¿Cuáles son los principales sitios arqueológicos Moche?

La cultura Moche legó un rico patrimonio arqueológico a lo largo de la costa norte del Perú. Algunos de los sitios más importantes e impresionantes son:

Complejo Arqueológico El Brujo
    • Huaca Cao Viejo: Considerado uno de los centros ceremoniales más importantes de la cultura Moche, aquí se encontró la tumba del Señor de Sipán, uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XX.
    • Huaca Cortada: Este sitio fue utilizado como un centro administrativo y ceremonial.
    • Huaca Prieta: Se caracteriza por sus estructuras arquitectónicas y murales pintados.
Imagen de Complejo Arqueológico El Brujo
Huacas del Sol y de la Luna

Ubicadas cerca de Trujillo, estas dos pirámides son un testimonio del poder y la complejidad de la sociedad Moche. La Huaca del Sol era el centro administrativo y la Huaca de la Luna, el centro ceremonial.

Imagen de Huacas del Sol y de la Luna
Chan Chan

La ciudadela de barro más grande de América, Chan Chan, fue la capital del reino Chimú, sucesor de los Moche. Aunque Chimú, sus construcciones y urbanismo ofrecen una visión de la vida y la cultura de la región en el período post-Moche.

Imagen de Chan Chan
Otros sitios importantes
    • Huaca Rajada: Famosa por la tumba del Señor de Sipán, este sitio arqueológico ofrece una visión única de la vida de la élite Moche.
    • Huaca Dos Cabezas: Conocida por sus impresionantes frisos con representaciones de personajes míticos.
    • Pampa Grande: Una de las ciudades más grandes de la antigua América, con una extensión de más de 4 kilómetros cuadrados.
Imagen de Huaca Rajada
¿Qué puedes encontrar en estos sitios?

Al visitar estos sitios arqueológicos, podrás apreciar:

  • Arquitectura monumental: Pirámides, plazas, palacios y templos que muestran la habilidad de los constructores Moche.
  • Murals y frisos: Representaciones de dioses, personajes míticos, escenas de la vida cotidiana y rituales.
  • Cerámica: Vasijas con representaciones realistas de personas, animales y eventos históricos.
  • Orfebrería: Joyas y objetos de oro y plata de exquisita elaboración.
  • Tumbas reales: Lugares de enterramiento de gobernantes y miembros de la élite, con ofrendas funerarias de gran valor.
¿Qué más debes saber?
  • Ruta Moche: Muchos de estos sitios forman parte de la Ruta Moche, un circuito turístico que te permitirá conocer lo mejor de la cultura Moche.
  • Museos: Los museos locales, como el Museo Larco y el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, cuentan con importantes colecciones de artefactos Moche.
  • Visitas guiadas: Se recomienda contratar los servicios de un guía turístico para comprender mejor la historia y el significado de estos lugares.
Evidencias Moche V en tambos y caminos entre los valles de Santa y Chao, Perú

La ocupación Moche en el territorio comprendido entre los valles de Chicama y Nepeña alcanzó su mayor extensión durante las fases Moche III y Moche IV del periodo Intermedio Temprano, siendo en los valles de Chicama y Moche donde se centralizó el poder. La presencia de elementos Moche entre los valles de Virú y Nepeña, se debería a la acción expansiva del Estado Moche durante su apogeo, apareciendo nuevos centros con patrones Moche e introduciéndose cambios en los estilos de la cerámica local (Castillo y Donnan 1994).

Durante la fase Moche V, que corresponde al Horizonte Medio, el patrón de expansión revertió, contrayéndose el área de su influencia a los valles de Moche y Chicama. En la margen norte del valle de Moche y a unos veinte kilómetros tierra adentro desde el Océano Pacífico surgió Galindo, el asentamiento Moche V más extenso y de mayor importancia en el área (Bawden 1977, 1982). Los valles al sur de Moche, desde Nepeña hasta Virú, no reflejan una presencia significativa Moche V, hecho que se atribuye a una reorganización interna radical del Estado moche (Bawden 1982: 287).

Evidencias Moche V en tambos y caminos entre los valles de Santa y Chao, Perú
Víctor Pimentel y María Isabel Paredes

 

Moche: hacia el final del milenio. Actas del Segundo Coloquio sobre la Cultura Moche

(Trujillo, 1 al 7 de agosto de 1999), Santiago Uceda y Elías Mujica, editores, T. I, págs. 269-303.

Lima, Universidad Nacional de Trujillo y Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003.

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Fig. 9.1. Ubicación del área de estudio.

 

Los restos culturales de la fase Moche V en el territorio Mochica Sur, que se extiende entre los valles de Chicama y Nepeña (Castillo y Donnan 1994), se encuentran principalmente entre los valles de Chicama y Moche. Las evidencias atribuibles a la fase Moche V entre los valles de Virú y Huarmey, al sur del valle de Moche, son casi inexistentes (Bonavia 1992: 398399) y se limitan a fragmentos de cerámica y tejidos recolectados en la superficie, provenientes en su mayoría de contextos funerarios saqueados (Donnan 1973, Conklin 1978, Bonavia 1982, Wilson 1988). Se ha observado que con frecuencia las evidencias Moche no están aisladas, sino que están asociadas a restos de otros estilos del Horizonte Medio (Donnan 1973, Proulx 1973, Bonavia 1982, Pimentel et al. 1991, Pimentel 1994).

En el año 1991, en el marco del Proyecto de Rescate Arqueológico Chavimochic, se realizaron trabajos de campo en Pampa Colorada, ubicada en el desierto entre los valles de Chao y Santa. Estos trabajos tuvieron como principal objetivo el registro y documentación de los sitios de ocupación asociados a una compleja red de caminos prehispánicos que serían afectados por las obras de construcción del Canal Lateral Principal 1 – Sector Pampa Colorada y las áreas de lotización del proyecto de desarrollo rural integrado de las áreas del Proyecto de Irrigación Chavimochic (Uceda 1988, Pimentel 1991).

La recolección superficial y las excavaciones en la zona de Pampa Colorada revelaron la existencia de una significativa ocupación Moche V relacionada con los caminos e instalaciones conexas (Pimentel et al. 1991, Pimentel 1994). El propósito de esta contribución es presentar los datos de la ocupación Moche V y discutir brevemente sobre el posible significado de su presencia en esta zona así como en este tipo de sitios.

UBICACIÓN Y DESCRIPCIÓN DEL ÁREA

El área que ocupan los caminos y construcciones conexas se localiza en los sectores conocidos como Pampa Colorada y Pampa Pancitos, en la zona desértica del extremo suroccidental de la cuenca del río Chao, en el distrito de Virú, provincia de Trujillo. Se ubica entre los 8°36′ y 8°40′ de latitud sur y los 78°35′ y 78°38′ de longitud oeste, a una altitud promedio de 150 msnm. Su extensión es de aproximadamente 16 km² (Fig. 9.1).

Estas pampas tienen por límites naturales a los cerros Arenoso por el norte y este, cerro Coscomba y cerro Portachuelo por el sur y al cerro Los Pancitos por el oeste. Tienen su origen en las quebradas Portachuelo, Pampa Colorada y Coscomba.

El área se caracteriza por una secuencia de rocas volcánicas, con intercalaciones de sedimentos de la Formación Casma, del Jurásico Superior-Cretáceo y rocas ígneas del Batolito Andino del Cretáceo-Terciario (ONERN 1973). Estas formaciones encierran depósitos aluviales cuya fisiografía está caracterizada por la llanura de piedemonte, cauces de riachuelos y quebradas además del paisaje colinoso. Estos depósitos se encuentran parcialmente recubiertos por arena y limo. Al oeste de cerro del Chino, en el sector central del área, existe una colonia de dunas tipo barkanes, médanos y “lomos de ballena” originados por arena eólica procedente de la franja costera al norte del valle de Santa, transportada por fuertes vientos venidos del suroeste a través de la quebrada de Coscomba.

Estas formaciones arenosas cubren parcialmente gran número de edificaciones de piedra del sector central. Los suelos presentan además abundante material grueso, especialmente gravas, guijarros y piedras de forma subangular. Existen también ligeros contenidos limoarcillosos derivados de sedimentos coluvio-aluviales. El relieve es ligeramente ondulado, con una pendiente de 5% en promedio (INADE 1991).

El área de estudio corresponde a la zona de vida Desierto desecado subtropical (dd-s), con clima extremadamente árido y semicálido. La biotemperatura media anual es superior a los 18° C y la precipitación anual promedio inferior a los 10 mm. En estas condiciones la vegetación y la fauna son muy escasas.

ESTUDIOS PREVIOS

Existen informaciones indirectas de esta área desértica (Willey 1953, Kosok 1965, von Hagen 1976), pero no es sino hasta la década del los años setenta que se inician trabajos sistemáticos, referidos todos ellos a reconocimientos y recolección de material de superficie (Cárdenas 1976, Uceda 1988, Wilson 1988). Estos estudios pusieron en evidencia la existencia de una serie de caminos y asentamientos adyacentes, que reflejaban una ocupación relativamente densa en el desierto intervalle Santa – Chao.

La mayor parte de los restos arqueológicos que se encuentran en el área corresponden a ocupaciones del Horizonte Medio. Sin embargo, existen varios sitios adyacentes a los caminos en cuya superficie se halló cerámica diagnóstica de periodos anteriores (Uceda 1988, Pimentel et al. 1991, Pimentel 1994).

Wilson (1988) considera que la red de caminos intervalle se estableció a partir de la primera mitad del Horizonte Medio, luego que el Estado moche dejara de ejercer dominio en los valles sureños de la costa norte. Sostiene, además, que probablemente esta red de caminos y asentamientos formaba parte de un extenso sistema de comunicación multivalle del Estado Negro-Blanco-Rojo (Tricolor), cuyo centro de poder político habría estado en el sitio conocido como El Purgatorio en el valle de Casma (Wilson 1988: 334-335).

Nuestros trabajos inicialmente enfocaron el problema de la cronología de los caminos y los asentamientos adyacentes, así como sobre la categoría y función que estos sitios cumplieron. Los resultados obtenidos confirmaron los datos de Wilson (1988), pero también arrojaron evidencias de una ocupación anterior Moche V e inclusive de ocupaciones más antiguas, que se remontan a fines del Horizonte Temprano y al periodo Intermedio Temprano (Uceda 1988, Pimentel et al. 1991, Pimentel 1994).

DESCRIPCIÓN DE LOS SITIOS
Caminos

La red de caminos y asentamientos asociados que se ha registrado en el área de Pampa Colorada está compuesta de por lo menos once caminos y diecinueve asentamientos asociados (Fig. 9.2), varios de los cuales fueron registrados por Wilson (1988). La complejidad de esta red no sólo está expresada por su extensión y organización sino también por la variabilidad cronológica (Pimentel et al. 1991, Pimentel 1994, Uceda 1988). Los caminos comunican las partes medias y las partes bajas de los valles de Santa y Chao.

Los caminos presentan generalmente trazo en línea recta, atravesando la llanura desértica o al pie de las cadenas bajas de las montañas adyacentes. El ancho de los caminos puede variar entre 1 m y 30 m. Otras veces se reducen a simples senderos con menos de 50 cm de ancho. Casi siempre su ancho es uniforme. Algunas veces están delimitados por alineaciones de piedras que corren paralelas en casi todo su recorrido. Las piedras utilizadas en la construcción de estas alineaciones provienen de la limpieza al interior de los caminos. Otra característica común es la diferencia de color entre la superficie delimitada por el camino de la superficie al exterior (Pimentel et al. 1991, Pimentel 1994).

Los sitios asociados con evidencias de ocupación Moche V se encuentran a lo largo de los caminos C-1 y C-3. El sitio ISCH.206: 6 está localizado inmediatamente al sur del camino C-3 y los sitios ISCH.206: 3, ISCH.206: 8, ISCH.206: 8B y VCH.300: 42 están ubicados hacia ambos lados del camino C-3 (Fig. 9.2).

Camino C-1

El camino C-1 viene del sur por la quebrada Portachuelo y se dirige al norte hacia el valle de Chao. Su recorrido es en línea recta, cruzando Pampa Colorada, la quebrada del mismo nombre y en el sector correspondiente a Pampa Pancitos lo hace al pie de la cadena de los cerros Arenoso y al este del cerro isla que lleva el mismo nombre.

En el trayecto de este camino, correspondiente al área estudiada, se encuentran los sitios ISCH.206: 2, ISCH.206: 5, ISCH.206: 6, ISCH.206: 7, ISCH.206: 15, ISCH.206: 23 e ISCH.206: 24. Sin embargo, no todos los sitios se encuentran propiamente adyacentes, sino que algunos de ellos invaden o se superponen al área definida del camino. Tal es el caso de los sitios ISCH.206: 5, ISCH.206: 6 y al parecer el sitio ISCH.206: 15. Las estructuras que los conforman están invadiendo el camino o se encuentran edificadas sobre las alineaciones de piedras que lo delimitan. Estas evidencias sugieren una edad relativa menor respecto de la antigüedad del camino.

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El camino tiene un ancho más o menos uniforme que varía entre los 15 y 17 m. Está definido por dos alineaciones de piedras que corren paralelas en casi todo su recorrido. La mayoría de estas piedras proviene de la limpieza al interior del área que definen. Consecuentemente, la superficie interna está prácticamente desprovista de piedras que interrumpan un tránsito fluido, contrastando con el paisaje pedregoso natural reinante en el área. Otra característica es el contraste de la coloración entre la superficie delimitada del camino y la circundante, testimoniando un uso notable. El tramo correspondiente a Pampa Colorada cruza un sector donde los depósitos de arena eólica son bastante acentuados, lo que hace difícil su seguimiento.

Es difícil establecer la relación camino-asentamiento en el caso de los sitios ISCH.208: 15 e ISCH.210: 23, puesto que dichos asentamientos habían sido ya destruidos antes de iniciarse el rescate arqueológico. En las aerofotografías de este sector se puede observar que algunas construcciones de estos sitios invadían el interior del camino C-1.

El sitio ISCH.206: 7 reviste especial importancia. Se trata de un conjunto de estructuras rectangulares y paravientos hacia ambos lados del camino. Algunas de ellas, especialmente dos construcciones cuadrangulares, se encuentran prácticamente cerrando el paso del camino, invadiéndolo en todo su ancho y restringiendo el paso a un angosto pasaje de apenas 1 m de ancho. A pocos metros de distancia hacia el este se encuentran recintos rectangulares alineados y 10 m más distante, en la misma dirección, existe una estructura de aproximadamente 30 m de largo, con muros de mampostería rústica, menos elaborados que los anteriores.

Por sus características, es posible que este sitio cumpliera las funciones de control, con instalaciones para almacenamiento de productos y corral para ganado. Si bien es cierto que existen en el área edificaciones similares a las descritas, su disposición y articulación no es la misma, ni conservan todas la misma orientación como en este caso. Existen instalaciones asociadas al camino C-3 y en las faldas de cerro del Chino que al parecer cumplieron funciones similares.

Para concluir con la descripción del camino C-1, hay que mencionar que el sitio ISCH.208: 15 –hoy destruido– se encontraba ubicado en el punto de convergencia con otro camino que viene de la quebrada Palo Redondo en el valle de Santa y baja por la quebrada Pampa Colorada, hacia el valle de Chao.

Camino C-3

Al igual que el camino C-1, esta vía marca una de las principales rutas intervalle. Este camino se extiende a lo largo del área estudiada, con orientación de sureste a noroeste. Se conoce su recorrido desde la quebrada Cenicero en el valle de Santa, a lo largo de la quebrada Portachuelo y a través de Pampa Colorada y Pampa Pancitos hasta llegar al valle de Chao. La construcción de este camino de 25 m de ancho promedio, significó la limpieza de la superficie interna con la finalidad de hacerlo menos pedregoso, alineando las piedras medianas y grandes hacia ambos lados. Existen numerosos rastros o huellas de senderos que corren paralelos en ambos lados. La diferencia del color de la pátina de la superficie interna y la del exterior, así como la gran cantidad de sitios asociados y los desechos en superficie, ponen de manifiesto un uso notable de este camino durante tiempos prehispánicos.

Los sitios comprendidos en el área de estudio y que están asociados a esta vía son, de sursureste a nor-noroeste, el ISCH.206: 3, ISCH.206: 8, ISCH.206: 8B, ISCH.210: 20, ISCH.210: 21, VCH.300: 42 y VCH.330: 42A. A partir del sitio de control ubicado en las faldas de cerro del Chino, se origina una bifurcación o camino lateral (C-5 y C-6). Es precisamente en este sector, al noreste del sitio de control aludido, donde se presenta una de las mayores acumulaciones de arena eólica en forma de dunas o barcanes y es también allí donde algunas de las construcciones de los sitios ISCH.210: 20 e ISCH.210: 21 parecen invadir la superficie interior del camino.

La relación camino-asentamiento es bastante clara entre C-3 y los sitios VCH.300: 42 y VCH.330: 42A. Por otro lado, los sitios ISCH.210: 20 e ISCH.210: 21 están vinculados no sólo al camino C-3 sino también al C-5, que se origina del punto de control al oeste de cerro del Chino. En este sector central del área es donde la red de caminos se hace compleja, formándose cruces, bifurcaciones y donde se encuentra la mayor densidad de construcciones y el mayor número de cercos de piedra.

Sobre el borde de la margen norte de la quebrada que separa los sitios ISCH.206: 8 e ISCH.206: 8A, a cada lado del camino y marcando su reinicio sobre la meseta, existen dos grandes amontonamientos de piedras, de unos 5 m de diámetro y cerca de 1,5 m de altura, pudiéndose tratar de apachetas.

Estructuras asociadas a los caminos

Existen tres tipos de construcciones habitacionales: el primer tipo corresponde a los recintos de tipo paraviento (Fig. 9.3), el segundo tipo agrupa estructuras de planta rectangular, con uno o dos ambientes (Fig. 9.4). El tercer grupo está constituido por edificaciones más grandes y complejas, de planta ortogonal, compuestas por varias habitaciones, patios y cuartos alineados, presumiblemente para almacenamiento (Figs. 9.5, 9.6, 9.9 y 9.10). Es precisamente en este último tipo de construcciones que se encuentran asociados fragmentos de vasijas grandes o tinajas, que podrían haber servido para conservar agua y alimentos.

Cercanas a las construcciones de planta ortogonal se encuentran grandes espacios cercados o corrales. Al interior de algunos de ellos se halló pequeñas cantidades de excremento de camélidos (Fig. 9.7).

Se ha postulado que las unidades arquitectónicas complejas de planta ortogonal de Pampa Colorada pudieron haber cumplido funciones de posada, similares a la de los tambos incaicos generando a su alrededor el crecimiento de pequeños centros poblados (Hyslop 1984, 1992; Pimentel 1994).

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EXCAVACIONES

La cerámica de recolección superficial señalaba que los sitios ISCH.206: 3, ISCH.206: 6, ISCH.206: 8, ISCH.206: 8B y VCH.300: 42, que están asociados a los caminos C-1 y C-3, correspondían a una ocupación Moche V, hecho que fue confirmado con nuestras excavaciones. En estos cinco sitios se excavaron un total de 22 unidades arquitectónicas. Se hicieron trincheras e intervenciones en área.

En razón de la similitud que existe en la estratigrafía de las 22 estructuras excavadas, presentamos a continuación la descripción de las excavaciones realizadas en dos estructuras complejas representativas de dos sitios de filiación Moche V. El primer ejemplo presenta la estratigrafía más compleja documentada. El segundo caso es un ejemplo de estratigrafía típica, que puede fácilmente ser aplicada a cualquiera de las unidades excavadas.

La estructura E-1 del sitio ISCH.206: 3

En esta estructura se excavó inicialmente una trinchera de 7 m de largo por 1 m de ancho. Luego la excavación se amplió a un cuadro de 2 m de lado, adosado a la trinchera inicial por el lado oeste. La excavación cubrió la esquina noroeste y además del grueso muro perimétrico abarcó otros dos muros ordinarios que corren de sureste a noroeste; de estos dos muros, uno define a una habitación alargada que ocupa toda la esquina norte. El segundo muro es mas bien una alineación muy irregular de piedras que parece formar un pequeño cuarto adyacente a la habitación esquinera (Fig. 9.8).

 

Las excavaciones realizadas mostraron la siguiente estratigrafía:

Capa 1. Arena suelta de grano fino a mediano, de color amarillento grisáceo. Su espesor varía entre 8 y 12 cm, siendo este depósito más grueso cuando está más cerca de los muros. Esta capa contiene también piedras pequeñas y medianas concentradas a lo largo de los muros que cruzan la trinchera. En las depresiones de la superficie irregular del terreno se han formado lentes muy delgados de sedimento limo-arcilloso.

En el extremo noreste de la excavación, al exterior de la estructura, se encuentra una cantidad de grava mayor que al interior. En toda el área excavada se encuentran fragmentos de cerámica, restos malacológicos, huesos de peces y mamíferos, restos vegetales así como coprolitos. Estos desechos se encuentran en mayor cantidad en el ambiente central (A) de la estructura, fuera de la pequeña habitación esquinera al interior de la estructura.

Capa 2. Tierra sedimentada semicompacta, limo-arcillosa arenosa y poco gravosa, de color marrón grisáceo. Esta capa se encuentra por fragmentos al exterior del muro que delimita la habitación esquinera (ambiente B), especialmente bajo las piedras que conforman dicho muro. Esta capa se encuentra alrededor de algunas piedras medianas y grandes, un poco distanciadas, que parecen formar un pequeño cuarto adyacente a la habitación esquinera. Esta capa tiene 3 cm de espesor promedio.

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Capa 3. Esta capa de 8 cm de espesor está compuesta por tierra arenosa de color marrón claro a oscuro, grava menuda y gran cantidad de coprolitos, restos vegetales y malacológicos, además de fragmentos de cerámica.

Capa 4. Piso de ocupación, compuesto por tierra semicompacta limo-arcillosa y poco gravosa, de color marrón amarillento. La superficie es irregular y presenta grietas así como algunas piedras pequeñas dispersas. Al interior del ambiente que ocupa la esquina de la estructura existen por lo menos cuatro huellas de quema, en forma de manchas de tierra color rojo grisáceo. Algunos hoyos están alineados con el paramento interior del muro grueso. Estos hoyos, que posiblemente corresponden a improntas de postes, tienen de 14 a 18 cm de diámetro y hasta 15 cm de profundidad. El espesor de esta capa varía entre 4 y 10 cm.

El piso en el área correspondiente al ambiente central, fuera de la habitación esquinera, muestra también una superficie cuarteada y desniveles acentuados. Se encuentra una serie de hoyos alineados formando un semicírculo. Se trata posiblemente de improntas de postes que tienen 10 cm de diámetro promedio y 15 cm de profundidad. Al igual que los hoyos al interior del ambiente B, están cubiertos o rellenos con arena limpia y suelta.

Fig. 9.7. Estructura E-46 del sitio ISCH.206: 3.

Al oeste de la alineación irregular de piedras que parece formar el muro antes mencionado, se encuentra una concentración de piedras pequeñas, incrustadas y sobresalientes unos 10 cm de la superficie del piso, que junto con tierra arenosa suelta de color marrón oscuro, coprolitos y otros desechos, forman un lente de aproximadamente 50 cm de diámetro y 15 cm de profundidad.

Capa 5. Bajo el piso de ocupación aparece un depósito compacto formado por grava, tierra y arena de color marrón amarillento. Presenta algunas piedras pequeñas irregulares aisladas. Algunos de los hoyos de poste de la capa anterior cortan esta última capa.

Al exterior de la estructura, tanto del lado noreste como al noroeste, aparece primero una serie de sedimentos limo-arcillosos arenosos y gravosos, de textura fina y consistencia compacta, de color marrón amarillento a amarillo oscuro.

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Fig. 9.8. Dibujo de planta de la estructura E-1 del sitio ISCH.206: 3.

 

Fig. 9.9. Estructura E-1 del sitio ISCH.206: 8B vista desde el noreste.

 

La estructura E-1 del sitio ISCH.206: 8B

Esta unidad está ubicada en el sector este del sitio ISCH.206: 8B, sobre una terraza poco elevada al interior de una quebrada ancha y relativamente profunda.

Comprende un recinto de planta cuadrangular con un solo acceso al lado sur. Existe un pequeño compartimiento adosado en el lado sureste, con planta de forma circular irregular, al que a su vez se adosa una suerte de plataforma baja conformada por una acumulación de piedras subangulares de distintos tamaños. Otros dos muros pequeños, distantes a poco más de un metro al suroeste del recinto, parecen estar formando otro compartimiento. Tres muros rodean finalmente el recinto central y construcciones aledañas. Dos de ellos son curvos, bastante grueso el que se encuentra al suroeste (tiene cerca de 1,5 m de ancho). El que delimita el conjunto por el lado este es de unos 20 m de largo y a el están adosados pequeños muros, que como brazos parecen definir ambientes internos y externos. El tercer muro que rodea el conjunto se encuentra en el extremo noroeste; tiene forma de “L” con 8 m de largo.

Una excavación se realizó en el recinto central, cubriendo aproximadamente una cuarta parte el lado suroeste, incluido el acceso; el área excavada fue de 5 m por 4 m. Se excavó un segundo cuadro de 2 m de lado, ubicado al exterior del muro perimétrico curvo del lado este. Esta última unidad de excavación no produjo materiales asociados (Figs. 9.9 y 9.10).

Las excavaciones realizadas mostraron la siguiente estratigrafía:

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Fig. 9.10. Dibujo de planta de la estructura E-1 del sitio ISCH.206: 8B.

Capa 1. La superficie de esta capa está conformada por una muy delgada costra de gravilla menuda oxidada de color rojo que cubre un depósito de arena suelta de color amarillento grisáceo y lentes dispersos de sedimentos arcillosos e inclusiones de algunas piedras pequeñas. Mezcladas con la arena se encuentran también piedras medianas subangulares que provienen del muro que forma el recinto. Este muro tiene poco más de 1 m de ancho. Al limpiarse la cabecera se definió el doble paramento irregular y el relleno de piedras pequeñas y grava al centro (Fig. 9.11).

Esta capa ocupa de manera más o menos uniforme toda la superficie del recinto y su espesor varía entre 6 y 8 cm. Los materiales asociados son escasos fragmentos de cerámica y restos malacológicos.

Capa 2. Capa de 8 a 14 cm de espesor, compuesta por arena eólica suelta, de color marrón amarillento, lentes dispersos de sedimentos limo-arcillosos y gran cantidad de grava y pequeñas piedras dispersas. Los desechos culturales son abundantes, encontrándose fragmentos de cerámica, restos de malacofauna terrestre y marina, huesos fragmentados de animales, restos vegetales y coprolitos.

Fig. 9.11. Detalle de muro en la estructura E-1 del sitio ISCH.206: 8B.

Luego de excavado este depósito se definió el paramento interior del recinto, cuyo muro presenta esquina redondeada; de igual modo quedó definido el vano de acceso, que mide 1,60 m de ancho.

Capa 3. Piso de ocupación formado por tierra compacta limo-arcillosa de color marrón amarillento a grisáceo, gravoso, con inclusiones de pequeñas piedras subangulares. La superficie es relativamente regular, a excepción del sector correspondiente al acceso del recinto, donde se encuentra una concentración de grava y tierra apelmazada que está elevada unos 15 cm respecto del piso. Existen numerosos hoyos circulares de diferentes diámetros, pero aquellos que se asemejan a improntas de postes están alineados a 30 cm del muro y sus diámetros varían entre 18 y 20 cm. No hay huellas de quema o concentraciones importantes de carbón que indiquen actividades de cocina en el área excavada, aunque por la naturaleza de los hallazgos asociados a la capa superior, es de suponer que actividades de este tipo se desarrollaron al interior de esta estructura.

La estratigrafía de la unidad de excavación al exterior es muy similar a la del interior del recinto. La diferencia radica en la ausencia total de materiales culturales u otras evidencias que indiquen una actividad importante fuera de los límites de la construcción.

Fig. 9.12. Fragmentos de botella de asa estribo Moche V con decoración bicroma geométrica en la superficie del sitio ISCH.206:3.
LOS MATERIALES CULTURALES
La cerámica

Los materiales arqueológicos provenientes de la recolección de superficie son principalmente fragmentos de cerámica, algunos pocos implementos líticos y un solo objeto de cobre. Una cantidad significativa de la cerámica de superficie se halló en pequeñas concentraciones de fragmentos que pertenecen a vasijas completas rotas in situ (Figs. 9.12 y 9.13). Los hallazgos superficiales se encontraron tanto al lado como al interior de los caminos, así como alrededor y al interior de las construcciones asociadas. Las escasas piezas líticas, así como los restos malacológicos, óseos y vegetales provienen mayormente de contextos excavados (Pimentel et al. 1991; Vásquez y Rosales 1991a, 1991b). En este artículo ponemos énfasis en la cerámica proveniente de la superficie y de los contextos excavados que nos permiten fechar relativamente los caminos y los asentamientos asociados.

El material cerámico procede de las excavaciones y recolección superficial de los sitios ISCH.206: 3, ISCH.206: 6, ISCH.206: 8, ISCH.206: 8B y VCH.300: 42, en los que predominan estructuras de tipo paraviento, recintos de planta ortogonal irregular de uno o varios ambientes y grandes recintos rectangulares, así como muros de retención asociados a caminos.

Fig. 9.13. Fragmentos de botella de asa estribo Moche V con decoración bícroma en la superficie del sitio ISCH.206:3.

Gran cantidad del material recolectado de la superficie está erosionado o afectado por abrasión, producida por acarreo eólico arenoso; los cambios bruscos de temperatura entre el día y la noche pudieron haber provocado la fragmentación en piezas muy pequeñas, que también abundan en el sitio.

El material cerámico procedente de excavaciones se registró y recuperó en su totalidad (cerámica diagnóstica y no diagnóstica), mientras la recolección superficial en sitios no excavados sólo se centró en fragmentos diagnósticos ubicando el lugar de su procedencia.

Presentación de los datos

La muestra cerámica analizada procede de 14 de las 22 estructuras excavadas en 5 sitios. Está compuesta por 2014 fragmentos, de los que hemos usado básicamente la cerámica diagnóstica, compuesta de 649 fragmentos. Los datos de la cerámica de recolección superficial en estos sitios serán sólo usados de manera referencial.

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Fig. 9.14. a) Botella con decoración geométrica proveniente de la superficie de la estructura E-16 del sitio ISCH.206:3. b) y c) Botellas halladas en la superficie del sitio ISCH.206:3.

 

SITIO Y

ESTRUCTURA

ÉPOCA/ESTILO TOTAL
HORIZONTE

TEMPRANO

GALLINAZ O RECUAY MOCHE V CHIMÚ

TEMPRANO

CASMA LAMBAYEQUE CHIMÚ MEDIO/TARDÍO

INDEFINIDO

. . . . . . . . . . .
ISCH.206:3 2 1 6 135 107 45 0 9 10 315
E-1 . . 6 45 58 . . . 6 115
E-3 . 1 . 19 37 8 . 9 3 77
E-16 . . . 41 3 . . . . 44
E-17 . . . 7 1 . . . 1 9
E-20 2 . . 23 8 37 . . . 70
. . . . . . . . . . .
ISCH.206:6 2 0 8 17 70 3 0 0 10 110
E-1 . . . 9 . . . . 1 10
E-2 . . 8 . 10 . . . . 18
E-3 . . . 4 1 1 . . . 6
E-4 2 . . 4 59 2 . . 9 76
. . . . . . . . . . .
ISCH.206:8 0 0 14 11 12 5 1 0 1 44
E-1 . . 10 4 9 5 1 . . 29
E-2 . . 4 7 3 . . . 1 15
. . . . . . . . . . .
ISCH.206:8B 0 0 0 12 7 0 0 2 2 23
E-1 . . . 5 3 . . 2 . 10
E-2 . . . 7 4 . . . 2 13
. . . . . . . . . . .
VCH.300:42 1 0 5 31 92 12 0 4 12 157
E-1 1 . 5 31 92 12 . 4 12 157
. . . . . . . . . . .
TOTAL 5 1 33 206 288 65 1 15 35 649

Cuadro 9.1. Cerámica diagnóstica procedente de excavaciones.

Los resultados del análisis de esta colección nos ha permitido distinguir material cerámico de filiación Moche V, con un total de 206 fragmentos. El sitio con mayor cantidad de fragmentos de estilo Moche V es el ISCH.206: 3, de donde provienen 135 fragmentos. La cerámica Moche V no está aislada, sino que, por el contrario, en la mayoría de los casos está asociado a cerámica de otros estilos del Horizonte Medio (Cuadro 9.1).

Entre las formas más frecuentes tenemos botellas de asa estribo con 81 fragmentos, seguidas por las jarras representadas con 39 fragmentos y las ollas con cuello con 36 fragmentos. También se han registrado fragmentos de tinajas, platos, cántaros, cuencos, ollas sin cuello, partes escultóricas y un fragmento de un instrumento musical, probablemente parte de una caracola o pututo (Cuadro 9.2).

Para la identificación del material Moche V usamos los mismos criterios a partir de los cuales Larco (1948) definió esta fase; cabe decir, básicamente los cambios en la forma, los diseños decorativos y las proporciones relativas de las asas, cuellos y cuerpos para el caso de las botellas de asa estribo. Para identificar las otras formas se consultaron los resultados de trabajos de investigación posteriores en los que están documentadas otras formas asociadas a las botellas de asa estribo (Proulx 1968, 1973; Donnan 1973; Shimada 1976, 1978, 1994; Bawden 1977, 1994; Wilson 1988).

ÉPOCA/ESTILO . TOTAL
Plato Cuenco Taza Olla sin cuello Olla con cuello Cántaro Jarra Botella Tinaja Asa Escultórica Instrumento Musical Indefinido
Horizonte Temprano . . . 1 1 . . 3 . . . . . 5
Gallinazo . . . . . . . . . . . . . 0
Recuay 6 9 . 1 14 . . . . . . 2 . 32
Moche V 5 3 . 3 36 39 5 81 26 1 6 1 . 206
Chimú Temprano 104 1 . 3 54 42 54 19 2 . 9 . . 288
Casma . . . . 64 . 1 . . . . . . 65
Lambayeque . . . . . . . 1 . . . . . 1
Chimú Medio/Tardío . . . . 5 . 2 8 . . . . . 15
Indefinido 4 2 . 7 16 2 . 3 . . . . 1 35
TOTAL 119 15 0 15 190 83 62 115 28 1 15 3 1 647

Cuadro 9.2. Estilos y principales formas de vasijas del sitio ISCH.206:3.

Formas de vasijas
BOTELLAS DE ASA ESTRIBO

A partir del análisis de los 87 fragmentos de botellas, se ha podido distinguir que la mayoría corresponden a botellas con el asa estribo casi triangular, con pico tubular troncocónico, cuerpo semiglobular. En la mayoría de los casos la base es anular o con pedestal ligeramente insinuado y en otros casos la base es plana (Fig. 9.14 a-c).

La decoración pictórica al exterior de estas vasijas está hecha a base de diseños geométricos en línea fina de color rojo oscuro sobre engobe crema. Entre los motivos decorativos destacan triángulos escalonados contrapuestos y volutas en pequeña escala, repetidos en bandas horizontales sobre el cuerpo, combinados con bandas anchas, que también decoran el asa y pico, para el caso de las botellas con base anular (Fig. 9.14 a-b). También existen algunos fragmentos de cuerpo de botellas que muestran decoración con motivos pintados en línea fina que al parecer forman parte de escenas complejas (Fig. 9.15 c-g). Existen igualmente fragmentos que muestran decoración a base de una combinación de bandas anchas de color rojo oscuro pintadas sobre engobe color crema localizadas en la base del cuerpo, sobre el asa y sobre el pico (Figs. 9.14 c, 9.15 a-b). Se han registrado también fragmentos de bases planas con pintura exterior de color rojo.

