El 13 de enero de 1919, Julio César Tello Rojas inició la expedición que lo coloca hoy como el padre de la arqueología peruana. La fecha quedó escrita en lápiz en una pequeña libreta conocida hoy como “Número uno”, la cual se guarda en el Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Centro Cultural de San Marcos, en un lugar especial conocido como la habitación del Archivo Tello. El valor histórico de esta —y de otras decenas de libretas similares— radica en que contiene la información de cómo Tello empezó sus estudios sobre uno de los más grandes misterios de nuestro pasado: la cultura Chavín.
¿Descubrió Julio C. Tello Chavín? Sí, pero para el mundo académico. Al igual que Machu Picchu, Chavín no era un lugar desconocido antes de su llegada. Prueba de ello es la estela Raimondi, llamada así por el investigador italiano Antonio Raimondi, quien, en 1973, publicó el libro El departamento de Áncash y sus riquezas minerales, en el que mencionó dicha pieza. Pero fue Tello quien empezó a ordenar y estudiar a fondo los restos arqueológicos que halló en Chavín de Huántar.
Chavín cobró importancia por sus magníficas piezas —claro está—, pero también gracias a la labor de Tello, conocido también como “el primer arqueólogo indígena de la historia de América”. El arqueólogo estadounidense Richard Burger lo llama así en el libro The life and writings of Julio C. Tello, editado en 2009.
El también arqueólogo peruano Gabriel Ramón, en una reseña sobre dicho libro publicada en el Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, señala: “La mera presencia de un indio, como Tello, en el panteón académico peruano de la primera mitad del siglo XX, es un hecho relevante, una valiosa anomalía en la historia peruana, y aparentemente continental. Que este mismo personaje haya propuesto una lectura del pasado que todavía tiene fuerte impacto en la educación escolar, en los museos y en los manuales es aún más notable”.
Recordemos que Tello nació en Huarochirí, sierra de Lima, en una modesta familia, el 11 de abril de 1880. Desde muy niño, destacó por su inteligencia. Su traslado a la capital, durante su adolescencia, fue determinante para su formación académica. Tras terminar la secundaria en el colegio Guadalupe, ingresó a la Universidad de
San Marcos para estudiar, primero, Medicina, y luego Ciencias Sociales. Más tarde realizó una maestría en la Universidad de Harvard, Estados Unidos. Y ambos centros de estudio lo impulsaron en su investigación de la historia del Perú antiguo.
La expedición de 1919, organizada por San Marcos, no fue el primer trabajo de campo de Tello, pero sí la primera que tuvo a su cargo. El arqueólogo César Astuhuamán recuerda que en 1916 Tello participó en distintos estudios de campo promovidos por la Universidad de Harvard en la zona norte del país, específicamente en Piura. “Esa fue una de las experiencias más importantes en su carrera”, dice.
Para la expedición de 1919 Tello formó un equipo compuesto por dos estudiantes de medicina, dos dibujantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes y dos ayudantes. El historiador Raúl Hernándezexplica, en el artículo “Arqueólogos, huaqueros y autoridades locales en Chavín (1870-1945)”, que en este viaje hay poco trabajo arqueológico. “Tello registra los restos que están a la vista y comienza a intervenir en lo que será su principal aporte: la organización del sitio arqueológico”, añade. Sin embargo, es en este viaje que descubre el lanzón monolítico y, con ello, empieza a sentar las bases de los estudios arqueológicos en el Perú.
Hernández cuenta que Tello califica al lanzón como la obra más completa y artística del genio humano y dedica varias páginas de su libro de notas a una minuciosa descripción de cada detalle. “Por un lado, realiza una interpretación de las representaciones que le permite fundamentar su principal apuesta intelectual: el origen endógeno de la cultura andina. Por otro lado, la minuciosa descripción le sirve para defender su otra gran cruzada: la idea de que solo los arqueólogos profesionales estaban capacitados para entender el verdadero significado de los restos prehispánicos”, explica.
Julio C. Tello en una expedición. Julio C. Tello fundó el Museo Nacional de Arqueología y Antropología, donde fue enterrado a su muerte, en 1947.
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Cuatro fueron las expediciones a Chavín que encabezó Julio C. Tello, y muchas las anotaciones, teorías, estudios y análisis que salieron de ellas. Por ejemplo, señaló que Chavín supone el inicio de la civilización peruana, y que fueron personas procedentes de la Amazonía quienes la fundaron. Teorías que el tiempo, la ampliación de las investigaciones en la zona y los avances de la arqueología y la historia aún se debaten.
El profesor y arqueólogo Peter Kaulicke, por ejemplo, señala que no hay pruebas fehacientes de que los primeros habitantes de Chavín hayan venido de la Amazonía. Él considera que el origen de Chavín puede hallarse en la costa norte, tal vez en Sechín, asiento cultural ubicado también en el departamento de Áncash.
