En el valle sagrado de los incas, sobrevive el esplendor arquitectónico de una construcción cuya autoria recae en el principal organizador y estadista del imperio inca: Pachacútec, el que remueve la tierra. Belleza del lugar cuyo nombre breve, Pisac, se eleva por los cielos del tiempo.
Nuestro guía, don Benigno Rayo Díaz, se ofrece a contarnos en tres horas y media la historia de ese centro milenario que, según nos refiere, se edificó a comienzos del siglo XV. El recorrido se hará en ese tiempo, el justo para que usted, mamita, conozca la grandiosidad de nuestro pueblo, me dice.
Desgraciadamente, le respondo, sólo disponemos de una hora, así que el lucimiento de nuestro pasado tiene que ser breve, pero emotivo. Cumplió don Benigno, quien inició su exposición ubicándonos geográficamente. El complejo arqueológico de Pisac se encuentra a 33 kilómetros de la ciudad de Cusco, en el Valle Sagrado de los Incas y camino a la selva. Un lugar estratégico, diseñado con andenerías, estructuras domésticas y ceremoniales a base de piedras, que fue la hacienda real de Pachacútec y su panaca.
PORTADA. El Amaru Punku separaba el espacio sagrado.Una construcción que nos muestra no sólo la visión integral que tuvieron los incas sobre su existencia sino su capacidad de trabajo, tal vez, inspirada por la ilusión de construir un Estado protector. Su nombre viene de la palabra quechua pisaqa, una denominación que estos antiguos peruanos eligieron para señalar un tipo de ave silvestre que abundaba antaño en la zona, y era parecida a la perdiz. Quizás se inspire en ella, nos explica don Benigno.
Para llegar al recinto inca, salimos de Pisac pueblo, distrito de la provincia de Calca, en un taxi que por 40 soles y en 15 minutos nos llevó al lugar. Ya allí, pero antes de ingresar en el complejo atravesamos un camino de comerciantes y guías que ofrecen sus artes y bondades como expertos durante la semana.
Así elegimos al señor Rayo. Conocedor de esta obra inca, como nos dimos cuenta después. El paseo empezó en Cantu Racay, una zona de vigilancia, de control, medio alejada del complejo, cuenta don Benigno. La habitaron los responsables de proteger Pisac. «Una población militar que cuidaba el centro ceremonial Intihuatana», nos comenta.
ANDENES. En Pisac existe una gran variedad de este tipo de construcción.Seguimos andando para dirigirnos luego al cementerio inca, enclavado en un talud aproximadamente de 100 metros de altura y algunos kilómetros de extensión. No es parte del complejo arqueológico, pero camino a este, en la margen derecha, se observa claramente en la parte superior del cerro linliy que lo cobija, los restos de las tumbas que durante siglos fueron saqueadas. «Desde el Amazonas llegaban los muertos del pueblo, pero también los nobles. Dicen que hay más de cinco mil enterrados», nos explica este hombre que a sus 57 años, quechua hablante, recuerda haber querido ser profesor de su comunidad «para salvarla de la ignorancia, pero mi paternidad temprana me lo impidió».
Para conocer Pisac hay que andarlo. El siguiente punto es la portada Amaru Punku o Puerta de Serpiente. Un nombre elegido por los incas, según cuentan algunos para intimidar a las personas que no se purificaban en la fuente de agua instalada metros atrás, condición necesaria para ingresar a una zona sagrada; o justamente por esa razón, recordarles que eran sabios aquellos que traspasaban la puerta bendita.
Los miradores tenían una vista privilegiada del valle.Piedra sobre piedra. Una portada sencilla, cruzarla e imaginar que hombres y mujeres la atravesaron uniendo el Valle Sagrado de los Incas con los caminos de la Amazonía para guardar semillas, experimentar en la agricultura, rendirle culto al inca o vigilar. Todo estaba comunicado. Hasta caminar por un túnel, el «Chinkana», que traducido al español significa «vamos a perdernos» fue parte de la rutina. Don Benigno se muere de la risa cuando me traduce el nombre. Yo también, porque imagino, alejada del grupo de turistas, que puedo ser raptada por él. Y como si leyera mis pensamientos me dice «Si nos metemos, nadie nos ve». Soltamos la carcajada. Esta grieta natural, mejorada para ser utilizada como ruta de escape en caso los chancas atacaran fue quizás también una opción para los amantes furtivos, que los hubo y habrá siempre.
El tiempo se acaba. Se acerca la hora pactada con el hombre Rayo. Felizmente, el final se detiene en el mirador, en el «tukuyricuna», lo que se observa, lo que ve todo. Es el torreón que nos exhibe tendido, iluminado por el sol de la tarde, el Valle Sagrado de los Incas. Una imagen que nos arranca del siglo XXI unos segundos. Valió la pena el trajín y el resumen de una historia que tiene siglos.
No vimos el centro ceremonial, el Templo del Sol ni el Intihuatana, tampoco el sector Calca, lugar donde se almacenaban los granos ni el lugar donde reposaba el inca Pachacútec. Pero Pisac, que ya forma parte del círculo arqueológico que forman Ollantaytambo y Machu Picchu nos reconcilia con nuestras raíces andinas, y nos muestra al mundo como cultura creativa y grandiosa. «Mucho tiempo hemos perdido de espaldas al Ande. A veces siento que mi sabiduría ancestral la hubieran apagado», me dice Benigno, al despedirse. A mí me ocurre lo mismo querido Rayo. Ojala que nuestro país construya su historia con todos. Sin resentimientos ni desprecios.
Susana Mendoza – El Peruano