Internado en la ceja de selva, oculto durante siglos, el centro arqueológico del Gran Pajatén se ha mostrado al mundo moderno como la manifestación más señera de la destreza de la Cultura Chachapoyas y como testimonio de su avanzada organización política, sólo opacada por el poderío del reino de los Incas.
Llegar al Gran Pajatén no es una empresa sencilla.
La ciudad perdida está rodeada de exuberante vegetación, lo que anuncia la proximidad de ingentes áreas vírgenes.
Cada tanto aparecen en el paisaje barrancos eriazos, manifestación de que el hombre ha querido ampliar su frontera agrícola desde siempre.
Una vez llegado al recinto nadie deja de sorprenderse.
Éste, maltratado por el clima y el paso del tiempo, sorprende por sus dimensiones y su estructura, formada por un conjunto de torres circulares y techos cónicos en cuyas paredes, a través de símbolos, se muestra lo universal de la condición humana.
Impresiona también lo agreste del área, pues la edificación se levanta sobre una angosta y elevada meseta, centro de un triángulo de cauces que confluyen en el río Montecristo.
De orígenes lejanos, la historia inicial de las restos parece perderse en el tiempo.
Pero sucede lo contrario con la Cultura Chachapoyas, la diligente civilización que en medio de una aventura migratoria hizo realidad el Gran Pajatén.
HOMBRES EN LA SELVA
Alrededor del siglo VII de nuestra era, un grupo de organizados hombres procedentes de dominios Tiwanaku Wari – entonces un Estado constituido- decidió cruzar la cordillera e instalarse en la ceja de selva.
Motivados por desequilibrios ambientales y excesos demográficos, los futuros amazonas habrían resuelto buscar nuevas tierras en las que pudieran abastecerse del alimento sin sobresaltos y, de modo planificado, ampliar sus terrenos cultivables.
Encontraron, en este proceso inicial de serranización de la selva, una biodiversidad prodigiosa, sobre la que pronto aplicaron un manejo de pisos ecológicos ya implementado por sus antepasados.
El conjunto de valles que tomaron los Chachapoyas era propicio para este tipo de estrategias.
Tierra muy áspera y de gran humedad -todo el año no hace sino llover, dijeron los cronistas españoles-, el lugar donde se instalaron los nuevos residentes descansa en el flanco oriental de la Cordillera de Andes, lo que habría generado macro regiones entre la selva alta, la montaña y la alta amazonía, cuyas zonas ocupadas fluctúan entre los 2.000 y 3.000 metros de altura.
Los hombres chachapoyas llegaron a controlar aproximadamente 300 kilómetros cuadrados.
Las fronteras naturales de este territorio fueron el río Marañón por el lado oeste y el flanco de los Andes amazónicos por el este.
Pero es en el intermedio tardío, a inicios del primer milenio de nuestros días, cuando la Cultura Chachapoyas alcanzó su auge.
Como los Incas, que se habrían instalado en el lugar hacia 1470, los habitantes de estas tierras tropicales y fecundas pudieron ejercer vigilancia sobre las subculturas –a menudo hostiles entre ellas– de forma vertical, de modo que la distribución recíproca de bienes no tuviera contratiempos.
No abunda información sobre la situación sociopolítica de entonces, pero ya el cronista Pedro Cieza de León menciona en sus textos que el conquistador ibérico recibió resistencia y tuvo que asediar la circunscripción en dos oportunidades, lo que probaría cierto orden social relativamente consolidado en el momento de la conquista.
Poco antes de este evento, cuando los Incas cercaron la ciudad de Pajatén, se encontraron con la misma cohesión poblacional, pero a diferencia de las huestes españolas, respetaron el orden esencial de sus dominados, lo que no detuvo su evolución cultural.
No está demás agregar que los cerca de 300.000 habitantes chachapoyas que presenciaron la llegada de los españoles habitaron lo que hoy es Bagua, en Amazonas, las latitudes occidentales de San Martín y una parte de la región La Libertad.
LA CIUDAD ETERNA
El Gran Pajatén es parte de la arquitectura pública de la Cultura Chachapoyas y, como el resto de construcciones cercanas, hace las veces de un poblado conformado por llactas: estancias circulares de piedra con armazones de madera usadas para albergar a quienes administraban la comarca, depositar alimentos y realizar el culto a favor del sustento y el monitoreo eficiente de la comunidad.
Lo recogido por estudiosos en los restos arquitectónicos del Gran Pajatén -así como en el recinto de Kuélap y otros monumentos cercanos- indica que en las grandes unidades urbanas chachapoyas puede percibirse claramente una disposición espacial dividida en torno a organizadores y obreros.