JARRAS

Los 39 fragmentos de cuello correspondientes a esta forma de vasija se pueden dividir en tres grupos. Un primer grupo está compuesto por las “jarras de cuello efigie”, las cuales se caracterizan por llevar sobre el cuello un rostro humano moldeado a presión. La superficie exterior es alisada, de color rojo con zonas de color gris a negro por defectos de la cocción (Fig. 9.16 a-b). Nuestra colección incluye una vasija completa representativa de esta forma; tiene un cuello efigie con representación zoomorfa, probablemente de un murciélago (Fig. 9.16 c).

.

.......

Fig. 9.15. Fragmentos de asa estribo con bandas de color rojo sobre crema: a) ISCH.206:3, E-1; b) ISCH.206:8, E-1). Fragmentos de cuerpo con decoración de línea fina: c) a e) ISCH.206:3, E-1; f) y g) VCH.300:42, E-1.

Un segundo grupo está compuesto por vasijas con cuello alto, recto a ligeramente evertido y de paredes directas a ligeramente cóncavas. Por lo general la superficie exterior es alisada, de color rojo (Fig. 9.17 a-g). En nuestra colección sólo un fragmento de jarra con cuello alto y angosto presenta engobe de color rojo y la superficie pulida (Fig. 9.17 a).

El tercer grupo está constituido por vasijas con cuello más corto y evertido, de paredes directas a ligeramente cóncavas. La superficie es de color rojo y acabado alisado (Fig. 9.18 a-e).

.

...

Fig. 9.16. Fragmentos de asa estribo con bandas de color rojo sobre crema: a) ISCH.206:3, E-1; b) ISCH.206:8, E-1. Fragmentos de cuerpo con decoración de línea fina: c) a e) ISCH.206:3, E-1; f) y g) VCH.300:42, E-1.

.

.......

Fig. 9.17. Fragmentos de jarras con cuello alto: a) ISCH.2068B, E-1; b) ISCH.206:3, E-16; c) a g) VCH.300:42, E-1.

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.....

Fig. 9.18. Fragmentos de jarras con cuello evertido. a) y b) ISCH.206:3, E-1; c) ISCH.206:3, E-17; d) ISCH.206:8, E-1; y e) ISCH.206:3, E-1.

 

Las jarras presentan bases con pedestal (Fig. 9.19 a-c) y bases planas (Fig. 9.19 d-e); estas últimas parecen corresponder mayormente a vasijas más pequeñas. Existen igualmente fragmentos de cuerpo y de base de jarras con baño blanco exterior, jarras con bandas blancas sobre fondo de color rojo natural de acabado alisado, así como base con engobe exterior de color rojo (Fig. 9.19 d).

OLLAS CON CUELLO

Los 36 fragmentos de ollas con cuello se pueden dividir en dos grupos: vasijas con cuello ancho recto (Fig. 9.20 e) y vasijas con cuello evertido (Fig. 9.20 a-c). Menos numerosos son los fragmentos de olla con cuello muy corto y evertido (Fig. 9.20 d). En todos los casos, la superficie exterior es de color rojo y el acabado es alisado.

.

..........

Fig. 9.19. Fragmentos de bases de jarras: a) Fig. 9.20. Fragmentos de ollas con cuello: a) ISCH.206:3, E-1; b y c) ISCH.206:8, E-2; d) ISCH.206:8B, E-2; b) a d) VCH.300:42, EISCH.206:3, E-20; e) ISCH.206:3, E-17. 1; e) ISCH.206:3, E-1.

DISTRIBUCIÓN DE LA CERÁMICA

Hay que mencionar, antes de proseguir, que los datos que se ofrecen a continuación se han obtenido en base de la suma de los materiales recuperados en los diferentes niveles de excavación (Cuadros 9.1 y 9.2). Hay que considerar que las estructuras excavadas no presentan pisos fabricados sino superficies apisonadas.

Sitio ISCH.206: 3

Este sitio tiene un total de 315 fragmentos diagnósticos distribuidos en las estructuras 1, 3, 16, 17 y 20. Del total de fragmentos los resultados arrojan una mayor cantidad de cerámica de estilo Moche V con 139 fragmentos, seguida por cerámica de estilo Chimú Temprano con 107 fragmentos, y cerámica de estilo Casma con 45 fragmentos (Fig. 9.22 cd).

Fig. 9.21. Vasijas de estilo Chimú Temprano: a-c) Platos con decoración moldeada a presión. ISCH.206: 3, E-1; d) Jarra color gris oscuro con decoración moldeada a presión. ISCH.206: 5.

....

 

Estructura E-1. De los 115 fragmentos recuperados de la excavación de esta estructura, 58 corresponden al estilo Chimú Temprano y 45 fragmentos son de estilo Moche V. La forma más frecuente para Chimú Temprano es el plato con 90 fragmentos (Fig. 9.21 a-c). Para el estilo Moche V tenemos 16 fragmentos de botellas, 9 fragmentos de ollas con cuello y 8 fragmentos de tinajas.

Estructura E-3. De los 77 fragmentos diagnósticos recuperados en la excavación de esta estructura, 37 fragmentos corresponden al estilo Chimú Temprano y 19 al estilo Moche V. La forma más frecuente para el estilo Chimú Temprano es el plato con 17 fragmentos, seguida por la olla con cuello (Fig. 9.22 a) y el cántaro, cada cual con 7 fragmentos.

Estructura E-16. Se hallaron 44 fragmentos en la excavación de esta estructura. Del total, 41 fragmentos corresponden al estilo Moche V y 3 son de estilo Chimú Temprano. La forma más frecuente para Moche V es la botella de asa estribo con 39 fragmentos. Dos fragmentos de jarra provienen de la capa superficial. Los tres fragmentos de cerámica de estilo Chimú Temprano corresponden a ollas con cuello, único material diagnóstico de la capa 1.

Fig. 9.22. Vasijas de estilos Chimú

....

Temprano: a) Olla con cuello y decoración moldeada a presión, ISCH.206: 3, E-3; b)

Olla con cuello y decoración moldeada a presión, ISCH.206: 8, E-1; Vasijas de estilo Casma: c) y d) Ollas con cuello y decoración con aplicaciones e incisiones, punteado y círculos con punto en relieve, sitios ISCH.206: 3, E-3 y VCH.300: 42, E1, respectivamente.

Estructura E-17. De los 11 fragmentos diagnósticos procedentes de esta estructura, 7 son de estilo Moche V, siendo la forma más frecuente la botella con 3 fragmentos y la olla con cuello con 2 fragmentos.

Estructura E-20. Hay un total de 68 fragmentos diagnósticos recuperados de las excavaciones, de los cuales 37 son de estilo Casma, 23 de estilo Moche V y 8 son Chimú Temprano. La forma más común para el estilo Casma es la olla con cuello con 37 fragmentos. Para Moche V existen 14 fragmentos de tinajas, 3 fragmentos de botellas y 3 piezas escultóricas.

Sitio ISCH.206: 6

Este sitio tiene un total de 110 fragmentos diagnósticos procedentes de las estructuras 1, 2, 3 y 4. La cerámica de estilo Chimú Temprano es la más numerosa, con 70 tiestos, mientras que existen 11 tiestos Moche V.

Estructura E-1. Con sólo 10 fragmentos procedentes de la excavación, de los cuales 9 son de estilo Moche V. De estos 9 fragmentos, 8 corresponden a jarras y un fragmento a una olla con cuello.

Estructura E-2. De esta estructura provienen 18 fragmentos diagnósticos, de los cuales 10 corresponden al estilo Chimú Temprano y 8 de estilo Recuay. La forma más común de la cerámica Chimú Temprano es la botella con 10 fragmentos y para el estilo Recuay la jarra con 8 fragmentos.

Estructura E-3. De los 6 fragmentos provenientes de la excavación de esta unidad, 4 corresponden al estilo Moche V y los dos restantes al estilo Casma y Chimú Temprano respectivamente. La forma más frecuente para el estilo Moche V es la olla con cuello (4 fragmentos).

Estructura E-4. De los 76 fragmentos recuperados de la excavación, 59 corresponden al estilo Chimú Temprano y 4 al estilo Moche V. Las formas más comunes de la cerámica Chimú Temprano son la jarra con 31 fragmentos, el cántaro con 8 fragmentos, así como el plato y la olla con cuello con 6 fragmentos cada una. En el caso de Moche V, hay dos fragmentos de olla con cuello, un fragmento de jarra y un fragmento de vasija escultórica.

Sitio ISCH.206: 8

Existe un total de 44 fragmentos diagnósticos procedentes de las excavaciones de las estructuras E-1 y E-2. De este total, 12 fragmentos corresponden al estilo Chimú Temprano, 11 al estilo Moche V y 14 fragmentos de estilo Recuay así como de otro componente serrano muy similar a cerámica de estilo Cajamarca (Terada y Matsumoto 1985).

Estructura E-1. De los 29 fragmentos recuperados de excavación, 10 son de estilo Recuay, 9 son de estilo Chimú Temprano, 5 son de estilo Casma (Fig. 9.22 b) y 4 fragmentos son Moche V. Las formas más comunes para Chimú Temprano son el cántaro con 4 fragmentos y el plato con 3 fragmentos. Los fragmentos Recuay corresponden a un cuenco y los 5 fragmentos Casma a ollas con cuello.

Estructura E-2. De los 15 fragmentos recuperados de excavación, 7 corresponden al estilo Moche V, 3 son Chimú Temprano y 4 son Recuay. Las formas más comunes para el estilo Moche V son la jarra con 3 fragmentos y la olla con cuello con 2 fragmentos. El Chimú Temprano está representado por 3 fragmentos de plato y Recuay con 2 fragmentos de cuenco y 2 de plato.

Sitio ISCH.206: 8B

Tiene un total de 23 fragmentos diagnósticos procedentes de las excavaciones en las estructuras E-1 y E-2. El mayor porcentaje de fragmentos corresponde al estilo Moche V con 12 tiestos, seguido por Chimú Temprano con 7 tiestos.

Estructura E-1. En esta excavación se recuperaron 10 fragmentos, de los cuales 5 fragmentos son de estilo Moche V y 3 fragmentos de estilo Chimú Temprano. La forma más común para Moche V es el cántaro con 4 fragmentos y para el Chimú Temprano la olla con cuello, botella y la jarra, cada cual representada por un fragmento.

Estructura E-2. De los 13 fragmentos recuperados de excavación, 7 fragmentos corresponden al estilo Moche V y 4 al estilo Chimú Temprano. Son formas más comunes la jarra con 4 fragmentos para Moche V y la olla con cuello con 4 fragmentos para el Chimú Temprano.

Sitio VCH.300: 42

Con 157 fragmentos diagnósticos procedentes de la excavación de una sola estructura trabajada para este sitio (la estructura E-1). De estos fragmentos 92 corresponden al estilo Chimú Temprano, 31 fragmentos son de estilo Moche V y 12 tiestos son de estilo Casma. La forma más común para Chimú Temprano es el cántaro con 35 fragmentos, seguida por la olla con cuello con 27 fragmentos y el plato con 17 fragmentos. Para Moche V las formas más comunes son la botella de asa estribo con 10 fragmentos y la olla con cuello con 8 fragmentos.

DISCUSIÓN
Cronología

Los trabajos realizados en los caminos C-1 y C-3 y en los asentamientos adyacentes en el desierto entre los valles de Santa y Chao aportan nuevos datos sobre la presencia Moche V en los territorios al sur del valle de Moche, considerado como límite o frontera meridional del área de influencia mochica durante el Horizonte Medio.

Las evidencias disponibles confirman su filiación Moche V. Cerámica de esta fase se encontró en 13 estructuras simples y complejas de las 22 excavadas, pertenecientes a 5 sitios, uno asociado al camino C-1 y cuatro asociados al camino C-3. Estos datos indicarían por lo tanto que los caminos C-1 y C-3, a los cuales se encuentran asociadas las estructuras excavadas, habrían sido utilizados durante esta época.

Sin embargo, los reconocimientos en el área desértica entre los valles de Chao y Santa han puesto en evidencia la existencia de caminos y otras instalaciones que podrían remontarse a épocas anteriores (Cárdenas 1976, Uceda 1988, Wilson 1988, Uceda et al. 1990). Es posible, entonces, que los caminos C-1 y C-3 hayan sido reutilizados o reacondicionados durante la época de ocupación Moche V y que las rutas sean más antiguas, tal como se desprende del hallazgo de cerámica de épocas más tempranas al interior de algunas construcciones asociadas a los caminos. Esto implica que no todas las edificaciones adyacentes a estos caminos son coetáneas (Pimentel 1994: 35).

Un hecho que llama nuestra atención es el hallazgo frecuente de cerámica comparable al denominado Chimú Temprano (Donnan y Mackey 1978) o Chimú 1 (Mackey 1986), así como cerámica de estilo Casma en asociación con cerámica Moche V. Cerámica de estos tres estilos del Horizonte Medio se encuentra tanto en la superficie como en las unidades excavadas. Por otro lado, la estratigrafía de las unidades excavadas refleja una sola ocupación. Esta asociación fortuita podría explicarse por el hecho que los caminos fueron utilizados en épocas posteriores a la ocupación Moche V (Wilson 1988, Pimentel 1994).

Los caminos estudiados conducen hacia el sur en dirección a la quebrada Cenicero en el valle de Santa, donde recientemente se ha documentado evidencias Moche IV y Moche V, así como también restos de otros estilos del Horizonte Medio (Jesús Briceño, comunicación personal 1999). Hacia el norte los caminos conducen a la parte media y baja del valle de Chao, donde se encuentran cerro Huasaquito y cerro Buena Vista, dos importantes sitios cuya ocupación se remontaría al Horizonte Medio (Wilson 1988: 248).

Tambos, planificación y control estatal

Hemos documentado por lo menos tres categorías de construcciones asociadas a los caminos; las dos primeras comprenden recintos de planta sencilla, de uno o dos ambientes. El tercer grupo está constituido por edificaciones complejas, de planta ortogonal, compuestas por varias habitaciones, patios y cuartos alineados, presumiblemente para almacenamiento.

La excavación en las estructuras complejas de cada uno de estos sitios revela la presencia de formas de vasijas comunes a las de otras construcciones, pero es mayormente en las construcciones complejas que se hallaron vasijas grandes que podrían haber servido para almacenar o conservar agua y/o alimentos, indispensables para la atención a los viajantes en los tambos o posadas.

Las características de las construcciones complejas de planta ortogonal a la vera de los caminos, su asociación con grandes espacios cercados tipo corral, así como la distancia que existe entre estos sitios y los valles adyacentes, nos llevó a considerarlos como tambos, cuya existencia generó a su alrededor el crecimiento de pequeños centros poblados. Es posible que la construcción de estas instalaciones fue planificada. Se entiende por tambo aquella instalación que sirvió de posada o estación de descanso para los viajantes que circularon por estos caminos.

Fig. 9.23. Fragmentos de cuenco: a) VCH.300:42, E-

..

1; b) Fragmento de cuenco proveniente de Galindo (Cf. Bawden 1994: 217).

Tráfico de bienes

La presencia de objetos virtualmente idénticos en zonas alejadas sugiere que algunos productos eran movilizados a grandes distancias. La cerámica hallada en Pampa Colorada comparte rasgos propios del estilo Moche V en el territorio mochica del sur. La existencia de lotes de “vajilla fina” con formas y decoraciones tradicionales y atípicas similares a la cerámica que se encuentra en Galindo, confirma el desplazamiento de bienes a distancia (Fig. 9.23. a-b).

La cerámica fina en asociación a los caminos y estructuras asociadas en Pampa Colorada es similar a la que se encuentra en mayor proporción en la arquitectura más elaborada de Galindo, como son las cercaduras, conjuntos con plataformas y residencias complejas, por lo que se trataría de cerámica vinculada a actividades de la elite.

A excepción de los tambos, no existen construcciones elaboradas ni de carácter ceremonial Moche V en Pampa Colorada. Consecuentemente, es posible que la cerámica fina hallada en esta área haya sólo estado de tránsito y que ésta habría sido destinada a individuos de alto estatus residentes en los valles al sur de Moche. Sin embargo, no estamos en la capacidad de afirmar si la elite o las elites que requirieron de la cerámica vinculada al poder y la ideología Moche eran o no mochicas.

Otros tipos de bienes, como tejidos o metales también pudieron haber circulado por los caminos al sur del valle de Moche, pero a diferencia de la cerámica, no fueron abandonados como se hizo con la cerámica rota in situ.

Los bienes se estarían dirigiendo hacia el valle del Santa o posiblemente más al sur, para ser entregados o distribuidos a las elites locales. En el valle de Santa y en los valles más al sur la presencia de artefactos Moche V es muy débil. Pero nos preguntamos también si la muestra es deficiente. No se han realizado excavaciones intensivas ni extensivas en sitios Moche al sur del valle de Moche y la mayoría de los datos disponibles provienen mayormente de recolecciones superficiales o de contextos disturbados.

La cerámica

Basándonos en los datos del cuadro de cerámica por unidades de excavación (Cuadro 9.1), podemos notar claramente que las diferentes estructuras de los sitios en el área de estudio evidencian una ocupación importante durante el Horizonte Medio, predominando el denominado estilo Chimú Temprano (288 fragmentos), seguido por cerámica de estilo Moche V (206 fragmentos).

Por otro lado, hay cerámica en porcentajes no representativos que corresponde a otros estilos o épocas. Así, tenemos el caso de cerámica de estilo Recuay con 33 fragmentos, de estilo Casma con 65 fragmentos y Chimú Medio a Tardío con 15 fragmentos. El material del Horizonte Temprano está compuesto únicamente por 5 fragmentos y existe un solo fragmento Gallinazo del tipo Castillo Modelado Inciso del periodo Intermedio Temprano (Strong y Evans 1952, Willey 1953), y un fragmento posiblemente de estilo Lambayeque.

Debe mencionarse, igualmente, que se ha registrado 35 fragmentos considerados como indefinidos por estar muy erosionados, ser muy pequeños o por tratarse a veces de formas domésticas, categoría en la cual por el parecido de formas para diferentes épocas es difícil definir su filiación.

CONSIDERACIONES FINALES

Existen evidencias que indican el uso de los caminos y estructuras asociadas de Pampa Colorada desde por lo menos el periodo Intermedio Temprano, tal como se desprende del hallazgo de cerámica de este periodo y aún de épocas más tempranas al interior de algunas construcciones asociadas. A pesar que no todas las edificaciones adyacentes a los caminos son coetáneas, no cabe la menor duda que las ocupaciones más importantes se dieron durante el Horizonte Medio.

El sistema de caminos y tambos habría formado parte de una red con administración centralizada que regulaba la construcción de los tambos, así como el control del tráfico de bienes de un valle a otro. La red de caminos y tambos debió formar parte de una estrategia de control territorial, cuya planificación estuvo a cargo de las elites gobernantes en los valles adyacentes contemporáneas con Moche V.

Los datos de Pampa Colorada definitivamente no pueden modificar nuestra percepción actual según la cual no habría existido un control de los valles al sur del valle de Moche durante la fase Moche V. Sin embargo, poco sabemos acerca de los cambios ocurridos en el seno de las sociedades y de las entidades políticas emergentes inmediatamente después del supuesto fin del dominio mochica en el sur y menos qué tipo de relaciones se mantuvieron con las entidades políticas Moche V aún vigentes en el valle de Moche y más al norte. Sólo mediante investigaciones intensivas entre los valles de Santa y Huarmey se podrán resolver algunos de estos problemas.

Los artefactos y la densidad de restos orgánicos que se encuentran al interior de las estructuras complejas que definimos como tambos, reflejan una ocupación relativamente prolongada y no un uso ocasional. Durante el Horizonte Medio existían en el área de Pampa Colorada grupos humanos asentados en medio del desierto, en puntos ubicados a una jornada de travesía desde los valles adyacentes, con posadas donde los viajeros, tratantes y arrieros de animales de carga podían tomar descanso o pernoctar.

El establecimiento prolongado de estos grupos humanos en el área podría tener relación con obligaciones de tipo estatal, puesto que se trataría no sólo de mantener un grupo de personas dedicadas de atender a viajeros, oficiales o particulares, sino también de controlar el traslado de bienes y personas de un valle a otro.

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Cuando los muertos hablan en Moche

INTRODUCCIÓN.

La arqueología denomina indistintamente Moche o Mochica a una compleja cultura pre-inca, cuyo pueblo vivió en gran parte de la costa norte del actual Perú,desde inicios de nuestra era hasta mediados del siglo IX. Lo que hasta fi nes de la década de los 80sfue pensado como un Estado Moche monolítico y centralizado (Larco 1945), ha sido re-interpretadoen los últimos años como una serie de entidades políticamente independientes pero interrelacionadas por la ideología (Bawden 1995; Castillo y Donnan1994), cuya complejidad social se dio a diferentes niveles, en los diferentes territorios que los moches ocuparon (Castillo y Uceda 2008). Una de las variables en las que se observa las particularidades de las diferentes entidades políticas moches, es la de los patrones funerarios (Kaulicke 2001: 245).

Autores: Henry Gayoso Rullier y Santiago Uceda Castillo
Titulo originalCuando los Muertos Hablan en Moche. Los Patrones Funerarios en un Conjunto Arquitectónico del Núcleo Urbano

El complejo arqueológico Huacas del Sol y de la Luna es considerado como uno de los sitios moches más importantes, acaso la ciudad capital del denominado Estado Moche del Sur (Castillo y Donnan 1994). Éste habría ocupado los actuales valles de Chicama y Moche, ambos considerados como el área nuclear, desde donde los moches se habrían expandido, en su época de máximo esplendor, hacia los valles sureños de Chao, Virú, Santa y Nepeña. Los restos de la otrora ciudad de Huacas del Sol y de la Luna se ubican en la zona sur del valle de Moche, en su parte baja, a 6 kilómetros de la línea costera y a 5 kilómetros de la moderna ciudad de Trujillo. La ciudad se asienta al oeste del río Moche y al este del mítico Cerro Blanco. Si bien hubo estudios anteriores muy puntuales desde fi nes del siglo XIX (p.e. Uhle 1915; Topic 1977), el sitio se ha estudiado de manera intensiva y continua desde el año 1991, gracias al Proyecto Huaca de la Luna, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo. Los estudios del Proyecto han permitido establecer en el área arqueológica nuclear, que ocupa un espacio de aproximadamente 750,000 m2, tres elementos mayores: la Huaca del Sol, la Huaca de la Luna (ambos, sus edifi cios mayores) y el Núcleo Urbano.

Fig. 1. Mapa General del sitio y detalle de ubicación del CA35.

La Huaca del Sol se ubica en el extremo oeste de la ciudad. Es una estructura piramidal de adobe que, en su último proyecto arquitectónico, llegó a tener 345 m de largo, 160 m de ancho y 30 m de altura máxima, siendo considerada una de las pirámides de barro más grandes de América. Huaca de la Luna, es un complejo arquitectónico compuesto por dos templos de adobe, ambos ubicados a los pies del Cerro Blanco, en el extremo este. El Templo Viejo, que está compuesto por dos plataformas y tres plazas, ocupa un espacio de 31.806 m2, donde su estructura mayor, la Plataforma I, destaca con sus 100 m de lado y 24 m de altura, con forma de pirámide escalonada, y su eje principal en sentido norte-sur. El Templo Nuevo, compuesto por una plataforma aterrazada y acaso una plaza, se ubica inmediatamente al este del Templo Viejo y su eje principal se orienta de este a oeste; los trabajos en este templo son aún iniciales. Los muros de ambos templos fueron primorosamente decorados con motivos iconográfi cos policromos. Finalmente, el Núcleo Urbano se halla en la planicie que separa las dos huacas, donde se ubicaron las áreas residenciales, de producción, de almacenaje, administrativas y de relaciones sociales recíprocas (fi gura 1). Prácticamente en todas las publicaciones sobre el sitio arqueológico, se menciona y describe tumbas moches. Sin embargo, el estudio específi co sobre sus prácticas funerarias se inició con el trabajo de Donnan y Mackey (1978), quienes publicaron un libro sobre patrones funerarios antiguos, a partir del análisis de tumbas excavadas en el valle de Moche, incluyendo las Huacas del Sol y la Luna; luego Tello, Armas y Chapdelaine (2003), hicieron un estudio comparativo de las prácticas funerarias moches, a partir de tumbas del Núcleo Urbano y de la Huaca de la Luna, excavadas entre 1991 y 1998.

Fig. 2. Fotografía aérea del CA35.

Para cumplir con el objetivo de la presente investigación, hemos tomado como muestra un grupo de tumbas registradas en el Conjunto Arquitectónico 35 (CA35). Este Conjunto tiene un área total de 495 m2; se ubica en la zona central del Núcleo Urbano, unos 120 metros al oeste del Templo Antiguo de Huaca de la Luna. Ha sido estudiado entre los años 2000 y 2005 (Tello et al. 2006; Tello et al. 2008; Tello et al. 2004; Tello et al. 2005; Seoane et al. 2006). Se ha excavado y registrado la mayor parte de su extensión, hasta el sexto piso de ocupación, salvo en el ambiente 35-5. En este ambiente se excavó hasta la capa estéril, 8 metros abajo, lográndose defi nir 13 pisos de ocupación cultural asociados a los estilos cerámicos Moche II, III y IV. Un muro grueso divide el CA35 en dos subconjuntos: el subconjunto 1, al este, ha sido defi nido como un área pública administrativa, mientras el subconjunto 2, al oeste, como un área residencial y de producción de chicha. Es probable que al menos durante el periodo Moche IV, el CA35 haya formado parte de un bloque arquitectónico complementado con los CAs 17 y 21 (Chiguala et al. 2006: 199), ambos identifi cados como talleres de producción artesanal, probablemente controlada por los habitantes del CA35. Los límites del CA35 no han variado en los últimos seis pisos de ocupación; por lo tanto, es muy probable que dicho Conjunto haya sido, a lo largo del tiempo, la residencia del mismo grupo social. De allí la relevancia del estudio de su variabilidad a través del tiempo (fi gura 2). Los resultados obtenidos nos han permitido establecer patrones de enterramiento típicamente moches (Donnan y Mackey 1978), pero también algunas variantes particulares. Algunas características observadas en nuestra muestra coinciden con las informaciones recuperadas por los cronistas sobre las costumbres de enterrar muertos, particularmente en los pueblos de la Costa Norte. LAS

TUMBAS Y SUS ASOCIACIONES

La muestra procedente de este Conjunto agrupó un total de 25 tumbas entre los pisos de ocupación 7 y 1, asociados a las fases estilísticas de cerámica Moche III y Moche IV (fi gura 3). A partir de fechas radiocarbónicas obtenidas para el Núcleo Urbano (Uceda et al. 2008), podemos decir que las tumbas asociadas a la fase estilística Moche III se ubican cronológicamente entre el 240 y el 600 d.C. Para esta fase, contamos con 18 tumbas. Las 7 tumbas Moche IV se ubican entre el 600 d.C. y el momento de abandono del sitio, hacia el 850 d.C. No se ha registrado tumbas anteriores al piso 7, menos aún asociadas a la fase estilística Moche II, probablemente debido a que el CA35 no ha sido excavado en su totalidad hasta el nivel estéril. Características estructurales de las tumbas Según las características constructivas, las tumbas del CA35 se clasifi can en tumbas de fosa y tumbas de cámara, siguiendo la clasifi cación previa hecha para las tumbas del Núcleo Urbano y Huaca de la Luna (Tello et al. 2003:154-155). Si hacemos un cruce entre las características constructivas de las tumbas, y el número de individuos que contienen, son cuatro los subtipos de tumbas identificados dentro de los límites del CA35: (1) las tumbas de Fosa de entierro Individual (FI); las tumbas de Fosa de entierro Grupal (FG); las tumbas de Cámara de entierro Individual (CI) y las tumbas de Cámara de entierro Grupal (CG).

Fig. 3. Correlación de las tumbas del CA35

Tumbas de fosa

Las tumbas de fosa son las más simples en términos estructurales. Para nuestra muestra contamos con 20 tumbas, de las cuales 18 son FI y 2 son FG (cuadro 1). Son hoyos que se excavan en el suelo, de dimensiones variables, generalmente oblongas. En algunos casos tienen la base en forma de «v», probablemente debido al tipo de herramienta utilizada para su excavación. Para su construcción, se tuvo que romper pisos de arquitectura y los rellenos de dichos pisos. La variable que parece determinar el tamaño de la fosa es el número de individuos que contiene, pues las fosas más grandes son del subtipo FG. Sin embargo, en el caso específi co de las tumbas FI, no es clara cual es la variable que determina el tamaño de la fosa aunque el rango o estatus, traducido en la cantidad de ofrendas, parece ser más importante que el tamaño del individuo (incluido edad y género). Por ejemplo, la tumba que contiene la mayor cantidad de cerámica (tumba 23), contiene un niño de entre 12 y 18 meses de edad, y la fosa mide 200 cm de largo por 150 cm de ancho y 62 cm de profundidad. La fosa de la tumba 11, que también contiene un infante de entre 8 y 16 meses de edad, tiene apenas 65 cm de largo por 37 cm de ancho y 30 cm de profundidad. La tumba del individuo de mayor estatura (tumba 20) tiene sólo una vasija de cerámica y mide 170 x 70 x 56 cm. Un ejemplo «clásico» de tumba de fosa es la Tumba 4 (fi gura 4), de subtipo FI. Está asociada al piso 3 (Moche III) y tiene como dimensiones: 170 cm de largo, 70 cm de ancho y 56 cm de profundidad. El cadáver se encontró en posición decúbito dorsal o supino, con la cabeza al sur y los pies al norte. El cráneo estaba ligeramente inclinado sobre el hombro izquierdo, mirando al oeste. Los miembros superiores e inferiores estaban extendidos. Se registró un efecto de pared en ambos lados del cuerpo, lo que indicaría la presencia de un ataúd al momento de su inhumación. Se trata de un adulto mayor, posiblemente una mujer. La estatura se estimó en 153,3 cm (± 3,82 cm). Sobre los pies se ubicó una botella. De la boca se recuperó una lámina gruesa de cobre; sobre la pelvis, una lámina delgada, asociada a la mano izquierda. Junto a la tibia izquierda, se ubicó un hueso de extremidad de camélido (Tello y Delabarde 2008: 133-134).

Cuadro1. Características constructivas de las tumbas del CA35.

Tumbas de cámara

Son las tumbas formalmente más complejas. Se denominan así porque su estructura está conformada por 4 muros de adobes construidos dentro de una fosa, sin que la altura de los muros llegue hasta la boca de dicha fosa. Los 4 muros forman una cámara de dimensión paralelepípeda. Puesto que el primer paso es excavar una fosa, también se tuvo que romper pisos de arquitectura, y los rellenos de dichos pisos, para su construcción. En nuestra muestra, se ha registrado 5 tumbas, de las cuales una es del subtipo CI (tumba 5), y las cuatro restantes son CG (cuadro 1).

Fig. 4. Dibujo de planta y fotografía de la tumba 4, de subtipo fosa individual.

Tres de las tumbas de cámara registradas en el CA35 (tumbas 9, 10 y 14; fase estilística Moche III) presentan un techo compuesto por un nivel de vigas de «algarrobo» (Prosopis pallida) o de «caña de guayaquil» (Guadua angustifolia) dispuestas a lo largo de la cámara descansando sobre las cabeceras de los muros norte y sur. Estas vigas a su vez soportaban un nivel de «caña brava» (Gynerium sagittatum), dispuesto de manera transversal a dichas vigas. Sobre el nivel de cañas, iba un nivel de adobes, para finalmente ser sellado por un relleno, es decir, un nivel de tierra de entre 20 y 97 cm de espesor, hasta alcanzar la boca de la matriz. Este relleno final estuvo generalmente compuesto por tierra y adobes, tanto enteros como fragmentados, muy compacto. Tello y Delabarde (2008: 147) asumen que el relleno fue humedecido y apisonado durante su depósito en la matriz. En los otros dos casos (tumbas 5 y 6, fase estilística Moche IV), las cámaras eran simplemente selladas por el mismo relleno de la tumba y un piso, sin arreglo de techo alguno (cuadro 1). Los adobes de los muros que configuraban las cámaras están dispuestos, en la mayoría de los casos, de soga, salvo en el caso de una cámara (tumba 10, fi gura 5) que tiene hornacinas en los muros este y oeste, donde los adobes están colocados tanto de soga como de canto. Las paredes de los muros de las cámaras estuvieron enlucidas con barro, sin evidencia de pintura. La base de las cámaras también era tratada mediante un apisonamiento compuesto por una capa de barro que descansaba sobre una capa de arena, o de arena y tierra.

Las dimensiones de las cámaras también varían, y no es clara ninguna variable que las determine. La cámara más pequeña (tumba 9), de subtipo CG, tiene en su interior 116 cm de largo por 60 cm de ancho y 88 cm de profundidad. La más grande (tumba 14), también del subtipo CG, tiene en su interior 226 cm de largo por 140 cm de ancho y 85 cm de profundidad.

Una tumba de cámara «clásica», desde el punto de vista formal, es la tumba 14. Se trata de una cámara de adobes construida dentro de una fosa excavada desde el piso 6. La fosa tiene 257 cm de largo por 178 cm de ancho y 125 cm de profundidad. Dentro de ella se habilitó la cámara, de 226 cm de largo por 140 cm de ancho y 85 cm de profundidad, cuya base estaba constituida por una capa de tierra apisonada de unos 5 cm de espesor. Dentro de ella se colocaron los cuerpos de tres individuos, de los cuales uno es el entierro original y los dos restantes, re-entierros. La cámara se rellenó con arena semi-compacta, mezclada con pedazos de piso, adobes quebrados y fragmentos de material cultural. La cámara presentó un techo compuesto por tres «cañas de guayaquil» dispuestas a lo largo sobre los muros norte y sur, sobre las cuales se colocó una trama de «caña brava» de manera transversal, para fi nalmente ser cubierto por una capa de adobes. Sobre este techo se colocó un relleno, compuesto de tierra y pedazos de adobe, hasta sellar la tumba (Tello en prensa: 179-184) (Figura 6).

Proceso de enterramiento

Los datos etnohistóricos proporcionados por los cronistas coloniales indican que, en el mundo andino, la muerte de una persona era un acontecimiento importante dentro de su familia y de su comunidad, y su importancia variaba según su posición social. La importancia social infl uía en el tiempo de duración del velatorio, dónde era enterrado, cómo y con qué era enterrado, la cantidad de asistentes a su sepelio, entre otros aspectos. Se desconoce en qué momento del velatorio el muerto era amortajado y/o colocado en un ataúd. De un dato proporcionado por Bartolomé de las Casas (1939 [1550], capítulo XV), respecto a que durante el velatorio «Ponenle cada dia ropa y vestidos nuevos sobre los que tiene, sin quitalle nada» se deduce a priori que la colocación del difunto en la mortaja y/o ataúd se debió hacer en las instancias finales.

