Cabezas cercenadas, ensartadas en picas, pudo ser uno de los mecanismos utilizados por los funcionarios del Imperio inca para incorporar poblaciones conquistadas en la última fase de su expansión geográfica.
La «violencia ideológica» se encontraba dentro de las opciones de integración de comunidades periféricas que quedaban muy distantes de la capital inca y que probablemente se rebelaban o resistían la asimilación.
Eso es lo que concluye una investigación dirigida por el arqueólogo Francisco Garrido, con la antropóloga física Catalina Morales, ambos del Museo Nacional de Historia Natural de Chile (MNHN).
Sus descubrimientos giran en torno al análisis de cuatro cráneos encontrados en la zona del Valle de Copiapó, en el norte de Chile, y fueron recientemente presentados en la revista especializada Latin American Antiquity.
«La zona de Copiapó es el límite sur en el desierto de Atacama», comentó el doctor Garrido a BBC News Mundo. «Es el desierto más árido del mundo y por lo tanto representa desafíos bastante importantes para lo que es el espacio del Imperio inca».
Los cráneos provienen de una anterior excavación arqueológica realizada en 2003, en la aldea de Iglesia Colorada, el mayor asentamiento en el valle de Copiapó, una región que los incas minaron por su cobre.
La excavación original había quedado inconclusa, pero el equipo de Garrido y Morales pudo volver a excavar el sitio para entender mejor cómo fue la ocupación del lugar.
También analizaron la colección de restos, objetos y materiales de excavaciones previas, así como las notas de campo que se hicieron en su momento.
Evidencia física
«Primero, en términos específicos, es una de las aldeas más importantes de la época tardía del Imperio inca», expresó el doctor Garrido. «Hay evidencia de edificios y construcciones incas en las que podemos ver donde se realizaron las principales actividades ceremoniales de la congregación de la población».
El fuerte de los incas fue su diplomacia, resalta el arqueólogo, era la principal manera en que el régimen imperial se relacionaba con los grupos locales a medida que expandía su territorio. En esa región no hay duda de que se ejerció la diplomacia a través de rituales y repartición de bebidas y alimentos.
«Encontramos evidencia de actividades de comensalía, evidencia de vasijas que contenían chicha -el famoso aríbalo inca para este brebaje- alfarería inca destinada a servir alimentos. Podemos ver que sí hay evidencia de tratar de integrar a la población por medios diplomáticos pero también hay contrastes».
Esos contrastes se encontraron en el área de cementerios que tiene el sitio, donde se pudo observar que en los ritos y artefactos que comprendían la tradicional ofrenda fúnebre no se incorporó la cerámica inca.
«Hay una especie de rechazo de lo que es la expresión más simbólica que tiene que ver con el aspecto funerario», dijo el doctor Garrido, que lo interpreta como una cierta tensión entre la población.
Al mismo tiempo, en un sector aledaño se encontraron cuatro cabezas que los investigadores pudieron constatar que tuvieron un tratamiento muy distinto al de la gente sepultada allí: no sólo no tenían ofrendas, sino que fueron enterradas en medio del descarte de la basura doméstica.
«Trofeos de guerra»
El doctor Garrido y su colega Catalina Morales analizaron los cuatro cráneos y descubrieron varias modificaciones, incluyendo orificios en la bóveda del cráneo y huellas de cortes y laceraciones en la mandíbula.
Pudieron fechar los restos con radio carbono para establecer que eran contemporáneos de los individuos en el cementerio y, por medio de un análisis de isótopos de oxígeno-18 -que identifica el agua que consumieron en la infancia- confirmaron que pertenecían a la misma comunidad.
La antropóloga Morales hizo todo el análisis técnico de los cráneos, la bioantropología, para determinar la patología, el trauma, edad y sexo de la gente enterrada.
El equipo de investigadores sugiere que estas son señales de que las cabezas decapitadas muy probablemente fueron montadas como «trofeos de guerra» y utilizadas como despliegues de poder sobre los súbditos locales de las nuevas provincias imperiales posiblemente para controlar la tensión social.
«El uso performativo de impactantes y poderosos despliegues de violencia pudieron haber ayudado a demostrar el control político y garantizar el sometimiento al régimen incaico».
Una de muchas opciones
No obstante, el doctor Garrido advierte que no hay que pensar que los incas se estuvieran convirtiendo en tiranos. Esta violencia es un caso excepcional que corresponde a un «set de estrategias» que el imperio tenía a su disposición.
En el Horizonte Tardío, como se conocen las últimas décadas de la cultura, el imperio inca abarcaba una vastísima área desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile.
En los lugares más lejanos del imperio, la parte logística era muy difícil de llevar, explicó el arqueólogo a la BBC.
En otras partes andinas más centrales, una de las principales prácticas para lidiar con comunidades rebeldes o descontentas era principalmente dividir a la comunidad y trasladar a los elementos más rebeldes a un lugar apartado más fiel al imperio. Y en última instancia podían mandar a sus guerreros.
Sin embargo, «hay que entender que en lugares tan lejanos de la capital, pensando en que hubiese descontento social, no era simple enviar refuerzos o resituar la población en otros lugares, porque probablemente la cantidad de funcionarios incas disponibles para el control era muy baja», argumentó el doctor Garrido.
«En este caso específico, estas cabezas expuestas como demostración ideológica de poder tiene que ver con una demostración concentrada de violencia que tiene obviamente un efecto poderoso, pero también para evitar otras formas de acción porque no tenían logísticamente los medios para generar otro tipo de control».
«El uso de la fuerza no es que no fuera una opción, pero no era la primera opción», aseguró Garrido.
Caso por caso
Uno de los intereses del imperio inca en el valle de Copiapó era la minería. Una de las principales evidencias de producción económica aquí durante esa época es una gran fundición de cobre en Viña del Cerro.
Al llegar los incas a Copiapó se encontraron con una sociedad relativamente descentralizada, poco jerárquica, si bien las comunidades compartían una identidad cultural, no había un gran líder que dominara todo el valle.
Así que los incas tuvieron que negociar individualmente con cada comunidad y la relación se desarrolló caso por caso.
«Algunas comunidades tuvieron muy poca intervención incaica o casi nada y continuaron viviendo como antes», expresó el curador del MNHN. «En otros casos la intervención fue mucho más fuerte».
La tesis es que la relación fue muy variada según la respuesta de la comunidad y pudo haber alguna intención de dividir a las poblaciones haciendo a unos más aliados, integrarlos más al imperio y a otros no.
En los casos en los que las poblaciones no están muy convencidas o hay rebeldía «esa tensión tiene que lidiarse de alguna forma y por lo tanto vemos estas demostraciones de violencia simbólica que nos muestran otra cara».
Las zonas fronterizas imperiales son bastante fluidas, con situaciones bastante heterogéneas, explicó Francisco Garrido. Ayudan a entender a nivel mucho más amplio la relación entre sociedades expansivas y las poblaciones locales.
«Cuando un imperio se expande en zonas muy lejanas obviamente la fórmula que relaciona a las poblaciones locales y los mecanismos de integración es muy variada y fluida y el tema es entender esa diversidad y variabilidad», concluyó.
El Imperio inca logró su mayor expansión en 1530. Dos años después sucumbió en poco tiempo ante la conquista española al mando de Francisco Pizarro.
Fuente: BBC