Iconografía litúrgica y contexto arquitectónico en Huaca de la Luna, valle de Moche

El complejo arqueológico de las Huacas de Moche (Fig. 14.1), está conformado por el totémico Cerro Blanco y las semi destruidas estructuras de un adoratorio de estilo Chimú, que corona su cima y que hemos denominado Huaca Cerro Blanco; la Huaca de la Luna, centro de nuestro interés en la presente contribución; la Huaca Capuxaida o del Sol; otra pequeña ubicada hacia el sur, conocida como Huaca de las Estrellas; y el sector urbano o Moche Viejo, como aún es conocido por los lugareños. Definitivamente, este centro urbano-ceremonial constituye una fuente de información de primer nivel de los diversos aspectos que desarrolló la sociedad Moche en torno al Cerro Blanco, indudable eje ritual o alecpong del valle de Moche, cuyo prestigio y vigencia ritual se mantuvo mucho tiempo después de su abandono y que incluso propició la fundación de Trujillo por razones de manejo geopolítico colonial.

En este amplio y diverso contexto cultural, destacan por méritos propios la monumental arquitectura religiosa de la Huaca de la Luna y las complejas representaciones iconográficas que cubren los paramentos de los espacios y volúmenes litúrgicos. De hecho, con esta primera relación estamos expresando una función inherente a las ceremonias que en ellos se dieron.

Iconografía litúrgica y contexto arquitectónico en Huaca de la Luna, valle de Moche
Ricardo Morales Gamarra

 

 

Moche: hacia el final del milenio. Actas del Segundo Coloquio sobre la Cultura Moche

(Trujillo, 1 al 7 de agosto de 1999), Santiago Uceda y Elías Mujica, editores, T. I, págs. 425-476.

Lima, Universidad Nacional de Trujillo y Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003.

 

Fig. 14.1. Complejo arqueológico Huacas de Moche, planificado y desarrollado entre el cerro Blanco y el río Moche. En la cima de la montaña se ubican los restos de la Huaca Cerro Blanco (D); sobre la ladera oeste la Huaca de la Luna (A); en la margen izquierda del río Moche, la Huaca Capuxaida o del Sol (C); y el sector urbano (B) entre las dos grandes estructuras.

Los estudios en este y otros sitios de ocupación Moche, como las pioneras excavaciones de Uhle a fines del siglo XIX y principios del XX, permitieron perfilar ciertos patrones que hoy son motivo de interpretación, revisión y discusión. Sin embargo, estos análisis y reflexiones fueron sustancialmente cautivadas por el valor estético-documental de las pictografías y las representaciones escultóricas de los ceramios, metalurgia, maderas talladas, entre otros objetos, generalmente asociados a tumbas exhumadas en algunos casos por arqueólogos y en la mayoría por huaqueros. De tal suerte que los iconos, ya sea como composiciones individuales o escenas rituales de carácter narrativo, fueron identificados y organizados sobre la base de un meritorio y sustantivo trabajo de gabinete.

De allí que, en nuestro entender, estas propuestas se han formulado en base a un excelente material artístico, abstracto o figurativo, pero que, en su mayoría, carecen de una elemental información arquitectónica contextual, los elementos de juicio que precisamente avalan y complementan todo intento interpretativo de los objetos. En buena cuenta, estos bienes culturales muebles conservados en museos y colecciones privadas y, excepcionalmente, uno que otro mural como el desaparecido de Pañamarca, fueron los objetos de estudio, diagnóstico y discusión sobre el tema iconografía.

En este panorama de especulaciones y discordantes hipótesis, los proyectos arqueológicos de Túcume, Sipán, Huaca Dos Cabezas, San José de Moro, Cao Viejo y Moche, han redimensionado diversos aspectos del patrón ideológico, arquitectónico, iconográfico y, en especial, del arte mural en el área de influencia Moche. Por vez primera contamos con una importante y copiosa información en contexto, para entender con cierta aproximación y cautela los patrones ideológicos y las prácticas rituales de esta sociedad nor costeña, y que muy particularmente normaba la función de los diversos espacios ceremoniales, en base a un evidente calendario ritual asociado a la deidad de mayor importancia del panteón mochica, o de aquella bajo cuya advocación se erigiera el templo o el espacio ceremonial.

Cabe señalar que, en este contexto, la Huaca de la Luna mantuvo vigente su carácter y trascendencia ritual, aún después del abandono definitivo del templo y en tiempos de la invasión wari y quechua. Esta afirmación, que juzgamos importante para efecto de nuestro estudio, queda establecida temporalmente con las informaciones de Uhle (1915) y los resultados que venimos obteniendo en casi diez años de excavaciones. Es decir, a la fecha no se registran evidencias de ocupación Wari ni Inca en este templo, como sí es el caso para la Huaca Capuxaida. Esta preliminar apreciación se orienta a demostrar su trascendencia y vigencia ritual en todo el complejo arqueológico, aún después de su abandono, derivada de su directa relación con el sagrado Cerro Blanco.

PROPUESTA DE ANÁLISIS:

UNA APROXIMACIÓN METODOLÓGICA

A pesar del mal estado de conservación de los contextos culturales generalmente disturbados, y en especial de los asociados a la arquitectura como en Huaca de la Luna, en el valle de Moche, y en Huaca Blanca o Cao Viejo en el valle de Chicama, se han planteado una serie de posibilidades en el estudio, análisis y diagnóstico de estos testimonios. Sin embargo, consideramos que la presencia del elemento iconográfico en contexto nos ofrece alternativas sustanciales, determinantes, que nos debe aproximar al hecho real y que no han sido estudiadas adecuadamente en su integridad y la secuencia de éstos. Es más, no han sido contrastadas con evidencias análogas, perdiéndose con ello la posibilidad de identificar aquellas normas o patrones y sus radios de influencia en el tiempo y en el espacio, que la elite debió imponer al artista en el manejo de los espacios ceremoniales.

La explicación de la arquitectura y sus contextos culturales muebles no es suficiente para entender un fenómeno espacial o volumétrico y su función sacra. Es más, a pesar de los correlatos estratigráficos y morfológicos entre los elementos, siempre quedan detalles sueltos que finalmente nos llevan a confusiones o propuestas discordantes con el hecho histórico. En este panorama, la iconografía es un instrumento esencial para complementar las definiciones sobre relaciones de tiempo y espacio, en el mismo edificio y sitio, o con relación a otros casos en otras áreas o regiones.

De allí que postulamos la idea de realizar un análisis integral e interdisciplinario, estableciendo en primer lugar el reconocimiento del factor función, a través del cual se explica la directa relación entre la iconografía litúrgica y la arquitectura sacra, para luego definir sus connotaciones geográficas, cronológicas, estilísticas y tecnológicas, a lo cual se debe añadir la información del contexto cultural. En nuestro concepto, ni la arquitectura ni la iconografía pueden explicar el contexto cultural por separado. Es más, el estudio iconográfico planteado como un análisis de iconografía por la iconografía y la estilística, puede caer en triviales formalidades y peligrosas especulaciones.

En este propósito, enfrentaremos dos problemas medulares por analizar y discutir. ¿En qué medida la clasificación estilística de Larco (1948) se ajusta a las expresiones iconográficas arquitectónicas y a la secuencia de la propia arquitectura? Ya Bonavia (1985: 193) había señalado estas dificultades: “Consequently, it is difficult to apply the chronological criteria established in ceramic to murals without encountering certain limitations”. Por otro lado, si el color tiene un innegable valor simbólico en el ritual andino, ¿cómo se explica la disonancia entre la bicromía en la cerámica Moche en contraposición a la acentuada policromía de sus espacios ceremoniales (muros, sofitos o cielos rasos, columnas y pisos)? Sobre la base de estas reflexiones preliminares, planteamos la existencia de una iconografía asociada a los patrones funerarios y otra a las ceremonias litúrgicas, enmarcadas ambas obviamente en un patrón ideológico único, que se expresa en ciertas coincidencias temáticas.

Lám. 14.1. a) La iconografía asociada a los espacios ceremoniales, como en el frontis norte de la Huaca de la Luna, expresan una relación directa con el tipo de liturgia y las deidades que se adoraron en ellos, siendo parte esencial de un lenguaje codificado que las elites gobernantes organizaron y difundieron como expresión de un patrón ideológico y de poder central. b) Los objetos asociados directamente a la práctica ritual: atuendo de los oficiantes, artefactos de madera tallada, de metal y cerámica, entre otros, guardan una estrecha relación con la iconografía arquitectónica por corresponder al mismo contexto y lenguaje litúrgico, de allí la coincidente representación de rampas y serpientes caladas en láminas de oro (aplicaciones sobre vestimentas o estandartes). c) El hallazgo de relieves policromos en la Plataforma Uhle testimonia la importancia y el carácter religioso de este sector, tema iconográfico de serpientes que se repite en las aplicaciones de los atuendos de algún sacerdote-guerrero. d) Los triángulos del borde del disco constituye el elemento diagnóstico que permite identificar a la serpiente como diseños geométricos en zigzag (caso Kuélap, Los Pinchudos, etc.).

En este ceremonial hay que advertir la presencia de diversos componentes, como objetos litúrgicos que se asocian directamente a la práctica ritual y que en esencia está formado por el atuendo o vestuario de los oficiantes, artefactos de madera tallada (ídolos, cetros, etc.), de metal (orejeras, cetros, etc.) y cerámica (vasos, cancheros, etc.), entre otros. Empero, el común denominador en todos ellos es el discurso iconográfico, que por igual se refleja en las superficies de los espacios o volúmenes ceremoniales y, en especial, el patrón textil. Desde nuestra perspectiva, advertimos una estrecha relación iconográfica y ritual entre el tocado ceremonial, textiles, ceramios y discos metálicos, parte de un contexto funerario exhumado al pie del muro Este de la Plaza Ceremonial Interior de la Plataforma I (sector sureste), con las representaciones murales de esta estructura (Lám. 14.1a, b, c y d).

De cualquier manera, nuestra propuesta de análisis se sustenta en el concepto que las representaciones iconográficas en los paramentos o superficies de los espacios ceremoniales, expresan una relación directa con el tipo de liturgia que se ha realizado en ellos, asociado a los ciclos astronómicos o agrarios y que normaban las prácticas rituales. Básicamente no se trata de decoraciones o elementos de ambientación (Morales et al. 1998: 211). En todo caso, el avance de las excavaciones y el necesario análisis interdisciplinario, darán mayores luces sobre este interesante aspecto de la ideología norcosteña.

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Lám. 14.2. a) “Personaje felínico de los cetros bicéfalos” o “Deidad de las montañas”. Tema iconográfico recurrente en la Plataforma I de la Huaca de la Luna y que en esta versión expresa una estrecha relación con los diseños de los atuendos de los oficiantes, usados en las ceremonias litúrgicas (Plaza Ceremonial Interior-Superior, ángulo sureste, Plataforma I. Reconstrucción del autor y Jorge Solórzano, en base a las evidencias del mural y correlatos con material textil). b) Cerámica (Colección Proyecto Huaca de la Luna). Objeto hallado en un ajuar funerario, que muestra al personaje principal con las serpientes bicéfalas, atributo iconográfico recurrente en todas las fases constructivas de la Plataforma I de este edificio.

Por otro lado, el estudio de una representación iconográfica compleja o de simples imágenes, cualquiera sea su tipología, debe orientarse en principio a restablecer los correlatos que puedan existir con la información etnohistórica de archivos y bibliotecas, y en especial con la etnográfica, tan rica y variada en las poblaciones nativas ligadas a los monumentos materia de estudio.

Para algunos especialistas como Coe (1975: 191), las analogías etnográficas y etnohistóricas no significan mayor aporte, por cuanto para el caso de la costa norte del Perú, “they are practically non-existent. For the South Coast of Peru I gather that the sources are not too bad, but on the other hand they are not too good”. A ello habría que agregarle la opinión de algunos especialistas, en el sentido que muchas de estas referencias por ser tardías y de las regiones central o sur, no tendrían mayor trascendencia en el estudio de las épocas más tempranas de la costa norte.

En este sentido, es necesario advertir, por otro lado, el riesgo que implica la recopilación de mitos y descripciones mágico-religiosas, pues se tratarían de testimonios incompletos, debido a las naturales deformaciones generadas por los consabidos problemas lingüísticos y las estructuras filosóficas europeas. “Con todo ello, una antología de textos de crónicas, puede permitir una aproximación sugerente a determinados ámbitos de una imagen del mundo andino” (Pease 1982: 12).

ICONOGRAFÍA ARQUITECTÓNICA LITÚRGICA:

CARÁCTER Y FUNCIÓN

Paisaje y arquitectura sacros: ideología, montañas y arquitectura

Un aspecto gravitante en todo intento por comprender y explicar la arquitectura pre hispánica y su función, en especial la Moche, es la relación mágico-religiosa que existe entre el paisaje, los astros y la construcción de los templos y el desarrollo urbano en torno a estos últimos. Milla Villena (1992) propone algunas interesantes relaciones entre las constelaciones y el asentamiento humano andino. Para ello argumenta la influencia de la Cruz del Sur en el geoglifo del mismo nombre en el valle Chao, entre otros casos.

Alcina Franch (1997: 654), citando a Doris Hieden, recuerda un análisis más detallado de estas relaciones astronómicas: “para los kogi, el templo es una reproducción a escala del cosmos y se le construye según principios simbólicos e indicaciones astronómicas. Ciertas secciones del templo –los postes, el piso– simbolizan los rumbos del mundo y algunos fenómenos celestes, además de la estructura política y social de la sociedad”.

Indudablemente, algunos elementos geográficos de sobresaliente carácter en el panorama andino cumplieron una función de eje ritual, como ordenadores en la ubicación, distribución, función y crecimiento de un complejo urbano-ceremonial. El Cerro Blanco en Moche o Cerro Purgatorio en Túcume, son dos casos por demás ilustrativos.

En este sentido, hay que remarcar dos elementos determinantes en el ordenamiento de este centro urbano-ceremonial en el valle de Moche. Por un lado, la privilegiada ubicación exenta y la forma cónica del Cerro Blanco, y por el otro la proximidad del río Moche; ambos condicionaron el asentamiento y desarrollo de este complejo y, posteriormente, del propio Chan Chan. Por ello, no sería nada exagerado pensar que este complejo arqueológico podría llamarse con toda propiedad, Cerro Blanco. La relación Huaca de la Luna-Cerro, y Huaca Capuxaida-Río, es una base interesante para un futuro análisis en esta representación de la Deidad Mayor, como la Deidad de las Montañas y su infaltable atributo iconográfico, la serpiente expresada como el río, ambos asociados al culto a la fertilidad de la tierra y al agua.