Luego del velatorio, que podía durar varios días dependiendo de la clase social del difunto1, se procedía al entierro. El difunto era llevado por sus parientes y amigos en procesión hasta la sepultura, Según Bernabé Cobo (1964 [1653], capítulo VII), «Celebraban las obsequias acompañando al muerto sus parientes y amigos hasta la sepultura con cantares lúgubres, bailes y borracheras, que duraban tanto más tiempo cuanto era mayor la calidad del difunto».

En el caso de la tumbas de fosa, el proceso de enterramiento parece fácil de deducir. Uno o dos sepultureros cavaron la fosa hasta alcanzar las dimensiones deseadas 2. Luego se procedió a colocar el cuerpo del difunto (o difuntos), el ajuar funerario y ofrendas correspondientes. Finalmente, los sepultureros rellenaron la fosa con tierra hasta sellarla; incluso, se pudo sellar con un piso arquitectónico.

En el caso de las tumbas de cámara, los sepultureros cavaron una fosa hasta alcanzar las dimensiones deseadas y dentro de ella arreglaron la disposición de los 4 muros que dan forma paralelepípeda a la cámara. La disposición de los adobes dependerá de la presencia o no de hornacinas. Se niveló la base de la cámara con barro, a manera de piso, y se procedió a la deposición del cuerpo o cuerpos humanos, y las asociaciones correspondientes. Las tumbas de cámara Moche III del CA35 fueron rellenadas hasta la base de la cámara, luego de lo cual se colocó el techo, para fi nalmente rellenar el resto de la fosa hasta la boca. Las tumbas de cámara Moche IV fueron rellenadas hasta la boca de la matriz, sin colocar techo alguno.

Este proceso «clásico» presenta dos variantes en el CA35, defi nidas por cuerpos inhumados fuera de la cámara, pero dentro de la fosa3 (tumbas 5 y 6). En el caso de la tumba 5, el difunto-ofrenda se entierra primero, en la base de la matriz de fosa, luego se rellena con tierra y se elabora el piso de la cámara. Luego se construye la cámara, es decir sus 4 muros, y en su interior se deposita el cuerpo. En la tumba 6, el proceso es el mismo, con la diferencia de que en el interior de la cámara se depositan el entierro principal y más difuntos-ofrenda4.

Fig. 5. Tumba 10. a. Plano de parte de la cubierta; b. Plano de planta de restos óseos y cerámica en la cámara; c. Plano de ubicación de las hornacinas de la cámara; d. Reconstrucción isométrica de la cámara.
Fig. 6. Tumba 14. a. Plano de planta de la cubierta; b. Plano de planta de las osamentas y de la cerámica.

Asociaciones

Las asociaciones se pueden separar en aquellas que están en directa relación con el cuerpo (relación directa) de aquellas que no lo están (relación indirecta). De los cronistas obtenemos descripciones sobre las asociaciones que acompañaban a los difuntos de elite. Las tumbas de los difuntos más importantes incluían en su ajuar a sus mujeres, sirvientes, vestidos, ornamentos, objetos de cerámica, objetos de metal, armas, instrumentos de ofi cio, comida y chicha, etc. Tomaremos como ejemplo, la descripción que hace Bernabé Cobo, quien describe con qué se enterraba a los difuntos:

«… aderezados y compuestos de las vestiduras mas preciosas, de todas las joyas y arreos con que solían engalanarse cuando vivían, con las armas que usaban en la guerra, y en muchas partes con los instrumentos del ofi cio que habían ejercitado en vida, como, si era pescador, con las redes y demás adherentes; y a este modo de los otros ofi cios. Ponían sobre el cuerpo difunto de sus comidas y bebidas; y con los caciques y señores enterraban parte de sus criados y de las mujeres mas queridas; destos, unos ahogaban antes y los echaban muertos, y a otros, habiéndolos primero emborrachado, los metían vivos en la sepultura, a que muchos de su voluntad se ofrecían» (Cobo, op. cit., capítulo VII).

Asociaciones de relación directa

Aquí incluimos aquellos objetos que están en contacto directo con el cuerpo, como objetos en la boca, manos y/o sobre diferentes partes del cuerpo; máscaras, collares, orejeras, narigueras y otros ornamentos puestos en sus sitios correspondientes o al menos dentro de receptáculos como ataúdes o fardos (Kaulicke 2001: 91) (ver cuadro 3).

Cuadro 3. Asociaciones directas e indirectas en las tumbas del CA35.

Ornamentos de metal

Generalmente los ornamentos que forman parte de la indumentaria del difunto son de metal, principalmente cobre. Sólo en siete tumbas se han registrado ornamentos completos o casi completos de metal reconocibles. Entre los ornamentos reconocidos se encuentras restos de máscaras, narigueras, orejeras, colgantes, collares, cuchillos, así como partes de ornamentos no identifi cados, como cuentas, láminas y discos. La tumba más rica en ofrendas de metal es la tumba 9, asociada a la fase estilística Moche III, que registra 2 orejeras de oro, un collar conformado por 12 grandes conos de cobre dorado en forma de búho y una cuenta alargada de este mismo material; un par de láminas alargadas con agujeros, de cobre dorado; un conjunto de pequeños discos de cobre dorado; pequeños discos y cuatro pequeños objetos globulares debajo de la mano del individuo principal (Figuras 7 y 8).

Fig. 7. Vista en primer plano, in situ, de asociaciones de ornamentos del difunto principal de la tumba 9.
Fig. 8. Ornamentos de metal de la tumba 9. a. Orejeras de oro;
b. Colgante en forma de cono; c. Objeto laminar alargado con
agujeros.

Fragmentos de metal, cerámica y conchas

Fig. 9. Tumba 13. Asociaciones directas de fragmentos de
cerámica.

En algunos casos, se ha registrado la costumbre de colocar piezas de cobre (láminas y fragmentos de láminas delgadas y gruesas, piezas pequeñas enteras y fragmentadas, en algunos casos dobladas, etc.) en la boca del difunto, a veces envueltos en un fragmento de textil de algodón. Estas piezas habrían sido deliberadamente dobladas o rotas antes de ser colocadas en las tumbas. Según Donnan y Mackey (1978:86) esta costumbre «is an extensión of the Salinar and Gallinazo practice of placing metal objects in the mouth». Estos investigadores señalan que esta práctica es muy común en las culturas prehispánicas subsecuentes (Ibid.). Sin embargo, su signifi cado simbólico, al menos en el mundo mochica, es desconocido5. Esta costumbre fue practicada, a decir del Padre Calancha (1934 [1638], capítulo 12), hasta algunas décadas después de la conquista:

«En los primeros años de su conversion desenterravan los difuntos de las Iglesias o cementerios, para enterrarlos en sus guacas, o cerros o llanadas, o en su mesma casa, i entonces beven, baylan i cantan, juntandose sus deudos i allegados, i les ponian como antes oro i plata en la boca, y ropa nueva tras la mortaja, para que les sirva en la otra vida. Esta supersticion mando arrancar el Concilio segundo Limense del ano de 1567 (…)».

La boca no es la única parte del cuerpo donde se colocaban pequeños objetos o fragmentos de objetos de metal. También se colocaron en antebrazos, manos, tórax, pelvis, piernas y pies. Esta costumbre no discrimina edad ni sexo, pero si el rol funerario del difunto, al menos en el CA35: de 36 individuos, al menos 12 tenían metal en algunas de las partes del cuerpo señaladas, pero ninguno de ellos es un acompañante o difunto-ofrenda, por lo cual esta costumbre está asociada a los difuntos principales. Otra costumbre que parece ser análoga, es la de colocar fragmentos de cerámica en vez de metal, pero esto sólo se da, al menos en el 35, en tumbas de fosa (Figura 9). Existe un caso donde el difunto tiene en las manos valvas de concha (ver cuadro 3).

Cinabrio

Si bien el uso del cinabrio (sulfuro de mercurio) para fi nes funerarios estuvo muy difundido en la zona central andina, no es común a todos los contextos mortuorios. En las Huacas del Sol y de la Luna se ha registrado cinabrio en las osamentas, en los arreglos (ataúd, envoltorio) o en las ofrendas asociadas (cerámica, metal, mates) de algunas tumbas, así como en algunos contextos arquitectónicos rituales. Pero no es lo común. En el caso específi co del CA35, se detectó en dos tumbas: tumba 5 (radio derecho del individuo principal) y tumba 19 (cuello).

Otros

Además del material descrito, también se pueden encontrar en las tumbas objetos de piedra y hueso, principalmente en forma de cuentas que habrían formado parte de collares.

Asociaciones de relación indirecta

En este grupo incluimos ofrendas que, estando dentro de la estructura funeraria, están separadas del individuo aunque ordenados en relación a él (Kaulicke op. cit.). En este grupo destacan la cerámica y las ofrendas de animales, especialmente camélidos (ver cuadro 3).

Objetos de Cerámica

Se ha registrado en total 143 piezas de cerámica, completas o casi completas, asociadas a las fases estilísticas Moche III (79 piezas) y Moche IV (64 piezas). Las formas de cerámica más recurrentes son las botellas y los cántaros6. Prácticamente todo el grupo de vasijas son fi nas; la calidad de la cerámica es buena en términos generales. Sin embargo, la cerámica de las tumbas Moche III (Figura 10) es de mejor acabado que la de las tumbas Moche IV (Figura 11). Cualitativamente, las piezas de cerámica registradas son piezas fi nas, escultóricas y/o pictóricas, de uso restringido. En un sólo caso, el ajuar cerámico incluye una vasija de cerámica para uso doméstico: una olla (tumba 23, ocupada por un infante)7.

Fig. 10. Muestra de vasijas de cerámica de tumbas Moche III del CA35. a. Botella asa-estribo con decoración pictórica; b. botella asaestribo escultórica.; c. Cántaro con decoración pictórica; d. Cántaro con decoración escultórica; e. Cuenco; f. Canchero; g. Olla; h. Crisol; i. Miniatura que representa un vaso escultórico.

No se han hecho estudios específicos para determinar si los objetos cerámicos fueron elaboradas ex profeso para la tumba o son piezas de uso restringido usadas por el difunto en vida. En el estudio sobre las tumbas del Núcleo Urbano y Huaca de la Luna previamente mencionado, al hablar sobre el ajuar cerámico, Tello y colegas (2003: 163) aseguran que sólo algunos ceramios de la mejor calidad, que posiblemente formaban parte de los objetos personales del difunto, presentaron huellas de uso; en la mayoría de los casos, no presentaban evidencias de uso y se tratarían de vasijas fabricadas ex profeso para el entierro. La presencia de vasijas crudas en algunas tumbas Moche IV de Plataforma Uhle (Chauchat y Gutiérrez 2006, 2008) indicaría también una tendencia a elaborar piezas de cerámica estrictamente para fi nes funerarios.

Normalmente, las ofrendas de cerámica en las tumbas de fosa, tanto Moche III como IV, oscilan entre 1 y 4 piezas. Los dos casos excepcionales son las tumbas 7B y 23 (9 piezas cada una). La tumba 23 contiene 1 olla, 1 botella asa-estribo escultórica, 2 cántaros y 5 miniaturas8. Esta tumba es la única en donde se registran una olla y miniaturas. Es en las tumbas de cámara donde se ha hallado la mayor cantidad de cerámica por tumba; en líneas generales, el número de piezas de cerámica en este tipo de tumba es muy variable, y no guarda relación con el número de individuos que la ocupan. Por ejemplo, la tumba 5 posee la mayor cantidad de ajuar cerámico, contando con 44 piezas de cerámica, y solamente fue ocupada por un individuo dentro de la cámara, y una ofrenda humana bajo la misma, la cual no posee cerámica asociada. Sin embargo, la tumba de cámara 14, que fue ocupada por 3 individuos, sólo contó con 8 vasijas asociadas.

Casi todas las tumbas tenían vasijas de cerámica. Sin embargo, cinco no contuvieron vasijas de cerámica como parte de su ajuar funerario (tumbas 13, 18, 19, 21 y 22)9. En los 5 casos se trata de tumbas de fosa ocupadas por infantes, de las cuales tres pertenecen a un mismo piso de ocupación (tumbas 18, 19 y 22, piso 4). Estos infantes, en 4 casos, presentaron fragmentos de cerámica doméstica en asociación directa al cuerpo, aparentemente de manera análoga a la costumbre de colocar láminas o fragmentos de láminas de metal, como ya se ha visto.

Fig. 11. Muestra de piezas de cerámica de tumbasMoche IV del CA35.
a. Botella de asa lateral;
b. Cántaro con aplicación
escultórica; c. Cántaro
con decoración pictórica;
d. fl orero; e. cuenco;
f. canchero; g. silbato;
h. pututo; i. piruro.

Ofrendas de animales

Catorce tumbas presentan ofrendas de animales, de las cuales 12 son ofrendas de camélido; en un caso es un roedor (probablemente un «cuy», Cavia porcellus) y en otro caso es un pescado no identificado. Las partes de camélido que se ofrendan de manera más común son el cráneo, mandíbula, vértebras, costillas y extremidades. Parece que ciertas ofrendas de animales no habrían cumplido una función alimenticia en el marco ideológico funerario moche, como ya fue observado por Donnan y Mackey (1978: 210), en base a la pobreza del contenido de carne de las ofrendas de camélido. Recientemente, Nicolás Goepfert analizó una muestra de ofrendas de animales registradas en tumbas de la Plataforma Funeraria Uhle, al oeste del templo viejo de Huaca de la Luna. Corroboró lo observado por Donnan y Mackey y sugiere, haciendo uso de datos iconográficos y etnográficos, una función de psicopompa, «es decir, que el animal ayuda a llevar el alma del muerto al inframundo» (Goepfert 2008: 240). Al menos este parece ser el caso para las ofrendas de camélido, animal que es representado en la iconografía transportando esqueletos en el mundo de abajo.

Adicionalmente, se puede encontrar en algunas tumbas otras piezas como piedras trabajadas y pedazos de cuarzo.

LOS INDIVIDUOS ENTERRADOS Y SU TRATAMIENTO

En total, son 36 los individuos enterrados en las diferentes tumbas registradas en el CA35.

Orientación

La orientación predominante es la S-N, típica de los entierros moches en el sitio, en la cual el cuerpo está enterrado a lo largo de la matriz, con la cabeza al sur y los pies al norte; sin embargo, se han registrado 4 casos en los cuales el cuerpo está orientado en sentido E-W. La predominancia de la orientación S-N es recurrente para cada piso de ocupación. La orientación del cráneo parece ser irrelevante, pues se han registrado casos en que el individuo está con la mirada al frente, así como al este o al oeste (cuadro 2).

Posición

La posición más común del cadáver es decúbitodorsal o supina (DD), con las extremidades superiores e inferiores extendidas. En la mayoría de los casos, las extremidades superiores están recogidas a la altura de la pelvis, y las extremidades inferiores recogidas a la altura de los pies, uno sobre el otro. Sin embargo, existen algunas variantes en la posición de manos y los pies. Las manos pueden estar también paralelas a los costados, a la altura del fémur; recogidas ambas sobre el tórax; o una bajo el cuerpo y otra sobre la pelvis. Las extremidades inferiores pueden estar también extendidas con los pies paralelos, o ligeramente fl exionadas.

La posición DD, con 21 casos de los 36 registrados, equivale al 60% del total de difuntos del CA35. La preferencia por esta posición es constante para cada uno de los pisos de ocupación. Son menos comunes los casos de posición decúbito dorso-lateral o de costado (DDL, izquierda y derecha), decúbito ventral o prono (DV), posición sentada fl exionada (SIT) y posición decúbito ventro-lateral derecha, con las piernas hiper-fl exionadas (DVLd) (ver cuadro 2).

Cuadro 2. Características biológicas y de tratamiento del difunto de las tumbas del CA35.

La posición DV no es aplicada en ninguna de las tumbas de la fase estilística Moche III de nuestra muestra, sólo en las tumbas Moche IV. En los tres casos registrados, los individuos están en tumbas de cámara y en calidad de acompañantes, como difuntosofrenda. En dos casos, boca abajo y en un caso con el cráneo mirando al norte (fi gura 12a).

La posición DDL (de costado) se aplica en 3 tumbas de infantes del subtipo FI (Moche III) y una tumba de adulto de sexo masculino, de subtipo FG (Moche IV). No parece haber ningún tipo de relación entre esta posición y variables como género, fase estilística Moche, tipo de tumba u orientación (figura 12b). De igual modo, en el resto de tumbas del Núcleo Urbano, registradas hasta el momento, se han hallado en esta posición tanto infantes como adultos de ambos sexos, en las fases estilísticas Moche III y Moche IV, tanto en tumbas de fosa como de cámara, orientados en sentido S-N, aunque también en sentido E-W (ver Tello et al. 2003:153, cuadro 5.1).

Fig. 12. Tipos de posiciones de difuntos, no típicos, registrados en el CA35. a. Decúbito ventral (DV); b. Decúbito dorso-lateral (DDL); c. Decúbito ventro-lateral derecho con piernas hiper-fl exionadas (DVLd); d. Sentados (SIT).

Las posiciones SIT y DVLd son aún menos comunes dentro de las prácticas funerarias moches10 y son casos únicos, hasta el momento, en el Núcleo Urbano. El caso del individuo colocado en posición DVLd, corresponde a la tumba 6, la cual se describirá a detalle más adelante (fi gura 12c). El caso de los individuos sentados (SIT) corresponde a la tumba 9 (figura 12d). Esta tumba se ubica en el ambiente 35-5. Es del tipo cámara, conformada por adobes que delimitaban un espacio rectangular de 116 cm de largo por 60 cm de ancho y 88 cm de altura, orientado en sentido sur-norte. La profundidad de la cámara tiene evidentemente que ver con la forma de enterramiento. Al interior se encontraron los restos de dos individuos, ambos colocados en posición sentada, con las piernas fl exionadas. El individuo 1 era un hombre adulto de entre 30 y 35 años de edad, de unos 162,2 cm de estatura (± 3,42 cm) se encontraba sentado de frente hacia el norte, recostado en el muro sur de la cámara. Los miembros superiores se extendían junto al cuerpo y se unían en la pelvis, mientras que los inferiores se recogían hacia el tórax. Las improntas de textiles en los huesos, reducidas a polvo marrón, demuestran que el cuerpo fue depositado dentro de un envoltorio. El cuerpo del individuo 2 corresponde a una mujer joven, de entre 15 y 20 años de edad, con unos 140,9 cm (± 3,82 cm) de estatura. El cuerpo se halló en el extremo norte de la cámara, apoyando la espalda en el muro este, inclinado hacia el lado izquierdo. Al igual que el individuo 1, el cráneo estaba inclinado hacia abajo debido a un deslizamiento de su posición original. Los miembros superiores se hallaron retraídos hacia el tórax, pero con los codos retirados del cuerpo; los miembros inferiores estaban flexionados, pero hacia abajo, permitiendo que las rodillas se separen y sobresalgan hacia arriba, mientras que el pie derecho se superponía al izquierdo (Tello 2003: 176).

Número de individuos por tumba

Tanto las tumbas de fosa como las de cámara, pueden poseer un único individuo (de entierro individual) como una cantidad mayor (de entierro grupal). Los dos casos de tumbas de fosas de entierro grupal (tumbas 7A y 7B) son tumbas dobles, es decir, poseen sólo dos individuos11. Las cámaras de entierro grupal pueden poseer dos (tumbas 5,9 y 10), tres (tumba 14) o cuatro (tumba 6) individuos. En los casos de tumbas grupales, tanto de fosa como de cámara, aparentemente nos hallamos ante entierros múltiples, aunque al menos un caso parece ser un entierro colectivo (tumba 14)12.

Atributos paleodemográficos

Fig. 13. Gráfi co sobre periodo de vida y sexo de los difuntos del
CA35.

El grupo de 36 individuos enterrados en las tumbas del CA35 incluye 2 fetos (5,56%), 17 infantes (47,22%) y 17 adultos (47,22%). Tal como se observa en el cuadro 2 y fi gura13, hay dos no natos o fetos, ambos registrados en una tumba de fosa grupal (tumba 7B, fase estilística Moche III, piso 4). Los dos tienen entre 7 y 9 meses lunar in utero. La presencia de una vasija de cerámica escultórica, que representa una curandera, es sugerente, y podría tener relación con la mujer que intervino en el parto fallido de uno o los dos fetos (Tello y Delabarde 2008: 141).

Hay 17 infantes cuyas edades oscilan entre los 6 meses y los 10-14 años. Aunque están presentes en todos los tipos de tumba de la muestra, es en las fosas individuales donde su presencia es abrumadoramente mayoritaria. No se dan casos en que la posición del cuerpo del infante sea DV, SIT o DVLd. Dentro del grupo de los adultos, hay cierto equilibrio en cuanto al género. De los 17 adultos identifi cados, 7 son mujeres, 8 son hombres y en 2 casos el género no se ha podido determinar. También hay un equilibrio en cuanto a su presencia según el tipo de tumba. Las edades oscilan entre los 15-20 años y los 40-55 años. Las mujeres son bastante jóvenes, pues sus edades oscilan entre 15-20 y 18-25 años; mientras que en el caso de los hombres, las edades oscilan entre 18-25 y 40-55 años. Las tallas de los individuos de sexo masculino oscilan entre 160 y 168 cm mientras que las de las mujeres, entre 140 y 153 cm. En nuestra muestra no existen tumbas con difunto de sexo femenino orientado en sentido E-W. Esta afi rmación preliminar se hace extensiva al resto de tumbas del Núcleo Urbano.

Envoltorio

Fig. 14. Caso atípico de uso de tinaja como ataúd. Tumba 23.

La preservación de elementos de origen orgánico es mala debido a la altura de la capa freática, pero sobre todo al uso del espacio en el Periodo Chimú como terreno de cultivo. Esto ha impedido que se conserven componentes como el ataúd, los envoltorios o mortajas, y el vestido. Sin embargo, se conservan algunas evidencias, como por ejemplo las improntas, la descomposición en espacio colmado de la osamenta, o efecto de pared en los huesos, que indican que los cuerpos estuvieron envueltos en textiles y/o dentro de ataúdes de cañas, la igual que en tumbas moches de otras zonas. Al menos en 11 de las 25 tumbas, esta evidencia es clara. En todos los casos de las tumbas de cámara, al menos el individuo considerado el difunto principal presenta evidencias de envoltorio y/o ataúd. En un único caso, la evidencia sugiere que el cuerpo fue depositado desnudo. Es el caso del individuo 2 de la tumba 9, del subtipo CG, una mujer que fue colocada sentada, acompañando a un hombre, también sentado.

Un caso atípico de «ataúd» es aquel de la tumba 23, del subtipo FI. Es una fosa de 150 cm de largo por 200 cm de ancho por 62 cm de profundidad, la cual fue sellada por una torta de barro. Dentro de la fosa se halló una vasija grande carente de borde y fragmentada, tapada por la base convexa de otra vasija. Dentro de ella se acomodó el cuerpo de un infante de menos de 6 meses de edad, «como dentro de un útero» (Tello et al. 2005: 234). Se hallaron ofrendas tanto en la fosa como en el interior de la vasija que contenía el cuerpo del infante. El ajuar cerámico está compuesto por objetos de cerámica, objetos de metal, y en menor medida de otros materiales, además de ofrendas de animales (fi gura 14).

Actores funerarios: principales y acompañantes

En las tumbas de entierro grupal registradas en el CA35 se pueden identifi car dos tipos de actores: el difunto principal y difunto-ofrenda o acompañante.

Los difuntos principales son los muertos que han motivado el ritual funerario. Puesto que tienen la capacidad de ocasionar la muerte de otras personas para que los acompañen en su viaje al mundo de los ancestros, se suponen personas del más alto nivel de la elite. Existen algunos aspectos que confl uyen para identifi carlos dentro de una tumba de entierro grupal. El primero es la orientación y disposición del cuerpo; en el caso moche, el cuerpo que se encuentre en sentido sur-norte, decúbito dorsal extendido, podría ser el difunto principal. Un segundo aspecto a tener en cuenta son las asociaciones. El difunto principal lleva asociaciones directas e indirectas siempre, mientras que los difuntos-ofrenda, como veremos más adelante, no. Las asociaciones indirectas son colocadas, claramente, en dirección al difunto principal.

Los difuntos-ofrenda o acompañantes son inmolados como parte del ritual funerario de entierro, para acompañar a los difuntos principales al mundo de los ancestros; son ofrendas humanas. Dentro de nuestra muestra, al menos 5 individuos presentan evidencias de ser ofrendas humanas. Estos se encontraron inhumados en las tumbas de cámara 5, 6 (Moche IV) y 9 (Moche III). En el caso de la tumba 5, una ofrenda humana fue colocada debajo de la cámara mientras el entierro principal se encontraba dentro de la misma.

El individuo considerado ofrenda, una mujer, se encontraba en posición decúbito ventral, ubicado bajo el muro este de la cámara y no tenía ninguna asociación, aunque posiblemente fue inhumado con un envoltorio. En el caso de la tumba 6, una ofrenda humana fue colocada debajo de la cámara, y dos más fueron colocadas dentro de la cámara, junto al entierro principal. Las posiciones de los individuos ofrenda son sugerentes. El individuo-ofrenda que se halló bajo la cámara, de sexo masculino, se encontró en posición decúbito ventro-lateral derecha con los brazos flexionados y las piernas hiperflexionadas, y el muro oeste de la cámara pasaba por encima de su pelvis; su cuerpo se halló sin asociación alguna. Uno de los individuos-ofrenda depositados dentro de la cámara es un adulto de sexo femenino, que se ubicó al costado derecho del individuo principal, en la misma orientación (S-N), pero decúbito ventral y fl exionado. Los miembros inferiores estaban hiperflexionados hacia el abdomen, con las rodillas al nivel del tórax y los pies por debajo del miembro derecho del individuo principal. Esto sugiere que el individuo fue arrojado y que las piernas fueron flexionadas para permitir el depósito del individuo principal. La mayoría de las conexiones están preservadas y la organización de los huesos muestra que no hubo perturbación al momento del depósito de los otros cuerpos, por lo tanto sería un depósito simultáneo. Para Tello y Delabarde (op. cit.), la posición es característica, más de una ofrenda, que de un entierro moche. El otro individuo-ofrenda es un niño de entre 4 y 5 años de edad. Se localizó a los pies del individuo principal, en posición decúbito ventral y estaba dispuesto con la cabeza hacia el noreste y los pies al suroeste. Los miembros inferiores se encontraron extendidos y pasaban debajo de la pierna derecha del individuo 1. Esta forma de enterramiento tampoco es común para los moches y se parece a la inhumación de los otros individuos-ofrenda. Todas las ofrendas materiales de la tumba se encuentran asociadas al difunto principal, inhumado al final (figura 15).

Fig. 15. Tumba 6. a. Plano de planta de difunto principal y difuntosofrenda, así como sus asociaciones; b. Plano de planta de difunto ofrenda (individuo 4) bajo la cámara.

En el caso de la tumba 9, la ofrenda humana fue colocada dentro de la cámara, junto al difunto principal. Las posiciones de ambos, son poco ortodoxas, pues se encontraban sentados. El difunto-ofrenda es un adulto de sexo femenino, y su osamenta no mostraba rastros de ningún tipo de envoltorio y no presentaba asociaciones. A partir de la diferencia en el tratamiento del los cuerpos, Tello asume que el hombre sería el personaje principal de la tumba, mientras que la mujer habría sido sepultada desnuda como acompañante. Como ajuar funerario se registró vasijas de cerámica, ornamentos de metal y ofrendas de camélido (Tello en prensa). Todas las asociaciones correspondían al individuo considerado el entierro principal. Manipulación post-entierro En el CA35 hay evidencias de manipulación posterior al entierro, realizada por los mismos moches. Este es el caso de las tumbas 7-A, 14 y 23, consideradas re-entierros, y las tumbas 5 y 10, donde se ha desenterrado la tumba, manipulado los huesos, y vuelto a enterrar.

Re-entierros

La tumba 7-A, de subtipo FG y fi liación Moche IV, ha sido interpretada por sus investigadores (Tello y Delabarde 2008: 140-141) como un re-entierro. Esta ocupada por un adulto de sexo masculino y un infante. Al adulto se le halló sin ningún hueso de la mano izquierda, y los huesos de los pies estaban incompletos; también se registró una perturbación en la organización de la osamenta. Además, al levantar el sacro, se registró dos carpos de la mano derecha de otro individuo adulto. Los huesos faltantes se habrían perdido antes de ser depositado el cadáver en la tumba, aunque no hay ninguna explicación lógica para la presencia de los carpos del otro adulto. La osamenta del niño también se halló con algunas alteraciones: la mayoría de los elementos del tórax y de la cintura pélvica estaban desplazados, las costillas se encontraron en paquete, y el fémur derecho se registró al lado izquierdo, mientras que el izquierdo al lado derecho. Algunos fragmentos de la pelvis se ubicaron hacia los miembros inferiores. Puesto que los cuerpos presentan algunas conexiones preservadas, Tello y Delabarde (2008: 141) sugieren que «el enterramiento se realizó cuando la descomposición del cuerpo no era total (…)».

La tumba 14, de subtipo CG, asociado a la fase estilística Moche III, presenta clara evidencias de re-entierro. En su contexto primario debió ser una tumba individual de un adulto de sexo masculino, que luego se reabrió para colocar dos re-entierros de infantes. Mientras la osamenta del adulto se encontraba articulada, algunos huesos de los infantes, como por ejemplo el cráneo y las extremidades superiores e inferiores, se extendían fuera de sus posiciones anatómicas, de lo cual se deduce que estos habrían sido traídos de otro lugar cuando sus tejidos blandos ya estaban decompuestos (Tello en prensa: 182) La tumba 23, es una tumba FI, donde el cuerpo de un infante fue depositado dentro de una vasija grande, posiblemente una tinaja y esta a su vez, dentro de la fosa. El esqueleto se encontraba en posición DD, pero sus huesos no se encontraban en posición anatómica, lo que indicaría que el cuerpo fue depositado parcialmente descompuesto dentro de la vasija.

Estos son ejemplos que indicarían la costumbre de desenterrar difuntos enterrados en lugares distantes, y que se re-entierran en la ciudad. La práctica de reenterramientos ha sido registrada en otros contextos moches. En la Huaca Cao Viejo, en el Complejo Arqueológico El Brujo (valle de Chicama), se registró una tumba de cámara con evidencias de remoción de la osamenta del personaje principal, remoción de ofrendas, rotura de ofrendas, desplazamiento de parte del ajuar afuera de la tumba y desarticulación de los esqueletos que acompañaban al personaje principal, el cual debió ser re-enterrado en otro lugar, como ha sido registrado en una tumba de cámara en Huaca Cao Viejo (valle de Chicama) (ver Franco et al. 1998, 2003: 165).

Sin embargo, existe la posibilidad de que no se traten de re-entierros sino de entierros primarios de difuntos que fueron trasladados, luego del velatorio, desde lejos del lugar de entierro. Nelson y Castillo (1997) registraron que la osamenta de la mayor parte de los individuos enterrados en tumbas del periodo Moche Medio, en San José de Moro (valle de Jequetepeque) estuvo desarticulada en zonas como el cráneo, los pies, las costillas y vértebras. Estos investigadores aseguran que cuando se depositaron los cuerpos en las tumbas, estos se encontraban en un avanzado proceso de descomposición, y que esto se debería a un prolongado ritual funerario pre-entierro de algunas semanas de duración, incluido el traslado desde zonas distantes a San José de Moro.

Entierro-desentierro-entierro

La tumba 9, es de subtipo CG y está asociada con cerámica de la fase estilística Moche III. Las evidencias que indican manipulación post-mortem son las siguientes: (1) el centro del relleno de la tumba estaba más suelto, compuesto por arena, y dicho espacio se reducía conforme se ingresaba a la cámara; (2) el techo de adobes y algarrobo había sido removido y cortado; (3) el muro este de la cámara fue parcialmente destruido. Para Tello (en prensa: 174) este proceso tuvo por fi nalidad «depositar o extraer algún elemento de la tumba». Las osamentas de los dos individuos que ocupan la cámara están completas y no presentan huellas visibles de manipulación por lo que se podría suponer que la tumba se re-abrió con la fi nalidad de darle de comer y beber al difunto principal, proceso que incluyó la manipulación del ajuar. Al menos existe evidencia de un cántaro que fue introducido en la tumba «después que se sella la cámara» (Tello en prensa: 177).

Fig. 16. Tumba 10. a. Restos óseos disturbados del primer nivel; b. Restos óseos disturbados del segundo nivel.

La evidencia sobre la costumbre de desenterrar las tumbas para darles de comer a los difuntos y renovar su ropa, dentro de un periodo de tiempo establecido, ha sido registrada por diferentes cronistas, a lo largo de los llanos y la sierra andina (p.e. Francisco de Ávila 1987 [1598], capítulo 28; Cieza de León 1946 [1553], capítulo LXIII; Calancha 1934 [1638], Capitulo 12; Las Casas 1939 [1550], capítulo XV). Por ejemplo, Cieza de León dice que «… usaron en los tiempos pasados de abrir las sepulturas [el subrayado es nuestro] y renovar la ropa y comida que en ellas habían puesto». En el mismo sentido, Francisco de Ávila señala como «… decían a propósito de la fi esta de Todos los Santos que los huiracochas también ofrecían comida de la misma manera que ellos solían hacer a sus cadáveres y a sus huesos [el subrayado es nuestro]; y así, en los tiempos antiguos, llevaban toda clase de comida, toda muy bien preparada, diciendo: ¡Vamos a la iglesia! ¡Demos de comer a nuestros muertos!».

La tumba 10, es de subtipo CG y fi liación Moche III. Las evidencias que indican manipulación post-mortem son varias. La cubierta de adobes rota es la primera evidencia. Una segunda evidencia es las características del relleno: hacia el centro y parte superior, el relleno estaba conformado por tierra con pedazos de adobes, de consistencia compacta, mientras que los extremos y la base estuvieron rellenados con material semicompacto, conformado por arena y algunas concentraciones de tierra, que sería el relleno original. La tercera evidencia está conformada por las osamentas: se identifi caron tres individuos dentro de un depósito de huesos perturbados, los cuales, en algunos casos están en paquete o preservando conexiones anatómicas. En la fosa, pero fuera de la cámara (primer nivel, fi gura 16a), se encontró los miembros inferiores de un niño; dentro de la cámara (segundo nivel, fi gura 16b) se hallaron los huesos de los adultos, pero sin los huesos de la pelvis y el cráneo, lo cual impidió determinar el sexo. El orden en que se hallaron las vasijas tanto dentro como fuera de la cámara, fue muy particular «y estaría indicando que el ajuar funerario también fue disturbado. Es muy posible que se sacaran y/o ingresaran elementos, incluso los ceramios del primer nivel podrían haber estado originalmente dentro de la cámara» (Tello y Delabarde 2008: 154). Este es un proceso tafonómico diferente al de la tumba 9. Belkis Gutiérrez (2008) nos ofrece una primera interpretación de este tipo de contextos. Ella reporta procesos de alteración post-entierro en la Plataforma Uhle, ubicada al pie de la Huaca de la Luna. Según Gutiérrez hay un orden pre-establecido que se inicia con el entierro primario, luego el desentierro del mismo, generalmente cuando el cuerpo está parcialmente articulado. En dicho desentierro, se remueve una parte del cuerpo, o la mayor parte del mismo, quedando algunos huesos como prueba de que el cuerpo estuvo en la cámara. El ritual termina con el re-entierro «sin inhumación, es decir se sella la tumba manipulada dejándola casi vacía»; esto entierros habrían estado ligados a eventos El Niño (Gutiérrez 2008: 248). ¿A dónde se llevan los huesos extraídos? Se han registrado casos en diferentes zonas del complejo arqueológico donde se han hallado partes de cuerpos humanos enterrados en contextos no funerarios. Por ejemplo, en el CA39, Seoane y co-autores reportan el hallazgo de 2 cráneos así como dos miembros inferiores en conexión anatómica en una zona de almacenes (ambiente 6); igualmente extremidades humanas de al menos una mujer y dos adolescentes en otra zona de almacenamiento (ambiente 13), también anatómicamente articulados (Seoane et al. 2007: 183).

