costa Norte a Lima. Separarse de su colección le habría significado la interrupción de su investigación arqueológica así como «un duro golpe para mi espíritu» (1964:20). También creyó que las colecciones estarían más al alcance de los estudiosos, científicos y la gente interesada si se encontrara en la capital. Entonces, se tomó la decisión de mudar toda la colección a Lima, construir un nuevo Museo y crear una Fundación que garantizara la permanencia del Museo y el mantenimiento de las colecciones. El nuevo Museo Rafael Larco Herrera no sólo fue construido en el estilo arquitectónico del siglo XVIII sino que incorporaba rejas, puertas, columnas, vigas y cerrojos de la casa solariega de los marqueses de Herrera y Villahermosa en Trujillo. Cuando fue alcalde de Trujillo, Don Rafael había intentado proteger la casa como monumento histórico pues era uno de los mejores ejemplos sobrevivientes de la arquitectura colonial. Más adelante sin embargo, intereses políticos permitieron que se demoliera la casa. Aunque estos pocos artículos dan al Museo en Lima una apariencia colonial, en otros aspectos es moderna. Posee 6 salas de exhibición más un sótano para la exposición de objetos de oro y plata, 11 habitaciones de almacén, 4 oficinas que sirven de biblioteca, laboratorio y taller, un jardín, patio, terraza donde se exhiben los objetos más grandes de piedra. En los planes de la época en que Larco murió se incluía la incorporación de una sala de conferencias. Don Rafael estaba particularmente orgulloso del hecho que el museo Rafael Larco Herrera con todas sus colecciones, sus publicaciones, el personal y los edificios habían sido desarrollados de manera privada, sin la ayuda directa o indirecta del gobierno.

El traspaso a Lima sí permitió a Don Rafael continuar con sus estudios arqueológicos y en años recientes comenzó a publicar otra vez luego de un periodo de 12 años (1948 -1960) durante el cual estuvo profundamente envuelto en los intereses comerciales familiares y discapacitado por su débil salud. Fue un miembro activo del Directorio de varias compañías, entre las cuales están Banco Comercial del Perú, Rayon Peruana, Rayon Celanese, Química El Pacífico, Cia. de Seguros El Sol, Cia. de Seguros Pesquera Consa y Amial del Perú. Antes, había fundado el periódico, Diario «La Nación» en Trujillo y luego sucedió a su padre como presidente del Directorio del Diario «La Crónica» en Lima. Todas estas actividades restaron tiempo que podía haber ocupado en la arqueología.

Ray era una persona obstinada y con una personalidad positiva. Detrás de una manera muy majestuosa, él era sorprendentemente generoso. Siempre alegre de ayudar a estudiosos calificados, ponía voluntariamente sus materiales a su disposición. También podía ser igualmente negativo con aquellos que él sentía lo hacían perder el tiempo, motivados por la curiosidad o buscando un favor especial. Como un joven estudiante graduado asistente de William Duncan Strong en el Proyecto del Valle de Virú de 1946, recuerdo agradables domingos en la Hacienda Chiclín cuando Don Rafael favorecía al grupo (que incluía a Strong, Bennett, Willey, Ford, Bird y Collier) con sus ideas sobre la arqueología peruana. En adelante siempre disfrutamos la gran hospitalidad de toda la familia Larco en un suntuoso y delicioso almuerzo. Luego nos retirábamos a estudiar con una oferta de cigarros importados de alta calidad, brandy y algo de chicha añejada hecha en la Hacienda para agradables conversaciones sobre economía, política y problemas de las plantaciones de azúcar. Pero siempre tarde o temprano la conversación cambiaría al tema de la arqueología peruana. Durante estas sesiones siempre me asombró cómo aunque a veces no tenía tiempo para leer el último artículo o monografía sobre arqueología en su excelente biblioteca, Larco mostraba un profundo conocimiento de los diez mil objetos en el museo. Tenía tal memoria fotográfica de las colecciones y de los detalles etnográficos mostrados en algunas cerámicas que podía a menudo establecer un argumento al traer un espécimen que le probara tener la razón.

El profundo conocimiento de cientos de objetos en las colecciones del Museo se veía reflejada en las sorprendentes contribuciones a la mitología y estructura sociopolítica Mochica, basadas en escenas de las vasijas pintadas y moldeadas; su análisis de las modificaciones de las formas de los vertederos de las vasijas Mochica, que permitió establecer subdivisiones en subperiodos; y los detallados estudios de cerámica erótica precolombina para mencionar sólo unas cuantas publicaciones. Siempre llevó a cabo cada proyecto con intensidad y rigurosidad documentando un argumento con una gran cantidad de especímenes. Su mayor fracaso profesional fue no poder documentar completamente la base para sus conclusiones, en parte debido a las múltiples obligaciones que demandaban su tiempo. Sus últimos libros fueron producidos bajo gran presión y apuro. Poco tiempo antes de su muerte de un ataque al corazón en Lima el 23 de Octubre de 1966, estaba trabajando en una nueva monografía bien ilustrada sobre keros de madera, basada en lo que probablemente es la colección de keros más grande reunida en un museo.

Mediante su dinamismo y determinación para no dejar nada obstruir su camino, Don Rafael Larco Hoyle no sólo manejó bien las propiedades familiares sino que avanzó la arqueología en el norte de la costa peruana, en un época cuando se conocía poco del desarrollo secuencial de las culturas precolombinas de esa región. Sus clásicas contribuciones al periodo formativo han resistido la prueba del tiempo. Dirigió y organizó tan bien la Conferencia de Chiclín sobre arqueología del Norte del Perú en 1946 al terminar el Proyecto del Valle de Virú, que es lamentable que otras conferencias como ésta no se hayan podido organizar para facilitar el intercambio de ideas. Trágicamente su débil salud en la última década, su ocupación con los negocios familiares y su limitado tiempo para la arqueología lo aislaron de la comunidad científica peruana a la cual contribuyó tanto. Sin embargo, sus publicaciones, las colecciones del museo Rafael Larco Herrera y su perpetuación para administrar y dirigir el museo han asegurado a Rafael Larco Hoyle el lugar como el cuarto gran pionero de la arqueología peruana.

Fuente: Museo Larco

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