Pues bien, Uhle, Menzel y Sakai advierten la connotación sagrada de este paisaje y su trascendencia en el marco ideológico y ritual. Uhle, citado por Bourget (1997: 110), manifiesta la importancia de las estructuras que con sorpresa encontró en la cima del Cerro Blanco. “Allí descubrió los vestigios de un templo recubierto de murales policromos, objetos de madera, de plumas y de metal, varias sepulturas, tres figurinas de madera y miles de fragmentos de conchas Spondylus y de Conus”, apunta Bourget. Al revisar el catálogo de la Colección Uhle en los archivos del Museo Phoebe de la Universidad de California en Berkeley, comprendimos la importancia del sitio expresada en la calidad de los fragmentos de relieves de intensa policromía y el cuantioso material malacológico excavado (Morales 2000).

Menzel (1977: 40) subraya la importancia y trascendencia ordenadora de este cerro en el discurso ritual del valle: “The shrine on the Cerro Blanco may have been built as a rival shrine representing the new order in Moche Valley. Placed in a more prominent position near the old temple, it would have served as a politically useful device to counteract the old order”.

Por su parte, Sakai (1998: 71) detalla que “desde el observatorio se puede ver la salida de Sirio (antepasado de las clases superiores) y la cumbre de Cerro Blanco en la misma dirección”. Para este investigador no pasa desapercibida la singular “silueta bastante simétrica” que permite ubicar fácilmente su cumbre desde distintos lugares del valle de Moche.

Por otro lado, cabe señalar que para nadie ha sido un secreto la deliberada ubicación del afloramiento rocoso aislado más bajo del Cerro Blanco, en el interior de la plaza ceremonial de la Plataforma II de la Huaca de la Luna. Una vieja sospecha que las inobjetables evidencias de sacrificios humanos definieron al pie de esta suerte de altar, son testimonios que nos indican con claridad una práctica ritual, asociada a los sacrificios humanos en montaña que Zighelboim (1995) ha estudiado con mayor despliegue en la alfarería, aunque lamentablemente, por no conocer estos nuevos aportes, no haya podido ampliar sus interesantes reflexiones.

Insistimos, esta relación se explica en la evidente función litúrgica que cumpliera la Plataforma II de la Huaca de la Luna, como que fue construida exprofesamente alrededor del afloramiento rocoso más bajo de la ladera oeste del Cerro Blanco, configurando una plaza ceremonial, cuyo evidente centro ritual es la referida estructura geológica, sacralizándose con ello el espacio arquitectónico. El hallazgo de restos humanos dispersos en el ángulo noroeste, cuarenta y dos guerreros sacrificados después de una batalla ritual asociada a un fuerte periodo pluvial; y de adobes dispersos con rasgos de pintura mural en el sector suroeste de este patio, evidencia las referidas viejas sospechas sobre la importancia de este sitio y que Bourget (1998) excavara con éxito.

Por otro lado, recordemos la crónica del padre Calancha (1977), cuando señala que una de las principales deidades era el “Alecpong, que quiere decir deidad en piedra y eran tan veneradas que ninguno pisaba junto a ellas y al pasar su vista les hacían sumisa adoración”. Esta referencia es de suma importancia para el estudio que nos proponemos enfocar, pues estamos convencidos que la Huaca de la Luna se definió bajo la advocación de la Deidad de las montañas, en nuestro concepto, la deidad mayor de ancestral formación Cupisnique (Campana y Morales 1997: 54).

Al margen de estas consideraciones, creemos conveniente y vital para nuestros propósitos de análisis integral, recurrir a las propuestas de Canziani (1989: 24), cuando sostiene que una de “las premisas fundamentales es que el concepto de territorio como objeto de la ciencia urbanística no puede limitarse a una simple dimensión física (edificios, estructuras y paisaje, etc.), sino que tiene que comprender necesariamente la dimensión social, es decir, el hombre y la sociedad asentada en aquel territorio”. En este punto debemos reconocer cómo la planificación resulta vital en el ordenamiento del centro rector y del territorio que maneja, administración que imponen las castas sacerdotales y que invariablemente responde a un patrón ideológico.

El mismo Canziani (1989: 98), contribuye con otra reflexión de interés cuando estudia las relaciones de manejo administrativo en las formaciones sociales tempranas: “…de confirmarse esta hipótesis, estaríamos asistiendo a la temprana intervención de las clases dominantes en la planificación territorial. Si los templos y otros centro ceremoniales obedecían a una notable planificación, no debemos sorprendernos si ésta tiende a extenderse a los diferentes componentes del modelo de asentamiento y en general a todo el ámbito territorial controlado por la clase dominante”.

En este marco conceptual, consideramos que las relaciones cosmos, paisajes y templo se expresan en el tratamiento de las superficies arquitectónicas de los espacios ceremoniales, con caracteres o iconos organizados en función al tipo de ritual o ceremonial practicado bajo la advocación de una determinada deidad. Ello marca cierta distancia conceptual con las representaciones en las superficies de los objetos muebles.

Ideología, iconografía y creatividad artística

El arte es la expresión del tiempo y del lugar donde se produce, afirma con justeza Shimada (1994: 227). Posteriormente añade que como parte integrante de la cultura, refleja a corto y largo plazo, tanto interno como externo, el proceso de evolución de una cultura. En efecto, todo lenguaje y en especial el andino precolombino, explica de alguna manera la filosofía, religión, prácticas rituales y organización político-social, así como las variables estilísticas locales o regionales. Bajo esta consideración, los Moche desarrollaron un lenguaje figurativo de extraordinaria concepción y estructura, definida formalmente por una férrea ideología que se deja notar en varios aspectos, a pesar de las distancias y barreras geográficas. El mural de Pañamarca registrado por Bonavia (1985) y la tumba de la sacerdotisa de San José de Moro (Castillo y Donnan 1994), son muestras fehacientes de lo que significa la práctica ritual del sacrificio humano entre los moches, al margen de las distancias y condiciones regionales.

Este patrón ideológico, indiscutible factor de unidad política y religiosa, fue en nuestro concepto el eje conceptual en el tratamiento del paisaje, del espacio arquitectónico y del espacio pictórico-iconográfico. En este contexto, resulta evidente, aunque quizá un tanto prematuro y difícil de explicar, el manejo de una unidad de medida y de un sentido de proporción y distribución modular en la arquitectura religiosa, lo cual discutiremos más adelante.

En cualquier cultura del mundo es posible advertir la presencia a priori de un concepto, un dogma o una señal religiosa en el trazo de una ciudad, en el desarrollo de un proyecto arquitectónico y, especialmente, en el programa iconográfico que reflejará la función del espacio que integra. La forma de puma de la planta urbana del Cuzco Imperial, las plantas en cruz latina o griega de las iglesias cristianas, así como la planta en forma de parrilla del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, en alusión al atributo del martirio de este santo cristiano, son algunos testimonios válidos que podrían explicar por analogía el desarrollo de un programa urbano-ceremonial andino y Moche.

Kauffmann (1994: 78) precisa que hay fundamentos que permiten plantear que la construcción de Chavín fue concebida desde un principio para ser levantada siguiendo un plan determinado, “inspirado en los trazos de alguna de las figuras mágico religiosas más conspicuas de la iconografía expresada en los monolitos”. Luego añade que esta planificación se expresa en la interconexión modular, sin mostrar señales de clausura a pesar de las ampliaciones. Agrega que “esta técnica constructiva, de módulos levantados sin distancia temporal significativa, siguió imperando por milenios como un patrón arquitectónico andino ampliamente difundido: Templo del Sol y Templo de la Luna de Moche”, entre otros (Kauffmann 1994: 79).

Por ello, en consideración a que el arte es una forma de expresión social, y que a través de las imágenes convencionales es posible recuperar cierta información que nos acerque a los patrones ideológicos de una determinada sociedad, y que la iconografía como disciplina especializada trata de interpretar los códigos como individualidad y componente de un conjunto, asumimos como válida toda intención por explicar la ideología de una sociedad a través de los signos y símbolos, pero, en especial, con aquellos asociados a los espacios ceremoniales y no exclusivamente a lo representado en los objetos muebles, pues los mitos expresados en las superficies arquitectónicas guardan una total relación con la función de los espacios.

Por ello, Anne Marie Hocquenghem (1977: 174) precisa un deslinde conceptual de interés: “les mythes indiquent une connaissance, les rytes un sens du sacré, mais ils n’impliquent pas une forme de pensée mythique fonctionelle. Les Mochicas dans leur iconographie ont fait une distinction nette entre le réel et le mythique, puisqu’en analysant leurs représentations on les distingue, ce qui indique que le conscience mytique, qui établit la confusion entre l´acte mytique et l´acte ritual, est peut etre depassée”.

En estos conceptos hay una base sustancial que debemos relacionarla con la astronomía y el espacio geográfico, para entender la cosmovisión y cosmogonía andina. El cielo se refleja en la tierra y ese reflejo debe estar bien explicado en términos iconográficos. Más allá de esta relación mágico-religiosa, la mitología se superpone y hace inteligible aquella otra realidad con sus personajes divinos y humanos o semihumanos.

Pues bien, esta asociación es igualmente determinante en el tratamiento de las superficies arquitectónicas de los espacios rituales. En nuestro concepto, estas representaciones iconográficas no respondieron a cuestiones estéticas, decorativas o de ambientación. Muy por el contrario, se ciñeron a un patrón ideológico que se impuso a través de signos o códigos, en todos los confines de su área de influencia, iconos que podrían tener una relación calendárica (Campana y Morales 1997: 44) si consideramos algunas propuestas adicionales como que el más importante calendario ritual en los Andes Centrales está asociado a la limpieza de los canales de riego. A fines de mayo y principios de junio parece haber sido el momento más apropiado para estas ceremonias determinadas por la aparición de Las Pléyades o “Fur” en lengua Yunga y que marcan el inicio del nuevo año en la región (Berezkin 1987: 272).

Obviamente, en este discernimiento preliminar, es la categoría de obra de arte la que confunde o distrae toda apreciación inicial, pues nuestra formación académica y sensibilidad artística, se la confiere a priori a todo análisis metodológico, sin considerar que el artista moche no tuvo, probablemente, la intención de crear un lenguaje artístico per se.

De allí que la relación entre el mural, como producto social, y su autor, como instrumento de una elite que norma y regula las relaciones de producción y define el contexto ideológico que mantiene a un poder central o a una organización social dual, la definimos como una actividad programada en la cual el artista no tuvo libertad para crear. No hubo licencia para la inspiración individual, pues los códigos fueron creados, impuestos y manejados por las castas dominantes: ellos la diseñaron, la impusieron y modificaron para el manejo exclusivo de las elites (Morales 1999: 4).

En este sentido, concordamos plenamente con Bawden (1996: 103), cuando señala entre otros aspectos, que los artesanos vivieron en diferentes circunstancias sociales y que sus habilidades sirvieron directamente a los intereses de poder de la elite, a lo cual añade con toda propiedad: “es casi cierto que la sociedad Moche tuvo agrimensores y arquitectos quienes hicieron los diseños de los grandes sistemas de irrigación, caminos y construcciones”. En este último grupo, es evidente que los muralistas compartieron con los arquitectos la responsabilidad de elaborar o modificar periódicamente los proyectos arquitectónico-iconográficos que ahora pretendemos estudiar.

Ampliando en detalles, recurrimos a las reflexiones de Canziani (1989: 95) cuando afirma que “los sacerdotes y otros especialistas ligados al desarrollo de los nuevos medios de producción, y entre éstos de los conocimientos relacionados con la astronomía, la hidráulica y la tecnología agrícola, se separan del trabajo directo en el campo, en la medida en que su participación indirecta y a la vez fundamental en el proceso productivo conllevan a su especialización y dedicación exclusiva”.

Otro aspecto a discutir es la marcada relación iconográfica entre todos aquellos componentes de la ceremonia litúrgica, básicamente los textiles como la indumentaria de los oficiantes, los objetos de metal, cerámica o madera usados por éstos, y las superficies arquitectónicas de los espacios ceremoniales. En la Huaca de la Luna es posible advertir estas asociaciones formales entre los textiles y discos metálicos con los murales encontrados en contexto (Lám. 14.2).

Ahora bien, si consideramos que estas representaciones responden a un lenguaje codificado, encontraremos una persistente coincidencia de opiniones, de allí que el tejido andino ha sido visto por los especialistas como un sistema de comunicación. De alguna manera, el arte gráfico como iconografía en la cerámica, arquitectura y especialmente en los keros y textiles, se ha desarrollado desde los inicios del proceso cultural andino.

Silverman (1994: 172), manifiesta que las “investigaciones también se han ocupado de la semiótica de las telas andinas. Paul (1990), por ejemplo, demostró cómo los diseños textiles Paracas funcionaban como ideogramas. Burns (1981), de la Jara (1964; 1967), Lizárraga (1987, 1992) y Zuidema (1991), relacionaron los motivos tocapu incaicos con la comunicación gráfica. Por ejemplo, de la Jara (1964: 1967) específicamente visualizó los tocapu como una escritura pictográfica, en la cual un motivo representa una palabra, mientras que Burns (1981) argumentó que cada diseño denota un sonido, lo que implica una verdadera escritura alfabética.

Por su lado, Conklin (1987: 145) analiza los textiles de tapicería del Horizonte Medio de la sierra sur andina, como medios de información cultural que contienen mensajes que, a través de la forma, manifiestan patrones del pensamiento aparente de los creadores originales de los textiles: “En este contexto, la palabra forma se refiere a las características organizativas y generales del arte aquí considerado. La forma difiere del diseño, ya que este último se refiere a los aspectos detallados y específicos del arte”.

Por ello, estamos convencidos, a la luz de estas opiniones y de nuestras observaciones en los murales de la Huaca de la Luna y Huaca Cao, que esta lectura se puede visualizar en el sentido oblicuo de la composición, articulándose todos aquellos elementos que están organizados en sentido diagonal.