Siguiendo las evidencias de la tumba 10, quisiéramos sugerir otra posibilidad de interpretación a la propuesta de Gutiérrez. Podría ser que la osamenta fue sacada de la tumba para cumplir algún ritual donde esta fue manipulada, luego de lo cual fue re-depositada. En el lapso de tiempo entre la extracción de la osamenta y su re-entierro, la manipulación de los huesos pudo ocasionar el desprendimiento y pérdida de algunos de ellos, por lo que al re-enterrarse, los cuerpos se encontraron incompletos. Margarita Gentile reporta, gracias a un documento etnohistórico, la práctica de desenterrar muertos en 1784, en la ciudad boliviana de Cochabamba. Aún cuando esta ciudad está muy lejana de la costa norte del Perú, los datos que proporciona Gentile son muy interesantes. Por ejemplo, cuando habla de la práctica de desenterrar muertos dice que:

«Hasta la tarde brindan y se convidan unos a otros, en el atrio de la iglesia. Luego pasan al camposanto y comienzan a desenterrar los cadáveres enterrados el año anterior, tarea que dura hasta la noche. Después dichos cadáveres son depositados en la iglesia, en féretros, pero las calaveras, y parece que parte de algunos cuerpos, se llevan envueltos en mantas, llamadas también aquí quepes y llicllas (…), a las casas de los alfereces. Allí se baila ‘cargados a las espaldas los huesos, para que también se festejen, y alegren los difuntos’ Al día siguiente, al medio día, los alfereces encabezaban una procesión llevando las calaveras adornadas con fl ores, sostenidas en pañuelos (telas o paños pequeños). Luego sacan los féretros que estaban dentro de la iglesia, adornados con guirnaldas de fl ores, y salen todos en procesión alrededor del camposanto precedidos por un sacerdote con capa negra y otros con túnicas de mangas anchas, acompañados de muchas velas y los alfereces con sus pendones distintivos. El último acto público es el entierro en el interior de la iglesia, posiblemente en una fosa común (…) ya que en esta circunstancia no cabe pensar que se pudiera respetar ninguna manda testamentaria referida al lugar de entierro …» (Gentile 1994: 72-73).

Al respecto, Gentile (1994: 74) sostiene que se trata de una ceremonia «para rogar por el agua necesaria para las chacras…», donde se compromete a los difuntos «a ser buenos intermediarios a cambio de un festejo». Gentile (ibid.) añade que «No hay que perder de vista tampoco que, en los Andes en general, los difuntos no entran en tal categoría sino hasta los tres años de fallecidos, de manera que al año, como en este caso, todavía no se han ido del todo (para expresarlo de alguna forma». La procesión de los alfereces llevando las calaveras adornadas con fl ores «retrotrae sin esfuerzo a las escenas representadas en huacos mochicas y nasca».

SÍNTESIS Y COMENTARIOS FINALES

La información arriba presentada, complementada con los cuadros 1, 2 y 3, nos permite hacer un análisis sincrónico y diacrónico, a partir del cual sintetizar y discutir algunos aspectos interesantes, ligados a rasgos particulares de cada piso de ocupación y variantes temporales, para finalmente acercarnos a conocer parte de la identidad social de los difuntos del CA35.

Sobre el tratamiento del difunto

En líneas generales, dentro de cada piso de ocupación, la posición predominante de los cuerpos es decúbito dorsal extendido, con la cabeza orientada al sur y los pies al norte. Estos rasgos funerarios son considerados típicos de Moche (Ubbelohde-Doering 1967: 22; Donnan y Mackey 1978: 63, 86, 208; Donnan 1995; Armas et al. 2003: 156; Castillo 2003: 90-91), aunque se observan algunas variantes particulares, que también se han visto en otros contextos del complejo arqueológico y en otros sitios moches de la Costa Norte. Desconocemos cual es la razón por la cual los enterradores optan algunas veces por colocar los cuerpos orientados en sentido este-oeste13, o en posición DDL o SIT. Cualquier intento de explicación a la luz de los datos que disponemos, sería mera especulación. Sin embargo, es sugerente el hecho de que la posición DV se asocia en nuestra muestra sólo a difuntos-ofrenda, en tumbas de cámara Moche IV. En el resto del Núcleo Urbano sólo se ha registrado una tumba (Moche III de subtipo FG) con dos individuos en esta posición, sin mayores asociaciones e identificados también como difuntos-ofrenda.

A este punto del análisis, dos aspectos generales llaman la atención: las particularidades sincrónicas y las variantes temporales.

a) Particularidades sincrónicas

El piso 6 (Moche III), que reportó cinco tumbas, muestra como rasgo común la ausencia de la costumbre de colocar fragmentos de metal, cerámica, o malacológico, en asociación directa con el cuerpo del difunto, salvo en un caso. Esta costumbre se observa recién como una constante a partir del piso 5, y pudo ser retomada de las culturas Salinar y Gallinazo (Donnan y Mackey 1978). El piso 4 (Moche III) es muy peculiar, pues sólo presenta tumbas del tipo fosa y ocupadas por infantes (a excepción de una tumba de fetos) de entre 9 y 24 meses de edad, sin vasijas de cerámica como parte de sus asociaciones. No hay ninguna tumba de adultos. El piso 2 (Moche IV) muestra como rasgo común el patrón de enterramiento en las tumbas de cámara, con una ofrenda-humana por debajo de dicha cámara y sin techo.

b) Variantes temporales

Las tumbas de fosa no presentan alguna variante signifi cativa entre piso y piso, o entre fases estilísticas. Sin embargo, la forma estructural y de enterramiento como variable comparativa, nos lleva a pensar de manera preliminar que las tumbas de cámara Moche III constituye un grupo funerario diferente al grupo Moche IV. Mientras que en Moche III, los difuntos y ofrendas se colocan dentro de la cámara, se rellenan y luego se techan, para fi nalmente rellenar hasta la boca de la tumba, con manipulación post entierro; en Moche IV, un difunto-ofrenda se coloca debajo de la cámara (rasgo para el cual no hay antecedentes en el sitio), y dentro de la cámara el personaje principal, algunas veces con ofrendas-humanas también al interior; luego se procede a rellenar la tumba hasta la boca, sin elaborar techo alguno, y sin manipulación post-entierro.

Sobre la identidad de los difuntos

Las tumbas que, dentro de un conjunto arquitectónico debidamente delimitado, están asociadas al mismo piso de ocupación, son relativamente contemporáneas y los individuos que las ocupan podrían haber formado grupos consanguíneos o de otro tipo de nexo social. Mario Millones afirma que «existe un corolario a los entierros como «decodificadores de parentesco» y éste es que efectivamente, se encuentren en la unidad residencial y que representen al grupo doméstico, o por lo menos abstraigan una coherencia de éste» (Millones 1996: 51). En el mismo sentido, Kaulicke sostiene que para reconocer grupos sociales hay que partir de la hipótesis de que «los individuos que comparten una afinidad consanguínea o de otro tipo de nexo social están enterrados en espacios contiguos. Además de ello compartirán otros rasgos como posición, tipo de asociación y, sobre todo, la orientación» (Kaulicke 2001: 93).

Si tenemos en cuenta lo sostenido por Millones y por Kaulicke, y que los individuos de la muestra están enterrados dentro de los límites del mismo conjunto arquitectónico, comparten patrones de enterramiento y semejanzas de estilo en las asociaciones, se infiere que dichos individuos formaban parte del mismo grupo social. La evidencia es contundente al señalar que dichos individuos pertenecían a la elite14 del grupo al momento de su muerte. Las diferencias estructurales (tumbas de fosa versus tumbas de cámara) y de asociaciones entre cada tumba, indicarían diferencias de estatus al interior del grupo, toda vez que el tratamiento mortuorio del individuo es consistente con la posición social que ocupó en vida (O’Shea 1984: 36). Estas diferencias obedecerían a los diferentes roles que pudieron cumplir los difuntos durante su vida y hasta antes de su muerte, en el marco de las relaciones sociales y de producción, algo que Saxe (1970: 7) ha llamado identidades sociales.

¿Fue el mismo grupo social el que habitó el Conjunto Arquitectónico durante toda su historia ocupacional? Parece que fue el mismo durante la vigencia de la fase estilística Moche III, puesto que la arquitectura interior no presenta cambios signifi cativos ni tampoco los patrones funerarios. Pero, ¿siguió este mismo grupo habitando el conjunto durante la fase estilística Moche IV? Las diferencias de entierro entre las tumbas de cámara Moche III y Moche IV nos ofrecen dos posibilidades de interpretación: (1) Si habría sido el mismo grupo, y estas diferencias de entierro se habrían dado por cambios en la estructura social de los residentes, dentro de la sociedad moche (Uceda 2007); o (2) hubo un cambio de grupo social residente en dicho conjunto arquitectónico durante la fase estilística Moche IV, donde estos nuevos residentes habrían realizado los cambios arquitectónicos observados por Tello (2008: 447), ampliando el número de habitaciones pero en espacios más reducidos y especializados. Futuros análisis de ADN nos permitirán optar por una de estas dos posibilidades.

Lo que no queda claro aún es el nexo del grupo social, es decir, si este involucra una agrupación familiar o de linajes unidas por un nexo de parentesco, o de personas que comparten un origen común; ni tampoco el tamaño del grupo social. Los estudios en el sitio para la fase estilística Moche III son muy limitados. Nuestra visión para la siguiente fase estilística es más clara, pues ya en otras publicaciones hemos sostenido que los habitantes de los conjuntos arquitectónicos del Núcleo Urbano, durante la vigencia de la fase estilística Moche IV, formarían parte de diferentes grupos corporativos (grupos de fi liación familiar que poseen grupos no familiares adscritos a él) (Uceda 2007: 42) o parcialidades (Gayoso 2007: 154, 162) y que las actividades desarrolladas al interior de un conjunto arquitectónico son efectuadas por algunos de sus miembros bajo la administración de su elite mayor. Dichas actividades o roles conferían a los miembros que las ejecutaban un estatus mayor en relación a los demás miembros del grupo social. Lo que no queda claro aún es si los señores de los conjuntos arquitectónicos son señores de parcialidades o de estratos de la misma unidad.

Edad y género versus estatus y división sexual del trabajo

En los pisos donde hay tumbas de hombres adultos, mujeres adultas y niños, las tumbas de los hombres adultos son las que poseen una mayor cantidad de ofrendas, en especial cerámica y metales. En el mismo sentido, en 4 de las 5 tumbas de cámara el personaje principal es un hombre adulto; en la otra es una mujer adulta. Sin embargo, contamos también con tumbas de fosa de niños o de mujeres adultas con mayor cantidad de asociaciones que algunas tumbas de fosa de hombres adultos. Esto indica que si bien el poder fue ejercido por los miembros adultos masculinos de la sociedad mochica, mujeres y niños pudieron obtener mayor rango o estatus social que algunos hombres, pero este rango se habría adquirido por el grado de parentesco que tuvieron con los hombres adultos que detentaban el poder. Uno de nosotros llegó a la misma conclusión en un trabajo anterior, al afi rmar que «por las ofrendas de cerámica y metales, los hombres tuvieron un mayor estatus entre los pobladores del Núcleo Urbano que las mujeres y niños» (Uceda 2007: 31).

No existen asociaciones que sirvan como indicadores de género y de división sexual del trabajo, como si sucede en otros sitios arqueológicos. Por ejemplo, en San José de Moro (valle de Jequetepeque) los piruros y otros elementos del hilado y el tejido, están asociados a tumbas de mujeres, mientras que los elementos de trabajo de metal están asociados a tumbas de hombres; puesto que el hilado y el tejido fueron actividades asociadas tradicionalmente al sexo femenino, mientras que la metalurgia se asocia al sexo masculino, su presencia en las tumbas son indicadores de género y de división sexual del trabajo. En el CA35, se encontraron como asociación directa sólo 2 piruros en dos tumbas diferentes: una tumba de fosa de un infante y una tumba de cámara, asociado a una mujer. Las evidencias encontradas en otros contextos funerarios del sitio indican una presencia pareja de piruros en tumbas de hombres y mujeres. Esto nos llevó a meditar, en el caso de Huacas del Sol y de la Luna, «si efectivamente la presencia del piruro en una tumba es un indicador de actividad productiva realizada en vida del individuo o nos encontramos frente a un signifi cado ideológico que se escapa a nuestro entendimiento» (Gayoso 2007: 152).

Los difuntos-ofrenda

Finalmente, queremos señalar dos criterios que se podrían utilizar para identifi car un difunto-ofrenda en los contextos funerarios del sitio, a partir de las evidencias en el CA35. Un primer criterio podría ser la posición del cuerpo – que no es decúbito dorsal – aunque esta no es determinante; este criterio parece débil aunque no por eso debemos dejarlo de lado. Lo que sí parece determinante es la carencia de asociaciones, en especial aquellas de relación directa con el individuo. Por ejemplo, ningún difunto-ofrenda presenta láminas de metal en la boca u otras partes del cuerpo. Las tumbas con difuntos-ofrenda se encuentran tanto en la estilística Moche III como en la fase estilística Moche IV, asociadas a tumbas de cámara. En la fase estilística Moche III sólo una tumba de cámara presenta un difunto ofrenda, mientras que en la fase estilística Moche IV hay una tumba con 3 difuntos ofrenda, uno de ellos colado debajo de la cámara. Aunque la evidencia de la muestra es estadísticamente baja, esto corroboraría la idea propuesta por uno de nosotros (Uceda 2007) en el sentido de que entrada la fase estilística Moche IV, la elite urbana adquiere mayor poder que la elite religiosa, la cual se traduce en un mayor acceso a los recursos, entre ellos, las vidas humanas.

Queda pendiente un estudio a mayor escala de los patrones funerarios en el sitio y en el valle que nos permitirían enriquecer el conocimiento sobre las particularidades del sitio, del valle, así como del moche sureño en relación a otros grupos políticos moches.

CONCLUSIONES

1. Las tumbas excavadas en el CA35 son típicas de la cultura moche, pues guardan el patrón de enterramiento conocido para esta cultura. El porqué se escoge en algunos casos una orientación o posición diferente a la moche es una respuesta que se obtendrá a la luz de una mayor cantidad de datos.

2. Las tumbas corresponden a individuos de la elite moche, pero de estatus variable. Esta variabilidad se debería a los diferentes roles cumplidos en vida por los difuntos, o por su relación de parentesco con personas de roles importantes dentro de las actividades sociales, políticas y económicos del grupo social al cual pertenecieron. El segundo argumento explicaría el alto número de entierros de infantes.

3. Aquellos cuerpos identifi cados como difuntosofrenda corresponderían a sirvientes. Por lo tanto, no se tratarían de miembros de la elite, pero si de miembros del mismo grupo social, posiblemente por adscripción.

4. Los contextos identifi cados como re-entierros o entierros de difuntos de procedencia lejana, podrían indicar que no necesariamente todos los muertos vivieron en el CA35, pero si que pertenecían al grupo social que operaba en dicho conjunto. La necesidad de enterrarse en este conjunto tendría que ver con el hecho de yacer dentro de un sitio considerado sagrado (cercanía al templo y al divino Cerro Blanco), es decir, por cuestión de ideología o de prestigio. Este hecho permitiría abrir una nueva visión sobre las relaciones entre las elites urbanas y grupos no urbanos a los cuales pudieron estar ligados, en el sentido de grupo corporativo o parcialidad.

5. Las diversas interpretaciones vertidas sobre las evidencias de manipulación post entierro no son del todo excluyentes. Existe la posibilidad de que este comportamiento con los muertos sea aún mucho más compleja, y obedezca a diferentes rituales, por lo que tanto las interpretaciones planteadas por Gutiérrez como las nuestras se apliquen para el caso del sitio, en diferentes situaciones o contextos. Vemos que las fuentes de información etnohistórica, arqueológica y etnográfica se complementan con la evidencia del CA35 como en el resto del sitio, y nos permiten observar una rica y compleja relación entre vivos y muertos en el mundo moche y andino.

 

Pie de página

  1. Mientras mayor estatus o rango social tenía el difunto, más días se le velaba, como lo señala Pedro de Cieza de León (1946[1553], Capítulo LXII): “Y guardaron, y aun agora lo acostumbran generalmente, que antes que los metian en las sepulturas los lloran cuatro o cinco o seis dias, o diez, segun es la persona del muerto, porque mientras mayor señor es, mas honra se le hace y mayor sentimiento muestran, llorandolo con grandes gemidos y endechandolo con musica dolorosa, diciendo en sus cantares todas las cosas que sucedieron al muerto siendo vivo”. Esto se confirma cuando, por ejemplo, Pablo José de Arriaga (1968 [1621], capítulo VI) señala que en algunos pueblos de los llanos (la costa) el muerto se velaba por 10 días. Francisco de Ávila (1987 [1598], capítulo 27) dice que “en los tiempos muy antiguos, cuando un hombre moría, velaban su cadáver durante cinco días”. Ambos cronistas basan la duración del velatorio en la importancia del difunto. Así, el difunto descrito por Arriaga parece describir el velatorio de un individuo de elite, probablemente un principal o un curaca, mientras Ávila parece señalar el velatorio de un individuo del común.
  2. Se desconoce el tipo de instrumento que utilizaron para tal fi n. Para el caso de las tumbas del Periodo Mochica Medio de San José de Moro, en el valle de Jequetepeque, Martín del Carpio (2008: 91) sostiene que “El proceso de cavado del pozo de acceso y la cámara debió hacerse con un instrumento de cobre o madera, una especie de palo cavador que, por las improntas halladas en las tumbas, debió tener un ancho de hoja de unos 15 cm”. Esta labor, según del Carpio, se pudo realizar en unas pocas horas.
  3. Según Tello y Delabarde (2008) las evidencias son claras para afi rmar que se trata de un mismo evento de entierro, y no de entierros diferentes superpuestos.
  4. Hay un caso en que uno de los ocupantes de la tumba está fuera de la cámara, pero dentro de la fosa de la tumba por encima de la cámara, pero es un contexto alterado por los moches, por lo cual se desconoce si originalmente esa fue la disposición de los cuerpos: es el caso de la tumba 10.
  5. En la zona mesoamericana, los mexicas colocaban en la boca de los cadáveres de los señores y nobles una piedra verde
    llamada chalchihuitl simulando su corazón (Murillo 2002: 61, 74).
  6. En total son 138 vasijas (43 botellas, 74 cántaros, 10 floreros, 3 cancheros, 2 cuencos, 1 olla, 5 miniaturas), 2 piruros, 2 instrumentos musicales (1 pututo y 1 silbato) y una cuchara con mango escultórico. Los floreros son vasos de borde acampanulado; los cántaros mencionados son pequeños, del tipo jarra; los cancheros son cuencos de borde cerrado con mango; el piruro es un volante de huso; el pututo es una trompeta con forma de caracol.
  7. Las ollas y tinajas están tradicionalmente asociadas a la cocción de alimentos y la chicha (cerveza de maíz); las tinajas también se habrían usado para el almacenamiento de la chicha.
  8. Originalmente estas piezas fueron definidas como crisoles, por su pequeño tamaño (Tello et al. 2005: 235-236).
  9. Sólo hemos considerado en este punto las tumbas intactas. Las tumbas 1, 2, 15 y 24 tampoco tuvieron cerámica al momento de ser excavadas, pero se registraron completamente disturbadas por huaqueros, con lo cual la presencia o no de cerámica en su contexto original es desconocida.
  10. La posición sentada es reportada por Max Uhle (en Tello 2003: 176) cerca de Huaca de la Luna, donde encuentra, a 4 metros de la superfi cie, tanto tumbas individuales como grupales en esta posición, pero podrían ser tumbas chimúes intrusas, pues según Donnan y Mackey (1978: 242-366) la posición sentada es común en entierros chimúes registrados en las Huacas del Sol y de la Luna. Chauchat y Gutiérrez (2006) reportan una tumba de tipo FG, de transición Moche II-III, en la Plataforma Funeraria Uhle, al pie de la Huaca de la Luna.
  11. Hasta el momento, no se registrado ninguna tumba de fosa grupal (FG) en el Núcleo Urbano que contenga más de dos individuos.
  12. En la teoría de la antropología forense y ciencias afi}nes, los entierros múltiples implican inhumación simultánea de los difuntos que ocupan una tumba, que por lo general son individuos que acompañan a un personaje principal; mientras que los entierros colectivos identifi can a tumbas donde las inhumaciones no son simultáneas, y tienen un periodo de utilización largo (ver p.e. Alfonso y Alesan 2003: 15).
  13. Donnan y Mackey (1978: 208) sugieren una relación entre la orientación del cuerpo y el sitio arqueológico para el caso Moche IV. Mientras que en sitios como Huanchaco, Huacas del Sol y de la Luna o Pacatnamu, la orientación sur-norte es predominante; en el caso del valle de Santa, en el sitio de Pampa Banca, los cuerpos están generalmente orientados en sentido oeste-este.
  14. No hay tumbas de sirvientes en el CA35, al menos dentro del rango de difuntos principales. Los únicos individuos enterrados que se podrían considerar sirvientes son los difuntos-ofrenda. Incluso las tumbas más sencillas tienen asociaciones que implican cierta capacidad de acceso a recursos socialmente restringidos a la elite. Por ejemplo, la tumba FI 16 no posee mayor asociación que tres vasijas de cerámica, sin embargo una de ellas es una botella de asa estribo con representación iconográfica, y las otras dos son cántaros tipo jarra. La tumba FI 20 posee un individuo con fragmentos de cerámica en asociación directa y una sola vasija, pero de buena calidad: es una botella asa estribo con representación en alto relieve de la cacería del venado. La tumba FI 18 posee fragmentos de cerámica en asociación directa al cuerpo del difunto y ofrendas de camélidos. Dentro de este grupo de elite enterrado en el CA35 se observan diferencias. Por ejemplo, si tomamos en cuenta las características formales de las tumbas, aquellos individuos enterrados en tumbas de cámara tendrían un mayor status. Por añadidura, las tumbas de fosa, más simples, parecen estar asociadas a individuos de menor status. Dentro del grupo de las ofrendas, creemos que las ofrendas humanas tienen un mayor valor, por lo que aquellos enterrados en cámara con ofrendas humanas, tienen mucho mayor status aún. A priori, una mayor cantidad y calidad de las ofrendas de cerámica y metales indicarían también un mayor status.

 

 

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Análisis mecánico del adobe: El caso de Huaca de la Luna

Introducción:
El adobe es una forma tradicional de mampostería no reforzada que ha sido usada desde tiempos ancestrales. Sin embargo, las construcciones de adobe presentan elevada vulnerabilidad sísmica debido a su baja resistencia a tracción, a la elevada fuerza inercial movilizada y a su comportamiento frágil. En efecto, la observación post-sismo muestra que las construcciones de adobe sufren repetitivamente grandes daños, ej.. Teniendo en cuenta que los ensayos experimentales de mampostería son costosos, una buena forma de analizar su comportamiento es a través del modelamiento numérico. Sin embargo, una cantidad mínima de experimentos debe ser realizada para permitir la calibración y validación de los modelos. Por otro lado, la mampostería de adobe se caracteriza por presentar una elevada variabilidad en sus propiedades mecánicas, aspecto que tiene que ser considerado tanto en los experimentos como en la simulación numérica. En el caso de construcciones arqueológicas la variabilidad geométrica se incrementa, la cual puede ser original, o asociada a procesos de degradación del material por su exposición en el tiempo. Las construcciones masivas de adobe en Perú son un ejemplo evidente de esta variabilidad.

El presente artículo estudia la caracterización del material que constituye el sistema estructural de uno de los complejos arqueológicos de tierra más emblemáticos del Perú: La Huaca de la Luna . La Huaca se construyó entre los años 100 y 650 D.C. y se encuentra localizada en la costa norte del país, a 8 kilómetros del centro de la ciudad de Trujillo. Este sitio arqueológico fue uno de los templos más importantes de la cultura pre-i ca Mochica I-IX D.C.) [7] y es particularmente importante en la actualidad por su fachada decorada muy bien preservada y su sistema de construcción con templos superpuestos en sucesivos periodos.

Las construcciones patrimoniales de adobe en Perú, y en particular la Huaca de la Luna por su ubicación en la costa norte, están altamente expuestas a la acción de los sismos así como a fenómenos meteorológicos, ej. el Niño. Este estudio es parte de un análisis integral de la seguridad símica del monumento y contribuye con la caracterización del sistema de albañilería de adobe arqueológico. Asimismo, en este estudio se proponen propiedades mecánicas del sistema de albañilería que serán de utilidad para los futuros trabajos de análisis numérico predictivo en este monumento.

Titulo original del artículo:
Análisis mecánico de albañilería arqueológica de adobe bajo cargas de compresión uniaxial: El caso de Huaca de la Luna .
Autores
:
Eduardo Ramírez
Mijail Montesinos
Rui Marques
Ricardo Morales
Santiago Uceda
Paulo B. Lourenço
Rafael Aguilar

ABSTRACT

This article presents an experimental and numerical study for the mechanical characterization under uniaxial compressive loading of the adobe masonry of one of the most emblematic archaeological complex i Pe u, Huaca de la Lu a (100-650AD). Compression tests of prisms were carried out with original material brought to the laboratory. For measuring local deformations in the tests, displacement transducers were used which were complemented by a digital image correlation system which allowed a better understanding of the failure mechanism. The tests were then numerically simulated by modelling the masonry as a continuum media. Several approaches were considered concerning the geometrical modelling, namely 2D and 3D simplified models, and 3D refined models based on a photogrammetric reconstruction. The results showed a good approximation between the numerical prediction and the experimental response in all cases. However, the 3D models with irregular geometries seem to reproduce better the cracking pattern observed in the tests.

Keywords: archaeological constructions, adobe masonry, mechanical testing, digital image correlation, numerical modelling

 

ENSAYOS EXPERIMENTALES

La campaña experimental se desarrolló en el laboratorio de estructuras de la Pontificia Universidad Católica del Perú – PUCP. La caracterización mecánica se realizó utilizando componentes originales de la mampostería de adobe en la Huaca de la Luna. Estos materiales fueron recolectados exclusivamente para el presente estudio durante un trabajo especial de excavación arqueológica, conforme se muestra en la Figura 1.

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c

Figura 1. Vista general de Huaca de la Luna y sus paredes: (a) Fachada Norte, (b) bloques de adobe usados para la caracterización mecánica y (c) proceso de extracción del mortero.

Para la caracterización de la mampostería se construyeron 3 prismas de 210x320x770 mm3 siguiendo las recomendaciones establecidas en el RNE – E080 [8] y en HB 195-2002 [9]. En cada prisma se emplearon 5 unidades de adobe que se unieron con mortero de 2.5 cm de espesor aproximadamente. Debido a que los adobes originales de la Huaca presentan una gran variabilidad dimensional, los prismas que se construyeron en laboratorio presentaron una geometría irregular (ver Figura 2).

 

(a) Prisma #01 Prisma #02 Prisma #03
(b)
(c)

Figura 2. Preparación de los prismas para la caracterización mecánica: (a) colocación del mortero, (b) construcción de prisma de adobe y (c) aspecto de los prismas antes del ensayo.

El ensayo de compresión uniaxial se realizó por control de desplazamientos a una velocidad de 0.25 mm/min de forma tal que se alcance la falla en aproximadamente 30 minutos, conforme se sugiere en EN 1052-1[10]. Para evitar concentraciones de esfuerzos en la zona de contacto del equipo con el prisma se utilizó una capa de arena y una plancha de madera como material de transición [9]. Se midieron las deformaciones locales utilizando LVDTs fijados en las dos caras laterales de los prismas, como se puede observar en la Figura 3a-b. Adicionalmente, para el ensayo del tercer prisma se empleó un equipo de medición óptica de deformaciones a través de correlación de imagen digital (ARAMIS) con una precisión de hasta 0.005% [11]. Para este efecto, se analizó con este equipo una superficie de 200×160 mm2 pintada en una de las caras frontales (Figura 3c).

(a)
(b)
(c)

Figura 3. Instrumentación de prismas de adobe para el ensayo de compresión: (a) LVDTs en la cara frontal, (b) LVDTs en la cara posterior y (c) área con pintura en escala de grises para el análisis con el ARAMIS.

En los ensayos se observa la aparición de grietas paralelas a la dirección de la carga. Se observó que las grietas aparecen primero en los extremos que están en contacto con los cabezales del equipo, lo cual es probablemente debido a que en esta zona se haya producido una concentración de esfuerzos, a pesar de la colocación de la capa de arena y plancha de madera. En la Figura 4 se observa la evolución de las grietas durante el ensayo de compresión en el prisma #3 (los números indican la secuencia de aparición). Las grietas se originan en la zona de contacto con el equipo (grietas 1, 2, 3 y 5). Una grieta en la zona central (grieta 4) empieza en la junta de mortero y luego se propaga a las unidades conforme avanza el ensayo. La grieta 6 se genera en una cara lateral del prisma y se propaga verticalmente. Luego, se siguen generando grietas en la junta de mortero (grieta 7). Debido al progreso de la grieta 4, se produce la grieta 8 que presenta una longitud considerable. No se logró registrar la aparición y evolución del resto de grietas debido a que cuando se alcanzó la carga máxima estas se propagaron súbitamente en todo el espécimen.

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Figura 4. Evolución de grietas en el prisma 03: (a) vista frontal, (b) vista posterior y (c-d) caras laterales.

 

El análisis de los resultados del ensayo con control óptico de deformaciones confirma lo observado y muestra que las grietas se originan en el mortero cuando el sistema aún presenta un comportamiento elástico y se encuentra aproximadamente al 20% de la carga máxima (Figura 4b). Por otro lado, la aparición de grietas en los adobes coincidió con el inicio de la etapa no lineal en el prisma, al 95% de la carga máxima aproximadamente (Figura 4c). Durante el transcurso de la etapa no lineal, las grietas se propagan tanto en el mortero como en el adobe (Figura 4d). Se observó además que existe una interacción entre mortero y adobe durante el ensayo que se manifiesta en que el mortero sufre grandes deformaciones longitudinales y transversales (similar a lo reportado en [12]). Las deformaciones transversales (perpendiculares a la carga) producen tracción en las unidades de adobe, dando origen a las grietas verticales. El proceso descrito de formación de grietas se puede observar en la Figura 5.

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Figura 5. Formación de grietas: (a) estado inicial, (b) primeras grietas en la junta de mortero,
(c) primera grieta en ladrillo de adobe y (d) propagación de las grietas durante la etapa no-lineal. (El color azul indica mínima deformación en el espécimen mientras que el rojo representa una grieta completamente abierta)

A partir del registro de la fuerza aplicada y de las deformaciones medidas mediante los LVDTs se obtuvieron las curvas esfuerzo deformación, que junto a la forma de falla de los prismas permiten evaluar el comportamiento a compresión uniaxial de la albañilería (Figura 6). El esfuerzo máximo a co p esió p o edio σmáx) fue de 0.36 MPa con un coeficiente de variación (CV) de 15%, y la deformación unitaria promedio para el esfuerzo máximo fue de 0.0035 mm/mm con un CV de 12%. Utilizando el criterio propuesto por [13] se obtuvo un módulo de elasticidad promedio (E) de 107 MPa con un CV de 28%. La relación entre el módulo de elasticidad y la resistencia a compresión E/σmáx de 297 se encuentra dentro del rango propuesto por Tomaževič [14], que varía entre 200 y 1000. No fue posible obtener la respuesta completa post-pico, debido a que cuando las grietas atravesaban la superficie de apoyo de los LVDTs lo que ocasionó su desprendimiento de los prismas. Los parámetros mecánicos obtenidos en los ensayos se muestran en la Tabla 1.

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Tabla 1. Propiedades mecánicas de los prismas de adobe
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Figura 6. Curvas esfuerzo-deformación del (a) prisma 01, (b)prisma 02, (c) prisma 03 y (d) envolvente

El análisis de los componentes de la albañilería a partir de las imágenes captadas por el equipo de video-correlación muestra que el mortero alcanza deformaciones hasta 12 veces más que el adobe, como se observa en la Figura 7b, lo que podría indicar que el comportamiento global del sistema depende fuertemente de la calidad del mortero. La influencia del mortero en el comportamiento resulta notoria al comparar la deformación medida en la albañilería con el LVDT y con el sistema de correlación de imagen digital, una vez que el LVDT cubre una menor extensión de mortero. La longitud inicial del LVDT era de 320 mm, a lo largo de la cual cerca del 80% era adobe y el resto mortero. En el caso de la longitud analizada con el ARAMIS (100 mm) el 70% aproximadamente era adobe. A pesar de la buena correspondencia de resultados, dicha diferencia podría ser el parámetro que genere que la curva de esfuerzo-deformación obtenida del ARAMIS tenga una menor pendiente y aparentemente mayores deformaciones, como se observa en la Figura 7. Aunque el comportamiento post-pico sea semejante, el mortero presenta mayores ductilidad y tasa de deformación plástica que las unidades de adobe. La ductilidad calculada en el mortero es igual a 2.08 mm, mientras que en el adobe es sólo de 0.08 mm, por otro lado, en la albañilería se estimó una ductilidad de 1.45 mm. El coeficiente de Poisson se calculó también en base a las mediciones realizadas con el equipo de correlación de imagen digital. En este caso se consideró estimar la componente horizontal de deformación a lo larga de una línea diagonal de forma tal que se consiga medir la deformación de la albañilería.

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Figura 7. Comportamiento de la albañilería y sus componentes bajo cargas de compresión: (a) desfase entre el sistema de correlación óptico y los LVDTs y (b) componentes de la albañilería durante el ensayo de compresión.

La influencia del mortero en el comportamiento resulta evidente al comparar los resultados experimentales obtenidos a partir de los LVDTs y del sistema ARAMIS, como se mencionó anteriormente. Además, es importante recordar que los LVDTs no lograron registrar el comportamiento post-pico completamente, lo que por un lado produce que el desfase mostrado en la Figura 7a sea aún más evidente, pero por otro lado indica también la utilidad del sistema de medición de deformaciones sin contacto.

 

MODELACIÓN NUMÉRICA

La modelación numérica se desarrolló considerando modelos continuos de elementos finitos y asumiendo un material homogéneo. El comportamiento del material se representó usando el modelo total strain crack model disponible en DIANA [15]. El comportamiento a compresión fue descrito por una tendencia parabólica, mientras que en tracción se consideró una ley de decrecimiento exponencial. Parte de las propiedades empleadas en el modelo se obtuvieron de los ensayos experimentales. Sin embargo, debido a que no se realizaron ensayos de tracción, fue necesario recurrir a la literatura cuando no se disponía de información experimental. Se asumió la resistencia a tracción ft como fc/10, según lo propuesto en [16, 17]. Para el cálculo de la energía de fractura en compresión se consideró un factor de ductilidad µ(relación entre energía de fractura y resistencia a la compresión) igual a 1.6 mm [18]: µfc = 0.576 N/mm. Para la energía de fractura en tracción se consideró µ igual a 0.029 mm de acuerdo a recomendaciones mostradas en [19].