Y sobre Chavín como el origen de la civilización peruana, tiene también una postura muy crítica: “Ya la doctora Ruth Shady y sus estudios sobre Caral nos han mostrado que eso no es exacto. Chavín es un sitio extraordinario, pero no es el modelo total de una época, en este caso el periodo formativo. Tello convirtió este sitio en una especie de doctrina, porque para él era importante tener ese símbolo sobre una identidad originaria que pudiera servir para la posteridad. Él hizo mucho por conocer más el sitio y relacionarlo con muchos otros, e hizo un magnífico trabajo, pero creo que Chavín es un lugar muy elaborado, sofisticado, y eso no representa el inicio de algo, sino una consolidación”
Kaulicke coincide con quienes señalan que Chavín ha sido una suerte de santuario interregional, un punto de encuentro o de peregrinación, “un centro ceremonial excepcional dependiente de otras sociedades”.
El arqueólogo John Rick, profesor de la Universidad de Standford, lleva 26 años en Chavín. Los últimos descubrimientos que ha reportado son nuevas cabezas clavas, nuevas galerías y pinturas murales.
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El arqueólogo John Rick, profesor de la Universidad de Stanford, está a punto de cumplir 26 años trabajando en Chavín. Para él, Chavín es el sueño de un arqueólogo. “El sitio es muy bondadoso en términos de descubrimientos. Es difícil hacer cualquier acción sin encontrar algo en el camino. El sitio regala conocimientos. Después de 25 años, yo pienso que puedo predecir lo que vamos a encontrar en cada campaña de campo, pero cada año el sitio me sorprende”, explica.
Con autorización del Ministerio de Cultura y el apoyo de la empresa privada y la universidad, el profesor Rick encabeza el equipo del Programa de Investigación Arqueológica y Conservación Chavín de Huántar. “Estamos aprendiendo a entender el idioma de la arquitectura, por lo que analizando los muros del complejo arqueológico vamos entendiendo como evolucionó esta sociedad. Cuando detectamos cambios en el estilo de construcción o en los acabados, deducimos que algo sucedió en determinado momento. En estas interpretaciones vamos convirtiendo arqueología en historia”, señala.
Y añade: “Solo para dar un ejemplo: en los dos últimos años se han estado excavando galerías nuevas. Para dicho trabajo se han utilizado innovadores y pequeños robots, que pueden acceder fácilmente a espacios subterráneos”. Es decir, imagínese, usted, algo así como pequeñas réplicas de Wall-E recorriendo los vericuetos de nuestro pasado prehispánico para ayudarnos a entenderlo y encontrar respuestas.
En este proceso el equipo ha involucrado también a personas de las comunidades aledañas, ciudadanos cuyo papel hasta entonces había sido el de ser guardianes involuntarios de vestigios prehispánicos.
Raúl Hernández explica que los residentes en las zonas alrededor del monumento de Chavín se han autodenominado desde siempre excelentes huaqueros; incluso, cuando llegaron los primeros exploradores a la zona, reportaron que muchos hogares tenían entre sus adornos piezas arqueológicas sacadas del templo. Pero, en un punto de la historia, estos bienes empezaron a ser “recuperados” por el Estado de manos de los lugareños.
La relación entre arqueólogos profesionales y los locales no fue sencilla desde el inicio. Existió colaboración pero también competencia. En la actualidad el equipo especial que trabaja en el Monumento Arqueológico de Chavín está compuesto también por profesionales del lugar. Y este esfuerzo se ve también en el trabajo que realiza el Museo Nacional Chavín, bajo la dirección de la
arqueóloga y museóloga Natalia Haro.“Desde el museo hemos establecido una política de acercamiento con la comunidad. Si ellos no vienen a nosotros, nosotros vamos a ellos. Queremos generar más interés y ellos tienen buena disposición. Estamos haciendo un diagnóstico de lo que necesita la comunidad para sentirse involucrada. Este año hicimos un taller en el que conversamos con los
docentes sobre lo que esperan ellos de un museo nacional. También asistimos a los colegios llevando réplicas para que los estudiantes conozcan las cosas y la historia que se guarda en este espacio”.
Haro reconoce que de parte de la comunidad hay mucha apertura, pero no tanto interés. Por eso, ella ha se ha propuesto trabajar para que haya una apropiación de la comunidad no solo del museo, sino también del monumento.
El distrito de Chavín es zona arqueológica. Cada persona que realiza alguna modificación en su espacio, en su casa, en su calle, puede fácilmente chocarse con la historia. Encontrar piezas arqueológicas en el lugar puede ser moneda corriente. Personas como Natalia Haro han asumido como suya la labor pedagógica de ayudar a entender a la población que, si alguno de ellos se ve en esta situación, puede entregar lo hallado a las autoridades correspondientes de forma segura, sin temor a ser denunciado. Es, pues, otra forma de comprometerse con el cuidado de una zona donde la historia del Perú antiguo sigue palpitando fuerte.
Fuente: El Comercio