Programa arquitectónico-iconográfico: maquetas, unidad de medida y concepción modular

Otro aspecto de cierto interés en el estudio del arte mural Moche es el uso de maquetas y el concepto ab initio en la construcción de los templos. Es decir, programas arquitectónicos e iconográficos preconcebidos, de tal manera que el espacio pictórico quede insertado en el espacio arquitectónico, de acuerdo a las exigencias del patrón ideológico que impone la elite gobernante. En este manejo apreciamos un concepto de módulos que veremos más adelante.

Los modelos constituyen un singular recurso técnico gráfico, tridimensional o bidimensional, en el manejo del paisaje y de los espacios y volúmenes arquitectónicos, mediante los cuales se realizan los cálculos y determinan las proporciones de los volúmenes y espacios ceremoniales. Ello evidencia el conocimiento y el uso oficial de un patrón de medida que bien pudo responder a una cuestión religiosa, una suerte de medida sacra.

En este aspecto, poco estudiado a pesar de su importancia, hay opiniones de relevancia como la propuesta de Campana (1983: 55), quien señala que “los constructores mochicas también usaron maquetas previas para representar la obra a construir, y en este caso, por tratarse de un ‘plano’, sí aparecen todos los elementos propios de la construcción en términos de volúmenes y funciones, aunque no de técnica”.

A lo afirmado, debemos añadir que las representaciones arquitectónicas en cerámica no son simples detalles o modelos de “casas”, concepto que deja la sensación de construcciones domésticas, pues, al tener un tratamiento de superficie con representaciones simbólicas, personajes o escenas, está expresando un carácter sacro o ritual. En todo caso, se trata de esquematizaciones de aquellos volúmenes o espacios sacros, es decir, los recintos en donde se concentra el poder físico del sacerdote-guerrero o en donde se define el eje ritual de un espacio litúrgico. Es más, estos recintos se ubican en cuatro casos estudiados, en el ángulo sureste de los espacios ceremoniales, como es posible apreciar en las dos últimas fases constructivas de Huaca Cao y Huaca de la Luna, evidenciando un patrón arquitectónico recurrente.

Para Klein (1967: 115), “el método de representación de que se sirvió el artista es idéntico con aquel que se emplea hoy en la llamada proyección ortogonal, rama que forma parte de la Geometría descriptiva”, afirmación que compartimos ante la contundencia de las evidencias y que al parecer fue practicada en la planificación urbana del Moche Viejo, los templos y sus recintos más significativos.

Kubler (1990: 386) presenta un caso excepcional sobre la base de un ceramio que identifica como “pottery house vessel from the Viru Valley, Mochica I style, 250-50 B.C. (?)”, pieza del Museo Nacional de Lima”. Obviamente se equivoca en la calificación de casa, pues se trata de un templo que en el dibujo reconstructivo que él mismo desarrolla (Fig.14.2), es posible advertir cierta aproximación con la distribución de la Plaza I y frontis norte de la Huaca de la Luna. Ahora bien, si esta relación es correcta a la luz de las excavaciones y definiciones, que en adelante debemos continuar, habría que explicar cómo es que un patrón arquitectónico del Moche temprano se ha mantenido vigente en el Moche tardío, es más, no debe perderse de vista que este ceramio está registrado en el valle de Virú.

Por su lado, Benavides (1997: 102) reconoce que “lo importante se presenta ahora con el contraste de estos documentos descontextualizados –ceramios de tema arquitectónico– con aquella información que encontramos en las excavaciones arqueológicas, en donde los espacios sacros evidencian un tratamiento preconcebido en base a un lenguaje iconográfico”.

En el ánimo de reforzar nuestra apreciación y demostrar que las maquetas fueron instrumentos de uso frecuente en el mundo andino, nos parece importante recurrir a las pacientes búsquedas de Rostworowski, cuando nos confía algunas de sus fichas de investigación en archivo. En una de ellas registra una interesante querella entre las parcialidades de Canta y Chaclla, fechada en julio de 1567. En el expediente se notifica a las partes para que exhibieran moldes, vale decir maquetas de sus tierras. Don Felipe Taulichumbi, curaca de Quivi, dijo haber mostrado en su oportunidad una maqueta “en forma gruesa y demostrativa de sus tierras de las que fueron despojados. Por su parte, los de Chaclla enseñaron pinturas; pero se les pidió un molde del valle, a lo que alegaron haber traído anteriormente a la Audiencia un modelo confeccionado de acuerdo con el decir de los ancianos, pero que ya se había hecho pedazos”.

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Fig. 14.2. El dibujo reconstructivo que Kubler ensaya en base a este ceramio del valle Virú, evidencia cierta aproximación con la distribución de la Plaza I y frontis norte de la Huaca de la Luna. Debe advertirse que el contraste de este ceramio-maqueta (Moche I) y el espacio arquitectónico en estudio (Moche IV), explican la vigencia de un patrón arquitectónico que impone una elite gobernante a través de varios siglos y que responde a las exigencias de la liturgia.

Estas informaciones, piensa Rostworowski, sobre la costumbre indígena de “confeccionar moldes de barro es sumamente interesante, por que confirma las noticias dadas por Sarmiento de Gamboa (1943, cap.39) sobre la costumbre de preparar maquetas de un valle conquistado para que el soberano se enterara de la situación e hiciese en el los cambios que le parecían necesarios” (Rostworowski 1988: 77).

Al respecto, no debemos olvidar la referencia de Betanzos (1968: 50), cuando un grupo de nobles encuentran al Inca Yupanqui “pintando e debujando ciertos puentes y la manera que habian de tener, e como habian de ser edificados; y ansi mesmo debujaba ciertos caminos que de un pueblo salian y iban a dar a aquellas puentes e rios”.

Pues bien, a estas referencias etnohistóricas debemos añadir como hecho concreto las dos maquetas de estilo Chimú excavadas y descubiertas por Ricardo Tello e identificadas como tales por el suscrito, en el momento del hallazgo en la Huaca de la Luna (Uceda 1997, Asmat, Morales y Fernández 1997); y las dos maquetas de estilo Moche descubiertas en San José de Moro (Castillo et al. 1997). Las dos primeras elaboradas en madera tallada y policromada y las de San José de Moro en arcilla y con evidencias de policromía en sus muros. En las cuatro representaciones se advierte un patrón arquitectónico similar: un espacio de planta rectangular en torno al cual se distribuyen banquetas laterales, y la más importante y sobre elevada dispuesta al pie del muro testero. Este nivel se comunica con su correspondiente de la plaza a través de una rampa a eje del acceso central, generando una suerte de espacio ritual central, que es jerarquizado con un desproporcionado dosel que se sostiene en dos o tres columnas.

Moore (1996) analiza un fragmento de maqueta parecida a la nuestra, que se conserva en el Museo de Volkerkunde y que fuera estudiado anteriormente por Donnan (1975). Esta pieza corresponde al sector central de la banqueta principal en donde se representa el acceso a la plataforma funeraria y que aún muestra las dos columnas que sostienen el dosel. Moore (1996: 215-217) anota: “The wooden model ilustrates the ramp, elevated bench, doorway, and narrow structure which is identical to the architectural described above”. Posteriormente añade una reflexión que resulta importante para nuestros propósitos: “Patterns in inlaid decoration on the model indicate that it was designed to be viewed “from” the plaza; the exterior walls and the rear of the central wall were undecorated”.

Por ello, un detalle de interés en el análisis de estas maquetas de madera, y que aún no se ha dicho a pesar de los diversos trabajos publicados sobre el tema (Uceda 1997), radica en establecer su relación con alguna de las plazas ceremoniales de Chan Chan. Estamos convencidos que representan a la pequeña Plaza Ceremonial dispuesta delante de la Plataforma Funeraria de los Palacios o Grupos. Esta afirmación se sustenta en la organización de los vanos. Mientras que las extensas plazas principales I y II de los palacios mantienen una misma distribución, con dos accesos en el sector norte de los muros laterales, adyacentes al muro de pies, la citada plaza del sector funerario carece de éstas, como es posible observarlo en Tschudi; el resto de elementos responden a la concepción general de distribución espacial. Cabe señalar que estas maquetas no deben ser apreciadas como un modelo a escala, pues sólo manifiestan una intención de modular el espacio y de organizar el ritual o ceremonial.

Respecto a las maquetas de San José de Moro, que Castillo y sus colaboradores publican (1997: 126), hay que remarcar algunos detalles de cierto interés. La planificación y diseño del espacio de ambas no difieren mayormente de las ya explicadas en madera de estilo Chimú. Quizá esta aproximación formal se explique por el hecho de ser “típica para estructuras mochicas tardías, particularmente las excavadas por Garth Bawden en Galindo”.

En acápite seguido, añaden un concepto vital: “no serían objetos producidos casualmente, sino con plena intención. Todo parece apuntar que las “maquetas” fueron concebidas y creadas independientemente, a semejanza de edificios reales o ideales. ¿Significa ésto que las “maquetas” representan fielmente los edificios y templos reales? No podemos afirmar esto puesto que desconocemos estos edificios. Asimismo, al no conocer los edificios reales, no podemos decir si las maquetas son representaciones a escala de éstos”.

En una visita al sitio, advertimos en compañía de Julio Rucabado que uno de estos modelos coincide con el arreglo de la planta de una de las tumbas, lo cual indicaría una probable relación de esta maqueta con la planificación y construcción de dicha tumba; obsérvese que la organización de la banqueta y rampa expresan un patrón que se mantendría vigente en tiempos Chimú. De cualquier manera, estas evidencias y nuestras observaciones en algunos altorrelieves, como los ubicados en el frontis norte de la Plataforma I de Huaca de la Luna, valle de Moche y en Huaca Cortada o El Brujo, valle de Chicama, evidencian el asiento de adobes en el paramento en función al diseño del mural, es decir, las cornisas y el diseño geométrico son ejecutados paralelamente a la organización de la estructura, tal como se aprecia en otros sitios como Kuélap y Los Pinchudos.

En este punto debemos insistir en el reconocimiento de los textiles como la fuente de inspiración, o como una suerte de “bosquejo preliminar” para la ejecución de algunos murales. En otras palabras, los textiles funcionaron como una “maqueta” física y cromática. De allí la lectura en sentido oblicuo de algunos murales, como los que hallamos en los paramentos de los recintos esquineros de las plazas ceremoniales interiores de la Plataforma I de la Huaca de la Luna (Fig. 14.4) y de los mismos rombos que completan el conjunto pictórico-iconográfico.

Pues bien, tanto para la arquitectura monumental y en especial para el tratamiento de muros de los espacios rituales, los moche, al igual que sus antecesores, pre concibieron la idea de concertar el espacio pictórico con el arquitectónico, en base a maquetas o bocetos. De hecho, el mural expresa cierto sentido de precisión en cuanto a la distribución de los elementos iconográficos en un espacio determinado. Ello obedece, por otro lado, al manejo de un sistema de medida que les ha permitido definir una propuesta modular. En términos de boceto, ofrecemos un hallazgo de singular importancia por tratarse de algo sin precedentes. En una de las caras de un adobe hallado entre los escombros en la Huaca de la Luna, ubicamos el boceto de un mural definido en trazos de líneas incisas (Fig. 14.3).

UNIDAD DE MEDIDA Y ORDEN MODULAR

La observación de la arquitectura en Huaca de la Luna, en sus diferentes etapas constructivas y sus correlatos con otros edificios, deja entrever una lógica en las dimensiones, proporciones y sus constantes como múltiplos y submúltiplos. Por lo observado y estudiado en el manejo de las estructuras y vanos en Huaca de la Luna, en el muro sur advertimos una recurrencia de medidas que tiene como base los 30 ó 90 centímetros, lo cual consideramos fue la unidad o patrón de medida. Tal es así que las puertas se definen con luces de 60, 90 ó 120 cm; muros que se desarrollan con espesores de 60, 90 ó 120 cm, y alturas que alcanzan los 3,00 ó 3,60 m; rampas y rondas de 1,50 y 3,00 m. de ancho (Cuadro 14.1). Esta medida base es igualmente legible en Huaca Cao (Franco et al. 1994), al igual que en Huaca Grande de Pampa Grande (Haas 1985).

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Fig. 14.3. El boceto inciso de una iconografía mural ejecutado sobre uno de los lados de un adobe, demuestra los intentos por definir ab initio el lenguaje iconográfico y la proporción del futuro mural.

Por otro lado, los murales también expresan una relación en base a los 30 ó 90 cm. Los rombos que enmarcan a la deidad principal en las plazas de Huaca de la Luna, muro sur, miden 2,70 m, mientras que otros paneles se van disponiendo en el frontis norte con una evidente intención de módulos, cuya cantidad podría tener una relación calendárica o asociación con los ciclos agrarios (Cuadro 14.2). Aunque una sustancial modificación en el muro norte de esta plaza ceremonial interior sobre la plataforma superior correspondiente al penúltimo edificio de este templo, podría descartar esta hipótesis.

En La Mina, Narváez (1994: 72) describe que los “iconos se repiten, como hemos dicho, mediante cuadros o escaques a modo de un ajedrezado. El tamaño de cada uno de ellos es de 30 cm promedio”. Medida que se va perfilando por sí misma como un patrón recurrente a pesar de las distancias temporales y espaciales (Fig. 14.4a).

Un aporte de importancia para nuestros propósitos es la propuesta de Quilter (1991: 403), quien nos refiere la existencia de una medida que define en El Paraíso: “The dry recitation

Fig. 14.4. Las pinturas murales de la tumba de La Mina, valle Jequetepeque (Moche I) y los relieves del recinto esquinero de la Plaza Ceremonial Interior del Edificio C, Plataforma I, Huaca de la Luna, valle Moche (Moche III), expresan una importante similitud estilística e iconográfica a pesar de las diferencias que marcan los escenarios geográficos y la cronología estilística de Larco.

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of facts regarding construction given above belies the impresive size of Late and Terminal Preceramic public architecture, which is discussed more below. Coordination of efforts was essential to the construction of these large architectural complexes. This must have inclueded standard units of measurement in order to erect large buiding efficiently. Data from El Paraiso suggested that a standard measurement unit of a division or multiple of a “preceramic meter” bettwen 80 and 100 cm was used”.

Por su parte, Agurto (1978: 5) considera que por la complejidad de las obras que los incas llevaron a cabo, tuvieron que contar con un sistema de medida, por rudimentario que fuere, que les permitiera dimensionar las numerosas e importantes obras de arquitectura e ingeniería que realizaron. De esto “se desprende que en el Incario debió existir un sistema de medición, que se utilizaron instrumentos para medir y que se empleaban medidas basadas en la antropometría”.