Adicionalmente, se realizó un análisis paramétrico de las energías de fractura en compresión y tracción, para verificar que los valores empleados sean los más apropiados. Los valores de energía de fractura a compresión y tensión a emplear se seleccionaron considerando el criterio de obtener una respuesta más estable y con mayor similitud al comportamiento observado en los ensayos de compresión de prismas. Las propiedades utilizadas para la mampostería se resumen en la Tabla 2. La densidad utilizada fue la reportada en un informe técnico del proyecto arqueológico Huaca de la Luna [20]. Para el ajuste de la respuesta a compresión en función de la energía de fractura a tracción (Figura 8a), el mayor valor se tomó de Tarque [4]. En el resto de casos se tomaron los valores límites del rango propuesto por Angelillo [19] y su valor recomendado con base en la ductilidad de las unidades a tracción. En cuanto a la energía de fractura a compresión, el mayor valor corresponde a los datos experimentales en Almeida [21]. Los valores intermedios se encuentran al multiplicar la resistencia a compresión por un factor de ductilidad igual a 1.6 mm [18] y 1.0 mm [17]. Finalmente, el menor de los valores se determinó haciendo uso de la regresión lineal propuesta en [21], para la determinación de la energía de fractura a compresión con base en la resistencia a compresión.

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Figura 8. Comportamiento a compresión del prisma #2 con análisis paramétrico de la (a) energía de fractura de tensión y (b) energía de fractura a compresión
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Tabla 2. Propiedades del adobe usadas para los modelos numéricos

En el análisis se consideraron cuatro tipos de modelos: dos usando elementos tipo lámina y dos utilizando elementos sólidos. En el primer caso se utilizaron elementos tipo shell de 8 nodos en estado plano de esfuerzo, CQ16M [15]. Con referencia al prisma #1 en la Figura 7a, se construyó un primer modelo con elementos cuadriláteros regulares. Después, a partir de un modelo 3D del prisma obtenido mediante reconstrucción fotogramétrica (Figura 9b), se tomó una sección representativa del prisma para desarrollar un modelo con elementos lámina, ver Figura 7c. En una fase posterior se emplearon elementos sólidos con 20 nodos, CHX60 [15]. También en este caso, se modeló un prisma regular, y otro considerando el modelo obtenido de la reconstrucción fotogramétrica (Figura 9d). La Figura 10 muestra todos los modelos geométricos considerados. En ninguno de los casos se consideró modelar la interacción entre el prisma y el equipo de compresión, se restringieron los desplazamientos en la base del prisma.

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Figura 9. Generación de mallas: (a) fotografía del prisma #1, (b) modelo 3D obtenido de la reconstrucción fotogramétrica, (c) modelo de elementos finitos 2D y (d) modelo 3D usando elementos sólidos.

El ensayo de compresión fue simulado aplicando un desplazamiento en la extremidad superior del modelo. El método de solución utilizado fue el Newton-Raphson Modificado en conjugación con la técnica de line-search, de modo a obtener un compromiso entre la carga computacional y la precisión de los resultados. Los resultados de la simulación numérica de los ensayos de compresión se muestran en la Figura 11. Se observa, en general, una buena aproximación a la respuesta general de los varios prismas ensayados. Es evidente que al considerar una geometría más detallada con elementos sólidos se consiguen resultados más cercanos a los experimentales, en especial con respecto a la predicción del modo de falla. Por otro lado, el costo computacional al emplear elementos sólidos es mucho más alto comparativamente a los modelos 2D y la respuesta obtenida de ambos no difiere notablemente. Cuando se simplifica la geometría, la predicción sigue aproximando mínimamente la respuesta experimental (Figura 11 d).

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Figura 10. Modelos con elementos finitos: (a) 2D en estado plano de esfuerzo y (b) sólidos. (Prisma #1 al #3, y geometría simplificada, de izquierda a derecha en ambos casos)
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Figura 11. Diagramas esfuerzo-deformación de los prismas. Resultados experimentales y numéricos.

Las curvas obtenidas de las simulaciones numéricas presentan en general una buena aproximación en la parte lineal de la respuesta experimental. Sin embargo, las curvas no logran reproducir completamente la respuesta y denotan una falla abrupta tras alcanzar el pico, aunque el patrón de agrietamiento tenga en todos los casos bastante similitud a lo registrado en los ensayos (Figura 12a-

c). Por otro lado, para el prisma #3 se consiguió continuar el análisis aún después de la carga máxima, y se logró reproducir un mecanismo de falla muy similar al experimental (Figura 12d).

El patrón de agrietamiento se logró reproducir únicamente en los modelos con elementos sólidos. La formación de grietas se inicia debido a una concentración de esfuerzos en los extremos de los especímenes. Cuando la etapa lineal termina, se propagan grietas verticales desde los extremos hacia el centro del espécimen. Este comportamiento se debe principalmente a la energía de fractura de tensión. En el caso de los prismas #1 y #2, la formación de grietas se da desde el extremo superior hacia el centro, mientras que en el prisma #3 se inician en la base.

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Figura 12. Patrones de grietas obtenidos de los ensayos experimentales y modelos numéricos.
DISCUSIÓN

En la literatura se encuentra que las unidades de albañilería muestran una rigidez y resistencia mayor que la albañilería misma [21]. Esta característica se confirmó también durante el ensayo de compresión del prisma #3 mediante las lecturas con el equipo de correlación de imagen digital en donde es evidente que la deformación de las unidades es varias veces menor que la del sistema de mampostería. Esto demuestra que el mortero tiene una elevada influencia en el comportamiento de los prismas ante cargas de compresión. Un factor que posiblemente haya influenciado en el comportamiento del mortero es que fue re-moldeado con agua en laboratorio para la fabricación de los prismas. Es probable que por el proceso de fabricación (y un secado abrupto) el mortero haya perdido rigidez a comparación del que se encuentra en el centro arqueológico, el cual tiene un tiempo de curado de alrededor de 1500 años. Esta hipótesis podría explicar la razón por la que el valor del módulo de elasticidad encontrado es menor que el obtenido en [17] en el cual se realizaron ensayos de caracterización in-situ. A pesar de ello, el orden de magnitud de estos valores es semejante.

Las curvas esfuerzo-deformación experimentales evidencian que para este tipo de mampostería la ubicación apropiada del sistema que mide las deformaciones locales es fundamental para una correcta caracterización. Como se observó, existe diferencia en las deformaciones medidas en diferentes posiciones, ya que el sistema está compuesto de materiales que tienen propiedades distintas. En este caso, para la comparación numérica se decidió utilizar las propiedades registradas por los LVDTs puesto que había más ensayos disponibles con este sistema y que las deformaciones registradas por dichos instrumentos corresponden a una longitud inicial que representa bien el sistema de albañilería.

Los resultados obtenidos de los modelos numéricos propuestos presentan aceptable correlación con los experimentales. En general, se consiguió aproximar el comportamiento a compresión de los prismas. Usando lo modelos sólidos se aproximó hasta el 88% de la carga máxima (prisma #2) y en el caso más desfavorable se llegó al 86% (prisma #1). Por otro lado, con los modelos geométricos más simples de elementos shell, se llegó al 99% de la carga máxima en el prisma #1 y al 85% en el prisma #3. Ambos modelos reproducen satisfactoriamente el comportamiento de los especímenes ensayados, en especial en la predicción del esfuerzo de rotura.

Con respecto a las deformaciones, se logró una aproximación aceptable, aunque no tan robusta como en el caso de los esfuerzos. El mejor resultado obtenido de los modelos 2D presenta un error de 7% (prisma #1) con respecto a la deformación correspondiente a la carga pico, mientras que en el caso menos favorable el error es de 39% (prisma #2). En cuanto a los modelos sólidos, se consiguieron resultados similares, siendo 4% el menor error (prisma #1) y 30% el mayor (prisma #3).

El análisis paramétrico de la energía de fractura en tracción y compresión permitió verificar los valores más adecuados para modelar el comportamiento a compresión de los prismas de adobe. En general, la variación de la energía de fractura a tracción no tuvo una gran influencia en la respuesta esfuerzo-deformación. Debido a esto, el criterio para la selección de este parámetro se basó en la aproximación de los mecanismos de falla (Figura 12) que diferían notablemente al variar esta propiedad. Por otro lado, la influencia de la energía de fractura en compresión es mayor. Cuando se emplearon valores en el rango más bajo presentado en [17, 21], no se consiguió reproducir el comportamiento no lineal adecuadamente y además el error en la predicción de la carga máxima de compresión fue mayor. Por el contrario, al adoptar una energía de fractura mayor a partir de Almeida [20], las incursiones en el régimen no lineal fueron mucho más extensas, siendo los niveles de deformaciones aparentemente excesivos, a excepción del prisma #1.

CONCLUSIONES

Mediante el análisis de deformaciones del prisma #3 en particular se determinó el proceso de formación de grietas durante el ensayo de compresión. Es notable resaltar que el mortero presenta agrietamiento a esfuerzos reducidos, mientras que el adobe inicia el agrietamiento cerca de la carga máxima. Estos resultados se pueden aplicar directamente en la inspección de construcciones similares a la Huaca de la Luna, que debido a sus dimensiones podrían alcanzar grandes esfuerzos de compresión. Se debe tener especial cuidado cuando se encuentren grietas en las unidades de adobe en zonas en que exista una gran concentración de esfuerzos de compresión, puesto que estas se podrían encontrar en un régimen inelástico cercano al colapso. Sin embargo, es necesario realizar una campaña experimental más extensa que incluya el análisis detallado de la formación de grietas para corroborar estas primeras observaciones.

Los modelos propuestos muestran una aceptable relación con los resultados experimentales. Las propiedades de resistencia y deformación en la rotura se aproximan bastante a los obtenidos en los ensayos, además que presentan un mecanismo de agrietamiento similar. Sin embargo, es necesario complementar la campaña experimental con una mayor cantidad de ensayos de caracterización, en especial de la interface unidad-mortero. Es posible que, mediante el uso de una aproximación de meso-modelación, se pueda reproducir la respuesta con mayor aproximación. También se debe prestar especial atención a los modelos de material escogidos, en particular al que gobierna el comportamiento a compresión. En la presente investigación no se profundizaron otros modelos, pero es posible que otros describan de mejor forma el comportamiento de la mampostería de adobe.

En general, los modelos con elementos en estado plano de esfuerzo llegaron a desarrollar un mayor esfuerzo resistente a compresión, posiblemente debido a que no se presentó la misma concentración de esfuerzos que en los modelos sólidos. Esto resulta más evidente al observar que existe una gran concentración de esfuerzos en los extremos de los prismas, que es por donde aparecen primero las grietas.

AGRADECIMIENTOS

Los autores agradecen a la Dirección de Gestión de la Investigación DGI PUCP por el financiamiento del proyecto de investigación 89-2014 dentro del cual se enmarca este trabajo. Se agradece también a CONCYTEC por el financiamiento de los alumnos de maestría (primer y segundo autor) a través de su programa de becas para estudios de posgrado. Finalmente, se agradece al Laboratorio de Estructuras y al Laboratorio de Materiales PUCP por la disponibilidad de sus instalaciones y equipos.

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thesis, University of Minho, Guimarães.

 

Análisis mecánico de albañilería arqueológica de adobe bajo cargas de
compresión uniaxial: El caso de Huaca de la Luna

Eduardo Ramírez 1, Mijail Montesinos1, Rui Marques 2, Ricardo Morales 3, Santiago Uceda3, Paulo B. Lourenço 2,
Rafael Aguilar 1
1 Department of Engineering, Civil Engineering Division. Pontificia Universidad Católica del Perú-PUCP (PERU)
{jeramirezc; mijail.montesinos; raguilar}@pucp.pe
2 Department of Civil Engineering. ISISE, University of Minho (PORTUGAL)
[email protected], [email protected]
3 Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Trujillo (PERU)
[email protected], [email protected]

La Lactancia en el Antiguo Perú

ML SST madres de la elite r x
Madres de la élite. La presencia de pintura facial y joyas, podrían indicarnos que estas madres formaban parte de la élite política social. Botella Mochica (1-800 d.C.).

Desde las antiguas crónicas y diccionarios Bertonio, (1612) 1984; Garcilaso, (1609) 1985; Guamán Poma (1612) 1980, se nos señala la importancia dada a la lactancia por los pobladores prehispánicos. La profusión de términos y la precisión de éstos son signos de ello. En el mundo andino prehispánico, la fiesta del corte de pelo o roto chico era a su vez la fiesta del destete (Lastres, 1951; Valdizán y Maldonado, 1922; González Carré y Galdo Gutiérrez, 1977). En esta celebración el niño recibía su nombre definitivo y era por primera vez diferenciado sexualmente por medio de la vestimenta. En definitiva, era incorporado activamente a su comunidad. Esto nos mostraría que se practicó una modalidad de destete que acontecía cuando el niño ya no requería física ni emocionalmente lactar (alrededor de los dos años de edad), modalidad difundida en todas las comunidades indígenas de América.

Las crónicas hacen referencia al uso de galactagogos por parte de las madres andinas, entre los cuales figuraban un cocido de quinua (Chenopodium quenoa) y unos gusanos llamados ñuñu quehua (Lastres, 1951). La quinua, como veremos posteriormente es usada actualmente con el mismo fin. Es interesante notar, que el nombre, «gusano», podría traducirse como «el que estimula o coquetea con los senos.

La práctica de la lactancia estuvo contemplada dentro de la religiosidad andina. Rostworowski (1986), describe como imagen central del templo de Pachacámac una mujer que amamanta a una zorra, hija de Añás, divinidad nocturna costeña**. Además, Cawillaca, otra divinidad femenina andina, «durante un año mas o menos crió sola a su hijo amamantándolo» (Taylor, 1987:57). En la época Inca encontramos referencias al templo de Poq’enkancha. Poq’e, según el diccionario de Lira (1945), significa calostro y kancha, lugar, recinto. De donde se podría inferir que el Poq’kancha era el lugar del principio u origen de la vida (Nolte, 1991). Estos datos señalan la importancia del calostro y la lactancia en la época prehispánica.

Un cronista indígena como Guamán Poma (1980), menciona, aunque sin extenderse, la existencia de una entidad sobrenatural vinculada a la lactancia. Esta es el duende Happi ñuñu. Happi significa «coger, agarrar» y ñuñu, «seno». Este duende cogía con los senos a los niños lactantes, llevándoselos; lo que posiblemente fuese una forma de explicar la mortalidad infantil en la etapa de lactancia. Pero aún no contamos con suficiente información para sustentar esta hipótesis. (La etnia Aguaruna presentaba una forma distinta de relacionar lactancia y mortalidad infantil: cuando un niño moría, era enterrado con un pocillo que contenía leche materna.) [Raimondi, 1957]

La arqueología es otra fuente de información sobre los patrones de lactancia prehispánicos. Un sinnúmero de ceramios presentan escenas relacionadas con esta actividad. Carrión Cachot (ver Lastres, 1951) señala esta diversidad en ceramios para la costa norte. En uno de ellos, de la cultura Moche, se puede observar que el bebe se apoya en las piernas de la madre, quien las tiene cruzadas, sin tomarlo en sus brazos, de forma similar a lo descrito por Garcilaso (1985); esto indica la misma práctica en diferentes épocas.

En el material compilado por el doctor Kauffman (1987), de las culturas Vicús y Moche, la lactancia está asociada al coito, con preponderancia del coito anal. Cuando Garcilaso menciona la abstinencia sexual durante la lactancia, se está refiriendo posiblemente a la luz de esto último, a la abstinencia del coito vaginal. Entre el material arqueológico podemos observar la presencia de madres lactando en Chancay, Vicús y Moche, al igual que las hembras de algunos animales como venados, perras y llamas; estos ceramios no han sido revisados y analizados en profundidad para observar la posición, relaciones iconográficas, etc.

Fotos: Museo Larco
Texto extraído de la obra:
LACTANCIA: UNA PRÁCTICA QUE TRASCIENDE LOS TIEMPOS
Autor: Camino, Lupe

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Los Mochicas del Norte y Los Mochicas del Sur

Resumen:
Uno de los más importantes desarrollos de los estudios sobre la cultura Mochica en los últimos diez años es la cada vez más clara división entre una esfera sur y una esfera norte geográficamente separadas por la Pampa de Paiján. En estas dos áreas de la costa norte peruana entidades políticas de diferente grado de complejidad se desarrollaron entre los años 100 y 750 d.C. La adscripción de todos los Mochicas a una sola entidad política parece derivar de una falta de análisis de variaciones regionales en todos los aspectos de la cultura material, del énfasis de los estudios arqueológicos desde principios de siglo en el área de los valles de Moche y Chicama, centro de la esfera Mochica del sur, y de la escasez de colecciones comparativas de Mochica del norte. Los Mochica del sur parecen haber sido un estado unificado que se embarco en un proceso de expansión hacia el sur durante las fases III y IV. Aun cuando los Mochicas del norte y sur siguieron diferentes líneas de desarrollo todas compartieron estrategias económicas, organizaciones sociales y prácticas y creencias ideológicas. En este artículo presentamos las evidencias disponibles para postular la división e interpretamos las circunstancias históricas y ecológicas que generaron las diferentes sendas de desarrollo.

Abstract:
One of the most important developments in Moche studies in the last ten years is the increasingly apparent division between a northern and a southern sphere, geographically separated by the Pampa de Paiján. In these two areas of the Peruvian North Coast distinct political entities developed between A.D. 100 and 750. The ascription of all Moche to one single political entity seems to derive from the predominance of archaeological studies starting at the turn of the century in and around the southern valleys of the Moche, a scarcity of comprehensive collections for the northern Moche, and a general lack of analysis of regional variations in Moche material culture. The southern Moche seems to have been a single, unified expansive state that underwent a process of southward expansion during Phases III and IV. In spite of different developmental paths, both the northern and southern Moche polities shared similar economic strategies, social organizations, and ideological practices and beliefs. In this paper we present the evidences available to postulate the division and interpret the historical and ecological circumstances that generated the different developmental paths and ceramic sequences.

Autores:
Luis Jaime Castillo
Pontificia Universidad Católica del Perú
Profesor Principal del Departamento de Humanidades, Sección Arqueología y Director de Relaciones Internacionales y Cooperación de la Pontificia Universidad Católica del Perú. ([email protected])
Butters Christopher B. Donnan
UCLA
University of California, Los Angeles
Profesor Principal del Departamento de Antropología de la Universidad de California, Los Angeles.

En los últimos años la arqueología de la costa norte del Perú, y particularmente la arqueología Mochica, han experimentado un inusitado desarrollo, especialmente a partir del descubrimiento y excavación de las tumbas reales de Sipán en 1987. El renovado interés que existe en el fenómeno Mochica se puede ver en la gran cantidad de investigaciones que hoy se llevan a cabo (Uceda y Mujica 1994), y en el número de publicaciones sobre diversos aspectos de este pueblo que aparecen cada año. Este desarrollo no está basado sólo en recientes descubrimientos, sino que es el resultado del aporte de una larga tradición de investigadores que comenzó con Max Uhle y Rafael Larco, y ha continuado con la contribución de un gran número de peruanos y extranjeros dedicados al estudio de esta sobresaliente sociedad.

Actualmente gran parte de las investigaciones sobre la cultura Mochica están dedicadas al estudio rada por Rafael Larco en cinco fases estilísticas. Esta secuencia estuvo basada en un estudio sistemático de tres grandes temas: la iconografía y la secuencia cerámica, y particularmente la estructura política regional. Una serie de recientes estudios están tratando de establecer cuántas regiones, entidades políticas o estados constituyeron el fenómeno Mochica. Tradicionalmente se aceptaba que los Mochicas fueron a lo largo de su historia un estado centralizado o una entidad política unificada y monolítica (Figura 1), controlada por una clase gobernante de sacerdotes guerreros desde una capital ubicada en las Huacas de Moche. Los Mochicas habrían difundido sus tradiciones a lo largo de un amplio territorio a través de un proceso de conquista militar. Esta concepción centralizada y expansiva está siendo cuestionada. Nuevos estudios arqueológicos sugieren que existirían contemporáneamente al menos dos grandes regiones Mochicas, una norte y otra sur, separadas por la Pampa de Paiján (Figura 2; Donnan 1990, n.d., Donnan y Cock 1986).

Paralelamente se están reexaminando las peculiaridades del desarrollo de las manifestaciones culturales del fenómeno Mochica en diversas regiones, especialmente en cuanto a su secuencia cerámica. La secuencia cerámica Mochica de cinco fases, planteada por Larco en 1948 y confirmada en numerosos estudios de colecciones y trabajos arqueológicos, si bien útil para explicar la evolución de la cerámica Mochica en la región sur (en adelante Mochica-Sur), aparentemente no tienen la misma utilidad en la región norteña del fenómeno Mochica (en adelante Mochica-Norte).

Nuevos descubrimientos y nuevas líneas de investigación han llevado a cuestionar la existencia de un estado Mochica único y unificado, y de una sola secuencia cerámica, pero a la vez han reafirmado la uniformidad de «lo Mochica» como entidad cultural. Es cada vez más claro que los Mochicas de diversas regiones compartieron a lo largo de su historia una serie de elementos en común, los cuales evitaron que las diferentes entidades políticas se convirtieran en entidades culturales independientes.

Cuando pensamos en los Mochicas nos imaginamos una sociedad cohesionada, que compartía un ecosistema definido por los valles costeños de Piura a Nepeña (Donnan 1978) y que estaba expuesta a ciclos de Niños y sequías. Es muy probable que los Mochicas hablaran una misma lengua, emparentada con la lengua Muchik (Carrera [1644] 1939); participaran en ceremonias muy semejantes, como la Ceremonia del Sacrificio (Alva y Donnan 1993) y rindieran culto a los mismos dioses, especialmente Aia Paec (Larco 1948, Castillo 1989). Una compleja jerarquización de la sociedad fue común a todas las entidades políticas Mochicas (Larco 1938, 1939), mostrándose la posición de los individuos en todos los aspectos de la vida cotidiana; desde sus ropajes y joyería, sus armas y literas, los portadores y sirvientes que tenían, hasta su porte y musculatura que dependía, al fin y al cabo, de su dieta. Luego de su muerte cada individuo recibía un tratamiento funerario que reflejaba su posición en la sociedad a través del tipo y tamaño de su tumba y de los objetos depositados como ofrendas en ella (Castillo y Donnan 1994, Donnan n.d., Donnan y Mackey 1978). Sabemos también que los señores Mochicas contaron con artesanos de gran experiencia, capaces de enroscar minúsculas laminas de oro y hacerlas parecer hilos (Alva y Donnan 1993: Fig. 185), o de decorar ceramios y paredes con detallados diseños que mostraban ceremonias y rituales, así como animales silvestres y monstruos sobrenaturales (Uceda, et. al. 1994; Bonavia 1985; PACEB 1994). También construyeron algunos de los templos y residencias más suntuosas que se hayan visto en los Andes (Hass 1985). Si bien estos elementos nos hablan de una sociedad compleja y jerarquizada, son las semejanzas estilísticas de los artefactos producidos en diversas regiones y bajo distintas administraciones las que nos indican una tradición compartida y una fuerte interacción entre los Mochicas de diversas regiones.

Una sola cultura Mochica
La idea que los Mochicas constituyeron una sola entidad política y cultural es el resultado de las peculiaridades de la evidencia arqueológica. Para explicar como se llegó a esta interpretación queremos plantear tres fases en que las evidencias fueron colectadas e interpretadas. En la primera fase se determinó que existía una sola cultura Mochica, diferente e independiente de otras culturas prehispánicas. Esta cultura había antecedido a la irrupción de elementos asociados con el Horizonte Medio y la cultura Chimú. Esta interpretación estuvo basada en la identificación en diferentes valles de la costa norte de un repertorio de artefactos, especialmente ceramios, muy semejantes en forma y decoración, y de una comparación de este estiloe con el de objetos obtenidos en otras regiones, especialmente en la costa central.

Figura 1. Mapa del territorio Mochica según Rafael Larco Hoyle.

En la segunda fase se definió que los artefactos cerámicos producidos por los Mochicas habían evolucionado en todas las regiones influenciadas por esta cultura de acuerdo a una misma secuencia, de grandes colecciones de cerámica, especialmente la colección del Museo de Chiclín (hoy Museo Arqueológico Rafael Larco H.), y de superposiciones de contextos funerarios de donde provenían los ceramios. Finalmente, en la tercera fase se definió el carácter político del fenómeno Mochica. La expansión de la cultura Mochica y la difusión de su cultura material habrían sido el resultado de una sola entidad política expansiva y militarista, que durante las fases tres y cuatro alcanzó a conquistar la región comprendida entre los valles de Lambayeque y Nepeña. Signo inequívoco de este proceso era la distribución de la cerámica Mochica, especialmente de la cerámica elaborada que representaba a las clases gobernantes de esta sociedad.

Una Sola Cultura
Las culturas precolombinas usualmente han sido definidas a través de conjuntos de objetos que comparten los mismos rasgos estilísticos, especialmente objetos cerámicos. Conjuntos de objetos con diferentes rasgos estilísticos representan diversas culturas, e interacciones entre estilos, por ejemplo cuando un estilos aparece influenciando a otro, se interpretan como interacciones entre diferentes entidades culturales. Una vez que el repertorio de rasgos ha sido definido, se estudia su distribución en el espacio para entender cuál fue el ámbito geográfico controlado o influenciado por una determinada cultura. Culturas arqueológicas son, por lo tanto, conjuntos de objetos distribuidos en el espacio, no de personas ni de las sociedades que las organizaron. El primer paso en la creación de una cultura prehispánica, entonces, es caracterizar un estilo cerámico, tanto a través del estudio de objetos en contexto, como de objetos en colecciones. Con la cultura Mochica la situación no fue diferente, y fue el peculiar origen de la muestra cerámica que se estudió lo que llevó a pensar amuchos investigadores, incluidos nosotros, que los Mochica habían sido una sola entidad cultural.

En el primer capítulo de la historia de los estudios sobre la cultura Mochica destacan tres personalidades: Max Uhle, investigador alemán que realizó las primeras excavaciones científicas en las Huacas del Sol y la Luna; Alfred Kroeber, uno de los pioneros de la antropología norteamericana que estudió en detalle las colecciones de Uhle; y particularmente Rafael Larco, investigador peruano que dedicó su vida, y buena parte de sus recursos, al estudio de esta sociedad. Antes del trabajo de estos investigadores, si bien existían colecciones en el Perú y el extranjero que incluían piezas de esta tradición, la cultura Mochica no existía como entidad independiente. La primera tarea de estos investigadores fue, pues, aislar el fenómeno Mochica de otros fenómenos culturales, y ubicarlo en la secuencia de culturas del antiguo Perú.

Max Uhle, en sus excavaciones a principios de siglo en las Huacas de Moche, ubicó y excavó una serie de tumbas Mochicas, especialmente en las áreas definidas como sitios E y F al pie de la Huaca de la Luna (Uhle 1915, Kroeber 1925:213). Estas tumbas, lamentablemente nunca bien publicadas, contuvieron más de 680 piezas de cerámica estilísticamente muy consistentes. Muchas compartían la característica decoración pictórica en crema y ocre, y/o detallada decoración escultórica que permitían diferenciarlas fácilmente de otros estilos encontrados en el sitio, especialmente del ubicuo estilo Chimú, y del estilo Tiahuanaco encontrado por el mismo Uhle en Pachacamac en 1896 (1903). Uhle además determinó que este estilo era contemporáneo con la construcción de la Huaca de la Luna (Uhle 1915:105), por lo tanto los arquitectos de estas masivas estructuras pertenecían a la misma sociedad que había producido a los maestros artesanos que elaboraron esta fantástica cerámica.

Kroeber (1925), luego de un minucioso análisis de las colecciones de Uhle en la Universidad de California, Berkeley, caracterizó por primera vez el estilo, diferenciándolo de otros estilos encontrados en el sitio. La información estratigráfica recogida por Uhle permitía concluir que el nuevo estilo era anterior a los estilos Tiahuanaco y Chimú, por lo que Kroeber lo llama Proto-Chimú. El estilo caracterizado por Kroeber no era exclusividad de la colección de Uhle; piezas semejantes existían en otros Museos en Europa, los Estados Unidos y el Perú. Kroeber en su estudio comparó las colecciones recogidas por Uhle con colecciones existentes entonces en el American Museum of Natural History y el Peabody Museum. En estos museos Kroeber encontró ceramios con las mismas características estilísticas, confirmando que se trataba no de un fenómeno aislado, sino de un estilo consistente y difundido en la costa norte. Ahora bien, pequeñas diferencias existían entre algunos grupos de objetos, especialmente en sus formas y contenidos iconográficos, lo que hacía sospechar que existían variaciones, quizá debidas a factores cronológicos, en el estilo. Es decir que estas colecciones incluían objetos de diversas épocas. Esta sospecha no se comprobaría hasta que no se estableciera una secuencia para la cerámica Mochica.

Figura 2. Mapa del territorio Mochica según Kroeber.

En base a la procedencia de estas colecciones, y a informaciones recogidas durante sus propios viajes de investigación por la costa norte del Perú, Kroeber inició el estudio de la distribución espacial del estilo Proto-Chimú (Figura 3). Kroeber (1925:224-229) concluyó que el estilo Proto-Chimú «en realidad es característico sólo en […] el área de Trujillo-Chimbote, ocurriendo infrecuentemente en las dos áreas adyacentes (Casma al sur, y PacasmayoChepén al norte), y no apareciendo en lo absoluto en las dos áreas más norteñas (Lambayeque y Piura). Aún cuando estéticamente superior, Proto-Chimú permanece siendo un estilo local. Evidentemente existió durante un período de limitadas comunicaciones, probablemente de unidades políticas restringidas» (Kroeber 1925:228-229).

Las características estilísticas que Kroeber encontró en los materiales excavados por Uhle también estaban presentes en miles de piezas en colecciones existentes en el Perú, especialmente en la colección pionera que Víctor Larco creara y que posteriormente fuera depositada en el Museo Nacional, y en la gigantesca colección que Rafael Larco congregara en la Hacienda Chiclín. Estas semejanzas estilísticas confirmaban, como era de esperarse, la consistencia del estilo Proto-Chimú y su enorme frecuencia. Se requería en este momento de un amplio corpus de piezas cerámicas para pasar de una simple caracterización a una definición del estilo y la iconografía Mochica. Rafael Larco, a través de excavaciones de cementerios en diversos valles de la costa norte entre Chicama y Santa (1945:30-41), y de la adquisición de colecciones menores, logró reunir la colección más grande y completa de cerámica Mochica que existe a la fecha. Fue en base al estudio de esta colección, proveniente en su inmensa mayoría de los valles de Chicama a Santa, que Larco definió el estilo Mochica (1945:15, 1948).

El estudio de la cerámica Mochica emprendido por Larco es radicalmente diferente al estudio de Kroeber. Kroeber analizó la cerámica Mochica solamente desde una perspectiva estilística, tratando de identificar elementos que permitieran fechar sitios y comprender la secuencia cultural de la costa norte. Kroeber estaba interesado en identificar culturas (entendidas como unidades estilísticas); Larco estaba interesado en entender la mentalidad y la vida del hombre Mochica del pasado. Para Larco la cerámica Mochica era primero un documento de la vida en el pasado, y sólo en segundo lugar una herramienta estilística o un instrumento cronológico. Es por esto que Larco emprende y publica primero (1938, 1939, 1945) sus estudios interpretativos, donde describe al hombre Mochica y su sociedad, la religión y el arte, el gobierno y el culto a los muertos. Larco entendía la totalidad de la producción cerámica Mochica como el resultado de un grupo de individuos compartiendo un mismo sistema cultural, un mismo idioma y una misma religión, y regidos por una misma élite y un mismo sistema político. No fue sino hasta 1946 y 1948 que Larco publica su estudio de la secuencia estilística de la cerámica Mochica. Es por el énfasis en el individuo y no el estilo que Larco denomina a este fenómeno con el gentilicio Mochica.

La acuciosidad y rigor del trabajo de Uhle, Kroeber y Larco está fuera de duda. Lo que queda por discutir es sólo si la base de datos con que contaron estos investigadores era realmente representativa de la totalidad del fenómeno Mochica. Por lo temprano de estos estudios algunas omisiones son obvias. Kroeber, por ejemplo, afirma en 1925 que en el valle de Lambayeque las evidencias de la cultura Mochica «aún esperan ser descubiertas o por lo menos publicadas» (Kroeber 1925:228). Larco, si bien menciona la presencia de cerámica Mochica en los valles de Piura a Casma, afirma en 1966 que en Lambayeque «es escasa la orfebrería Mochica y que tuvieron menor cantidad de oro a su disposición que los hombres de Lambayeque» (Larco 1966b:97). Estas afirmaciones contrastan con la magnificencia de la tumba del Señor de Sipán, donde las asociaciones de los Mochicas con grandes cantidades de oro y con una fuerte presencia en el valle de Lambayeque quedan claramente confirmadas.

Es evidente, por ende, que tanto Kroeber como Larco contaron para hacer sus observaciones con datos arqueológicos y colecciones de ceramios procedentes principalmente de los valles de Chicama, Moche, Virú, Chao, Santa y Nepeña. Piezas de estas regiones conformaban el grueso de la colección Larco, y de las grandes colecciones del Museo Nacional de Lima, del Museo fur Volkerkunde en Berlín, del Museo del Hombre de París, etc. En base a estas colecciones es que se hicieron las primeras observaciones y caracterizaciones del estilo Mochica y de su secuencia cronológica. Los resultados fueron luego comparados y confirmados con otras colecciones provenientes de estas mismas áreas.

Larco sabía de la existencia de algunos especímenes de cerámica Mochica en el valle de Lambayeque, al norte de la zona antes definida (Figura 1), pero por su reducido número los explicó en términos de «intercambio comercial y cultural entre los hombres de Lambayeque y los Mochicas. De allí que en Lambayeque, Pátapo, Pomalca y otros lugares encontremos sectores con tumbas correspondientes a Mochica III, IV y V.» (Larco 1966b:94). Kroeber, a su vez, menciona en su estudio de 1925 la existencia de 17 ceramios de estilo Mochica provenientes de Chepén, en el American Museum of Natural History (1925:225-226). Había evidencias de presencia Mochica al norte del área cultural Mochica, pero estas evidencias, por su baja incidencia y esporádica aparición indicaban una presencia de naturaleza.

En los años sesenta, con el descubrimiento de cerámica Mochica en Vicús, surge la primera posibilidad de contrastar el estilo Mochica definido a partir de evidencias de la región sur de la costa norte, con una muestra de origen totalmente distinto. Larco encontró en las piezas provenientes de Vicús suficientes elementos en común con ceramios Mochicas de fases tempranas como para calificar a este nuevo grupo de objetos como una nueva manifestación del mismo fenómeno cultural. Larco reconoció en estas piezas el uso de las mismas formas, especialmente el asa estribo, los mismos o semejantes motivos decorativos, la bicromía, el tamaño y el peso, etc. La procedencia de este nuevo conjunto de ceramios era, en síntesis, prueba fehaciente de que, incluso desde muy temprano, la cultura Mochica, había controlado un territorio aún más vasto del presupuesto. Las diferencias entre estos nuevos objetos y los ya conocidos para el período Mochica I en la secuancia cerámica de Rafael Larco, no eran destacables (Larco 1965, 1966a).

