Sonrojada, una turista señala un enorme pene de cerámica y murmura algo a su esposo. Los dos ríen, aunque parecen más nerviosos que divertidos. La pareja ingresó a un ambiente del Museo Larco de Lima y, sin esperarlo, se vio rodeada de una apasionada orgía de arcilla que lleva celebrándose más de 1.300 años.
Cientos de vasijas de la civilización moche muestran sin pudor cuerpos entrelazados, aferrándose el uno al otro, exponiendo su intimidad y entregándose bajo la media luz de las vitrinas. Frente a todo este despliegue de sexualidad lo primero que uno supondría es que los antiguos habitantes de la región querían exhibir su envidiable intensidad amatoria. Sin embargo, estos «huacos», como se les llama a las cerámicas precolombinas en Perú, poco tendrían que ver con el amor ni con el placer.
Sexo en el desierto
Las escenas que inquietan a los visitantes pertenecen a la cultura moche, una civilización que floreció en lo que hoy es la costa norte peruana entre los siglos II y VIII después de Cristo. Aunque eso de florecer, es un decir. La tierra era avara y ruda.
«Los moche se desarrollan en uno de los climas más secos del planeta», explica el arqueólogo Walter Alva a BBC Mundo.
Alva lideró en 1987 el hallazgo de la tumba del señor de Sipán, un gobernante moche cuyo entierro es considerado uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del continente. «No es que en las vasijas ellos hayan representado su vida diaria. Lo que hicieron fue plasmar escenas rituales y lo erótico está enmarcado en el principio de la vida», apunta.
Las cerámicas muestran un frenesí de poses sexuales y, para esta antigua sociedad agrícola, el sexo se relacionaba con la fecundidad de la tierra. Quizá por ello, a pesar del detalle con el que los alfareros moche modelaron los genitales de sus esculturas, no pusieron mucho empeño en reflejar gestos de placer. En cambio, abundan las escenas sexuales que nada tienen que ver con la fertilidad, como el sexo oral, la masturbación e incluso el coito con los muertos. Y como veremos, son justamente estas últimas vasijas las que dan algunas pistas sobre la desaparición de esta cultura.
Ofrendas
Cuando el museo Larco trasladó los vestigios moche a Lima en la década de 1960, los menores de edad tenían prohibido ingresar a la sala de los huacos eróticos. Hoy, los colegios organizan excursiones. Sin embargo, la gran mayoría de los casi 120.000 visitantes que recibe al año son turistas extranjeros.
Según la web de viajes Tripadvisor, recorrer este museo es la segunda actividad más popular en Perú, sólo después de la visita a Machu Picchu. «Tenemos unas 45 000 piezas y todas ellas, incluidas las vasijas con motivos sexuales, fueron encontradas en tumbas», indica Andrés Álvarez Calderón, director del museo.
El arqueólogo Walter Alva lideró el hallazgo de la tumba del señor de Sipán en 1987. Las figuras eróticas apenas representan el uno por ciento de la totalidad de los vestigios, pero su estudio revela un universo que va mucho más allá del sexo. «Estos huacos son ofrendas que reflejan el círculo de la vida. Los moche no utilizaban las cerámicas eróticas para el uso diario», aclara a BBC Mundo.
Pese a lo que imaginan algunos turistas, los antiguos habitantes del continente no se servían el desayuno en recipientes fálicos.
El sexo en las vasijas era una manera de atraer la lluvia sobre sus campos desérticos y colocarlas en los entierros quería propiciar la fecundidad del campo.
Pero, ¿podían reflejar también su vida sexual?
Dominio del cuerpo
Mil años antes de la conquista y la llegada del catolicismo, la relación entre los primeros habitantes del continente y sus cuerpos era muy distinta. «Creo que los moche eran mucho más abiertos a la sexualidad que nosotros», apunta Isabel Collazos, museóloga de la Universidad de Nueva York. «Estas piezas obviamente reflejan también su erotismo. Nos muestran no una sino muchas posiciones, un dominio del cuerpo y del acto de amar», detalla a BBC Mundo. Sin embargo, Collazos insiste en que las referencias sexuales de las vasijas eran simbólicas y no una foto de la vida cotidiana.
¿Cuál es el simbolismo entonces del sexo oral o el coito con los muertos?
La arqueología moderna aventura algunas explicaciones a las escenas eróticas no reproductivas. En algunos casos, los moches representaban la eyaculación como una alegoría de las semillas fértiles. En ese sentido, la masturbación de un esqueleto de arcilla, por ejemplo, podía ser una súplica para que éste, bajo tierra, propiciase el éxito de los cultivos. Sin embargo, hay otra teoría que resulta aún más dramática.
El fin de una era
Si las escenas de sexo reproductivo invocan la lluvia sobre el desierto, las no reproductivas podrían haber rogado para que llegue la sequía. «Es muy probable que un fenómeno de El Niño devastador arrasase todo su sistema de riego y terminara con la cultura moche», señala Walter Alva. Así como sucedió en marzo de 2017 con El Niño Costero, el noroeste peruano resulta el área más vulnerable a las lluvias.
«Hay registro de varios fenómenos así en la zona y esto pudo destruir su agricultura y colapsar su estructura social», agrega el arqueólogo. El pueblo moche habría perdido la confianza en sus autoridades políticas y religiosas y, poco a poco, habría abrazado culturas más exitosas que se expandían desde el sur. Con el paso de los siglos, estos primeros hombres que poblaron el continente dejaron de ver en el sexo una forma de hablar con sus dioses.
Martin Riepl