En un amplio y meritorio estudio sobre la tecnología y técnicas constructivas aymaras, Escalante (1994) ha establecido algunos conceptos coincidentes con otros investigadores que hemos estudiado y con los propios que hemos observado en Huaca de la Luna y Huaca Cao. El sistema de medidas andinas, como la prefiere llamar, tiene ciertas aproximaciones con nuestro tema de estudio. “No debemos olvidar que para realizar cualquier tipo de construcción, ya sea

Sector Dimensiones
N/S E/O Ancho Altura
PLATAFORMAS

I

II

III

PLAZAS Plataforma I

*Ext.N (Plaza 1)
*Ext.E

(Plaza 2 a)

(Plaza 2 b)

*Ext.S (Plaza 3b y 3c)
*Int. SE (Patio 1)* Garrido/Plataf. Sup.

Plataforma II

*Ext.O (Plaza 3 a)

ESTRUCTURAS

Muros

Rampas Frontis Norte

Garrido

*oeste
*sur/altar
*sur/altar

Edificio D

*Primera etapa
*Segunda etapa

Altar / Plataf. I

Garrido / NE

*pasos
*contrapasos

Edif. D / Plaza Int. SE

*Primera etapa
*Segunda etapa

Vanos / Plataf. I

Edif. A / Frontis Norte

*Acceso N/S
*Acceso O/E

Edif. C Frontis Norte

*Acceso N/S
*Plaza Int./SE
*ángulo N
*sector O
90,00 45,00

30,00

175,00

66,00

43,00 30,00 40,00 18,00

45,00

 

3,00

90,00

17.5

37,00

90,00

48,00

38,00 30,00

60,00 9,00

17.5

1,80

2,00

3,00

3,75 4,20

3,00

1,20 0,90

1,00

0,60 0,90

0,72 0,90

3,00 0,90

1,80

1,20

1,20

0,90

0,30

0,21

Cuadro 14.1. Arquitectura: dimensiones de espacios, estructuras, vanos y otros.

Sector Iconografía Personaje Principal (Módulo)
Altura Largo Banda

Vertical

Zócalo
PLATAFORMA III

PLATAFORMA I

Edificio A

Frontis Norte

Plaza I Plaza Int/Sup.

SE/Muro E.

Edificio B

Frontis Norte Plaza Int/Sup. SE muro sur Recinto SE

Recinto Sacro NE

Sector Garrido

Alta Mayor

Rampa

Plaza 3C/recinto exento

Edificio C

Frontis Norte

Plaza Interior SE / muro este Recinto SE

Edificio D

Plataforma Interior SE

Zorros Antropomorfos/rampa

Deidad Montaña/Cóndores

Felino / Cabeza-trofeo

Deidad Montaña/rombo

Representación figurativa

Combate Ritual

Deidad Montaña / rombo geométrico

Iconografía Tema Marino

Personaje Cetros/etapa 1

Escaques/etapa 2

Escaques/etapa 3

Olas/cabeza serpiente/etapa 2

Etapa 2

Copulación mística (?)

Deidad Montaña/cóndores y

Guerreros armados

Deidad Montaña/rombo geométrico

Tema marino

Bandas Horizontales / pintura mural: rojo, negro, blanco y amarillo

1,20

3,00

3,00 ? ?

3,00

2,70

0,56 2,70 0,27 0,72 0,21 0,76 ?

2,10 2,55

0,62

0,24

0,62

2,10 2,00 1,22 2,50

3,00 2,70

0,62 3,35 0,36

0,72 3,00 0,80

1,20

2,20 2,58

0,62

0,34 0,25

0,41

0,34 0,03

0,14

0,15

0,06

0,30

0,40 0,44

0,33

0,20 0,03

0,14

0,18

0,30

Cuadro 14.2. Cuadro de dimensiones / murales. ésta de pequeñas proporciones o de escala monumental, es necesario el empleo de instrumentos que permitan lograr un óptimo manejo de los materiales. Cuando esas obras de edificación emplean materiales de gran tamaño como las piedras cortadas que se usaron frecuentemente en los Andes, es imprescindible que hayan sido empleados sistemas de medidas. De otra manera se hace difícil entender la labor de sus constructores”, asevera Escalante (1994: 385).

 

Citando a “La vara mágica” de María Schölten, resume una constante en el sistema de medida, 3,34 cm para la escultura y confección de telas, 3,34 m para la arquitectura y 3,34 km en la geografía. Para ello usa la relación 3,34 x 10, aunque señala que la citada investigadora no explica mayormente esta relación. Definitivamente, este es un tema que exigirá un mayor rigor en el registro y la correlación, en el análisis y la discusión; por el momento hay suficientes evidencias para lanzar a nivel de hipótesis la existencia de un sistema de medidas.

a

b

Fig. 14.5. El tema “Personajes tomados de la mano” evidencia una recurrencia y contemporaneidad en Huaca Cao (a) y Huaca de la Luna (b), ambos asociados a las plazas ceremoniales principales de dichos templos y correspondientes al Moche IV. La representación de estos íconos, su composición, ritmo y orden, estarían demostrando la vigencia y radio de influencia de un culto, a pesar de las reconstrucciones de los edificios en varios siglos y de sus diferencias geográficas.

ESTILO, CRONOLOGÍA Y ÁREAS DE INFLUENCIA

Otro tema que debe merecer la atención de los especialistas es la relación estilística, cronológica e iconográfica de las superficies arquitectónicas con los contextos funerarios asociados al espacio arquitectónico y en función a las áreas geográficas en que se desarrollan, tomando para ello como referencia la clasificación estilística propuesta por Larco (1948) y la regionalización de Moche norte y Moche sur, planteada por Castillo y Donnan (1994).

Podemos ensayar un primer intento por establecer correlatos estilísticos, cronológicos, iconográficos y geográficos, sobre la base de los murales de la tumba Moche I de La Mina (Narváez 1994: 73), definida así en función al estilo de la cerámica hallada en ella y que se fecha alrededor del 100 d.C., aunque no descartamos la reutilización de éstos en una época posterior, contemporánea a la construcción de la tumba (Fig. 14.4a); y los relieves del recinto esquinero de la plaza ceremonial interior del Edificio C, en la Plataforma I de la Huaca de la Luna (Montoya 1997: 23), cuya antigüedad se estima alrededor del 300 d.C. y por lo tanto asociado al Moche III por contraste estratigráfico (Fig. 14.4b). Con esta preliminar apreciación podríamos inferir que en materia de iconografía litúrgica arquitectónica, las asociaciones estilísticas para la cerámica no tienen mayor relevancia.

Otra relación significativa podemos establecer entre algunos de los relieves de las últimas fases constructivas de la Huaca de la Luna y Huaca Cao, que se repiten sin mayores diferencias formales. Veamos “Los personajes tomados de la mano” (Figs. 14.5a y 14.5b) y “La Deidad de las montañas” (Fig. 14.15), enmarcada por cuatro serpientes dispuestas al interior de un rombo o definiendo esta forma geométrica. En Huaca de la Luna las primeras se ubican en la Plaza I al pie del frontis norte y la segunda en la plaza ubicada en la plataforma superior del edificio. Ambas expresiones corresponden al Moche IV y se pueden fechar entre los 500 y 600 d.C., tal como sucede en Huaca Cao (Franco et al. 1994; Franco et al. 1999). Esta evidente correspondencia estaría demostrando la rigidez de un patrón u orden en la distribución de los iconos, determinada por la función que cumple el espacio ceremonial y las rígidas normas impuestas por las elites gobernantes.

Por ello, estamos convencidos que las áreas que cumplieron una función litúrgica expresan un complejo lenguaje codificado sobre las paredes, los cuales no sólo revelan su función e identifican en cierta medida a la deidad representada, y a la cual, obviamente, se le rinde culto, sino que además testimonian una base ideológica sólida que debió ser impuesta desde un centro rector político como este de Moche.

La recurrencia de los iconos y su composición, orden y número nos estarían demostrando la continuidad y radio de influencia de un culto a pesar de los procesos reconstructivos de un templo en varios siglos y de las distancias geográficas entre uno y otro templo; o el obligado cambio ritual por otra deidad, derivado del colapso ideológico y del poder político, producidos por un evento natural altamente destructivo, como los fenómenos de El Niño o los sismos. Al respecto, asociamos una interesante observación de Berezkin (1987: 273), cuando precisa que el “Dios radiante” fue la suprema deidad en el periodo Moche IV, sin embargo, desaparece totalmente en el Moche V. Desde nuestra perspectiva, el meganiño del año 600 debió provocar este colapso ideológico y probablemente dinástico.

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......

Fig. 14.6. El contraste de los dibujos de las pinturas que se ubican en la Plataforma III de la Huaca de la Luna y de Pañamarca, dejan en claro el rigor del patrón ideológico impuesto por la elite gobernante. Estilísticamente corresponden al Moche V: a) Pañamarca (Bonavia 1985); b) Huaca de la Luna, Plataforma III (Seler 1923); c) Huaca de la Luna, Plataforma III (Kroeber 1930); d) Huaca de la Luna, Plataforma III (Morales); e) Pañamarca (Bonavía 1985); f) Huaca de la Luna, frontis Norte, Plataforma I (Morales).

 

Para abundar más en detalles y correlatos, destacamos la relevante aproximación estilística entre los murales que se describen para Pañamarca (Schaedel 1951, Bonavia 1985, Bonavia y Makowski 1999), con las pinturas que se ubican en la Plataforma III de la Huaca de la Luna (Seler 1923, Kroeber 1930), a las cuales sumamos el último hallazgo del tema de “Zorros guerreros antropomorfos” dispuestos de norte a sur, en una rampa que aparentemente da acceso a la plataforma donde se ubica la “Rebelión de los artefactos” (Figs. 14.6a a 14.6f). Ambos edificios y sus respectivos murales son asociables al Moche V, es decir, construidos después de El Niño del 603-635 que estudiara Thompson (Mogrovejo y Makowski 1999: 53). Seler (1923) reporta como contexto cultural cerámica fragmentada de estilo Moche V como veremos en su momento.

TÉCNICAS Y MATERIALES

Dos aspectos elementales en el análisis integral de las superficies arquitectónicas, de los más intrínsecos de todos los descritos, son la tecnología y el material, por cuanto éstos, al ser determinados por la geografía del valle o territorio, facilita su identificación y asociaciones paisajísticas y culturales. Este factor supone y exige el rigor de los análisis de laboratorio complementarios, como la granulometría, tipología de arcillas, aglutinantes y pigmentos, entre otros.

Definitivamente, estos factores son importantes por ser inherentes a la naturaleza del contexto arquitectónico y su relación con el entorno. Para el efecto, recordemos la recomendación de Kolata (1980: 131): “el procedimiento que ha demostrado ser el más efectivo para obtener un sistema cronológico, se deriva del examen de la misma arquitectura y de sus partes constituyentes”. Esta opinión, que compartimos plenamente, se deriva de las relaciones que plantea el hallazgo de algunas vasijas en ambientes y muros de Chan Chan y que para él “no necesariamente indican la época de su construcción, simplemente señalan un “terminus ante quem” (Kolata 1980: 131), es decir, una fecha referencial, aproximada a la fecha que se ignora o se trata de precisar.

Pillsbury (1995: 49-50) añade una reflexión que subraya la importancia y trascendencia del análisis de la tecnología, en la interpretación de la arquitectura y el tratamiento de sus superficies en el caso Chan Chan: “Considerando el desacuerdo entre los investigadores sobre la secuencia de las ciudades, la evidencia de la técnica de construcción de los relieves puede proveer más datos que contribuyan al mejor entendimiento de la historia de la ciudad. Especialmente si se estudia la técnica de los relieves en conjunto con otros datos, se puede construir una seriación más consistente”.

En otro acápite de este estudio, agrega: “las diferencias entre las técnicas utilizadas en Chan Chan pueden reflejar una diferencia temporal”. Esta diferencia nos da la pauta para precisar una variable en el análisis y filiación cultural o estilística de la arquitectura y sus contextos. Ciertamente, esta reflexión es aplicable por igual al fenómeno Moche como a cualquier fenómeno arquitectónico. Tal es así que los relieves registrados por Uhle en la cima del Cerro Blanco nos permiten asociar las estructuras de un edificio construido con adobes, como Chimú Medio y contemporáneo con la Huaca Taycanamo (Morales 2000) y que en ese sentido planteamos otra alternativa para la discusión, en relación a lo propuesto por Bourget (1997). Definitivamente, no es un templo Moche por las características tecnológicas, de materiales e iconográficas de los relieves, como que tampoco guarda relación con los relieves de la Huaca del Dragón.

Pues bien, para el caso específico de la Huaca de la Luna se observa una notoria diferencia en las técnicas de ejecución y materiales entre la Plataforma I y la Plataforma III, que complementa lo anotado líneas arriba. Es decir, el estudio estético, estilístico y tecnológico de las superficies arquitectónicas y las representaciones iconográficas, nos permiten visualizar un factor de temporalidad, de una secuencia meridianamente claras.

Por otro lado, algunos materiales como los pigmentos, expresarían cierto valor simbólico, lo cual se puede advertir en algunas crónicas como la de Fray Antonio de la Calancha y que Campana y Morales (1997) ya han tratado con cierta amplitud. Sin embargo, muchas de estas reflexiones no dejan de ser especulativas a falta de un estudio de archivo que se relacione más al mundo nor costeño.

Finalmente, cuando hablamos de la tipología de las superficies arquitectónicas en su aspecto físico, nos referimos por igual a las pinturas y relieves en barro policromo, como a los enlucidos monocromos en rojo, amarillo, blanco o azul, que cubren los paramentos externos de las estructuras. Así mismo, a las columnas de algarrobo enlucidas en barro y pintadas en azul o rojo, como a los pisos coloreados en blanco, a los cielos rasos o sofitos de las cubiertas en voladizo que ofrecen una iconografía similar a la representada en los muros adyacentes, ejecutadas como pintura al temple sobre enlucido de barro plano, previamente dibujada con trazos incisos como es normal en el arte mural Moche.