En síntesis, la consistencia y unidad de la cultura Mochica se definió a partir de las semejanzas de un enorme conjunto de ceramios provenientes tanto de colecciones y museos (Kroeber 1925, Larco 1938,1939), como especímenes excavados arqueológicamente (Bennet 1939, Larco 1945, Kroeber 1925, Uhle 1915). Estas piezas demostraban una enorme consistencia estilística e iconográfica, que reflejaba la uniformidad cultural de la sociedad que las produjo. Ahora bien, esta consistencia estilística se debía a que los objetos estudiados, en gran medida, provenían de un área restringida, los valles de Chicama a Nepeña. Especímenes provenientes de los valles al norte del Chicama eran prácticamente inexistentes en estas colecciones, por lo que mal podían proporcionar evidencias de la diversidad del fenómeno cultural Mochica. La cultura Mochica descrita en la literatura es la cultura que se desarrolló en la región comprendida entre Chicama y Nepeña, es decir el Mochica-Sur. En este momento no era posible determinar si las conclusiones planteadas podían extenderse a la región norte, y hasta antes del descubrimiento de Vicús, esto era ser innecesario ya que el fenómeno Mochica parecía circunscribirse a la región sur de la costa norte.

Una misma secuencia
Larco no sólo tuvo acceso a la colección más grande de cerámica Mochica, él mismo excavó un gran número piezas en tumbas, dandose cuenta de sus asociaciones y relaciones estratigráficas (Larco 1945). Estas excavaciones le dieron acceso a conjuntos de objetos de indudable contemporaneidad y a superposiciones de tumbas que reflejaban secuencias cronológicas. En base a esta información de campo y al estudio minucioso de las características formales de la cerámica, Larco pudo establecer cinco fases sucesivas a través de las cuales evolucionó la cerámica Mochica (Larco 1948, Figuras 4 a 9). Esta secuencia describe en gran detalle la evolución de la cerámica decorativa Mochica, especialmente de las botellas de asa estribo, a través de un minucioso estudio de aspectos formales, técnicos y decorativos.

La cronología Mochica esbozada por Larco a principios de los años cuarenta y finalmente publicada en 1948 sirvió de base para una serie de estudios de campo que se trazaron como meta entender la prehistoria de la costa norte. El primero de estos fue el Proyecto Virú, que a partir de 1946 realizo un estudio sistemático y multidisciplinario del valle del mismo nombre. Los miembros del Proyecto Virú tuvieron acceso a las ideas de Larco en la famosa Mesa Redonda de Chiclín, el 7 y 8 de Agosto de 1946.

Las ideas de Larco y Kroeber fueron de mucha importancia para los jóvenes investigadores del proyecto Virú, especialmente porque el reconocimiento y la caracterización de los estilos de la costa norte planteada por estos autores se vio confirmada en sus investigaciones. La ocupación Mochica de Virú, y la variante regional del estilo Mochica en esta zona, fue denominada Huancaco, por el centro administrativo Mochica del mismo nombre. Luego de un minucioso análisis y de comparaciones con fragmentería proveniente de otros valles, James Ford arriba a la conclusión que la cerámica Huancaco de Virú es la misma que la que Larco denominaba Mochica en los valles de Moche y Chicama (Ford y Willey 1949). Las semejanzas eran tan grandes que Ford llega a afirmar que «si muchas de estas piezas no fueron hechas por los mismos artistas o de los mismos moldes, fueron producidas por lo menos por artistas entrenados en la misma escuela» (Ford y Willey 1949:66). Ford concuerda con Larco en que la cerámica Mochica evoluciona en Moche y Chicama de un sustrato Salinar, mientras que en Virú predomina cerámica «principalmente en técnicas de decoración negativas» (Ford y Willey 1949:66). La cerámica Mochica llega a Virú, de acuerdo a Ford, como un estilo maduro y como resultado en un proceso abrupto que se interpreta como una conquista militar que abarca los valles de Virú, Chao, Santa y Nepeña. El impacto de la cerámica Mochica se deja sentir con mayor fuerza en la cerámica decorada, y en menor grado en la cerámica simple, que permanece usando las mismas formas y técnicas que en el período anterior.

Duncan Strong y Clifford Evans (1952), a cargo de las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por el proyecto, encontraron algunas diferencias entre la cerámica Mochica excavada por Uhle (Kroeber 1925) y Larco (1945, 1948) y la cerámica de estilo Huancaco que apareció en Huaca de la Cruz y otros sitios Mochica de Virú. La más importante diferencia era el uso de pintura negra orgánica, aplicada después de la cocción. Ahora bien, las semejanzas eran suficientes como para considerarlos expresiones de la misma identidad cultural y, más aún, corresponderían con las fases III y IV de la cronología de Larco. 1

La secuencia de Larco fue corroborada posteriormente en numerosos trabajos de reconocimiento regional y excavación, especialmente cuando se descubrieron tumbas Mochicas. Las asociaciones de objetos encontradas en estos trabajos concuerdan con las características señaladas por Larco. En algunos casos es posible encontrar piezas que reflejan el tránsito entre períodos contiguos, por ejemplo piezas Mochica III-IV, donde encontramos características de los períodos III y IV, o ligeras diferencias que podrían deberse a variaciones regionales. La validez de la secuencia de Larco también fue puesta a prueba en un minucioso estudio emprendido en las colecciones cerámicas excavadas por Uhle (Rowe 1959, Donnan 1965). Los resultados de este estudio confirmaron la secuencia de Larco.

Christopher Donnan (1973), y posteriormente Donald Proulx (1968, 1973), realizaron trabajos de reconocimiento en los valles de Santa y Nepeña respectivamente. Si la cerámica Mochica en estos valles periféricos era semejante a la planteada por Larco, entonces la secuencia debía ser correcta. Donnan, familiarizado con las colecciones de Uhle y con los resultados del proyecto Virú, encontró que la cerámica Mochica en Santa era casi idéntica a la reportada en Chicama, Trujillo y Virú. Proulx también encontró especímenes semejantes en Pañamarca y una serie de cementerios alrededor de este centro ceremonial en el valle de Nepeña. Proulx confirmó la presencia Mochica en Nepeña en mayor detalle que simplemente los magníficos murales de Pañamarca (Bonavia 1985, Schaedel 1951).

La mayor limitación de la secuencia de Larco fue no incluir ceramios de manufactura simple y de uso doméstico. Ollas, cántaros simples, cuencos, y otras formas domésticas, figurinas y cántaros de cuello efigie no están reflejadas en la secuencia de Larco. Esto ha hecho difícil utilizar esta secuencia para fechar gran cantidad de sitios Mochica que no presentan cerámica elaborada en superficie, o en estudios de contextos que no incluyen este tipo de cerámica.2 Una salvedad es de rigor en este punto. Por mucho tiempo se ha criticado el hecho de que Larco no incluyera objetos de uso cotidiano en su cronología. Se argüía que, como coleccionista, Larco no estuvo interesado en este tipo de objetos. Pero a juzgar por la evidencia disponible de tumbas excavadas arqueológicamente (Donnan n.d., Donnan y Mackey 1978) un aspecto notorio de las tumbas Mochicas en las áreas estudiadas por Larco es la baja incidencia de materiales domesticos (Donnan y Mackey 1978, Kroeber 1925). Ollas, cuencos, cántaros simples y otros recipientes rudimentarios, si bien se encuentran en contextos domésticos con cierta frecuencia, aparecen en cantidades muy limitadas en las tumbas. Adicionalmente estas formas no cambian de manera significativa a través del tiempo, lo que las hace de difícil inclusión en secuencias cronológicas.

La conclusión del trabajo de Larco, y de las posteriores investigaciones en que éste fue comprobado y aplicado, es que la secuencia cronológica desarrollada por él es la mejor aproximación a la evolución del estilo Mochica con que se cuenta. Existiría, por lo tanto a partir de estos estudios una sola secuencia cerámica aplicable al fenómeno Mochica en las regiones estudiadas. La uniformidad en la evolución de la cerámica, a su vez confirmaría la noción de que los Mochicas fueron una sola entidad cultural. Lo que quedaba por definir era el ámbito geográfico al que aplicarían estas conclusiones.

Figura 3. Secuencia cerámica de los territorios Mochica Norte y Mochica Sur.

Si bien gran parte de los investigadores han encontrado la secuencia de Larco de gran utilidad, no todos están de acuerdo con la aplicabilidad irrestricta de esta cronología. Ultimamente un número de investigadores que trabajan en la región norte del territorio Mochica han cuestionado la validez de la secuencia descrita por Larco (Kaulicke 1992, Shimada 1994). Peter Kaulicke, por ejemplo, afirma que «las subdivisiones de mochica (I hasta V) no se vislumbran claramente a través de las evidencias publicadas, ni para la zona sureña (territorio Mochica), ni para el norte. La deficiente precisión de los datos publicados (frente a una cantidad mucho mayor de datos inéditos) apenas permite una separación cronológica de elementos pre y post Mochica» (Kaulicke 1992:898). Para arribar a esta conclusión Kaulicke reexamina las evidencias funerarias disponibles, especialmente los contextos funerarios excavados en la Huacas de Moche por Uhle (1915, Kroeber 1925) y por el proyecto Moche-Chan Chan (Donnan y Mackey 1978). En estas evidencias Kaulicke no encuentra sustento empírico para la cronología de Larco, sino más bien evidencias para refutar su validez. A partir de nuestro propio análisis de los mismos datos, incluyendo el examen de las piezas inéditas de la colección de Uhle, no podemos estar de acuerdo con Kaulicke. Si bien es cierto que los datos para la fase temprana de la secuencia (especialmente la fase II) son casi inexistentes, existe suficiente información para confirmar la validez de la primera y las últimas tres fases. La colección de Uhle corrobora la secuencia de Larco, ya que existe una marcada consistencia entre los lotes funerarios y las fases cerámicas. No es posible hacer una crítica cabal de la secuencia de Larco sin contar con los materiales que este utilizó para establecer la secuencia o de las tumbas excavadas por Uhle, estos datos lamentablemente aún permanecen inéditos.

Todo parece indicar que la secuencia de Larco describe básicamente la evolución del fenómeno Mochica en las regiones comprendidas entre Chicama y Nepeña que, como se dijo antes, son las regiones de donde provienen los materiales en los que se basa la secuencia. Trabajos de investigación en los valles de Virú, Santa, Nepeña y últimamente Chao (Víctor Pimentel comunicación personal) confirman la presencia Mochica en estos valles y validan la caracterización planteada por Larco de su estilo cerámico. Este no es necesariamente el caso de la secuencia cerámica en los valles al norte de esta región. Como se discutió antes, la arqueología de los valles de Jequetepeque, Lambayeque y Piura era casi desconocida cuando Larco realizaba sus estudios. No cuestionamos la validez de la secuencia de Larco, sino su ámbito de aplicación. No es de extrañar que los investigadores que trabajan en los valles de Jequetepeque, Zaña, Lambayeque y Piura consideren que la secuencia es de difícil aplicación a sus materiales. Esto nos lleva a concluir que es necesario construir una secuencia cerámica alternativa para estas regiones. Esta secuencia deberá ser compatibilizada con las cinco fases de Larco a fin de permitirnos comparar los desarrollos de las diversas regiones.

Una sola entidad política
La tercera característica de la sociedad Mochica, y por cierto la menos discutida, es la concerniente a su estructura política. Si bien nunca se ha publicado un tratado comprensivo acerca de la organización política de la sociedad Mochica, a través de los años se han planteado algunos argumentos acerca de su nivel de complejidad (ver Shimada 1994). Estos argumentos, como veremos, adolecen de los mismos defectos que discutimos en las dos secciones anteriores. En la caracterización de las estructuras políticas se ha proyectado lo que sabemos para la región sur a todo el ámbito Mochica, asumiendo que todos los valles de la costa norte estuvieron en algún momento bajo el control político de un estado centralizado con sede en Moche. El colapso de este estado fue, por lo tanto, el fin del fenómeno Mochica en toda la costa norte. En un estado centralizado esperamos que el desarrollo en diversas regiones sea idéntico o por lo menos congruente, es decir que las instituciones sociales, económicas e ideológicas debieron desarrollarse paralelamente, sólo alcanzando mayor complejidad en el centro administrativo. El impacto de agentes exógenos debió afectar a todas las regiones integradas bajo el régimen centralizado por igual. Esto es aparentemente lo que sucede con el estado que se desarrolló entre Chicama y Nepeña, pero la información disponible en este momento contradice estos argumentos para la zona al norte de la Pampa de Paiján.

La indicación más clara de la complejidad, capacidad administrativa y militar de la sociedad Mochica-Sur, y de la necesidad de integrar a la esfera del estado nuevos territorios y una fuerza laboral más extensa está dada por el proceso de expansión y conquista de los valles al sur de Moche. Se ha argüido que esta expansión está documentada en dos fuentes: en las escenas de guerra o combate características de la iconografía Mochica y en la distribución de una serie de artefactos y elementos Mochicas en los valles de Virú, Chao y Santa. Ford, por ejemplo resume este proceso diciendo que « Chicama parece haber vencido en la carrera local por cohesión política y poder militar. El movimiento que esparció el fenómeno ceremonial Mochica hasta Nepeña fue casi seguramente militar en naturaleza» (Ford y Willey 1949:66). Ford veía en este proceso no sólo un aspecto militar, sino una expresión de instituciones que combinaban el poder físico de la guerra con el consenso generado por los sistemas ideológicos. El impacto e influencia de la ideología Mochica esta evidenciado en la producción y distribución de la cerámica ceremonial Mochica. Para Ford la ideología Mochica tuvo un papel preponderante en el proceso de incorporación de los territorios conquistados, cosa que se podía ver en las piezas decoradas que debieron de haber sido hechas por sacerdotes ceramistas, ligados a las clases gobernantes (Ford y Willey 1949:66).

La sociedad Mochica ha sido caracterizada con mucha frecuencia a partir de una serie de evidencias indirectas como una sociedad guerrera. Entre estas evidencias destacan ajuares funerarios de individuos adultos masculinos que incluyen parafernalia militar como porras, hondas, lanzas y mazas de guerra, y representaciones iconográficas donde dos grupos de guerreros combaten. Estas características han sido muchas veces usadas como demostración de la capacidad de esta sociedad para emprender la conquista de un amplio territorio. El uso de la iconografía Mochica como fuente histórica, como lo señalara Strong y Evans (1952:216-226) no sólo es peligroso sino que puede resultar francamente erróneo cuando se utiliza descuidadamente. La famosas escenas de guerra o combate presentan una serie de problemas si se quieren interpretar como ilustraciones de combates reales, especialmente si suponemos que representan los combates que se realizaron para expandir el territorio Mochica hacia el sur. En las escenas de combate ambos bandos en conflicto son, en la mayoría de los casos, Mochicas, en base a sus tocados, ornamentos y ropajes. En estas escenas rara vez se produce la muerte de un enemigo, sino que el derrotado es despojado de su tocado y sus ropajes, se le ata una cuerda al cuello y se le transporta a un recinto ceremonial, o en balsas. El destino final de los guerreros vencidos será la muerte por desangramiento, y la sangre será a su vez consumida «ritualmente» por una serie de divinidades (Alva y Donnan 1993, Donnan y Castillo 1992, 1994).

Si éstas son realmente representaciones de guerra resulta sospechoso que no se produzcan muertes, que luchen Mochicas contra Mochicas y que no hayan escenas de conquista o saqueo. Donnan y Hocquenghem han planteado convincente e independientemente que lo que se representa son combates ceremoniales donde grupos de guerreros Mochicas se enfrentan, uno a uno y cuerpo a cuerpo, en pos de prisioneros para los rituales de la ceremonia del sacrificio (Alva y Donnan 1993, Donnan 1988, Hocquenghem 1987). El acentuado militarismo Mochica, sobre todo la guerra expansiva (Wilson 1988), no está necesariamente representado en el arte, como tampoco está su maestría en tecnología hidráulica, su capacidad para organizar grandes fuerzas laborales, su complejo sistema de comunicaciones, ni siquiera la producción especializada de cerámica, pinturas murales y otras actividades de la vida cotidiana.

La segunda fuente de información, la presencia de elementos Mochicas en los valles de Virú a Nepeña, es claramente indicativa de la naturaleza expansiva del estado Mochica-Sur. La difusión de la cerámica y otros elementos Mochicas en los valles de Virú, Chao y Santa no obedece a un patrón de intercambio restringido o de una colonia, sino a la estrategia geopolítica de un estado expansivo y unificado. La cerámica de estilo Mochica comienza a aparecer en estos valles en la fase III (Donnan 1973, Proulx 1973, Strong y Evans 1952, Wilson 1988). A partir de este período estos valles son inundados con sitios de clara filiación Mochica, y muchos sitios asociados con la precedente ocupación Gallinazo son abandonados. La edificación de nuevos centros de acuerdo al plan Mochica implica cambios en las técnicas constructivas, en la producción de adobes, en la planificación y localización de los sitios, es decir, en todos los patrones de asentamiento. Toda la distribución de los sitios y su jerarquía relativa es alterada. Estos cambios son obviamente el resultado de un cambio de mandos, y políticas.

Ya que es lógico asumir que la expansión Mochica no contó con el entusiasta apoyo de las élites locales, podemos deducir por la intensidad y el efecto que tuvo sobre la población local que ésta se realizó a través de un proceso de conquista militar, o que el proceso tuvo un fuerte componente de este tipo. Hay que reconocer en este punto que carecemos de evidencias arqueológicas directas que nos indiquen cuál fue la mecánica de la expansión. A raíz de esta conquista grandes centros Mochicas aparecen en las partes bajas de los valles (Huancaco, Pampa de los Incas). La cerámica asociada con estos centros es a partir de este momento el ubicuo estilo Mochica IV, caracterizada por Moseley como el estilo corporativo de esta sociedad (1992). A partir de estas evidencias se concluye, por lo tanto, que durante la fase Mochica IV todas las áreas de la costa entre Chicama y Nepeña estuvieron bajo el control de un único y unificado estado Mochica.

El fenómeno expansivo evidenciado en los valles del área Mochica-Sur es el resultado del crecimiento de un sistema estatal centralizado. La naturaleza estatal de la sociedad Mochica-Sur resulta una interpretación obvia de una abrumadora cantidad de evidencias. Entre estas destacan evidencias funerarias (Donnan n.d., Donnan y Mackey 1978) y de organización interna de los sitios (Bawden 1977, Topic 1977) que indican que la sociedad Mochica estuvo complejamente jerarquizada, con posiciones sociales definidas desde el nacimiento y con una élite gobernante que basaba su poder en una combinación de coerción y consenso a través de la manipulación de violencia institucionalizada y de rituales así como otros mecanismos ideológicos. Los Mochicas tuvieron una economía planificada, centralizada y al servicio preferente de las élites gobernantes, con un vasto número de especialistas controlados por el estado, y un uso casi ilimitado de la mano de obra de los segmentos sociales dependientes. La magnitud de las obras públicas emprendidas por los Mochicas, tanto de infraestructura productiva como ideológica, implican niveles de trabajo y de planificación sorprendentes. La elaboración en las ceremonias religiosas, especialmente las relacionadas con el sacrificio de prisioneros y con rituales funerarios, y la participación diferenciada en ellos de diversos segmentos de la población (Castillo y Donnan 1994, Donnan y Castillo 1992, 1994) demuestran la importancia de este ámbito en la sociedad Mochica. Evidencias de todos estos aspectos, y no sólo unas cuantas piezas cerámicas, aparecen implantadas en los valles de Virú, Chao, Santa y Nepeña a partir de la fase Mochica IV.

Al sur del valle de Nepeña encontramos algunas evidencias de presencia Mochica, pero ninguna que implique ocupación permanente o control geopolítico. En el valle de Nepeña, que correspondería a la frontera sur del estado Mochica-Sur, encontramos una distribución de sitios Mochicas muy peculiar y que permitirían entender algunas características del proceso expansivo. En el valle de Nepeña, a diferencia de Virú y Santa, no encontramos un conjunto de sitios de diverso tamaño y función distribuidos homogéneamente a lo largo del territorio, sino un único gran centro ceremonial, Pañamarca, rodeado de pequeños cementerios (Proulx 1968, 1973). Este gran centro ceremonial vendría a ser un puesto de avanzada, con el que los Mochicas habrían iniciado la penetración en el valle de Nepeña. Este puesto está constituido, contrariamente a lo que podríamos imaginarnos, no por un edificio militar o defensivo, o por una sede administrativa, sino por un centro ceremonial. Encontrar templos donde esperábamos fortalezas nos permite entender que la ideología tuvo un importante papel en la penetración y expansión del estado Mochica.

Como se discutió en las secciones anteriores, debemos de preguntarnos cuál es el ámbito geográfico al que se aplicaría esta reconstrucción de la naturaleza política del estado Mochica. Larco y otros investigadores pioneros formularon sus interpretaciones pensando, nuevamente, en el área nuclear, y no en los valles de la periferia. Sus datos provenían de esta región, por lo tanto sus interpretaciones serían válidas sólo a ella. Larco estuvo en lo cierto al pensar que toda esta región estuvo en algún momento bajo la autoridad de una sola entidad política segmentada en diversos niveles de administración regional y local. De cuánta autonomía gozaron las diversas regiones comprendidas dentro del estado Mochica, no lo podremos saber hasta que no se realicen más excavaciones en sitios domésticos y centros administrativos Mochicas. En cualquier caso, Larco ya afirmaba que existía, bajo la autoridad centralizada de un Cie quich, un conjunto de gobernantes regionales, los Alaec (Larco 1945:22-23). Larco dedujo esta organización sólo de la distribución de vasos retratos; posteriormente sus ideas han sido corroboradas en base al estudio del patrón de asentamiento en los territorios conquistados.

Las numerosas investigaciones en la región comprendida entre Chicama y Nepeña han producido resultados que contrastan dramáticamente con los resultados de proyectos realizados al norte de esta región. Una de las diferencias más significativas es que la cerámica de los periodos Mochica III y IV, el estilo corporativo directamente asociado con la expansión y consolidacion del estado Mochica-Sur respectivamente, y encontrado en enormes cantidades en los valles entre Chicama y Nepeña, sea casi inexistente en los valles entre Piura y Jequetepeque. Cómo explicar que el patrón de asentamiento de este estado expansivo, caracterizado por un gran centro ceremonial/administrativo entre los valles medio y bajo, no se vea reflejado en ninguno de estos valles. Se trata acaso de un problema en la muestra, o estas diferencias obedecen a diferencias estructurales, es decir son el resultado de la acción de estados o entidades políticas distintas. La circunscrita aplicabilidad de las interpretaciones antes señaladas comienza a ser evidente cuando se trata de aplicarlas a los valles de Jequetepeque, Zaña, Lambayeque y Piura. En esta región desde los años 60′ comenzaron a aparecer importantes evidencias de la ocupación Mochica. En estos valles aparecen evidencias que permiten definir grupos semejantes en muchos aspectos al Mochica-Sur, pero aparentemente con un desarrollo independiente y con características peculiares en su cultura material que serán discutidas en la siguiente sección.

Los Mochica del Norte y los Mochica del Sur
Hasta este momento nos hemos limitado a cuestionar la idea que sostenía que la cultura Mochica, en todas las regiones donde ocurrió, fue el resultado del mismo fenómeno político y social. Si esta noción no es válida, y lo que entendíamos como Mochica sólo es aplicable a la esfera sur de este fenómeno, entonces cómo debemos caracterizar a la sociedad Mochica-Norte.
La intención de esta sección no es dar cuenta definitivamente de todas las características del fenómeno Mochica-Norte. Esta tarea es teórica y prácticamente imposible a estas alturas por cuanto la mayor parte de la información arqueológica que se tenía antes de 1985 tiene que ser analizada e interpretada nuevamente, y la información que se ha recogido después de esta fecha en su mayoría aun no ha sido publicada. Lo que podemos hacer con los datos con que contamos es ofrecer una perspectiva regional, la del valle del Jequetepeque, donde se han concentrado nuestras investigaciones hasta la fecha.

Figura 4. Mapa con indicación de los territorios Mochica Norte y Mochica Sur divididos por la pampa de Paiján.

Una salvedad es de rigor en este punto para evitar caer en el mismo tipo de error que se critica aquí. El valle del Jequetepeque, y la historia cultural que allí estamos reconstruyendo con un programa sistemático de investigaciones, no necesariamente deberá ser entendido como un microcosmos de la historia cultural de toda la región Mochica-Norte. Es muy posible que los resultados con que contamos para esta región nos presenten un desarrollo que, si bien más cercano a lo que aconteció en Lambayeque y Piura que lo que pasaba en la región sur, es sin embargo sólo una expresión regional. No podemos asegurar, en resumidas cuentas, si los diferentes valles de la región Mochica-Norte no tuvieron desarrollos independientes. Todo parece indicar, por ejemplo, que la secuencia de Piura sería distinta, y posiblemente más corta que la secuencia de los otros valles; Lambayeque, por otro lado experimentó un florecimiento durante el período Mochica Tardío que no es comparable con el de los otros valles. Dicho esto podemos regresar a las diferencias entre el MochicaNorte y el Mochica-Sur, y la secuencia planteada aquí para caracterizar el desarrollo del fenómeno MochicaNorte en el valle del Jequetepeque.

Aparentemente los valles de Jequetepeque, Zaña, Lambayeque y Piura estuvieron física y culturalmente separados de los valles del territorio Mochica-Sur. Entre las dos regiones se encuentra la Pampa de Paiján, una llanura desértica de más de 50 kilómetros de extensión que sirvió como barrera natural y cultural para sociedades prehispánica antes y después de los Mochicas (Donnan y Cock 1986b). Esta barrera no sólo fue cosa del pasado; Trujillo y Chiclayo, cada una con sus respectivas órbitas de influencia, marcan todavía la separación de las dos grandes regiones de la costa norte. La gran cantidad de cerámica de estilo Cajamarca hacia fines del desarrollo Mochica en Jequetepeque indica, más bien, que los Mochicas de Jequetepeque mantuvieron un fuerte contacto con las sociedades que se desarrollaban en la sierra norte aledaña. El valle del Jequetepeque parece haber servido de eje de transición para una serie de movimientos y rutas comerciales que unían la costa norte con la zona andina central. Estos intercambios experimentaron un inusitado desarrollo durante las primeras fases del horizonte medio, coincidiendo con el final de la cultura Mochica y su evolución hacia otras tradiciones, entre ellas el conspicuo estilo Lambayeque.

Cuando juzgamos la relación entre las sociedades Mochica-Norte y Mochica-Sur nuestra fuente de información más importante es la cerámica, especialmente la compleja cerámica ceremonial. En ésta se reflejan vívidamente los cambios y las interacciones entre diversas sociedades, las tendencias estilísticas, los prestamos y las idiosincrasias locales.

Cuatro grandes características distinguen los desarrollos de las tradiciones cerámicas sureña y norteña:
a) la escasez pronunciada de cerámica MochicaSur de la fase IV y de una serie de formas como huacos retratos, cancheros y floreros en los valles al norte de la Pampa de Paiján, así como de decoración pictórica de línea fina del tipo Mochica IV (Castillo y Donnan 1994);
b) la excepcional calidad y belleza de la cerámica Mochica-Norte Temprana, especialmente en piezas escultóricas donde se representan seres humanos o animales (Donnan 1990, Narváez 1994); c) la predominancia de jarras y cántaros de caragollete en las fases Media y Tardía del Mochica-
Norte (Ubbelohde-Doering 1983); y
d) el extraordinario desarrollo de la pintura de línea fina durante el período Mochica-Norte Tardío (McClelland 1990, Donnan y McClelland 1979).

El fenómeno Mochica Norte
El primer indicio que nos reveló que la secuencia cerámica, y por lo tanto la historia ocupacional de las dos regiones de la costa norte habían seguido diferentes derroteros fue la carencia de una serie de formas y estilos comúnmente asociados con el fenómeno Mochica-Sur. Dos formas son peculiarmente escasas: los floreros, y los cancheros. Algunos floreros de estilo Mochica V han sido excavados en Pampa Grande (Shimada 1976:194) pero podrían haber sido importados desde el sur. Igualmente cancheros han sido reportados muy pocas veces en la región norte, en Sipán (Alva, comunicación personal 1994) y en la región de Vicús (Makowski, comunicación personal 1994). Tampoco aparecen en esta región los llamados huaco retratos. La carencia de estas formas, de acuerdo a lo planteado por Larco, significaría que esta región no estuvo dentro del ámbito de control de los Cie quich con sede en Moche y Chicama.

La escasa presencia de cerámica de estilo Mochica IV en los valles al norte de la Pampa de Paiján es aun más significativa. Es importante recalcar que no se trata de una absoluta carencia ya que existen algunos reportes de cerámica Mochica IV en la región, sino de una escasez pronunciada, especialmente en relación a las cantidades que encontramos en los valles de la región sureña. Carlos Elera (comunicación personal, 1994) excavó un conjunto de ceramios de este estilo en Puerto de Eten (ver Shimada 1994:55). Carlos Deza (comunicación personal, 1993) afirma haber visto a huaqueros ofreciendo piezas Mochica IV en el valle de Zaña. Izumi Shimada también ha reportado este tipo de cerámica para una serie de sitios en Batán Grande pero sin documentar sus aseveraciones (1994). En colecciones del valle del Jequetepeque existen algunas pocas piezas en este estilo, pero parecen haber sido traídas desde el sur. Shimada (1994:39) publicó un mapa de «las ocupaciones Moche documentadas» en los valles de Reque-Chancay y Zaña con indicaciones de las fases Mochicas en que estos sitios fueron ocupados. Una inspección directa de una serie de los sitios presentados en dicho mapa (Santa Rosa, Sipán, Saltur, Collique y Cerro Corbacho) arrojó resultados negativos en cuanto a la presencia Mochica IV. Tampoco encontraron este estilo de cerámica investigadores que han trabajado en esta región por varios años (Walter Alva, Jorge Centurión, y Carlos Wester; comunicación personal, 1993). Con relación a Pampa Grande, también mencionada en dicho mapa, si bien en un reconocimiento parcial del sitio no pudimos encontrar materiales Mochica IV es posible que excavaciones estratigráficas pudieran haber producido este tipo de materiales. Esperamos la publicación de los resultados de la investigación de Kent Day y Izumi Shimada donde estas incógnitas deberán ser resueltas y documentadas.

En conclusión, existen evidencias de la presencia de cerámica de estilo Mochica IV en la región norte, pero en cantidades muy limitadas y en contextos muy mal documentados. Por falta de información contextual no se puede determinar aún si se trata de piezas intercambiadas, o de evidencias de pequeños asentamientos controlados por los MochicaSur. Aparentemente un cierto intercambio de cerámica existió entre las dos regiones (Larco 1966b. También se intercambiaban piezas de cerámica con la sierra norte aledaña, conchas de spondylus con el Ecuador y plumas con la región amazónica. Por cierto, ninguno de estos intercambios tuvo consecuencias de largo plazo en términos de la identidad o independencia política del estado Mochica-Norte. El conjunto de piezas encontrado por Elera en un pozo de prueba en el Puerto de Eten, y los materiales encontrados por Shimada en Batán Grande podría corresponder a la segunda posibilidad, un pequeño asentamiento. Lo que resulta sospechoso es que, hasta la fecha, sitios arqueológicos Mochica IV, especialmente sitios de la magnitud de los asentamientos encontrados en los valles de Chicama a Nepeña, no han sido reportados. Si los Mochica-Sur de la fase IV controlaron los valles de Piura a Jequetepeque lo hicieron a través de un sistema de asentamientos insólito y que además ha burlado a cinco generaciones de arqueólogos.

Lo que esta carencia implica en términos de la estructura política de los estados Mochicas es muy importante. Moseley definió acertadamente al estilo Mochica IV como el estilo corporativo del estado Mochica expansivo. Su presencia en un sitio arqueológico delata la presencia, y en algunos casos permite documentar la expansión del estado Mochica. Si bien algunos ejemplares de este estilo confirman que hayan habido contactos entre estas entidades políticas, cantidades limitadas de este estilo cerámico no pueden ser interpretadas como evidencias de la conquista y control geopolítico de la región. Los Mochica-Sur durante la fase IV no estaban dedicados a la exportación de cerámica, sino a la conquista de grandes territorios, que inmediatamente eran reorganizados de acuerdo a un patrón de asentamientos que maximizaba los intereses del conquistador. Ninguno de estos fenómenos, conquista o reorganización, se reflejan en los datos recogidos al norte de la Pampa de Paiján. Debemos concluir entonces que el estado Mochica-Sur no cruzó esta barrera. En la región norte se desarrollaron independientemente otros estilos, que también pueden ser considerados corporativos, con características propias que reflejan entidades políticas y sociales independientes. Estos estilos, por la cercanía cultural de las dos regiones Mochicas, presentan muchos rasgos en común con su contraparte sureña, sin embargo su desarrollo, es decir su secuencia, es diferente y sus características son peculiares. Esto nos lleva a enfatizar que diferencias en las estructuras políticas no necesariamente indican diferencias culturales, es decir que los Mochicas constituyeron diferentes estados pero no diferentes culturas. Es claro que los estados MochicaNorte y Mochica-Sur compartieron suficientes elementos en común, como la religión y las costumbres, que impidieron una deriva cultural, es decir que al estar aislados uno del otro con el tiempo se convirtieran en dos culturas diferentes. La religión y el sistema ceremonial, uno de los mecanismos de poder político de las élites aparece como uno de los más importantes elementos de intercomunicación entre estos estados.

La secuencia cerámica del Mochica Norte
Las diferencias entre las tradiciones cerámicas Mochica-Norte y Mochica-Sur permiten aislar estos dos estilos y seguir independientemente su desarrollo. En el caso de la cerámica Mochica-Norte este desarrollo puede ser dividido, en este momento, en sólo tres fases: Mochica Temprano, Medio y Tardío (Castillo y Donnan 1994). Las tres fases del MochicaNorte en Jequetepeque (Figura 10) han sido reconstruidas a partir de un cuidadoso análisis de datos estratigráficos provenientes de las excavaciones en San José de Moro (Castillo y Donnan 1994, Donnan y Castillo ms., Castillo y Rosas ms.) y Pacatnamú (Donnan y Cock 1986b, Ubbelohde-Doering 1983), del examen de contextos funerarios excavados en La Mina, Pacatnamú y San José de Moro (Castillo ms., Castillo y Donnan 1994, Donnan y Castillo ms., Donnan y Cock 1986b, Donnan y McClelland ms., Narváez 1994, Ubbelohde-Doering 1967, 1983) y de información derivada de un análisis cuidadoso de colecciones locales. La información estratigráfica encontrada hasta la fecha sugiere dos períodos ocupacionales, que incluyen la construcción de tumbas, que estarían asociados con especímenes cerámicos de lo que más adelante se caracteriza como Mochica Medio y Tardío. No se ha podido ubicar aún evidencia estratigráfica para la fase temprana de la secuencia, sin embargo, es posible encontrar conjuntos de ceramios que corresponderían con este período. En base a estos datos se han podido organizar más de ciento treinta entierros Mochicas excavados arqueológicamente en Jequetepeque en estos tres períodos. Los materiales asociados con estos entierros, y su ocurrencia en los perfiles estratigráficos han permitido reconstruir las tres fases estilísticas de la cerámica Mochica en el valle del Jequetepeque.