También aparecen sepulturas suntuosas en forma de mausoleo, de modalidad Tshuilpa (chulpa), donde descansarían los cuerpos de los gobernantes, quienes, a diferencia del resto de lugareños, no eran enterrados en fosas.
En cuanto a la unidad de la región, refrenda lo señalado la similitud de los motivos que aparecen en las paredes de algunos de sus recintos circulares y la amplia difusión de los patrones funerarios ya mencionados.
El imponente conglomerado de torres se ubica a 2.580 metros de altura, en la provincia Mariscal Cáceres, región San Martín, sector occidental del Parque Nacional del Río Abiseo.
Emplazado en medio de un bosque húmedo y montano, llama la atención el tamaño de sus torreones –cuyo máximo diámetro alcanza 15 metros– y las plazoletas embaldosadas provistas de escalinatas que conducen al segundo piso.
En medio de los vestigios, al observar el orden de las estructuras arquitectónicas, el curioso o el erudito pueden imaginar cómo el hombre tuvo, desde siempre, un espíritu aglutinador que superó las rencillas comunales en aras de organizaciones sociales más complejas y vastas, característica de casi todas las grandes culturas preíncas.
Sin embargo, las figuras que adornan las murallas y el interior de las construcciones sugieren cierto ánimo bastante particular en los Chachapoyas, vigente hasta hoy en la mitología del lugar.
Así, mientras en la parte superior de los muros un conjunto de figuras geométricas y biomorfas con cabezas clavas representan la contemplación o el descanso, en la de abajo una variedad de cuerpos antropomorfos y zoomorfos hacen pensar en motivos religiosos: fisonomías femeninas con atributos sobrenaturales que llevan alas con manos tridáctiles y pies bidáctiles, así como aves en vuelo o ríos de curvaturas que recuerdan serpientes.
VERDADES Y MENTIRAS
Es ineludible resaltar que gran parte de las aseveraciones en torno al origen de los Chachapoyas proviene de la observación de sus códigos urbanísticos, puesto que las referencias de otras fuentes son escasas.
El patrón Tshuilpa de sus fortines, por citar el caso emblemático, es un elemento cultural andino y no amazónico, lo que prueba la procedencia serrana del grupo cultural.
Sin embargo, hay indicios -restos de arte rupestre sobre imágenes de recolección- de que la dispersión en la zona data de 10.
000 años atrás, lo que modificaría las hipótesis hasta hoy sostenidas.
Otras de las discusiones que convoca el Gran Pajatén está relacionada con su descubrimiento a mediados de los años sesenta.
Con visos legendarios, la historia cuenta que el poblador Tomás Torrealva penetró por primera vez el espacio mientras formaba parte de una expedición.
Pero otras voces canónicas aseguran que la ciudadela fue visitada, en 1553, por quien fuera el arzobispo de Lima, Toribio Alfonso de Mogrovejo, y siglos después, en 1920, por el botánico alemán August Weberbauer.
Sin embargo, estas dos últimas versiones han quedado desvirtuadas sobre la base de documentos escritos por los propios protagonistas.
Se ha resuelto que todos ellos habrían pisado otros vestigios.
Lo demás son especulaciones.
Lo concreto –en medio de las interrogantes– es que la integración del antiguo peruano con la naturaleza y la destreza de su arquitectura están demostradas, a través de una lección asombrosa, en el Gran Pajatén.
Los Chachapoyas, cuyos misterios están guardados en la espesura del bosque, son los mayores gestores de esa fantástica armonía.
EL CIRCUITO
Durante años, y por el tipo de suelo que lo acoge, la riqueza de este emporio cultural pasó desapercibida para el mundo.
Hoy las cosas han cambiado.
Con el fin de fortalecer el eje histórico del norte peruano se ha elaborado el Plan Maestro de Conservación del Complejo Arqueológico de Kuélap y su Entorno, que implica básicamente las manifestaciones de la cultura Chachapoyas.
El trabajo multidisciplinario ha sido financiado por el Mincetur, Proinversión y el Instituto Nacional de Cultura y propone actuar desde las potencialidades de las zonas cercanas a los sitios arqueológicos de modo que se alcance el soporte necesario para establecer una actividad turística sostenible.
Con el fin de recoger información y dar base palmaria al proyecto, el equipo de trabajo ha realizado un conjunto de talleres a través de los cuales los pobladores han podido expresar sus necesidades.
Hecho el diagnóstico, se ha diseñado un esquema de acciones paralelas dirigidas a fomentar la protección, la conservación y el uso social del patrimonio cultural.
La licenciada Ana María Hoyle, asesora del proyecto y Directora General de Patrimonio Arqueológico del Instituto Nacional de Cultura, sostiene que «el proyecto recién está en sus inicios.
Se trata de un trabajo de 10 años y parece que será continuo, salvo que haya algún cambio a medio camino, lo que parece improbable».