Por ello, proponemos esta nomenclatura en el propósito de conceptualizar y consensar los vocablos para las diferentes formas de tratamiento epidérmico de la arquitectura, en reemplazo del tradicional y excluyente término “mural”, por ser éste un término que se refiere o asocia a un sector específico del edificio, los muros o paramentos. En el orden constructivo también encontramos sugerencias de contraste que complementan estas relaciones. Los adobes con improntas de la gavera o molde de caña y su asiento, son elementos de juicio para fechar estructuras y establecer correlatos con los murales.

ICONOGRAFÍA LITÚRGICA Y ESPACIOS CEREMONIALES EN LA HUACA DE LA LUNA

Breve historiografía de los hallazgos en Huaca de la Luna

Expondremos en secuencia cómo se dieron estos hallazgos y algunos detalles que juzgamos de interés para el posterior análisis, desde los trabajos pioneros de Uhle (1915), entre octubre de 1899 y enero de 1900, hasta el último descubrimiento de los primeros relieves en este edificio, que hoy es materia de estudio y que dio inicio al exitoso Proyecto Arqueológico Huaca de la Luna, descubrimiento que realicé personalmente en octubre de 1990 y que sin embargo ha sido obviada por la literatura especializada, de allí esta obligada y justa remembranza.

Fig. 14.7. “La rebelión de los artefactos” constituye una compleja representación iconográfica, que revela su filiación con el Moche V y su contemporaneidad con Pañamarca, con ello evidencia su construcción posterior al meganiño del 600 d. C. y la permanencia de un sector de la población que mantiene vigente el culto (© The Field Museum, Chicago – Neg. # 53898).

Los trabajos de Uhle (1915) dejaron al descubierto una serie de evidencias pictóricas que pasaron inadvertidas por muchos especialistas. Sus propuestas para establecer una cronología preliminar en base a la estratigrafía que observara en las Huacas del Sol, de la Luna y de Cerro Blanco, fueron gravitantes en las posteriores definiciones de la secuencia cultural en la costa norte. Las estructuras de adobe y sus murales en altorrelieve de barro policromo que coronan la cima del Cerro Blanco, adoratorio afiliado al estilo Chimú y que evidencian, por la tecnología, materiales e iconografía de los fragmentos de estos relieves su filiación al Chimú Medio, constituyen la primera evidencia de murales en este centro urbano-ceremonial (Morales 2000).

La revisión de los materiales de Uhle que hiciéramos en el Phoebe Hearst Museum of Anthropology de la Universidad de California, Berkeley, nos permitió recuperar una valiosa información que incluso se relaciona a la plataforma media del frontis sur de la Huaca Capuxaida o del Sol, sector en el que registrara tres fragmentos de pintura mural Moche, con el típico diseño inciso y policromía similares al tema de “Combates rituales” en Huaca Cao. En este momento de la investigación, debo testimoniar mi reconocimiento a la labor de Leslie M. Freundt, Manager de la Colección, confesar mi satisfacción por el cuidado de que es objeto nuestro patrimonio cultural en custodia y agradecer la amplia colaboración que se me brindara durante mi corta permanencia en Berkeley, en atención a una beca del Center for Advance Study in the Visual Arts (CASVA) de la National Gallery of Art de Washington DC y del Banco Interamericano de Desarrollo.

La segunda referencia de murales la ofrece Seler (1923: 371), con un tema característico que algunos han denominado “panoplia Moche”, pero que en nuestra concepción es la representación de las armas-trofeo de un guerrero vencido en combate ritual (Fig. 14.6b). Esta pintura mural fue hallada en la Plataforma III en 1911, a pocos metros de la “Rebelión de los objetos” (Fig. 14.7), que el mismo Seler describe sin mayores precisiones, como veremos en su momento, y que Kroeber estudiara y registrara en 1925. Este mural se ubicó probablemente en el muro norte del espacio ceremonial superior de esta Plataforma tardía.

Posteriormente, la actividad de los huaqueros en el ángulo noreste de la superficie superior de la Plataforma I, dejó al descubierto una pintura mural de composición geométrica en escaques casi cuadrangulares, definidos por gruesas líneas (Lám. 14.3a) y que fuera registrado y estudiado por Garrido (1956). En base a esta publicación, el Proyecto Moche Chan Chan (Mackey y Hastings 1982), reabrió y amplió este sector en 1972, con el sorprendente resultado de hallar bajo este estrato pictórico dos pinturas murales subyacentes más tempranas. La inmediata inferior en composición geométrica de escaques rectangulares (Lám. 14.3b) y la más temprana como la representación de un tapiz confeccionado en “punto cruz” con un personaje ostentando dos cetros serpentiformes bicéfalos. En realidad, las tres representaciones iconográficas se asocian a la “Deidad de las montañas”, manteniendo una recurrencia formal y una evidente vigencia de culto en todos los espacios ceremoniales de esta Plataforma.

Finalmente, el 20 de octubre de 1990 hallé las primeras evidencias de altorrelieves policromos en la Huaca de la Luna, correspondientes al muro sur del espacio ceremonial interior más importante, del edificio B, Plataforma I. Un testimonio que permitió identificar otras formas de tratamiento de las superficies policromas (Lám. 14.3c).

Iconografía litúrgica y espacios ceremoniales:

caracterización, secuencia y correlatos macro regionales

Sobre la base de los resultados de las prospecciones realizadas en diversos sectores de este templo, nuestros cálculos estiman una superficie de ocho mil metros cuadrados entre pinturas murales y relieves de barro policromado. Ahora bien, de los seis edificios que se suponen conforman la secuencia constructiva de esta Huaca, sólo hemos analizado parcialmente los cuatro últimos momentos, de allí que la secuencia de superficies arquitectónicas policromas que exponemos siguen este orden. Los Edificios E y F, los más tempranos y de menores dimensiones, no han sido aún excavados (Cuadro 14.3).

EDIFICIO D

Es muy poco lo que se conoce del momento constructivo correspondiente al Edificio D (Fig. 14.8). La investigación del forado colonial ubicado en el sector sureste de la Plataforma I, permitió identificar un pequeño estrado que podría ser el altarcillo en sobrenivel que se emplaza delante de los recintos esquineros de las plazas ceremoniales, tal como se aprecia en la última etapa constructiva de Huaca Cao.

Lo interesante de este elemento es la pintura mural en bandas horizontales en color rojo, negro, amarillo y blanco que cubren el paramento oeste (Lám. 14.4a), mientras que en el flanco sur se ubica una rampa que fuera remodelada en un segundo momento (Lám. 14.4b). Las dimensiones de los muros y del elemento descrito se relacionan a la unidad de medida que estimamos es de 30 cm.

Contemporánea a esta plataforma de una aparente plaza al interior del templo, se ubica una rampa con parapeto, pintado de blanco en el interior y con altorrelieves en el paramento escalonado exterior (Fig. 14.9). Da frente a la amplia plaza principal exterior (Plaza 1), lo cual constituye parte de la fachada principal de la Huaca, expresando el patrón arquitectónico de frontis escalonado, rampa en “L” y orientación hacia el norte que se repite en etapas posteriores y que Kubler (1990) grafica en el análisis de la cerámica-maqueta ya referida. A pesar de la poca extensión de este relieve, se advierte cierta semejanza con el tema del “Combate ritual” del Edificio B, como si este patrón iconográfico se repitiera después de un cambio arquitectónico o es el extremo del hocico abierto de una culebra similar a la que se registra en la rampa del Edificio A (ver Lám.14.1a).

EDIFICIO C

Sobre el Edificio C (Fig. 14.10), en el frontis norte se ubica la representación más temprana de la “Deidad de las montañas” hasta ahora registrada en la Huaca de la Luna, con una inusual y enigmática variante (Lám. 14.5a). Las clásicas cabezas de serpiente que rematan el cinturón son reemplazadas por cabezas de cóndores, el PACS que define con justeza Castillo (1989),

Lám. 14.3. a) Sector Garrido, ángulo NE, Plataforma I. Unidad arquitectónica-iconográfica en donde se ubica el altar principal y desde donde el sacerdote-guerrero domina visual y ritualmente los espacios ceremoniales externos e internos. Los murales de esta tercera remodelación del sector, organizado en escaques cuadrangulares, alterna dos iconos de distinta temática, uno asociado a la “Deidad de las montañas” y el otro a temas marinos. b) Sector Garrido, Plataforma I. La manufactura de este mural significó cambios sustanciales en el sector: la semidestrucción del personaje de los cetros del extremo norte, la construcción del altar escalonado y la apertura del vano adyacente, este mural coexiste con el primer momento pictórico. c) Plaza Ceremonial Interior, nivel bajo, Plataforma I. Primer icono completo hallado en el muro sur, representando a la “Deidad de las montañas” enmarcada por dos rombos concéntricos, entre estos la representación estilizada de su principal atributo, las cuatro serpientes, presentadas como dieciséis cabezas de diseño geométrico.

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a b

c

a

b

Lám. 14.4a y b. Edificio D, sector SE. Detalles de la plataforma con pintura mural en bandas horizontales que podrían representar los escalones de un altar (como en el sector Garrido) y las rampas en dos momentos constructivos que conectan los dos niveles ceremoniales. Estos elementos corresponderían al recinto esquinero que se emplaza en el sector SE de los espacios ceremoniales.

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Fig. 14.8. Plataforma I, Edificio D. Corte reconstructivo sur-norte, ubicando la plataforma policromada y rampas del sector SE y el fragmento de cabeza de serpiente que se ubica en la rampa del frontis norte, el desarrollo de estos planos inclinados generan espacios pictóricos en forma de ángulo agudo, cuya superficie es aprovechada para representar la serpiente (ver Fig. 14.15).

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Fig. 14.9. Edificio D, frontis Norte. Detalle de la cabeza de una serpiente que responde al discurso iconográfico y patrón arquitectónico de la portada principal de un templo Moche (ver Fig. 14.15). Su ubicación podría ser un indicador para situar el acceso a la plataforma superior y el fin de la rampa.

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Fig. 14.10. Plataforma I, Edificio C, corte reconstructivo sur-norte (250-350 d.C. aprox.).

expresa una alternancia ideológica desconocida. La composición se desarrolla modularmente en paneles cuadrangulares definidos por bandas o grecas verticales. Este mural fue ejecutado en un principio como altorrelieve, pero por razones sísmicas el programa fue rediseñado y concluido como pintura mural. Aún queda un testigo del relieve, ocultado por el machón o contrafuerte que se construyera en la esquina noreste de la Plataforma I. Un caso a destacar en

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Fig. 14.11. Edificio B, corte reconstructivo sur-norte (350-450 d.C. aprox.).

este personaje son las pupilas excéntricas que expresan viejos patrones del Formativo, algo que no podríamos definir como un arcaísmo, pues creemos que se trata de la vigencia de los ancestrales y sólidos códigos Cupisniques. Bajo esta amplia banda horizontal de módulos o paneles del personaje divino, se aprecia una marcha de guerreros armados de porra y escudos en ocre amarillo sobre un fondo azul, esquema que se repetiría luego en la última etapa constructiva (Fig. 14.15). Esto explica el rigor de un patrón iconográfico, que sólo colapsa cuando el meganiño del 600 d.C. genera el caos y el obligado cambio que discutiremos más adelante.

Esta deidad se proyecta por igual al espacio ceremonial interior ubicado en el ángulo sureste de la Plataforma I. La composición de paneles romboidales con triángulos superior e inferior, es una muestra de las raíces muy tempranas que definió la liturgia y advocación de este templo. La representación abstracta, de definido diseño geométrico, mantiene el concepto de las cuatro serpientes en rombo que apreciamos en algunas botellas de representación figurativa (Lám. 14.5c), la abstracción y estilización desarrolla una evidente cuatripartición resultando dieciséis cabezas de serpientes de diseño geométrico, con una notoria diferencia respecto a su correspondiente del Edificio B: los ojos y pupilas son resaltados en blanco y rojo respectivamente.

Sin embargo, debemos destacar la iconografía del recinto esquinero de este espacio y momento constructivo. La composición en escaques rectangulares y los iconos expresan una interesante aproximación con lo estudiado por Narváez (1994) en La Mina (ver Fig. 14.4a). El punto a discutir se da en torno a la clasificación de Moche I para esta última y de Moche III para la Huaca de la Luna. Entonces, habría que plantear algunas consideraciones a discutir. Primero, que la clasificación estilística para la cerámica (Larco 1948) no funcionaría para la datación de la arquitectura y su iconografía litúrgica; segundo, que el contexto cultural no sería determinante a pesar de una asociación directa con la tumba. Para ello recurrimos nuevamente a la reflexión de Kolata (1980: 131) cuando estudia la arquitectura de Chan Chan: “el procedimiento que ha demostrado ser el más efectivo para obtener un sistema cronológico se deriva del examen de la misma arquitectura y de sus partes constituyentes”, es decir, el hallazgo de vasijas en ambientes y muros de Chan Chan “no necesariamente indican la época de su construcción, simplemente señalan un terminus ante quem”, una fecha aproximada a la que se trata de precisar.

EDIFICIO B

En la fase constructiva correspondiente al Edificio B (Fig. 14.11) se mantienen ciertos patrones arquitectónicos en el ordenamiento de la Plaza 1 y en especial del frontis norte, en donde sobresale el soberbio volumen de la rampa que comunica el mencionado espacio ceremonial con el interior del templo. El mural en altorrelieve del escalón superior desarrolla la recurrente “Escena de combate ritual” (Lám. 14.5d), tema asociado a los sacrificios de los guerreros vencidos como parte de un rito que concluye al pie del afloramiento rocoso en la plaza ceremonial que se asocia a la Plataforma II (Pl-3), y que para algunos tratadistas como Hartmann (1970: 128) “el móvil que impulsa a la gente a practicar esta ceremonia sangrienta radica en la creencia de que por medio de estas peleas y el saldo de heridos y muertos que acarrean como consecuencia se puede ejercer una función propiciatoria para la agricultura”. De aceptarse esta hipótesis, estaríamos corroborando las manifiestas asociaciones de todos los murales de la Plataforma I con la función principal del templo, el culto a la “Deidad de las montañas” y a las serpientes, atributo iconográfico que representa a los ríos que descienden de los Andes, es decir, el culto a la fertilidad de la tierra.