El período Mochica Temprano
De los tres períodos que conforman la secuencia ocupacional Mochica del valle del Jequetepeque, el período Mochica Temprano es el menos documentado. Evidencias de este período han sido encontradas en sólo cuatro sitios del valle: Pacatnamú, La Mina, Tolón y Dos Cabezas (Figura 10). Lamentablemente, con contadas excepciones, la mayor parte de la información que poseemos de la ocupación Mochica Temprano de estos sitios no ha sido documentada arqueológicamente. Por esta razón casi toda la cerámica que podemos reconocer para este período es de alta calidad; ceramios de calidad media, como jarras y figurinas, o ceramios simples de uso doméstico, como ollas y cuencos, son casi desconocidos.

En Pacatnamú, ubicado al norte de la desembocadura del río Jequetepeque, el período Mochica Temprano está representado únicamente por una botella con asa estribo modelada en forma de búho (Figura E1). Este ceramio fue excavado por Heinrich Ubbelohde-Doering en una simple tumba de pozo junto con una olla con cuello que posiblemente pertenece al período Mochica Medio (UbbelohdeDoering 1967:26, 67; 1983: 128-129). Cabe la posibilidad que la tumba, y no sólo la olla, pertenezca al período Mochica Medio, en cuyo caso la botella con asa de estribo habría sido considerablemente antigua cuando fue puesta en la tumba. Ninguna de las otras 126 tumbas Mochicas excavadas en Pacatnamú contenían cerámica diagnóstica para el período Mochica Temprano, así como tampoco se reportaron fragmentos de cerámica de este período de las extensas excavaciones conducidas en el sitio por UbbelohdeDoering en 1937-39, 1953-54 y 1962-63, y por Donnan y Cock entre 1983 y 1987. Esto implica que si bien Pacatnamú tuvo una ocupación Mochica significativa durante los períodos Medio y Tardío, el sitio no fue ocupado durante el período Temprano.

Figura 5. Conjunto de botellas Mochica Temprano recuperada de una tumba saqueada en el sitio La Mina.

El sitio de La Mina es posiblemente el lugar más importante donde cerámica del período Mochica Temprano ha sido encontrada (Donnan 1990, Narváez 1994). La Mina se encuentra en la margen sur del valle del Jequetepeque, aproximadamente a 5 kilómetros del mar (Figura 10). La historia de la excavación de la Mina es un tanto penosa, ya que si bien es el único sitio Mochica Temprano que se ha podido excavar arqueológicamente, esto fue posible únicamente después de que los huaqueros habían dado cuanta de casi todo el contenido de la tumba. Aproximadamente a mediados de 1988, un grupo de huaqueros comenzó a extraer una gran cantidad de objetos de oro, plata y cobre aparentemente de una rica tumba Mochica en el valle del Jequetepeque. La tecnología, forma y extraordinaria calidad artística de estos objetos (Lavalle 1992) era similar a la de objetos encontrados en las tumbas reales excavadas por Walter Alva en Sipán, en el valle de Reque (Alva 1988, 1990; Alva y Donnan 1993; Figuras 1 y 2). Sin embargo, el estilo de estas piezas era suficientemente diferente del estilo de los objetos encontrados en Sipán como para distinguir fácilmente ambos conjuntos (Donnan 1990). Junto con los objetos metálicos los huaqueros aparentemente encontraron un gran número de botellas de cerámica modeladas en forma de seres humanos, animales y aves, incluyendo búhos casi idénticos a la botella encontrada por Ubbelohde-Doering en Pacatnamú.

En Mayo de 1989 la tumba de La Mina fue finalmente localizada por personal del Instituto Nacional de Cultura, iniciándose inmediatamente una excavación de salvataje a cargo de Alfredo Narváez, y con la colaboración de Christopher Donnan y Alana Cordy-Collins (Narváez 1994, Donnan 1990). Excavando cuidadosamente un área de la tumba que no había sido disturbada, los arqueólogos encontraron siete botellas de cerámica que habían escapado a la atención de los huaqueros (Figura E2). Estas incluían un guerrero arrodillado, una persona llevando una jarra en su hombro izquierdo, un felino cuyos ojos estaban adornados con incrustaciones, un individuo sentado con la cara decorada con un diseño de ola (Figura E3), un búho (Figura E4), y un individuo sentado con un tocado circular (Figura E5). También se encontró una pieza en cerámica negra modelada en forma de un cóndor (Figura E6) y una jarra con abultamientos en la cámara (Figura E7). Los ceramios recuperados arqueológicamente de La Mina estaban todos rotos por compresión debido al peso del relleno. Más aún, durante la excavación de salvataje se recuperaron numerosas piezas de concha cortada que originalmente fueron incrustaciones usadas para adornar los ojos y otros accesorios de las piezas cerámicas que fueron extraídas de la tumba por los huaqueros.

Tolón, un tercer lugar en donde se encontraron especímenes cerámicos del período Mochica Temprano, a diferencia de los otros tres sitios está localizado en la margen sur del valle medio del Jequetepeque, aproximadamente a 33 kilómetros del mar (Figura 10). A mediados de los años setenta un numero de tumbas simples de pozo conteniendo ceramios de estilo Mochica Temprano fueron huaqueadas del sitio (Figuras E8 a E16). Estas piezas están modeladas en forma de individuos sentados o arrodillados (Figuras E8 a E11), felinos (Figuras E12 a E14) y aves, incluyendo búhos (Figuras E15 y E16). Muchas de estas piezas son casi idénticas a las encontradas en La Mina (por ejemplo, comparar las figuras E5 y E9), y por lo tanto su contemporaneidad y afiliación estilística parece segura.

Figura 6. Personajes sentados llamados «ingenieros». La Mina, valle de Jequetepeque.

El cuarto sitio donde cerámica del período Mochica Temprano ha sido encontrada es Dos Cabezas (Figura 10), ubicado al sur de la desembocadura del río Jequetepeque. El sitio está constituido por varias pirámides de regular tamaño, áreas de aparente carácter doméstico adyacentes a las grandes estructuras y lo que parecen ser basurales, que además contienen evidencias de pequeñas habitaciones y numerosos fogones. Si bien Dos Cabezas no ha sido aún excavado arqueológicamente, un examen cuidadoso de los fragmentos de cerámica que se encuentran en el sitio sugiere que su ocupación incluye tanto el estilo Virú, que normalmente precede al estilo Mochica, así como el período Mochica Temprano. Hasta que no se realicen excavaciones en el sitio no se podrá determinar cual es la relación exacta entre estos dos estilos, es decir si uno precede al otro o si ambos son contemporáneos. Además de estas evidencias, se sabe que un número de tumbas que contenían ceramios de estilo Mochica Temprano fueron huaqueadas de Dos Cabezas a principios de los años ochenta. Estas piezas incluirían los característicos felinos, guerreros arrodillados y aves, incluyendo halcones, cóndores y búhos. Una pieza de la que se presume procede de estos entierros esta modelada en forma de un decapitador llevando en una mano un tumi (cuchillo ceremonial) y en la otra la cabeza decapitada de un ser humano (Figura E17, comparar esta figura con la figura E10).

La cerámica del período Mochica Temprano del valle del Jequetepeque, en términos generales, constituye un conjunto bastante diagnóstico y homogéneo, con formas y elementos decorativos frecuentemente repetidos. El aspecto más característico de la cerámica Mochica Temprano es la extraordinaria calidad de sus esculturas tridimensionales. Estas muchas veces incluyen una sorprendente abstracción de diseños (por ejemplo ver la Figura E16) o, por el contrario, un marcado énfasis en detalles difícilmente visibles (por ejemplo ver los detalles incisos en la cara y las manos de las Figuras E3 y E11). Aunque algunas piezas del período Mochica Temprano fueron hechas con arcilla blanca (Figura E3), la mayoría fueron hechas con arcilla roja (terracota) que fue cocida tanto en hornos oxidantes, para convertirse en cerámica de color rojo, o en hornos de atmósfera reducida (Figura E10), para convertirse en cerámica negra (Figura E8). La cerámica roja fue casi invariablemente decorada con diseños en blanco y roja para resaltar detalles y crear diseños no incluidos en la escultura. En muchos casos la cerámica de este período fue decorada con incrustaciones de conchas y piedras. Estas incrustaciones se utilizaron para crear o subrayar detalles tales como los ojos de felinos (Figura E14), búhos o seres humanos (Figura E3); los dientes de felinos y seres humanos; y los brazalete y escudos en representaciones de seres humanos. Ocasionalmente encontramos ceramios modelados como felinos en los que incrustaciones de piedras negras forman la nariz (Figura E14). También estas piezas originalmente incluyeron detalles como aretes o narigueras hechos en hueso (Figura E3) y probablemente también en concha y metales preciosos. Evidencias de este tipo de decoración son pequeñas perforaciones en las orejas de los individuos representados en las figuras E9 y E11.

Figura 7. Botella asa estribo Mochica Temprano. Felino. Colección Oscar Rodríguez Razetto.

Si bien en algunos casos encontramos que las botellas tienen picos cónicos altos y asas sólidas de sección circular (Figura E15), la gran mayoría presenta asas en forma de estribo, extremadamente consistentes tanto en forma como en tamaño. Estas tienen arcos pequeños y redondeados, y picos cortos cuya terminación tiene consistentemente un pronunciado reborde en el labio (ver, por ejemplo la Figura E8). Si bien las características formales de las asas de estribo correspondientes al período Temprano del Mochica-Norte son semejantes a las piezas definidas por Larco como Mochica I, las cámaras de las mismas piezas son completamente diferentes. Ninguna de las seis botellas que Larco utilizó para ilustrar su Mochica I (Larco 1948:28) es semejante a botellas Mochica Temprano del valle de Jequetepeque. Por lo tanto la diferencia entre Mochica-Norte y Mochica-Sur durante la parte temprana de la secuencia en innegable.

Es interesante señalar, sin embargo, que existe una sorprendente semejanza entre las botellas del período Mochica Temprano de Jequetepeque y muchas de las botellas Mochica huaqueadas durante los años sesenta de sitios alrededor de Cerro Vicús, en el valle de Piura, incluyendo aparentemente Loma Negra (Figuras 1 y 2, ver otros artículos en este volumen). Estas últimas incluyen felinos, generalmente sentados o echados en las mismas posiciones que en piezas del Jequetepeque; búhos, halcones y cóndores; y seres humanos vestidos como guerreros, ataviados con tocados circulares, o llevando cántaros en los hombros (estas tres formas discutidas anteriormente). También encontramos botellas modeladas como loros, sapos, monos, focas, y seres míticos llamados«Decapitadores», esencialmente todas y cada una de las formas que hoy sabemos fueron producidas repetidamente por artesanos Mochica Temprano en el valle del Jequetepeque.3 Más aún, en muchos casos las formas, tamaños, tratamientos de superficie, e incluso los colores de ceramios de estas dos áreas son tan semejantes que parecerían haber sido hechos por los mismos artesanos. La explicación de estas semejanzas deberá ser despejada en futuras investigaciones, pero resulta evidente que ambas áreas se encuentran en lo que hemos definido como la esfera Mochica-Norte. El período Mochica Medio

Durante el período Mochica Medio, el sitio de Pacatnamú experimentó una intensa ocupación evidenciada en la construcción de montículos de aparente carácter ceremonial (Huaca 31), y de cementerios conteniendo numerosos entierros. Un total de ochenta entierros correspondientes a este período han sido excavados en este sitio (Donnan y Cock 1986b, Donnan y McClelland ms., Hecker y Hecker 1984, Ubbelohde-Doering 1983). Una indicación importante del rango de Pacatnamú durante esta fase es el número y complejidad de los entierros excavados allí. En primer lugar, la cantidad de entierros nos informa de una población bastante grande. Aún cuando no necesariamente todos estos individuos vivieron directamente en el sitio, es muy posible que la gran mayoría de ellos residiera en el valle aledaño y que, por la importancia religiosa del sitio, fuera enterrado en Pacatnamú. La segunda indicación de la importancia de Pacatnamú durante esta fase esta dada por un número de entierros de élite excavados en la década de los treinta por Heinrich Ubbelohde-Doering (1967, 1983). 4

En San José de Moro (Figura 10), en la parte norte del valle, la ocupación durante el período Mochica Medio parece haber sido de menor intensidad que durante la fase tardía en base a la información con la que contamos a la fecha. Ninguna estructura en el sitio puede ser fechada como Mochica Medio, y sólo dos entierros correspondientes a esta fase han sido documentados (Castillo y Donnan 1994). Sin embargo, cerámica Mochica Medio ha sido encontrada en las excavaciones de cortes estratigráficos y áreas funerarias en San José de Moro, aún cuando en cantidades muy limitadas.

Considerando la calidad, materiales, tratamiento de superficie, y contenido iconográfico, la cerámica Mochica Medio puede ser dividida en tres categorías: cerámica fina, cerámica de calidad media y cerámica simple o doméstica. Los ejemplos más finos de cerámica Mochica Medio son botellas de asa estribo con un característico pico evertido en el labio, cuerpos generalmente achatados y lenticulares, bases anulares, y decoración en relieve o pintada en ocre, crema y un distintivo color morado o púrpura (Figura M1). Diseños típicos en estos especímenes incluyen seres sobrenaturales, como Decapitadores (Figura M2), y animales, como por ejemplo aves marinas de largos cuellos engullendo ranas o peces de cabezas triangulares (Figuras M3 y M4); o piezas con diseños geométricos incisos o en relieve (Figura M5). Estas botellas de asa estribo son diferentes a piezas de semejante forma de estilo Mochica III del Mochica-Sur, y más claramente se asemejan a piezas encontradas en los valles de Lambayeque (Alva y Donnan 1993) y Piura (Kaulicke 1994, Lumbreras 1987). También entre las piezas Mochica Medio de alta calidad encontramos algunas botellas de cuerpos modelados (Figura M6) y lenticulares en cerámica negra, con cuellos rectos o ligeramente evertidos, y a veces dos pequeñas asas en la base del cuello (Ubbelohde-Doering 1983: Abb. 7-5).

Las piezas de calidad media durante este período son jarras simples, jarras de cuello efigie, y figurinas. Las jarras simples usualmente están compuestas por cuerpos globulares u ovales, y cuellos rectos (Figura M7) o ligeramente evertidos (Figura M8). El diámetro del cuello es por lo general entre dos tercios y un medio del diámetro del cuerpo y su altura está entre un tercio y un medio de la altura del cuerpo. En algunos casos las jarras están decoradas con motivos en relieve en forma de pequeñas ranas (Ubbelohde-Doering 1983: Abb. 23-1). Las jarras de cuello efigie tienen las mismas proporciones que las jarras simples pero sus cuellos están decorados en relieve con caras de seres humanos (Figura M9) o sobrenaturales (Figura M10) y animales mirando hacia el frente. Algunas veces el cuerpo del ser humano o del animal está indicado con líneas gruesas de pintura en el cuerpo de la jarra (Figura M12). Usualmente el cuerpo pintado en la cámara aparece de perfil, lo que es característico de esta área más no así del Mochica-Sur. Piezas semejantes fueron encontradas en la tumba del Viejo Señor de Sipán (Alva y Donnan 1993, Figs. 181 y 187). En algunos casos motivos triangulares irradian de la base del cuello, probablemente representando un pectoral o collar (Figura M13). Existen algunos raros ejemplos de jarras donde el cuerpo de la pieza en su totalidad ha sido modelado como una cara (Figura M14). Las figurinas, raras en los conjuntos de cerámica de entierros Mochica Medio (Figura M15) combinan elementos en relieve y diseños en trazo grueso de pintura blanca. Este tipo de objetos presentan muchas semejanzas con piezas de similar forma de la región Mochica-Sur (Russell, Leonard y Briceño 1994).

Las formas simples más importantes durante Mochica Medio son ollas de cuello corto evertido o recto. Las bocas de las ollas son amplias (Figura M16), con diámetros en promedio de más de dos tercios del diámetro del cuerpo de la pieza. Finalmente, la cerámica Mochica Medio más simple son pequeñas piezas ligeramente cocidas en forma de crisoles. Los crisoles aparecieron en pequeñas grupos, de entre una a tres piezas en algunos entierros de Pacatnamú y en un entierro de San José de Moro. Los crisoles encontrados en tumbas Mochica Medio y Tardío son casi idénticos, posiblemente porque sus formas son tan simples que no se prestan para variaciones estilísticas.

El período Mochica Tardío
La ocupación Mochica Tardío del valle del Jequetepeque parece haber sido más intensa que las anteriores. Evidencias de cerámica Mochica Tardío, especialmente las formas diagnósticas de jarras cuello efigie llamadas «Nuevo Rey», o «Rey de Assyria» por Ubbelohde-Doering (Figura T1) y de ollas de cuello plataforma (Figura T2) se encuentran en numerosos sitios del valle (Hecker y Hecker 1990). En Pacatnamú la ocupación Mochica Tardío está evidenciada en un pequeño número de entierros encontrados por Ubbelohde-Doering cerca de la Huaca 31, y por varias áreas funerarias documentadas por Verano (1987).

Además de Pacatnamú los sitios Mochica Tardío más importantes en el valle del Jequetepeque se encuentran localizados en el área norte, especialmente en el sector comprendido en ambas márgenes del río Chamán. Entre éstos, los más importantes están localizados sobre y alrededor de los cerros Chepén y Colorado (Hecker y Hecker 1990), en el área de Chérrepe (Guillermo Cock, comunicación personal, 1990), y en San José de Moro. De éstos San José de Moro parece haber sido el centro ceremonial y funerario Mochica Tardío. En San José de Moro veintidós entierros Mochica Tardío han sido excavados arqueológicamente, y muchos más han sido huaqueados en los últimos años. Estos entierros fueron encontrados en tres tipos de tumbas: fosas simples sin mayores asociaciones y muy semejantes en forma a tumbas de los dos períodos anteriores, tumbas de bota, semejantes a tumbas del período Mochica Medio encontradas en Pacatnamú, pero con muy poca complejidad en cuanto a sus asociaciones y preparación de los cuerpos; y grandes tumbas de cámara ricamente ornamentadas y con múltiples asociaciones. Este gran número de asociaciones ha permitido reconstruir en detalle el repertorio cerámico Mochica Tardío.

El repertorio de formas y estilos cerámicos en el período Mochica Tardío es mucho más complejo y rico que su contraparte del período Medio. Esto es especialmente cierto en cuanto a la cerámica fina, que presenta una enorme variabilidad de formas y diseños. Una fuente de esta diversidad es ciertamente la influencia de estilos cerámicos foráneos (Figura T3) encontrados prominentemente en los entierros más complejos de San José de Moro (Castillo y Donnan 1994). Piezas con decoración polícroma o diseños en relieve imitando estilos de la costa central (Castillo y Donnan 1994: 3.33) y piezas con diseños típicamente sureños, tales como jarras mamiformes, o botellas carenadas (angulares en el ecuador) (McClelland 1990: figs. 14 y 15) son muy frecuentes en estos contextos (Figuras T4 a T7). El alto grado de innovaciones durante el período Mochica Tardío hace imposible una descripción detallada de todas las nuevas formas y decoraciones sea, por lo que aquí se incluyen descripciones sólo de los tipos más comunes asociados con este período.

Botellas pintadas con diseños en línea fina son el sello de la cerámica Mochica Tardía. Pintura en línea fina, que ocasionalmente aparece en jarras (Figura T8) o decorando piezas tridimensionales (Figura T9), se encuentra más frecuentemente en botellas de asa estribo. Estas piezas tienden a ser muy estandarizadas en sus formas y decoraciones (Figura T10). El asa estibo está compuesta siempre de un pico ligeramente cónico, y el estribo esta formado como un triángulo invertido (McClelland 1990: fig. 6). Los cuerpos de estas piezas son tanto esféricos como carenados (Figura T11). Existen algunos ejemplos de piezas cuyos cuerpos tienen formas ojivales (Ubbelohde-Doering 1983: Abb. 49). La pintura de línea fina asociada con el período Mochica Tardío, especialmente en especímenes del valle del Jequetepeque, representa la culminación del estilo pictórico Mochica (Figura T12). Piezas finas en este período también incluyen representaciones tridimensionales de animales, así como de seres naturales (Figura T13) y sobrenaturales (Figura T14). Piezas tridimensionales son raras en San José de Moro durante el período Mochica Tardío.

Figura 23. Botella asa estribo Mochica Tardío. Tema del entierro. San José de Moro.

La cerámica de calidad media durante el período Mochica Tardío comparte muchos rasgos con sus antecedentes del período Mochica Medio. Las jarras de cuello efigie continúan siendo producidas, aún cuando en esta fase carecen de detalles pictóricos. Las caras moldeadas en los cuellos son generalmente simples, al punto que muchas veces los rasgos son indistinguibles (Figura T15). Un tipo común de jarra de cuello efigie presenta un asa formada por un pequeño brazo saliendo del hombro de la pieza hasta tocar el rostro (Figura T16). Esta peculiar forma de jarra de cuello efigie ha sido algunas veces erróneamente identificada como Gallinazo por sus crudos rasgos (Shimada y Maguiña 1994: Fig. 1.17). El ejemplo más común de jarra de cuello efigie son piezas del tipo Nuevo Rey (Ubbelohde-Doering 1967: Fig. 59; Castillo y Donnan 1994: fig. 3.7), donde aparece un individuo con patillas prominentes, ojos almendrados, bigotes a ambos lados de la boca, orejeras circulares grandes, y una banda o corona en la frente.
El número de jarras con cuello efigie disminuye durante el Mochica Tardío, y es reemplazado por jarras con cuellos cortos y constrictos, que algunas veces están decorados con círculos impresos y bultos que forman una cruda cara (Ubbelohde-Doering 1983: Abb. 50-8). Otra forma común en Mochica Tardío es una pequeña jarra hecha a molde, con cuello recto evertido, cuerpo ligeramente angular en el ecuador, y base plana. Estas jarras simples están algunas veces finamente pulidas y pintadas en rojo oscuro, guinda, naranja y crema (Figura T17). Algunas fueron cocidas en atmósferas reductoras, adquiriendo un color que fluctúa entre el gris y el negro oscuro. Las jarras simples están decoradas algunas veces con bandas de diseños en relieve en la parte superior de sus cámaras (Figura T18). El diseño más común consiste en una serie de patos guerreros (Figura T19). Finalmente, algunas botellas de asa estribo encontradas en tumbas de cámara en San José de Moro también pueden ser consideradas cerámica de calidad media ya que están hechas a molde sin mayor tratamiento de sus superficies, muchas veces ni siquiera un simple pulido, y sin decoración pictórica (Figura T20).

Figura 24. Pieza escultórica Mochica Tardío. Individuo ricamente ataviado, con bigotes y grandes orejeras. Tumba MU30. San José de Moro.

Los ceramios simples y las formas domésticas durante el período Mochica Tardío son muy semejantes a los descritos para Mochica Medio (Castillo y Donnan 1994: fig 3.8 a 3.10). Las ollas son semejantes en forma, y presentan una gran variedad de bordes, desde rectos y cortos, hasta curvos y evertidos (Figura T21). La decoración de ollas también incluye bandas de protuberancias en la parte alta del cuerpo. La decoración más común en ollas durante esta fase son líneas burdas y gruesas alrededor del cuello de la vasija, algunas veces extendiéndose hacia el centro de la vasija en volutas. En algunos casos caras muy simplificadas fueron modeladas en el cuello de la olla (por ejemplo Ubbelohde-Doering 1983: Abb. 50-5) mediante dos círculos impresos pequeños y una nariz en relieve. La forma más común de ollas, y la que más frecuentemente se encuentra en superficie en sitios domésticos Mochica Tardío, son ollas de cuello plataforma (Castillo y Donnan 1994: Fig. 3.9).

Finalmente, las formas de cerámica simple más frecuentes son crisoles similares a los asociados con entierros Mochica Medio. En San José de Moro, los crisoles fueron encontrados en algunas de las tumbas de bota y en todas las tumbas de cámara (Figura T22), donde sus números muchas veces excedieron las mil quinientas piezas por tumba. En algunos casos crisoles fueron hechos a molde y decorados en el cuello con un murciélago o felino (Figura T23). La función de estos extraños objetos aún se desconoce, pero resulta sintomático que no hayan aparecido en contextos domésticos. Aparentemente se fabricaban especialmente para los entierros y, a juzgar por la ligereza de sus cocción, poco antes del evento.

La caracterización cronológica de la ocupación Mochica del valle del Jequetepeque no es de ninguna manera definitiva. Aún existen grandes períodos de tiempo que no están bien documentados, especialmente los tránsitos entre los períodos Temprano y Medio, y este último y el período Tardío.

Conclusiones

Figura 25. Piezas escultóricas Mochica Tardío. Iguana Antropomorfizada, Aia Paec tocando tambor, individuo esquelético. Tumba M-U30. San José de Moro.

Hasta mediados de la década de los ochenta el consenso entre los arqueólogos andinistas era que los Mochicas habían constituido una sola cultura. Esto implicaba tácitamente que los Mochicas habían conformado además un estado unificado único evolucionando en la costa norte a través de una secuencia cronológica de más de 700 años configurada por Larco en cinco fases. Esta noción y los datos que la sustentaban fueron por muchos años congruentes con los trabajos arqueológicos que se realizaban en la costa norte, y con los materiales existentes en colecciones privadas y publicas, ya que, como se explicó en la primera parte de este trabajo, ambos se concentraron en la región Mochica-Sur. No fue sino hasta el descubrimiento y excavación de importantes evidencias de la presencia Mochica al norte de la pampa de Paiján que la uniformidad monolítica del fenómeno Mochica comenzó a desmoronarse. El caso mejor documentado a la fecha para el Mochica Norte es el desarrollo en el valle de Jequetepeque. La reconstrucción de la secuencia cerámica en este valle, y su diferenciación de la secuencia Mochica-Sur ha sido tratada en la segunda parte de este trabajo.

Es importante recalcar que la secuencia cerámica presentada aquí es, para todo efecto, sólo regional. El derrotero de los estilos cerámicos en el Jequetepeque no es necesariamente el mismo que en otros valles, y es ciertamente diferente a lo que aconteció al sur de la Pampa de Paiján. No debemos caer en la tentación de pensar que la secuencia propuesta describe la evolución de la cerámica Mochica en los valles de Zaña, Lambayeque y Piura hasta que no se hagan estudios comparables. Si bien las evidencias de la presencia Mochica encontrada en estos valles han presentado muchas semejanzas con la que encontramos en Jequetepeque, al punto que podemos asumir que todos estos valles formaban parte de una misma subregión, también presenta importantes diferencias y particularidades. Por ejemplo, en Jequetepeque no existen para el período Mochica Tardío sitios de la magnitud de Pampa Grande en Lambayeque. A su vez la concentración de entierros con cerámica fina Mochica Tardío encontrada en San José de Moro no ha aparecido en ninguna otra región, y hasta este momento, en ningún otro sitio. Es posible que estos dos sitios correspondan a dos unidades políticas diferentes, o quizá ambos sitios tuvieron diferentes funciones bajo un mismo sistema político. Estas incógnitas deberán ser resueltas a través de programas sistemáticos de investigación arqueológica.

Notas
1 Las fases anteriores, denominadas Mochica clásico (un término que aún ahora los huaqueros siguen usando para referirse a cerámica Mochica de las fases I y II) habrían sido reportadas por huaqueros proviniendo de Purpur, pero ninguna evidencia de estos estilos aparece en las excavaciones. La fase final, o Mochica V, tampoco aparece en sus colecciones, por lo que la conquista y control Mochica del valle de Virú parecería circunscribirse a las fases III y IV de la cronología de Larco.

2 Para determinar a que cultura o período correspon-de un sitio arqueológico, lo que los arqueólogos llamamos ‘fechar un sitio’, usamos básicamente los fragmentos de cerámica que encontramos en su superficie. En sitios arqueológicos encontramos frecuentemente fragmentos de ollas, cántaros y otros artefactos domésticos y ocasionalmente fragmentos de cerámica fina. Lamentablemente la cerámica fina refleja mejor los cambios en el tiempo, de ahí que la importancia de establecer que formas domésticas son contemporáneas con las formas finas.
3 La muestra de botellas provenientes del valle de Piura es mucho más extensa que la muestra de botellas e ataviados con grandes tocados (ver, por ejemplo, Lapiner 1976: Figuras 256-258; Lumbreras 1987).
4 Entre éstos, y claramente reflejando la casi totalidad del fenómeno cerámico Mochica Medio, destaca la tumba E-I (Ubbelohde-Doering 1983:52-92).

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Figurina de oro Mochica

Figurina de oro e incrustaciones de turquesa o malaquita o crisocola representando felino.

Mochica, Época Auge (1 d.C. – 800 d.C.) Los adornos y colgajos de las vestimentas de personajes de alto rango representan personajes, animales y frutos con connotaciones simbólicas importantes. -Ulluchu, fruto asociado a los sacrificios y la fertilidad. -Maní, uno de los cultivos más antiguos del área andina, asociado desde épocas muy tempranas a la fertilidad. -Cangrejo, crustáceo que aparece en la mitología mochica como un ser que permite el contacto entre el mar y los litorales rocosos, y que interactúa con las divinidades que atraviesan mundos. -Sapo, batracio relacionado a la humedad presente en lagunas y a la vida de las lomas. Las lomas son cerros bajos de la costa peruana que reverdecen por la neblina, precisamente en la época seca de los valles. Personaje mutilado, sin pies, que aparece en escenas funerarias de la iconografía mochica resguardando la tumba de los ancestros. -Aves guerreras cargando porras, personajes que en la mitología Mochica acompañan a las divinidades mayores en ceremonias y sacrificios. -Cuenta de collar con representación de zorro, animal que por su cola de dos colores es un animal intermediario, que representa en la cosmovisión andina el contacto entre el mundo húmedo y el mundo seco. -Escultura de oro de jaguar, animal sagrado del antiguo Perú. -Hombre al interior de un cuerpo de felino, clara expresión de una transformación en hombre-jaguar. -Hombre-tambor con orejeras colgantes y símbolos de cruz andina o “chacana”.

Fuente: Museo Larco, Lima, Perú

Los buenos siempre mueren primero

Corría la década de 1980 cuando mi equipo de investigación decidió abrir un espacio norteño en nuestro trabajo de campo, que en general estaba dedicado al Cusco y Ayacucho. Convencimos sin esfuerzo a los habituales financiadores y, atraídos por las noticias de la fiesta dedicada a la Virgen de la Puerta, nos dirigimos a Otuzco, en la sierra de La Libertad.

Autor: Luis Millones
Fuente: El Comercio
Fecha: 03.03.2018 / 05:30 am

«En ese espacio, y con la mirada aprobadora de Nyler, me acerqué al hogar de Santiago Uceda». (Ilustración: Víctor Aguilar)

La magnífica celebración justificó con creces el cambio de escenario. Entre los muchos descubrimientos que me proporcionó esta nueva aventura, uno muy especial fue el encuentro con el antropólogo Nyler Segura. Llegó un día, sin previo aviso. Pequeño, delgado, vestido con tanto descuido como yo, con una calva que empezaba a mostrarse. Al verlo, creímos que era uno de los muchos asistentes que llegaban atraídos por el festival.

Nyler se dirigió sin vacilar a quienes tomábamos notas y fotografiábamos el espectáculo. Entonces, sin que mediase presentación alguna, nos regañó: ¿Por qué no bajan a Trujillo a saludar a los colegas? Su gesto era adusto, y antes de que yo pensase una respuesta, mi compañero de estas andanzas, Hiroyasu Tomoeda, le dio la mano y contestó sin vacilar: “Tiene usted razón. Mañana mismo pasaremos a verlo”.

Visitarlo y hablar con él se convirtió en una costumbre que nos abrió, de manera informal –y por tanto más completa–, el mundo de la Universidad Nacional de Trujillo. En ese espacio, y con la mirada aprobadora de Nyler, me acerqué al hogar de Santiago Uceda.

Quiero empezar por allí, sin olvidar sus méritos académicos, que les tocará reseñar a otros, porque mi recuerdo de él es inseparable del de su familia. Nadia, su esposa, la entonces pequeña Anaís y la gata engreída me dieron la clave de la fortaleza intelectual que exhibía el doctor Uceda. En su casa se respiraba amor, el ambiente era cálido y afectuoso (lo que contrastaba con las prisas, impaciencias, débiles presupuestos y abandono estatal que, al igual que otras instituciones nacionales, sufría también la Universidad Nacional de Trujillo).

Poco a poco fui conociendo a los otros docentes de la Facultad de Ciencias Sociales. Me reencontré con don Jorge Zevallos Quiñones, a quien había saludado años atrás en algún encuentro académico en Lima, y que en Trujillo cubría con eficacia materias de historia y arqueología de la región, actividad que mantuvo con un ritmo envidiable de estudio y publicaciones hasta que falleció.

En un peculiar congreso realizado en La Libertad se intentó el difícil intercambio de ideas y opiniones entre psicoanalistas y curanderos. El evento hizo posible que el conservador Ricardo Morales y yo pudiésemos conversar por varias horas, e iniciar una amistad que continúa, asentada en aquella oportunidad y en el recuento de infancias muy semejantes. Conocer a Ricardo fue, además, el descubrimiento de la disciplina que, al lado de la arqueología, hizo posible el lanzamiento del patrimonio monumental del norte peruano.

Como muchos, ignoraba la enorme importancia de conservar y restaurar los restos arqueológicos, una labor que requiere dedicación y conocimientos artesanales y tecnológicos de mucha precisión. Ricardo se convirtió en 1991 en el codirector del Proyecto Huaca de la Luna, y junto a Santiago Uceda llevaron a la fama las ruinas que languidecían a pocos kilómetros de Trujillo.

Con el transcurrir de los años, el proyecto pasó de la excavación de un sitio arqueológico a trabajar un complejo monumental que abarcaba dos centros de desarrollo cultural (las huacas del Sol y de la Luna) y el extenso espacio intermedio. Para esa tarea se consiguió apoyo internacional y de empresas peruanas que reconocieron la eficacia de los dos directores en sus respectivas especialidades.

En esta labor, entre otras acciones, Santiago había recurrido a sus relaciones con Francia, donde Nadia y él estudiaron y se conocieron. Pero el prestigio de sus ponencias ante los colegas de diferentes centros de investigación y universidades lo convirtió en la mejor carta de presentación de las Ciencias Sociales en su especialidad.

Esto nos lleva a sus bien cuidadas y numerosas publicaciones, que siempre puso a disposición de sus colegas y que ocupan un lugar privilegiado en mi biblioteca. Más de una vez nos cruzamos en Sevilla y en alguna otra parte del mundo académico internacional. Sus presentaciones, con una exposición siempre directa y organizada, eran complementadas con ilustraciones que mostraban el avance de la investigación en Trujillo, o bien daban cuenta de la certeza de sus juicios y comentarios sobre la arqueología de la región andina.

No es posible dejar de reconocer el avance de la arqueología en la costa norte del Perú. Han sido formidables los hallazgos y el debate teórico de los últimos 30 años, superando con esfuerzo y contactos académicos a otros espacios, cuya riqueza arqueológica necesita ser estudiada y exhibida, antes de que el turismo descontrolado y el permanente saqueo de delincuentes profesionales la destruya.

Mi abuela ancashina decía “los buenos siempre mueren primero”, aludiendo, probablemente, a los niños de corta edad que en hogares sin recursos son los primeros en desaparecer. Pero la terrible frase se puede aplicar a los intelectuales como Santiago, que habiendo alcanzado la madurez necesaria para crear escuela y enseñar con sabiduría, se nos fue sin que podamos imaginar un reemplazo equivalente en su necesitada especialidad.

