Una maravilla que brilla en medio de la oscuridad

El asunto es redescubrir. Para ver Machu Picchu de otra forma no solo basta variar el dónde, sino el cuándo. No muchos son los que han tenido la oportunidad de estar en la ciudadela inca más famosa del mundo cuando el sol ya se ocultó. Enrique Cúneo es uno de esos pocos y, como no podía ser de otra forma, capturó a nuestra maravilla del mundo en sus imágenes. Pero la reformuló y, al hacerlo, lo que uno logra ver es otro Machu Picchu, uno más sugestivo y menos trillado.

“Siempre quise tomar fotos en Machu Picchu de noche y no se daba –cuenta Cúneo–, cuando por fin conseguí entrar se me ocurrió delinear ciertas partes con la linterna. Hice pruebas y me gustó. Entonces, traté de marcar las principales líneas, luego descubrí en cada toma que podía mejorar y abarcar más líneas”. Así, Enrique ha tramado una suerte de calco de la ciudadela. La técnica no es nueva, pero eso no merma en nada el resultado de este proyecto que, insiste el autor, aún está lejos de haber acabado.

Él sabe que esto no se habría podido cristalizar sin la ayuda tanto de las autoridades del Parque Arqueológico de Machu Picchu como de los guardianes, quienes lo asistieron pacientemente con las linternas durante varias noches. “Una coreografía de luciérnagas”, diría luego Enrique al recordar el trabajo que se hacía para cada toma.

Otra cosa que Enrique quiere dejar claro es que acá el trabajo es a la antigua. Sin mayores apoyos en programas de computación. Es adrede: le gusta pensar en esto como un tributo a Machu Picchu y como un trabajo artesanal.

La elocuencia habrá que dejársela a las fotos. Fernando Astete, jefe del parque arqueológico, guarda sus mejores elogios para Machu Picchu durante la noche. “Cuando hay luna llena es como una ciudad de mármol. Es algo realmente hermoso”, dice. Porque una cosa es Machu Picchu con toda esa gente colorida y afanada caminando, con todas sus cámaras y con todos los rumores de los guías y otra, muy distinta, cuando ya no queda un alma y las nubes se tiñen de ese dorado-rosado-lila mientras el sol se marcha. Y de pronto, la oscuridad. El imparable vaivén de idiomas, risas y explicaciones desaparece y queda, por fin, solamente el arrullo del río allá abajo, serpenteante, inagotable.

Roberto Ccahua, trabajador del parque desde hace 25 años, recuerda con un sentimiento que transita del respeto al temor sus noches en la ciudadela. Cuando pasaba por los templos de la parte central procuraba hacerlo con el mayor sigilo. A veces le parecía escuchar pasos. O recuerda que le parecía escuchar pasos, que es lo mismo. La sensación escapa a sus explicaciones. “Francamente no sé cómo explicarlo –dice Ccahua–, simplemente es otra cosa”.

Cada uno a su manera –Enrique con sus fotos, Fernando con sus adjetivos, Ccahua con sus silencios– intenta transmitir qué es Machu Picchu de noche. Cómo descifrar esa sustancia que han conocido y que no logran comprender del todo. Coinciden en que la experiencia es única. No hay ni un solo motivo para dudar de ellos.

 

Fuente: El Comercio

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