Otro espacio ceremonial de poca extensión, pero de hecho el más importante en el ceremonial Moche, de allí su privilegiada ubicación en todo el conjunto arquitectónico, es el recinto sacro que hemos bautizado como Sector Garrido en homenaje a José Eulogio Garrido, ex Director del Museo de Arqueología de la UNT y que registrara el primer mural en este sector en 1954. Se trata de un ambiente con cubiertas ubicado sobre la plataforma más alta que se ubica recurrentemente en el ángulo noreste de las explanadas superiores de los templos Moche (Fig. 14.12a y b), respondiendo a un patrón que se puede apreciar en las maquetascerámica, como la que exponen Kubler (1990: 386), Klein (1967: 115) y Campana (1983: 55).

Aunque este esquema corresponde, en nuestro concepto, a una unidad espacial-ceremonial que conforman la plaza principal, el frontis norte escalonado o fachada principal del templo y este recinto abierto hacia la plaza, a la cual domina visual y ritualmente. En este sentido, los aludidos modelos en cerámica no representan “a una residencia señorial, probablemente la sede de un jefe militar o un sacerdote de alto rango” tal como afirma Klein (1967) entre otros investigadores, que le asignan un carácter de arquitectura doméstica. En realidad, son maquetas que marcan el patrón constructivo para este tipo de recintos sacros (ver Fig. 14.2).

Pues bien, ahora nos es posible entender que este ambiente abierto y selectivo no tuvo muro de cierre por el norte, pues fue un ambiente abierto con cubierta asociada a los muros con pinturas, es decir, abierto hacia la gran plaza ceremonial externa y por encima de la rampa de acceso (Fig. 14.12c). Es conveniente recordar que en este recinto sacro se han ubicado tres pinturas murales superpuestas, la más tardía registrada por Garrido y las otras dos por Mackey y Hastings (1982). El personaje central en las tres representaciones es la deidad principal del panteón Moche, que pretendemos identificar bajo la advocación de la “Deidad de las montañas” (Fig. 14.13).

Un último aporte de interés en la definición de este recinto abierto, ha sido el mural que se alza sobre una rampa que da acceso a este nivel sacro (ver Lám. 14.2b). En un primer momento fue ejecutado con la técnica del relieve; en el segundo y definitivo, como pintura mural, sin cambios sustanciales en la iconografía. El primer mural en relieve debe ser coetáneo con la pintura más temprana e intermedia, el “Personaje de los cetros serpentiformes bicéfalos” (ver Lám. 14.2) (cuatro en el muro N y dos en el muro S), y el de los escaques rectangulares con la “Deidad de las montañas y atributos ornitomorfos” (ver Lám. 14.3b), que no dejan de ser el mismo tema. Este último resume en una evidente capacidad de síntesis, los personajes principales del rombo y menores de los triángulos, que ya hemos reportado para las plazas interiores-superiores, organizados en un mismo esquema y de menor dimensión. Por su lado, la pintura mural de la rampa delata una total afinidad con el mural tardío del “Recinto Garrido”. Un aspecto que resulta complicado de entender y explicar, es la serie de transformaciones arquitectónicas y murales en este sector y otros colindantes, lo cual no significa necesariamente un proceso constructivo a nivel de nuevo edificio.

Un detalle de interés en este último mural, que reconocemos como el tercer momento pictórico en este recinto, es la cabeza de zorro representada como remate del cinturón central

Fig. 14.12. Plataforma principal de huacas Moche, ángulo NE. Sector en donde se emplaza el recinto sacro y altar escalonado más importante del templo, respondiendo a un patrón arquitectónico para edificios religiosos y que se difunde a través de la cerámica-maqueta. a) Huaca Moche, Colección E. Nicolini.

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Redibujado de C. Williams 1980,

Figura 3.13); b) Huaca Moche, redibujado de Kubler 1990; c) Huaca de la Luna. Relevamiento del ángulo

NE, Plataforma I.

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Fig. 14.13. Reconstrucción del espacio sacro del nivel alto: a) Edificio C; b) Edificio C (remodelación); y c) Edificio B.

 

del personaje principal de uno de los paneles (ver Lám. 14.3a). Sin embargo, es conveniente advertir la relación de este discurso iconográfico del recinto sacro, con uno de los cinturones de los personajes de la escena de “Combate ritual”, elemento que remata por igual en una cabeza de zorro (ver Lám. 14.5d). Con esto queremos demostrar las relaciones temporales y espacio-ceremoniales entre este momento constructivo del frontis norte del Edificio B, con el recinto sacro y altar mayor del sector Garrido.

A este momento corresponde por igual la plaza ceremonial interior-superior, ángulo sureste de la Plataforma I, en donde se ubican dos temas de diferente contenido. El más conocido es el de composición romboidal ya mencionado, con la “Deidad de las montañas” al centro y las dieciséis cabezas de serpientes estilizadas en diseño geométrico al interior del rombo, tema que sufriera modificaciones sustanciales durante su exposición (ver Lám. 14.3c). Por un lado el cambio de policromía que hemos descrito y analizado (Campana y Morales 1998); y luego, la destrucción del personaje central y el recubrimiento de los sectores circundantes con un nuevo enlucido en el muro norte, estructura que después se sobreelevara de 3,60 a 5,20 m sobre el nivel de piso, rompiendo con ello el manejo de una proporción casi frecuente en todo el edificio. En esta organización del espacio pictórico, hay que resaltar la iconografía de temas y personajes marinos en los paramentos externos de los recintos esquineros, repitiendo el mismo esquema que se observa en la plaza subyacente. Rombos para los cuatro muros que definen el espacio y escaques con aparentes temas marinos para los dos paramentos externos del recinto sacro o esquinero. Aunque en otra arista de la interpretación, estos diseños de espirales concéntricos podrían indicar la presencia de un personaje serpentiforme

Por otro lado, pensamos que la caracterización y tipología de los espacios ceremoniales deben ser enfocados en función a estas relaciones espaciales-ceremoniales-iconográficas, en donde el documento artístico-litúrgico resulta determinante, y no las dimensiones y tipo de elementos arquitectónicos que se encuentran en estos. Uceda (1997a: 106, 107), define plazas y patios estableciendo una jerarquía que se sustenta en la mayor extensión de las primeras y su función pública, entre otras consideraciones contextuales. Sin embargo, cuando comparamos la plaza ceremonial interior-superior de 40 x 60 m (edificio B, Plataforma I) que codifica como patio 1 (p-1), con las llamadas Plazas 3b y 3c, apreciamos no sólo una mayor extensión de la primera, sino un discurso iconográfico más amplio, complejo y a nivel de todos los muros y cielos rasos. Las Plazas 3b y 3c expresan una unidad y relación ritual más cercana al sacrificio humano, asociada a las representaciones de la aparente copulación de una deidad felínica con una mujer (Lám. 14.6a), tal como se aprecia en diversas botellas de diferentes fases estilísticas, un mito panandino relacionado al culto de la fertilidad de la tierra.

Es más, lo que denominamos plazas ceremoniales principales, ubicadas al norte y adyacente a la fachada del templo (Pl-1 en la tipología de Uceda) y la ya referida plaza ceremonial interna-superior, desarrollada en el sector sureste y sobre la plataforma del templo (p-1 en la tipología de Uceda), tienen un elemento común: el recinto esquinero o sacro en el ángulo sureste. Estos ambientes con murales, sofitos y cubiertas policromas, responden a un patrón de distribución y modulación que es posible apreciar en Huaca Cao y Huaca de la Luna. Entonces, debemos replantear y discutir estas caracterizaciones, en base a otros factores de lectura como la estilística y la iconografía, que aún no conocemos globalmente en el manejo del espacio ceremonial.

EDIFICIO A

De esta última fase constructiva que fuera afectada directamente por el ya referido proceso pluvial, quedan pocas evidencias, sin embargo son concluyentes (Fig. 14.14). Hay una interesante relación formal entre los murales de este momento constructivo con su correspondiente de Huaca Cao (Franco et al. 1994). Los “Personajes tomados de la mano” (Figs. 14.5a y 14.5b) en el frontis principal o norte, y la “Deidad de las montañas” encerradas por un rombo con la representación figurativa de cuatro serpientes (Fig. 14.15), son evidencias contundentes sobre la existencia de un recurrente discurso litúrgico definido por un riguroso patrón ideológico. Este espacio ceremonial sufre una notoria reducción en sus dimensiones, en relación a los espacios subyacentes de etapas anteriores.

En el frontis norte se desarrolla un programa arquitectónico-iconográfico que refleja una bien pensada planificación del espacio y de la inserción de los iconos en él, los cuales en esencia reviven el mismo patrón del Edificio C, como la rampa de acceso en ángulo recto y la representación de la “Deidad de las montañas” con el típico atributo de cinturones, pero, con la variante de rematar en cuatro cabezas de cóndores en vez de las usuales serpientes (Fig. 14.16). Estos iconos se repiten modularmente en paneles separados por bandas verticales, al igual que en otros murales como en el sector Garrido.

Otro personaje recurrente en este momento es el “Felino rampante” portando una cabeza trofeo (Lám. 14.6b) y que de alguna manera se observa con variantes en Huaca Grande de Pampa Grande y Huaca Cao. En esta última, tuvimos la oportunidad de consolidar un altorrelieve con el personaje denominado “Monstruo lunar” y que guarda cierta similitud con lo que se reporta para Huaca Grande. Precisamente, Haas (1985) registra una serie de pinturas murales en este templo de Pampa Grande, asociados a ocupaciones Moche V, que guardan cierta relación con los felinos rampantes portando cabezas-trofeos que hemos descrito en el frontis norte, Edificio A, Plataforma I de la Huaca de la Luna.

Contemporánea a estas representaciones tardías de la fachada norte, ubicamos una estructura semiderruida que corona la explanada superior y que fuera el muro este de la plaza

Lám. 14.5. a) “Deidad de las montañas con cinturón de cóndores”. Edificio C, Plataforma I, frontis norte. El personaje es distribuido en módulos delimitados por grecas verticales. En un principio fue ejecutado como altorrelieve, cambiándose el programa por pintura mural ante un probable problema estructural. Las pupilas excéntricas del personaje revela su filiación con los patrones estilísticos del Formativo. b) Plataforma I, Plaza Ceremonial interior-superior, sector muro este. La composición oblicua de paneles romboidales y triángulos superior e inferior, demuestra su relación con los patrones textiles y la vigencia del culto a la “Deidad de las montañas”, al menos en los tres últimos edificios de este templo. c) Cerámica (foto Smichdt). Las cuatro serpientes en representación figurativa definen el rombo que encierra a la deidad felínica, evidenciando un patrón que se asocia a las representaciones iconográficas en espacios ceremoniales. d) La “Escena del combate ritual” explica la función del edificio y su relación con los sacrificios humanos, asociados a los fenómenos de El Niño o a las ceremonias propiciatorias para la agricultura. Este es un tema que igualmente se representa en Huaca Cao y Pañamarca.

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  a b

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  c d

a

b

Lám. 14. 6. a) Relieve “Copulación mítica”(?) o “Escena de ataque de felino a humano”. Recinto de Plaza 3b, muro norte. El mismo tema se repite en los paramentos laterales pero como pintura mural plana. b) Plataforma I, frontis norte, Edificio A. La representación rampante de la deidad portando una cabeza trofeo, presenta algunos singulares caracteres: cabeza de zorro y cola aserrada rematada en cabeza de zorro (ambas mirando hacia atrás, en dirección este-oeste) y cuerpo escamado en bajo relieve.

ceremonial interior de la última fase, que se superpone a otras dos de etapas precedentes, evidenciando una vez más la pervivencia del concepto “patrón”. En este muro se conservan aún los restos de un altorrelieve similar al que rescatáramos en la plataforma superior de Huaca Cao en 1996. Se trata de la ya mencionada “Deidad de las montañas” enmarcada por un rombo que se define con cuatro serpientes, en un representación artística figurativa, tema que se mantiene vigente como composición central desde el Edificio C (Fig. 14.15).

EL MEGANIÑO 603/635 D.C.

Un factor determinante en los cambios ideológicos y en la replanificación del territorio son los eventos naturales, especialmente de los meganiños por la dimensión de sus consecuencias. Mogrovejo y Makowski (1999: 53), citando los trabajos de Thompson en el glacial de Quelcaya, refieren que “las más importantes alteraciones del clima tuvieron lugar en los siglos VI-VII y XI d.C. En la primera fecha, periodos de lluvias catastróficas entre los años 602 y 635 d.C., siguieron a una época de prolongadas sequías en el Altiplano entre los años 562 y 594 d.C. (± 20 años)”. Posteriormente, refuerzan esta afirmación aludiendo “a las investigaciones en el glacial de la garganta del Huascarán, en los depósitos lacustres de Yambo, Ecuador, y en los cordones litorales de Colán y Chira”.

En efecto, estos transtornos climatológicos tienen que haber generado el colapso de la estructura de poder y sustanciales cambios en el contexto ideológico, como lo mencionado por Berezkin (1987), con respecto al “Dios radiante”, que desaparece en el Moche V a pesar de haber sido el más representado en el Moche IV y, fundamentalmente, en el abandono de las plataformas I y II para mantener la nueva liturgia en la nueva Plataforma III. Por ello preferimos aludir a este episodio en párrafo aparte. En esta circunstancia se podría encajar la hipótesis del cambio de culto, del solar al lunar, este último referido por Calancha y otros cronistas.

PLATAFORMA III

Este edificio fue construido luego que el meganiño del 600 afectara las otras dos plataformas y sus plazas externas y, en general, todo el centro urbano-ceremonial, siendo al parecer abandonadas y, en consecuencia, el culto continuó en este nuevo templo bajo los conceptos de un nuevo orden. Esto significaría que la Huaca de la Luna estuvo organizada en un primer momento en base a las Plataformas I y II, así como que el propio conjunto urbano estuvo conformado a su vez por las Huacas Capuxaida y de la Luna, en una expresión urbanoarquitectónica enmarcada en los conceptos mágico-religiosos y geopolíticos de la ancestral dualidad andina, quizá asociada a las deidades Ai Apaec y Chicopaec.

Respecto al ordenamiento espacial y social, Moore (1995: 168) plantea una idea para la discusión: “the North Coast ethnohistoric evidence for dualism appears to reflect a political institution with deep roots that survived Inka rule and persisted, though with increasing difficulty, into the early Colonial Period”. Luego añade una interesante interpretación: “the inference is usually based on some form of paired construction, spatial division, or other architectural feature interpreted as evidence of dual social organizations” (Moore 1995: 168). Citando a diversos investigadores precisa varios ejemplos de esta forma de organización espacial-social y, entre ellos, las Huacas de Moche y Chan Chan. En este último caso, citando a Netherly y Zuidema, sugiere la posibilidad que las ciudadelas fueron construida en pares, funcionando contemporáneamente, en una supuesta evidencia de la organización dual del estado Chimú.