Quizá entre los estudiantes que formó exista alguien que decida seguir los pasos del maestro que acaba de fallecer. Pero necesitará de una paciencia infinita para lidiar con fundaciones y empresas no siempre dispuestas a dar apoyo. También tendrá que aprender a soportar a la administración pública para conseguir ayudas y los permisos correspondientes. Y deberá aplicarse para iniciar y mantener relaciones con universidades y centros de investigación del exterior. Todo ello se sumará a sus cotidianas clases y tareas administrativas, que son parte de su vida universitaria.

No pretendo espantar a la nueva generación de arqueólogos, o en general a los estudiantes de Ciencias Sociales. Ninguno de los inconvenientes señalados es exagerado, porque los vivimos cada día. Santiago hizo eso y mucho más, por lo que hoy día se hace más dolorosa su pérdida.

Las sacerdotisas de San José de Moro

Tumba de élite de la Octava Sacerdotisa de San José de Moro

Desde 1991 el Proyecto Arqueológico San José de Moro ha venido investigando el desarrollo, colapso y reconstitución de las sociedades complejas en la parte norte del valle de Jequetepeque (Figuras 1, 2 y 3); es decir, la larga y detallada sucesión de procesos culturales por los que atravesó el sitio y la región a lo largo de las sucesivas ocupaciones Mochica, Transicional, Lambayeque y Chimú (Figura 4). En los dieciséis años de trabajo del proyecto, las investigaciones han enfatizado las excavaciones estratigráficas conducidas en San José de Moro, a través de las cuales se han estudiado múltiples aspectos de su historia ocupacional, en particular las prácticas rituales y funerarias. A partir del año 2000 se ampliaron las investigaciones a otros sitios arqueológicos en la región, principalmente aquellos que fueron contemporáneos con las ocupaciones registradas en San José de Moro y que tuvieron funciones análogas o complementarias. Este esfuerzo, sumado a los de otros investigadores, ha permitido examinar aspectos insospechados de las sociedades precolombinas que se desarrollaron en el valle de Jequetepeque y estudiar los complejos procesos culturales que configuraron la región.

Figura 1. Mapa de la Costa Norte del Perú con la ubicación de los principales sitios arqueológicos Mochicas, en la región Mochica Sur y en las tres áreas de desarrollo de la región Mochica Norte.

San José de Moro (SJM), ciertamente, es un sitio arqueológico singular tanto por la riqueza de los artefactos y contextos que encontramos allí, como por su disposición estratigráfica. En él abunda evidencia de su importancia como centro ceremonial regional al que acudían personas de todo el valle de Jequetepeque para celebrar rituales muy elaborados, particularmente entierros de miembros de la élite y rituales de culto a los ancestros (Castillo 2000a, 2004). Relacionados con la evidencia funeraria, hemos encontrado artefactos y contextos que indican que existió una producción masiva de chicha y de alimentos que habrían servido para darle sustento a las poblaciones que asistían y participaban en los rituales. Coincidiendo con el colapso Mochica en Jequetepeque (aproximadamente en el año 850 d.C.) se multiplican las evidencias de que SJM fue parte de una red de interacción e intercambio que cubría prácticamente todos los andes centrales, lo que ex-plica la alta frecuencia, en las tumbas y otros contextos ceremoniales, de artefactos provenientes de Cajamarca, Chachapoyas, Ayacucho y la Costa Central y Sur. Los ritos que se celebraban, que incluía una versión de la «Ceremonia del Sacrificio» (Donnan 1975), seguramente fueron escenificados alrededor de la Huaca La Capilla, la estructura más grande del sitio, que data de la ocupación Mochica (Figura 3). El presupuesto carácter regional de los rituales que se celebraban en SJM nos llevó, a partir del año 2000, a una ampliación de la escala y ámbito de investigación, no sólo con excavaciones de gran dimensión en el sitio (Figura 3), sino con investigaciones de sitios contemporáneos en el resto del valle y de otros correspondientes con el periodo Mochica Tardío (Figura 2).

San José de Moro es una extensa colina de aproximadamente 150 hectáreas de extensión formada entre dos brazos del río Chamán, 5 km al norte de la ciudad de Chepén, en el departamento de La Libertad (Figuras 2 y 3). Su superficie se eleva aproximadamente siete metros sobre los terrenos de cultivo que la circundan y, sobre ella, se encuentran numerosos montículos de diferente configuración que fueron producidos por actividades domésticas, durante las ocupaciones Chimú y Lambayeque, y ceremoniales, durante las ocupaciones Mochica y Transicional (Figuras 3 y 4). Tanto los montículos como las áreas que los rodean presentan una densa estratigrafía que en algunos casos alcanza los ocho metros de capas superpuestas correspondientes a casi 1000 años de ocupación continua.

Figura 2. Mapa del Valle de Jequetepeque con la ubicación de los principales sitios ocupados durante los Periodos Mochica, Transicional, Lambayeque y Chimú

El valle medio y bajo del Jequetepeque es una de las regiones más estudiadas del Perú, tanto en su arqueología, como en su historia y geografía. Durante el período virreinal se estableció allí una serie de poblados sobre las bases de antiguos asentamientos prehispánicos. San Pedro, Pacasmayo, Jequetepeque, Guadalupe y Chepén son mencionados en censos y visitas coloniales, así como por los primeros exploradores y viajeros. Más aún, poblados más pequeños como Pueblo Nuevo, Pacanga y Chérrepe también figuran en los documentos (Cock 1986; Martínez de Compañón [1782] 1978; Ramírez 2002; Figura 2). De esta época destaca el trabajo del padre agustino Antonio de la Calancha, quien vivió en el monasterio de Guadalupe y reportó una serie de aspectos importantes acerca de la naturaleza, historia y tradiciones del valle (Calancha [1638] 1974).

Las investigaciones arqueológicas en el valle de Jequetepeque se iniciaron en la década de los años treinta, con los trabajos de Heinrich Ubbelohde-Doering (1983) y sus discípulos Hans Disselhoff (1958) y Wolfgang y Gisella Hecker (1990). En 1965 Paul Kosok incluyó vistas aéreas de los sitios arqueológicos más importantes del valle de Jequetepeque en su estudio sobre la vida, la tierra y el agua en elPerú. Don Óscar Lostanau y don Óscar Rodríguez Razetto, el primero por sus observaciones y trabajos de preservación, el segundo por su colección y ambos por el apoyo a los investigadores, contribuyeron al desarrollo de la arqueología jequetepecana. En la década del setenta, a raíz de la construcción de la represa Gallito Ciego, Rogger Ravines (1982) hizo un catastro de los sitios arqueológicos que iban a ser afectados y se realizaron excavaciones en algunos de ellos, como Monte Grande (Tellenbach 1986). En la misma época, David Chodoff condujo las primeras excavaciones estratigráficas en área en SJM (Chodoff 1979). Una aproximación complementaria, en la que se evaluó la relación entre los recursos y los sitios arqueológicos, fue el estudio de los sistemas de irrigación precolombinos hecho por Herbert Eling (1987), quien situó el origen de los sistemas complejos de irrigación en época Mochica, anticipando la complejidad organizativa del valle. Varios estudios de los patrones de asentamiento se han llevado a cabo, entre los que destacan el de los esposos Hecker (1990) y el que Tom Dillehay y Alan Kolata (Dillehay 2001) han realizado últimamente para todo el valle. Los trabajos de Christopher Donnan han sido los más extensos y sostenidos en el valle, con excavaciones en Pacatnamú, La Mina, San José de Moro, Dos Cabezas y Mazanca (Donnan y Cock 1986, 1997; Narváez 1994; Donnan y Castillo 1992; Donnan 2001, 2006). En los últimos años, las investigaciones se han incrementado. Merecen destacarse los trabajos de Carlos Elera en Puémape (1998), Carol Mackey en el Algarrobal de Moro (1997) y Farfán (2005), William Sapp en Cabur (2002), Edward Swenson en San Ildefonso y otros sitios (2004), Marco Rosas en Cerro Chepén (2005), Ilana Johnson en Portachuelo de Charcape (Johnson, en prensa), Scott Kremkau en Talambo, entre otros (Figura 2).

Figura 3. Plano de San José de Moro con indicación de los montículos y las áreas excavadas entre 1991 y 2007.

En el contexto de estas investigaciones, el Proyecto Arqueológico San José de Moro se ha distinguido por ser un esfuerzo sostenido, abocado al estudio de uno de los pocos sitios que combinan las funciones de cementerio y de centro ceremonial y que aún preservan amplios sectores intactos. Las excavaciones en esta área han producido, hasta la fecha, datos novedosos respecto a las prácticas rituales y funerarias de las sociedades Mochica, Transicional y Lambayeque. La estratigrafía del sitio es singular no sólo por su densidad, sino porque contiene artefactos que permiten construir una secuencia cronológica compleja y detallada de más de mil años. Asimismo, desde el PASJM se han propiciado investigaciones en otros sitios del valle, incluyendo excavaciones en Portachuelo de Charcape (Johnson, en prensa; Mauricio 2006), prospecciones intensivas en la parte norte del valle de Jequetepeque (Ruiz 2004) y exploraciones para ubicar fuentes de arcillas y calcitas (Rohfritsch 2006).

La investigación arqueológica del valle de Jequetepeque ha abordado todos los periodos de ocupación y problemas tan diversos como las prácticas funerarias de individuos de diferente rango social (Castillo y Donnan 1994a; Donley 2004), los patrones de asentamiento (Dillehay 2001), la arquitectura monumental (Donnan 2001), el desarrollo de la tecnología cerámica (Rohfritsch 2006) o la identidad de los metalurgistas (Fraresso 2007, en prensa). A diferencia de lo que ha ocurrido en otros valles de la costa norte del Perú, en Jequetepeque las investigaciones arqueológicas han sido realizadas por varios grupos de investigación y, por lo tanto, desde diversas aproximaciones, metodologías y perspectivas.

Figura 4. Secuencia cronológica del Valle de Jequetepeque con ejemplares cerámicos representativos de los periodos y fases de la secuencia ocupacional de San José de Moro.

En los años que han trascurrido desde que se iniciaron las investigaciones en San José de Moro muchas cosas han cambiado en el entorno social en el que se realiza el proyecto, en el contexto de otras investigaciones sobre la cultura Mochica y en nuestros propios intereses de investigación. La arqueología de la costa norte del Perú ha tenido, a partir del hallazgo y excavación de las tumbas de Sipán en 1987, un desarrollo sorprendente. Decenas de excavaciones de diferente magnitud, duración y énfasis se han multiplicado en toda la región (Figura 1). Se han estudiado, por ejemplo, los patrones de ocupación a través de prospecciones intensivas prácticamente en todos los valles de la costa norte; se ha triplicado el número de contextos funerarios registrados arqueológicamente; se han documentado miles de metros cuadrados de estructuras y espacios habitacionales; y se han expuesto más pinturas murales y relieves polícromos que todos los que existían antes del inicio de este desarrollo. Como consecuencia de esto, las publicaciones de artículos, libros y tesis han aumentado en número y calidad. Nuestro conocimiento acerca de las sociedades antiguas de la costa norte se ha multiplicado hasta tal punto que podemos abordar con cierta seguridad temas como las evoluciones regionales de los estados Mochicas o el papel de su ideología en la construcción de estrategias de poder, las formaciones políticas y las estrategias de control y legitimación. Si bien una gran mayoría de estos trabajos se ha centrado en el estudio de esta sociedad y el mayor énfasis ha sido dado a lo espectacular y monumental, es decir, a los grandes templos decorados con pinturas murales (Uceda 2001; Franco et al. 2003) y a las ricas tumbas de élite (Alva 2004; Donnan 2001; Donnan y Castillo 1992; Narváez 1994; Tello et al. 2003; Williams 2006), también se han multiplicado los estudios de comunidades rurales (Billman 1996; Billman et al. 1999; Gummerman y Briceño 2003), de la dieta (Gumerman 1991), de la tecnología y producción (Uceda y Armas 1997; Fraresso, en prensa; Carcedo 1998; Rengifo y Rojas, en prensa; Uceda y Rengifo 2006; Rohfritsch 2006), de los contextos domésticos (Uceda, en prensa), de la cerámica utilitaria (Gamarra y Gayoso, en prensa) y de la demografía (Chapdelaine 2003).

Muchas de las preguntas y objetivos que Christopher Donnan y Luis Jaime Castillo se plantearon hace 16 años, al iniciarse el Proyecto Arqueológico San José de Moro (PASJM), como, por ejemplo, el contexto de la cerámica de línea fina o las modalidades funerarias de bota y cámara en el Periodo Mochica Tardío, se absolvieron y resolvieron a medida que progresó la investigación (Castillo y Donnan 1994a) o fueron abordados y desarrollados cabalmente por otros proyectos, por ejemplo, a través de los trabajos de Swenson (2004) y Rosas (2005). Pero casi inevitablemente las respuestas a las preguntas y las soluciones a los problemas generaron nuevas preguntas y nuevos problemas. Hay que señalar, finalmente, que este proyecto no se ha realizado al margen de otros programas de investigación abocados en la comprensión de la evolución de las sociedades de la costa norte del Perú. En común con muchos de estos esfuerzos está el interés por contribuir a la construcción de la identidad regional y nacional y con el desarrollo sostenible de las comunidades con las que trabajamos. Esta comunidad de intereses científicos es particularmente más intensa con el Proyecto Arqueológico Huaca de la Luna, con el que hemos compartido experiencias, intereses, recursos y alumnos. Formar a los estudiantes peruanos y extranjeros en un ambiente internacional de cooperación, así como a los jóvenes investigadores, ha sido parte de la razón de ser de este proyecto desde que se inició y continuará siendo uno de sus principales fines.

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Fuente: Proyecto Arqueológico San José de Moro
Extracto del artículo: «Ideología y Poder en la Consolidación, Colapso y Reconstitución del Estado Mochica del Jequetepeque El Proyecto Arqueológico San José de Moro (1991 – 2006)»
Autores: Luis Jaime Castillo B., Julio Rucabado Y.1, Martín del Carpio P., Katiusha Bernuy Q., Karim Ruiz R.2, Carlos Rengifo Ch., Gabriel Prieto B. y Carole Fraresso3
Publicado en: Ñawpa Pacha 29. Berkeley, Institute of Andean Studies, 2009.

De Moche a Lambayeque: ¿Cómo entender el Cambio?

De Moche a Lambayeque: ¿Cómo entender el Cambio?
Autor: Krzysztof Makowski.
Pontificia Universidad Católica del Perú.

 

INTRODUCCIÓN: EL DEBATE SOBRE EL OCASO DE MOCHE Y EL FENÓMENO HUARI.

 

La obra de Rafael Larco Hoyle (1948) y en particular su método de definir el tiempo relativo – concebido, es menester recordarlo, en la época previa a la introducción de fechas C14 – han ejercido una poderosa influencia en los investigadores de la Costa Norte del Perú. El método se fundamenta en el paradigma de que todo cambio en la cultura material es gradual y se desprende de la interacción entre los estilos locales y foráneos. Los tipos y subtipos formales de botellas y de adobes, diagnósticos para un estilo, fueron inventados en los arboles de cada “cultura” en particular, se popularizaron, y luego quedaron paulatinamente remplazados por otros, en el marco del periodo de transición. Para Larco Hoyle, un estilo es la expresión material de la idiosincrasia de un grupo étnico. Por lo tanto, los artefactos de un estilo en particular, saturaban en su opinión de manera uniforme el espacio dominado consecutivamente por “los Moche”, y luego por “los Lambayeque” y por “los Chimúes”. Tanto Shimada (1985 y 1995 inter alia) como Donnan (2011; Donnan y Cock, 1986 inter alia) y Castillo (2003, 2009 y 2010) han usado los principios y paradigmas que acabamos de mencionar para definir respectivamente a las fases “Sicán” en el valle de la Leche, la fase “Chimú Temprano”, o subdividir el “Periodo Transicional” en la cuenca de Jequetepeque.

No obstante, los paradigmas de Larco (1948 inter alia) no resisten bien la crítica cuando se los confronta con las evidencias provenientes de las excavaciones sistemáticas recientes. En primera instancia, quedó en buena parte desvirtuada la relación directa entre el estilo de la cerámica decorada y la identidad étnica determinada. Los investigadores registran una diversidad de estilos co-existentes cuyo número se incrementa de manera vertiginosa a fines del Periodo Intermedio Temprano y durante el Horizonte Medio. La discusión sobre la relación entre los estilos Virú (Gallinazo) y Mochica (Moche) durante el Periodo Intermedio Temprano ilustra particularmente bien la crítica constructiva de los paradigmas de Larco (Millaire y Morlion, 2009). Se ha demostrado que ambos estilos suelen ser coexistentes, el primero define a las formas esencialmente utilitarias para la cocción y almacenaje, el segundo caracteriza a las vasijas de uso ritual, producidas por alfareros altamente especializados, al servicio del sistema del poder (Makowski, 2009, 2010a y 2010c). El estilo Sicán, tal como lo define Shimada (1985, 1995, 2009, 2014), cuenta entre los estilos de vajilla ceremonial, sofisticada en cuanto a la tecnología y acabado que remplazan al estilo Moche entre aprox. 800 y 1100 d.C. (Castillo et al., 2008; Castillo, 2009; Rucabado, 2008 a). La cerámica utilitaria la que también cambia de manera perceptible, tiene su propia historia. Las formas típicas para el periodo Moche sobreviven en el Periodo Transicional (Rosas, 2007). Por otro lado, se está reevaluando con argumentos válidos el modelo centralizado y burocrático de organización de la producción alfarera. Hasta el presente, los investigadores asumían que el estado siempre promovía y controlaba la producción de cerámica decorada y de otros objetos supuestamente suntuarios, y por ende eran los administradores o los señores locales quiénes imponían la manera de hacer los artefactos, las formas de recipientes y la iconografía. Recientemente se están acumulando las pruebas que la cerámica fue producida por grupos corporativos independientes, incluso en los tiempos del Imperio Inca (Tschauner 2001 y 2009; para la Costa Central cfr. Makowski et al., 2011).

Si bien el ocaso de la cultura Moche es un proceso relativamente largo, los cambios en el conjunto de la cultura material del área de Lambayeque se presentan de manera violenta y simultánea. Tanto en la secuencia de San José de Moro (valle Loco Chamán-Jequetepeque) como en la de Batán Grande (valle La Leche), luego del breve episodio marcado por la brusca aparición de vasijas en estilos sureños, se multiplican cambios que atañen múltiples aspectos de la religión, de la imagen del poder, de comportamientos funerarios, de la tecnología y también de la estética. Las transformaciones son tan variadas e intensas que de hecho se puede hablar de una de las más intensas rupturas en la continuidad cultural jamás registrada por arqueólogos en la Costa Norte.

Buena parte de los aspectos novedosos registrados en la cultura material concierne a la manera como las elites de poder han querido presentarse a sí mismas frente a la sociedad, de vida y después de la muerte, empezando por la residencia y los espacios arquitectónicos donde se manifestaba su poder y terminando en los atuendos. Las construcciones que pueden interpretarse como palacios (Pillsbury, 2004) y que después de la muerte del soberano se convertían en los mausoleos de linaje (Shimada, 1995 y 1996; Shimada et al., 2004; Elera, 2008;cfr. también Wester La Torre 2016, Wester La Torre et al . 2014, y este volumen) carecen de antecedentes estudiados Moche, salvo que se considere que la Huaca de la Luna haya tenido funciones palaciegas (Chapdelaine, 2006; Uceda, 2008). Los palacios-mausoleos Lambayeque tienen la forma de pirámides o plataformas escalonadas con el sistema de rampas de acceso a la cima que se encuentra ubicado en la parte media de la fachada. En la cima se encuentran amplias salas con techos sostenidos por varias columnas, y recintos rectangulares con típicos techos a doble agua. Las dos extremidades del techo se levantan gradualmente a medida que se acercan hacia los hastíales y están adornadas con una forma que se asemeja a la parte superior de las orejas del personaje del “huaco rey”. Cabe subrayar que este tipo de techo está representado sobre la cabeza del personaje, como si fuese su tocado, en algunas botellas escultóricas. Los entierros de cámara de elite no se situaban, como en el caso Moche al interior de volúmenes arquitectónicos sino al fondo de profundos pozos ubicados a lados de la rampa, al pie del edificio. En los rellenos se han registrado, en cambio, los entierros de fosa y cámara correspondientes a elites intermedias (Elera, este volumen). Las imponentes pirámides se construían consecutivamente una tras otra marcando el paisaje con estos imponentes símbolos del origen divino del poder. A juzgar por los resultados de excavaciones en Chotuna-Chornancap (Donnan, 2011; Wester La Torre, este volumen) y Batán Grande (Shimada, 1995) no hubo áreas residenciales, similares a la zona urbana de Huaca de la Luna (Chapdelaine, 2006; Uceda, 2008) en la proximidad. En cambio sí se registran recintos amurallados con residencias y talleres y artesanos (Donnan, 2011). Hay también áreas ceremoniales cercadas con pórticos con banquetas y tronos en la proximidad de las pirámides (Wester La Torre, este volumen). Un tipo de arquitectura residencial, directamente relacionada con la imagen del mítico fundador de la dinastía guarda ciertas similitudes con la arquitectura Huari. Se trata de un edificio de planta rectangular, dos o más pisos, entrada en la pared larga, ventanas ornamentales, almenas sobre el techo de forma típica para Lambayeque (Fig.1) . A juzgar por el arco de los cielos que se extiende sobre el palacio y soporta otra estructura en forma de audiencia, así como por la presencia de dos “nadadores” que suelen acompañar a la “deidad Sicán”, la vasija escultórica representa a los dos palacios del mítico Naylamp, el terrenal y el celestial.

Fig. 1- Botella de asa puente escultorica, ACE 914 Museo del Banco Central de Reserva, Lima (fotografía de Juan Pablo Murrugarra, cortesía del Museo del Banco Central de Reserva)

Junto con estas formas de residencias palaciegas aparecen repentinamente en el registro nuevos símbolos del poder, la mayoría de ellos de origen exótico. Cambian todos los componentes principales del atuendo de gobernantes (Shimada y Montenegro, 1993; Shimada, 1995 y 1996; Rucabado, 2008; Elera, 2008; Wester La Torre, este volumen). Los cascos y tocados gurativos Moche quedan remplazados por las gorras de cuatro puntas (Fig. 2) . La copa Moche está sustituida por un aquilla o un quero (Fig. 3). Tanto la gorra como el quero tienen su origen en el área cultural en la que posteriormente se gestará la cultura Tiahuanaco y llegan a Lambayeque como parte del fenómeno Huari. También el cuchillo ceremonial – tumi adopta la forma sureña (Fig. 4), diferente del implemento de sacrificio Moche. Finalmente el cambio más notorio concierne a la iconografía religiosa. La gran variedad de escenas de carácter y estructura narrativa Moche (Hocquenghem, 1987; Makowski, 2002 y 2010a; Makowski et al., 1996; Golte, 2009) fue remplazada por la repetición de un solo motivo altamente convencional. La imagen a la que nos referimos representa a un personaje humano vestido de un unku, de frente y de cuerpo entero, o sólo su cara, la que posee siempre dos rasgos distintivos, los ojos “en coma”, de felino o búho, y las orejas puntiagudos o cuadradas. En algunas variantes se trata de una deidad con pico y alas de ave, en otras es un ser humano enmascarado (Carcedo, este volumen). Este motivo emblemático para el estilo “Sicán” y la cultura Lambayeque, aparece en las botellas de uno sólo pico o de doble pico asa-puente, en los famosos cuchillos ceremoniales (Fig. 4), en las pinturas murales como las de Ucupe (Alva y Alva 1983), en las andas decoradas (Fig. 5), en los vasos y en las máscaras de oro, recubiertas con cinabrio (Fig. 6). El motivo adorna también a los vestidos y las orejeras (Fig. 7 y 8). En este contexto no cabe duda la intención política. Los fundadores de la nueva dinastía quisieron de manera consciente romper con las tradiciones ancestrales y presentarse a los súbditos como representantes de un gran poder de origen foráneo. No es casual, sin duda, que los principales símbolos de la “realeza sagrada” – el tocado y los implementos de sacrificio – imitan a los símbolos “imperiales” Huari. No obstante en la construcción de la imaginería del “señor y dios de Lambayeque”, probablemente Naylamp, se ha usado tanto las convenciones Huari como ciertos diseños figurativos Moche. El personaje adopta rasgos de las deidades masculinas del mar y de la noche, Guerrero del Búho y Mellizo Marino (Makowski et al., 1996; Makowski, 2005; Rucabado, 2008). Estos dioses rectores de la fertilidad de las tierras y de la abundancia de la pesca suelen lucir vestidos y tocados foráneos, en particular los atuendos de los pueblos de la Sierra, también en la tradicional iconografía Moche. Es menester recalcar que el dios supremo Lambayeque es una deidad del cielo, que se desplaza en litera pero no se identifica directamente ni con el Sol ni con la Luna, a juzgar por la famosa representación pintada proveniente de una de las cámaras funerarias reales (Shimada, 1995, Fig. 119; Elera, 2008, Fig. 5).

Fig. 2 – Botella de doble cuerpo con personaje con ojos alados y gorra de cuatro puntas. Museo Oro del Perú – Armas del Mundo, Fundación Miguel Mujica Gallo, Lima (fotografía de Daniel Giannoni, cortesía de la Fundación Miguel Mujica Gallo)

Las transformaciones y rupturas en la tradición no se circunscribieron al estrecho círculo de la cultura de élites en la cima de poder. Se impuso un estilo de vida, una organización social, y una visión del más allá, distinta de la que imperaba durante varios siglos (Johnson y Zori, 2011). Hay muchos indicios que grupos étnicos foráneos, procedentes de Cajamarca (Rosas 2007, 2010), dela Costa Centro-Norte y quizás también de otros confines del sistema-mundo Huari (Makowski, 2010b; Makowski et al. , 2011; Makowski y Giersz 2016) han conseguido el derecho de asentarse en las fértiles tierras de Lambayeque y hacer uso de sus habilidades e incluso conquistar el poder. Algunos linajes de los advenedizos han logrado someter a la región remplazando a los señores Moche.

Queda por definir en cuánto y cómo estos cambios se relacionan con la expansión del hipotético imperio Huari. Desde el punto de vista del autor una rápida conquista y el control de los territorios por medio de estrategias hegemónicas durante un tiempo breve (Jennings, 2006; Makowski, 2004 y 2010b; Makowski y Giersz 2016) dejan huellas diferentes que un dominio prolongado y de carácter territorial que habitualmente se atribuía al imperio ayacuchano. Los cambios dramáticos que acabamos de describir corresponden bastante bien con el escenario de una rápida expansión imperial que no ha logrado consolidar sus conquistas pero ha dejado una huella imborrable: un nuevo panorama social y político. He aquí algunos de los indicios de la presencia foránea en Lambayeque desde los inicios del Periodo Transicional (Lambayeque Temprano o Sicán Temprano). Existe un consenso entre los investigadores acerca de que entre el siglo VIII y IX d.C. se había iniciado un continuum de transformaciones que afectaron a todos los aspectos de la cultura: el repertorio formal de vasijas utilitarias y ceremoniales de uso común (Moche tardío: Castillo et al.,2008; Rosas, 2007) cambió de manera sustancial, y también varias tecnologías complejas, como la alfarera (Cleland y Shimada, 1992, 1994 y 1998), la metalúrgica (Merkel et al ., 1994; Shimada, 1996; Shimada et al ., 2007), y la textil. Aparecieron nuevas formas de arquitectura residencial (Rosas, 2007) y de arquitectura pública (Swenson, 2004 y 2008; Dillehay et al., 2009), reproducida a menudo en forma de maquetas (Castillo et al., 2011). La adopción de nuevas tecnologías se relaciona directamente con la notable pericia en la imitación de formas y estilos foráneos. En la metalurgia cabe destacar la producción de bronce arsenical, antes desconocida (Merkel et al ., 1994; Shimada, 1996, Carcedo, este volumen). En cuanto a la cerámica, la lista de estilos foráneos es larga: Piura, Cajamarca, Nievería, Teatino, Chakipampa, Ocros, Viñaque, Casma impreso de molde. Los hechos indican que artesanos foráneos se han hecho presentes en Lambayeque junto con las elites deseosas de mostrar tanto su origen en las tierras lejanas, real o imaginario, como poner en evidencia la amplitud de redes de sus contactos políticos.

Fig. 3 – Quero -The Metropolitan Museum of Art, Jan Mitchell and Sons Collection, regalo de Jan Mitchell, 1991 (fotografía cortesía del Metropolitan Museum of Art)
Fig. 4 – Tumi – The Metropolitan Museum of Art, Jan Mitchell and Sons Collection,regalo de Jan Mitchell, 1991 (fotografía de Justin Kerr, cortesía del Metropolitan Museum of Art)
Fig. 5 – Parte trasera de una anda. Museo Oro del Perú – Armas del Mundo, Fundacion Miguel Mujica Gallo, Lima (fotografía de Daniel Giannoni, cortesía de la Fundación Miguel Mujica Gallo)

Los resultados de estudios recientes sobre los comportamientos funerarios Moche Final y Lambayeque (aprox. 800-1100 d.C.) sugieren que durante un buen tiempo se sepultaron lado a lado individuos y poblaciones que seguían ritos diferentes. Algunos mantenían vigentes varios principios del ritual ancestral mochica, otros, en cambio, optaron por introducir costumbres difundidas en la Sierra, pero desconocidas en la Costa Norte. Es probable que el ritual tradicional Moche se mantuviera vigente por más tiempo en poblaciones de menor estatus. Gradualmente, los entierros individuales de cúbito dorsal, en envoltorios y sarcófagos, típicamente Moche, quedaron remplazados por entierros múltiples, primarios en posición sentada, y segundarios (Shimada et al., 2004; Rucabado, 2008, Bernuy, 2008). Esta transformación no fue de matices. Se desprende de ella una imagen ideal que diere de la cosmovisión Moche. Los rituales funerarios Lambayeque ponían énfasis en armar los lazos entre los miembros de familias extensas y linajes. Asimismo, los grupos e individuos manifestaban por medio de las imágenes presentes en los ajuares funerarios algún nexo, algún parentesco consanguíneo o ritual con el linaje gobernante. Lo sugiere la recurrencia de la imagen del dios-señor Lambayeque en los entierros correspondientes a tres de los cuatro niveles socio-económicos que establece Shimada (Shimada et al., 2004). Son asimismo los entierros que contienen ofrendas de metal, incluyendo el bronce arsenical.

Fig. 6 – Máscara de oro recubierta con cinabrio. The Metropolitan Museum of Art, regalo y legado de Alice K. Bache
(fotografía cortesía del Metropolitan Museum of Art)

ESTRATEGIAS DE PODER MOCHE Y LAMBAYEQUE: UNACOMPARACIÓN

La magnitud de cambios que marca el fin del Periodo Moche y el inicio del Periodo Lambayeque, no encuentra en la opinión del autor explicaciones plausibles en coyunturas internas, sea en el ajuste de la ideología del poder o en los nuevos gustos cosmopolitas de elites emergentes. Las evidencias que acabamos de describir en el acápite anterior sugieren que grupos advenedizos han logrado conquistar y mantener el control político de Lambayeque a fines del Periodo Moche. Es probable que las relaciones políticas entre los señoríos proto-muchik y proto-quingnam hablantes, ubicados respectivamente al Norte y al Sur de las Pampas de Paiján, no hayan sido buenas y esta animadversión facilitó la conquista desde la Sierra, quizás por los corredores de Jequetepeque y Olmos. En todo caso, los nuevos gobernantes adoptaron estrategias políticas distintas en comparación con las que fueron desarrolladas por las elites Moche. Las diferencias son notorias. A juzgar por la iconografía y la arquitectura pública el sistema político Moche fue inclusivo y respetuoso de la diversidad. Los guerreros y los sacerdotes ostentan orgullosos sus orígenes diferentes que se expresan en tocados, vestidos y decoración corporal, a veces también en el tipo de armas, cuando están representados en la decoración mural, en la cerámica ceremonial o en los adornos de metal y textiles (Makowski, 2005; Makowski y Rucabado, 2000). En lugar de poner énfasis en la imagen y en las hazañas del gobernante supremo, el arte figurativo Moche Tardío hace un despliegue de recursos y convenciones narrativas para difundir y perennizar el contenido de los rituales supracomunitarios y de los mitos que ofrecían el sustento a los comportamientos ceremoniales. La imagen del gobernante humano o deificado brilla por su ausencia (Woloszyn, 2008). La remplazan representaciones de grupos corporativos. Las secuencias narrativas de mayor complejidad provienen significativamente del nal de la historia de la cultura Moche, de San José de Moro (Makowski, 2002; Mc Clelland et al., 2007; Castillo, 2009). Pareciera que la sociedad acechada por sus vecinos se esforzaba por materializar y difundir de manera cada vez más amplia los contenidos de sus costumbres y de sus mitos. Similar inversión de tiempo social y de la pericia técnica se observa en el arquitectura del Periodo Moche Tardío, claramente destinada a rituales multitudinarios que se realizaban tanto en los centros político-religiosos como Pampa Grande (Shimada, 1994) como en recintos de uso comunitario dispersos en el paisaje (Swenson, 2006).

Casi inmediatamente después de la conquista y de la toma de poder, los nuevos gobernantes impusieron su marca en el paisaje construyendo pirámides escalonadas con rampa. A diferencia de los templos Moche que tuvieron formas similares, estos edicios no fueron levantados laboriosamente durante varios siglos para honrar a las deidades tutelares de la comunidad, sino construidos de manera rápida y eciente, como prueba de origen divino de una sola familia reinante (Shimada, 1995; Elera, 2008; Shimada 2014). La pompa fúnebre de los miembros de la familia real ponía en evidencia el parentesco directo entre los descendientes de Naylamp y la deidad ordenadora o animadora del mundo. El mensaje de la unidad en diversidad ha desaparecido de la iconografía. El frondoso repertorio de seres sobrenaturales y seres humanos luchando, muriendo en sacricio, corriendo, jugando o cazando grandes mamíferos del mar y tierra (Hocquenghem, 1987; Makowski et al., 1996; Makowski, 2005) quedó remplazado por un icono emblemático y sus acólitos antropo- o zoo-morfos (Carcedo, este volumen). Como se ha mencionado anteriormente, esta imagen evocaba según toda probabilidad al fundador de la dinastía y a su deidad tutelar. Solo en casos excepcionales (Narvaez 2014) una variedad de personajes míticos, incluyendo un femenino, asoma debajo de la máscara. Esta variedad no desvirtua lo esencial de mensaje: los lazos de parentesco expresados por medio de atuendo y rasgos corporales que vinculan a todos los ancestros sobrenaturales.

Fig. 7 – Orejera con el motivo emblemático del estilo “Sicán”. Dallas Museum of Art, regalo de Mr. y Mrs. Eugene McDermott (fotografía cortesía del Dallas Museum of Art)
Fig. 8 – Orejeras con el motivo emblemático del estilo “Sicán”. Minneapolis Institute of Arts, The William Hood Dunwoody Fund (fotografía cortesía del Minneapolis Institute of Art)

 

Referencias Citadas:

 

 

Fuente: Academia.edu (https://goo.gl/URfkwi)
De la obra: «De Moche a Lambayeque» en: Antonio Aimi, Krzysztof Makowski y Emilia Perassi (eds.) LAMBAYEQUE. Nuevos Horizontes de la arqueología peruana: 157-175, Ledizioni, Milan 2017