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Fig. 14.14. Edificio A, Plataforma I. Corte reconstructivo sur-norte (500-600 d.C. aprox.). De este momento sólo queda el frontis norte, el muro este de la plaza ceremonial interior-superior, la rampa de ingreso y corredores que dan acceso a la plataforma superior y al recinto sacro del ángulo NE.

feature interpreted as evidence of dual social organizations” (Moore 1995: 168). Citando a diversos investigadores precisa varios ejemplos de esta forma de organización espacial-social y, entre ellos, las Huacas de Moche y Chan Chan. En este último caso, citando a Netherly y Zuidema, sugiere la posibilidad que las ciudadelas fueron construida en pares, funcionando contemporáneamente, en una supuesta evidencia de la organización dual del estado Chimú.

Consideramos que esta Plataforma es post-Niño por su tecnología constructiva, consistente en los asientos de los adobes de canto tal como se observa en Huaca Cao para las etapas tardías. Su ubicación no responde a la planificación del centro urbano ceremonial, es más bien un pie forzado por la cuestión pluvial y generada por razones de protección. Sin embargo, son las representaciones iconográficas las que delatan un nuevo patrón ideológico o al menos una variante en la estilística, afiliada a la manera de pintar las pictografías del Moche V.

Seler (1923: 365), nos brinda la segunda referencia histórica sobre pinturas murales para este complejo, añadiendo una importante referencia sobre los contextos culturales que los relaciona estilísticamente con la cerámica del Moche V (Fig. 14.6b): “En la extremidad norte de la Waka de la Luna, situada un poco atrás, pero más elevado y cerro arriba, se descubrió en la época en que nosotros visitamos las ruinas, un muro que tenía el aspecto de la pared trasera de un gran salón. En la pared trasera, como también en las paredes de estos bloques se conservaban todavía, en gran extensión, restos de una capa delgada, arcilla-caliza, que mostraba huellas de pintura”.

Posteriormente amplia con detalle, en lo “tocante a las pinturas pude descubrir en un lugar, algo así como un grupo de figuras. Y esto me recordó inmediatamente asuntos para mí muy conocidos, tales como representaciones y escenas que encontramos en los mismos vasos, finamente pintados, cuya edad coloca Uhle antes del periodo cristiano. Se trata de grupos de guerreros y de luchas entre dos guerreros diferentemente vestidos y armados. Pues bien, en la pintura de los cuartos del cerro, detrás de la Waka de la Luna, pude reconocer una escena semejante de lucha con adversarios; los que llevaban la misma arma singular solamente que en lugar del guerrero principal, estaba dibujada una maza formada como un hombrecito, fig 3”

Fig. 14.15. El diseño romboidal de la “Deidad de las montañas” definido por cuatro serpientes en la última fase constructiva de Huaca Cao y Huaca de la Luna, al interior de las plazas ceremoniales superior-internas, demuestran el rigor de un esquema arquitectónico y sus funciones ceremoniales.

(Seler 1923: 371). Finalmente, reporta el hallazgo de cerámica fragmentada con el mismo tema iconográfico de guerreros prisioneros los cuales registra y muestra en su publicación.

La pintura mural de la “Rebelión de los artefactos” que Kroeber (1930) publica es la tercera referencia. Quizá es el tema más complejo y controvertido; ya Krickeberg (1928), Lyon (1981) y Quilter (1990) se han encargado de estudiar y discrepar sobre el contenido de este tema, que básicamente se relaciona a un mito y que podría asociarse al precedente fenómeno de El Niño y sus consecuencias en los cambios ideológicos, de su organización social, política y económica. La iconografía estaría explicando esta circunstancia. Lamentablemente, de este mural queda muy poco en pie y apenas se mantienen las secciones inferiores del muro y restos de la policromía (Fig. 14.7).

Los “Zorros guerreros antropomorfos” fueron ubicados furtivamente en 1993, en una incursión de huaqueros que dejó al descubierto el sector que se describe. Se trata de una rampa que va de norte a sur, la pintura mural desarrolla una aparente carrera o danza de estos personajes orientados en el mismo sentido que las rampas y sobre el nivel del piso de ésta. Los personajes portan la clásica porra de cabeza amplia que describe Seler y el escudo en diferentes diseños, las rodillas y los talones presentan el mismo tratamiento de las pictografías del Moche V (Fig. 14.6d). A los usuales colores de los murales de la Plataforma I, se suman el marrón, celeste y rosado.

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Fig. 14.16. Plataforma I, frontis norte. Huaca de la Luna. El desarrollo de un mismo programa arquitectónicoiconográfico en tres momentos constructivos de la fachada principal, refleja la vigencia de un patrón en base a una unidad de medida convencional y organización de módulos. El proyecto ubica recurrentemente la rampa de acceso en el ángulo noreste de la plataforma, aprovechando la superficie externa para insertar el icono de la serpiente; mientras que los módulos de la “Deidad de las montañas” con cinturón de cóndores y la marcha de guerreros armados, se distribuyen en las paredes del fondo. De arriba a abajo, edificios B, C y D.

 

En consecuencia, estas pinturas murales guardan una directa relación estilística y formal con el caso específico de Pañamarca. Según Bonavia y Makwoski (1999: 43), “Desde el punto de vista estilístico, las pinturas de Pañamarca corresponden a la última época de Moche, antes de la llegada de los Huari, esto es, de lo que los arqueólogos denominan Moche IV o quizá, en el momento de transición que se produjo con el choque de ambas culturas, entre las fases Moche IV y V”. Por esto pensamos que Pañamarca fue el templo de la frontera. Quizá por eso allí hubo imágenes y escenas importantes de la iconografía mochica que no han sido representadas en otros lugares.

CERRO BLANCO

El primer registro científico sobre murales fue realizado por Uhle, desafortunadamente los datos y materiales pasaron inadvertidos u obviados por los especialistas que estudiaron su colección. Los fragmentos de relieves que él recolecta en sus excavaciones en la cima de este cerro, muestran una franca filiación con el arte mural Chimú. Los fragmentos que hemos trabajado en Berkeley (Morales 2000) mantienen un común denominador en el aspecto tecnológico e iconográfico. Todos los pedazos de relieves recuperados por Uhle responden a la técnica de la excisión, por acción de corte y extracción del segundo enlucido con herramienta metálica. Los colores son los mismos en intensidad de tonos y ejecución, obviamente falta realizar el estudio químico correspondiente para tener un elemento de juicio definitorio, concluyente.

Los personajes representados evidencian un mismo discurso iconográfico, similar a lo observado en los fragmentos de la Huaca Taycanamo, que por igual expresan la misma manufactura o tecnología (Morales 2000). El rostro de un personaje felínico, la cola y fauces son recurrentes en casi todos los fragmentos estudiados por Uhle.

CONSIDERACIONES FINALES

Pues bien, estos son nuestros análisis, reflexiones y propuestas preliminares sobre un tema generalmente soslayado: la iconografía litúrgica y sus contextos arquitectónicoceremoniales. Para ello reconocemos, en principio, el significativo aporte de la iconografía de los murales y otros lenguajes epidérmicos de la arquitectura, en la interpretación de la función, interrelaciones rituales entre los diversos espacios ceremoniales, la secuencia y tecnología constructiva. Una propuesta planteada por un conservador de sitios arqueológicos, desde su particular formación profesional y experiencia en este tipo de escenarios y que resumimos en los siguientes términos.

1.La recurrente representación del personaje de rostro felínico de colmillos entrecruzados y sus atributos serpentiformes, en las plazas ceremoniales del interior de la Plataforma I de la Huaca de la Luna, que por igual se repiten en el frontis norte o “portada principal” del templo, evidencian el permanente y amplio culto a la “Deidad de las montañas” hasta el Moche IV, al cual se asocia la práctica ritual del sacrificio de jóvenes guerreros al pie del afloramiento rocoso de la Plataforma II y que podría interpretarse como el alecpong que refiere Calancha.

Este personaje no se representa en la Plataforma III, la construcción más tardía y probablemente edificada después de El Niño del 602-635. De allí que los patrones iconográficos no repiten al personaje felínico, la tecnología constructiva difiere en los asientos de los bloques, los contextos culturales corresponden estilísticamente al Moche V y se relacionan en su forma, composición y diseño a los murales de Pañamarca.

2.La iconografía arquitectónica (pintura mural, relieve o muro monocromo), es un elemento de análisis fundamental para identificar la secuencia constructiva de un edificio y la función del espacio (habitación, corredor o plaza) o del volumen en el cual está insertada. De hecho, las representaciones iconográficas arquitectónicas están asociadas a espacios rituales, a espacios litúrgicos de preparación, ayuno o de ejecución de sacrificios. En otras palabras, el arte Moche no es un elemento decorativo o de simple ambientación espacial, en esto gravita obviamente, el lenguaje simbólico que transmiten las imágenes.

Además, este elemento es un factor sustancial en el reconocimiento de la secuencia constructiva del edificio y, paralelamente, en la identificación y cronología de las técnicas y materiales de construcción. La ausencia de la iconografía arquitectónica es un factor limitante en el análisis de la arquitectura, más aún cuando éstas exponen complejas intervenciones, expresadas en periódicos desmontajes y superposiciones, que en muchos casos no se llegan a entender totalmente.

4.Las relaciones iconográficas temporales y espaciales son determinantes en la comprensión de un concepto o patrón ideológico y su radio de influencia, expresado como iconografía litúrgica, tal como se aprecia entre lo representado en La Mina respecto a Huaca de la Luna y entre las iconografías murales de ésta última con las de Pañamarca o Huaca Cao.
5.Las necesidades de ordenamiento espacial que plantea la construcción de una edificación sagrada y rectora en el manejo de un amplio territorio o de toda la nación Moche, generó la definición de un patrón de medida que al parecer gira en torno a los 30 ó 90 centímetros, y sus constantes como múltiplos o submúltiplos, una medida de inspiración antropométrica con antecedentes en otras regiones andinas.
6.La maqueta o modelo fue definitivamente un instrumento ab initio de modulación de los espacios o volúmenes, que no funcionó con el rigor de la escala sino más bien con el propósito de ordenar los elementos o componentes del espacio litúrgico. El criterio de la planificación en proporcionar y modular el espacio fue decisivo en la definición del carácter y tipología de éste.
7.La caracterización y tipología de los espacios ceremoniales debe ajustarse a la función que estos hayan cumplido, y no necesariamente a sus dimensiones y formas constructivas, pues estas pueden variar al amparo de las modificaciones arquitectónicas, como sucede con las tres plazas superpuestas ubicadas en ángulo sureste al interior de la Plataforma I. Incluso, los contextos culturales no siempre son indicadores fehacientes para el fechado y definición de la función de un espacio o volumen arquitectónico.

AGRADECIMIENTOS

Mi reconocimiento y gratitud al Centre for Advance Study Visuals Art de la National Gallery of Art de Washington D.C. y al Banco Interamericano de Desarrollo por la beca de estudio aplicada; así como a la Unión de Cervecerías Peruanas Backus & Johnston y a la Universidad Nacional de Trujillo por las facilidades brindadas, que me permitió ampliar y concluir la presente contribución.

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Cuando los muertos hablan en Moche

INTRODUCCIÓN.

La arqueología denomina indistintamente Moche o Mochica a una compleja cultura pre-inca, cuyo pueblo vivió en gran parte de la costa norte del actual Perú,desde inicios de nuestra era hasta mediados del siglo IX. Lo que hasta fi nes de la década de los 80sfue pensado como un Estado Moche monolítico y centralizado (Larco 1945), ha sido re-interpretadoen los últimos años como una serie de entidades políticamente independientes pero interrelacionadas por la ideología (Bawden 1995; Castillo y Donnan1994), cuya complejidad social se dio a diferentes niveles, en los diferentes territorios que los moches ocuparon (Castillo y Uceda 2008). Una de las variables en las que se observa las particularidades de las diferentes entidades políticas moches, es la de los patrones funerarios (Kaulicke 2001: 245).

Autores: Henry Gayoso Rullier y Santiago Uceda Castillo
Titulo originalCuando los Muertos Hablan en Moche. Los Patrones Funerarios en un Conjunto Arquitectónico del Núcleo Urbano

El complejo arqueológico Huacas del Sol y de la Luna es considerado como uno de los sitios moches más importantes, acaso la ciudad capital del denominado Estado Moche del Sur (Castillo y Donnan 1994). Éste habría ocupado los actuales valles de Chicama y Moche, ambos considerados como el área nuclear, desde donde los moches se habrían expandido, en su época de máximo esplendor, hacia los valles sureños de Chao, Virú, Santa y Nepeña. Los restos de la otrora ciudad de Huacas del Sol y de la Luna se ubican en la zona sur del valle de Moche, en su parte baja, a 6 kilómetros de la línea costera y a 5 kilómetros de la moderna ciudad de Trujillo. La ciudad se asienta al oeste del río Moche y al este del mítico Cerro Blanco. Si bien hubo estudios anteriores muy puntuales desde fi nes del siglo XIX (p.e. Uhle 1915; Topic 1977), el sitio se ha estudiado de manera intensiva y continua desde el año 1991, gracias al Proyecto Huaca de la Luna, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo. Los estudios del Proyecto han permitido establecer en el área arqueológica nuclear, que ocupa un espacio de aproximadamente 750,000 m2, tres elementos mayores: la Huaca del Sol, la Huaca de la Luna (ambos, sus edifi cios mayores) y el Núcleo Urbano.

Fig. 1. Mapa General del sitio y detalle de ubicación del CA35.

La Huaca del Sol se ubica en el extremo oeste de la ciudad. Es una estructura piramidal de adobe que, en su último proyecto arquitectónico, llegó a tener 345 m de largo, 160 m de ancho y 30 m de altura máxima, siendo considerada una de las pirámides de barro más grandes de América. Huaca de la Luna, es un complejo arquitectónico compuesto por dos templos de adobe, ambos ubicados a los pies del Cerro Blanco, en el extremo este. El Templo Viejo, que está compuesto por dos plataformas y tres plazas, ocupa un espacio de 31.806 m2, donde su estructura mayor, la Plataforma I, destaca con sus 100 m de lado y 24 m de altura, con forma de pirámide escalonada, y su eje principal en sentido norte-sur. El Templo Nuevo, compuesto por una plataforma aterrazada y acaso una plaza, se ubica inmediatamente al este del Templo Viejo y su eje principal se orienta de este a oeste; los trabajos en este templo son aún iniciales. Los muros de ambos templos fueron primorosamente decorados con motivos iconográfi cos policromos. Finalmente, el Núcleo Urbano se halla en la planicie que separa las dos huacas, donde se ubicaron las áreas residenciales, de producción, de almacenaje, administrativas y de relaciones sociales recíprocas (fi gura 1). Prácticamente en todas las publicaciones sobre el sitio arqueológico, se menciona y describe tumbas moches. Sin embargo, el estudio específi co sobre sus prácticas funerarias se inició con el trabajo de Donnan y Mackey (1978), quienes publicaron un libro sobre patrones funerarios antiguos, a partir del análisis de tumbas excavadas en el valle de Moche, incluyendo las Huacas del Sol y la Luna; luego Tello, Armas y Chapdelaine (2003), hicieron un estudio comparativo de las prácticas funerarias moches, a partir de tumbas del Núcleo Urbano y de la Huaca de la Luna, excavadas entre 1991 y 1998.

Fig. 2. Fotografía aérea del CA35.

Para cumplir con el objetivo de la presente investigación, hemos tomado como muestra un grupo de tumbas registradas en el Conjunto Arquitectónico 35 (CA35). Este Conjunto tiene un área total de 495 m2; se ubica en la zona central del Núcleo Urbano, unos 120 metros al oeste del Templo Antiguo de Huaca de la Luna. Ha sido estudiado entre los años 2000 y 2005 (Tello et al. 2006; Tello et al. 2008; Tello et al. 2004; Tello et al. 2005; Seoane et al. 2006). Se ha excavado y registrado la mayor parte de su extensión, hasta el sexto piso de ocupación, salvo en el ambiente 35-5. En este ambiente se excavó hasta la capa estéril, 8 metros abajo, lográndose defi nir 13 pisos de ocupación cultural asociados a los estilos cerámicos Moche II, III y IV. Un muro grueso divide el CA35 en dos subconjuntos: el subconjunto 1, al este, ha sido defi nido como un área pública administrativa, mientras el subconjunto 2, al oeste, como un área residencial y de producción de chicha. Es probable que al menos durante el periodo Moche IV, el CA35 haya formado parte de un bloque arquitectónico complementado con los CAs 17 y 21 (Chiguala et al. 2006: 199), ambos identifi cados como talleres de producción artesanal, probablemente controlada por los habitantes del CA35. Los límites del CA35 no han variado en los últimos seis pisos de ocupación; por lo tanto, es muy probable que dicho Conjunto haya sido, a lo largo del tiempo, la residencia del mismo grupo social. De allí la relevancia del estudio de su variabilidad a través del tiempo (fi gura 2). Los resultados obtenidos nos han permitido establecer patrones de enterramiento típicamente moches (Donnan y Mackey 1978), pero también algunas variantes particulares. Algunas características observadas en nuestra muestra coinciden con las informaciones recuperadas por los cronistas sobre las costumbres de enterrar muertos, particularmente en los pueblos de la Costa Norte. LAS

TUMBAS Y SUS ASOCIACIONES

La muestra procedente de este Conjunto agrupó un total de 25 tumbas entre los pisos de ocupación 7 y 1, asociados a las fases estilísticas de cerámica Moche III y Moche IV (fi gura 3). A partir de fechas radiocarbónicas obtenidas para el Núcleo Urbano (Uceda et al. 2008), podemos decir que las tumbas asociadas a la fase estilística Moche III se ubican cronológicamente entre el 240 y el 600 d.C. Para esta fase, contamos con 18 tumbas. Las 7 tumbas Moche IV se ubican entre el 600 d.C. y el momento de abandono del sitio, hacia el 850 d.C. No se ha registrado tumbas anteriores al piso 7, menos aún asociadas a la fase estilística Moche II, probablemente debido a que el CA35 no ha sido excavado en su totalidad hasta el nivel estéril. Características estructurales de las tumbas Según las características constructivas, las tumbas del CA35 se clasifi can en tumbas de fosa y tumbas de cámara, siguiendo la clasifi cación previa hecha para las tumbas del Núcleo Urbano y Huaca de la Luna (Tello et al. 2003:154-155). Si hacemos un cruce entre las características constructivas de las tumbas, y el número de individuos que contienen, son cuatro los subtipos de tumbas identificados dentro de los límites del CA35: (1) las tumbas de Fosa de entierro Individual (FI); las tumbas de Fosa de entierro Grupal (FG); las tumbas de Cámara de entierro Individual (CI) y las tumbas de Cámara de entierro Grupal (CG).

Fig. 3. Correlación de las tumbas del CA35

Tumbas de fosa

Las tumbas de fosa son las más simples en términos estructurales. Para nuestra muestra contamos con 20 tumbas, de las cuales 18 son FI y 2 son FG (cuadro 1). Son hoyos que se excavan en el suelo, de dimensiones variables, generalmente oblongas. En algunos casos tienen la base en forma de «v», probablemente debido al tipo de herramienta utilizada para su excavación. Para su construcción, se tuvo que romper pisos de arquitectura y los rellenos de dichos pisos. La variable que parece determinar el tamaño de la fosa es el número de individuos que contiene, pues las fosas más grandes son del subtipo FG. Sin embargo, en el caso específi co de las tumbas FI, no es clara cual es la variable que determina el tamaño de la fosa aunque el rango o estatus, traducido en la cantidad de ofrendas, parece ser más importante que el tamaño del individuo (incluido edad y género). Por ejemplo, la tumba que contiene la mayor cantidad de cerámica (tumba 23), contiene un niño de entre 12 y 18 meses de edad, y la fosa mide 200 cm de largo por 150 cm de ancho y 62 cm de profundidad. La fosa de la tumba 11, que también contiene un infante de entre 8 y 16 meses de edad, tiene apenas 65 cm de largo por 37 cm de ancho y 30 cm de profundidad. La tumba del individuo de mayor estatura (tumba 20) tiene sólo una vasija de cerámica y mide 170 x 70 x 56 cm. Un ejemplo «clásico» de tumba de fosa es la Tumba 4 (fi gura 4), de subtipo FI. Está asociada al piso 3 (Moche III) y tiene como dimensiones: 170 cm de largo, 70 cm de ancho y 56 cm de profundidad. El cadáver se encontró en posición decúbito dorsal o supino, con la cabeza al sur y los pies al norte. El cráneo estaba ligeramente inclinado sobre el hombro izquierdo, mirando al oeste. Los miembros superiores e inferiores estaban extendidos. Se registró un efecto de pared en ambos lados del cuerpo, lo que indicaría la presencia de un ataúd al momento de su inhumación. Se trata de un adulto mayor, posiblemente una mujer. La estatura se estimó en 153,3 cm (± 3,82 cm). Sobre los pies se ubicó una botella. De la boca se recuperó una lámina gruesa de cobre; sobre la pelvis, una lámina delgada, asociada a la mano izquierda. Junto a la tibia izquierda, se ubicó un hueso de extremidad de camélido (Tello y Delabarde 2008: 133-134).

Cuadro1. Características constructivas de las tumbas del CA35.

Tumbas de cámara

Son las tumbas formalmente más complejas. Se denominan así porque su estructura está conformada por 4 muros de adobes construidos dentro de una fosa, sin que la altura de los muros llegue hasta la boca de dicha fosa. Los 4 muros forman una cámara de dimensión paralelepípeda. Puesto que el primer paso es excavar una fosa, también se tuvo que romper pisos de arquitectura, y los rellenos de dichos pisos, para su construcción. En nuestra muestra, se ha registrado 5 tumbas, de las cuales una es del subtipo CI (tumba 5), y las cuatro restantes son CG (cuadro 1).

Fig. 4. Dibujo de planta y fotografía de la tumba 4, de subtipo fosa individual.

Tres de las tumbas de cámara registradas en el CA35 (tumbas 9, 10 y 14; fase estilística Moche III) presentan un techo compuesto por un nivel de vigas de «algarrobo» (Prosopis pallida) o de «caña de guayaquil» (Guadua angustifolia) dispuestas a lo largo de la cámara descansando sobre las cabeceras de los muros norte y sur. Estas vigas a su vez soportaban un nivel de «caña brava» (Gynerium sagittatum), dispuesto de manera transversal a dichas vigas. Sobre el nivel de cañas, iba un nivel de adobes, para finalmente ser sellado por un relleno, es decir, un nivel de tierra de entre 20 y 97 cm de espesor, hasta alcanzar la boca de la matriz. Este relleno final estuvo generalmente compuesto por tierra y adobes, tanto enteros como fragmentados, muy compacto. Tello y Delabarde (2008: 147) asumen que el relleno fue humedecido y apisonado durante su depósito en la matriz. En los otros dos casos (tumbas 5 y 6, fase estilística Moche IV), las cámaras eran simplemente selladas por el mismo relleno de la tumba y un piso, sin arreglo de techo alguno (cuadro 1). Los adobes de los muros que configuraban las cámaras están dispuestos, en la mayoría de los casos, de soga, salvo en el caso de una cámara (tumba 10, fi gura 5) que tiene hornacinas en los muros este y oeste, donde los adobes están colocados tanto de soga como de canto. Las paredes de los muros de las cámaras estuvieron enlucidas con barro, sin evidencia de pintura. La base de las cámaras también era tratada mediante un apisonamiento compuesto por una capa de barro que descansaba sobre una capa de arena, o de arena y tierra.

Las dimensiones de las cámaras también varían, y no es clara ninguna variable que las determine. La cámara más pequeña (tumba 9), de subtipo CG, tiene en su interior 116 cm de largo por 60 cm de ancho y 88 cm de profundidad. La más grande (tumba 14), también del subtipo CG, tiene en su interior 226 cm de largo por 140 cm de ancho y 85 cm de profundidad.

Una tumba de cámara «clásica», desde el punto de vista formal, es la tumba 14. Se trata de una cámara de adobes construida dentro de una fosa excavada desde el piso 6. La fosa tiene 257 cm de largo por 178 cm de ancho y 125 cm de profundidad. Dentro de ella se habilitó la cámara, de 226 cm de largo por 140 cm de ancho y 85 cm de profundidad, cuya base estaba constituida por una capa de tierra apisonada de unos 5 cm de espesor. Dentro de ella se colocaron los cuerpos de tres individuos, de los cuales uno es el entierro original y los dos restantes, re-entierros. La cámara se rellenó con arena semi-compacta, mezclada con pedazos de piso, adobes quebrados y fragmentos de material cultural. La cámara presentó un techo compuesto por tres «cañas de guayaquil» dispuestas a lo largo sobre los muros norte y sur, sobre las cuales se colocó una trama de «caña brava» de manera transversal, para fi nalmente ser cubierto por una capa de adobes. Sobre este techo se colocó un relleno, compuesto de tierra y pedazos de adobe, hasta sellar la tumba (Tello en prensa: 179-184) (Figura 6).

Proceso de enterramiento

Los datos etnohistóricos proporcionados por los cronistas coloniales indican que, en el mundo andino, la muerte de una persona era un acontecimiento importante dentro de su familia y de su comunidad, y su importancia variaba según su posición social. La importancia social infl uía en el tiempo de duración del velatorio, dónde era enterrado, cómo y con qué era enterrado, la cantidad de asistentes a su sepelio, entre otros aspectos. Se desconoce en qué momento del velatorio el muerto era amortajado y/o colocado en un ataúd. De un dato proporcionado por Bartolomé de las Casas (1939 [1550], capítulo XV), respecto a que durante el velatorio «Ponenle cada dia ropa y vestidos nuevos sobre los que tiene, sin quitalle nada» se deduce a priori que la colocación del difunto en la mortaja y/o ataúd se debió hacer en las instancias finales.

Luego del velatorio, que podía durar varios días dependiendo de la clase social del difunto1, se procedía al entierro. El difunto era llevado por sus parientes y amigos en procesión hasta la sepultura, Según Bernabé Cobo (1964 [1653], capítulo VII), «Celebraban las obsequias acompañando al muerto sus parientes y amigos hasta la sepultura con cantares lúgubres, bailes y borracheras, que duraban tanto más tiempo cuanto era mayor la calidad del difunto».

En el caso de la tumbas de fosa, el proceso de enterramiento parece fácil de deducir. Uno o dos sepultureros cavaron la fosa hasta alcanzar las dimensiones deseadas 2. Luego se procedió a colocar el cuerpo del difunto (o difuntos), el ajuar funerario y ofrendas correspondientes. Finalmente, los sepultureros rellenaron la fosa con tierra hasta sellarla; incluso, se pudo sellar con un piso arquitectónico.

En el caso de las tumbas de cámara, los sepultureros cavaron una fosa hasta alcanzar las dimensiones deseadas y dentro de ella arreglaron la disposición de los 4 muros que dan forma paralelepípeda a la cámara. La disposición de los adobes dependerá de la presencia o no de hornacinas. Se niveló la base de la cámara con barro, a manera de piso, y se procedió a la deposición del cuerpo o cuerpos humanos, y las asociaciones correspondientes. Las tumbas de cámara Moche III del CA35 fueron rellenadas hasta la base de la cámara, luego de lo cual se colocó el techo, para fi nalmente rellenar el resto de la fosa hasta la boca. Las tumbas de cámara Moche IV fueron rellenadas hasta la boca de la matriz, sin colocar techo alguno.

Este proceso «clásico» presenta dos variantes en el CA35, defi nidas por cuerpos inhumados fuera de la cámara, pero dentro de la fosa3 (tumbas 5 y 6). En el caso de la tumba 5, el difunto-ofrenda se entierra primero, en la base de la matriz de fosa, luego se rellena con tierra y se elabora el piso de la cámara. Luego se construye la cámara, es decir sus 4 muros, y en su interior se deposita el cuerpo. En la tumba 6, el proceso es el mismo, con la diferencia de que en el interior de la cámara se depositan el entierro principal y más difuntos-ofrenda4.

Fig. 5. Tumba 10. a. Plano de parte de la cubierta; b. Plano de planta de restos óseos y cerámica en la cámara; c. Plano de ubicación de las hornacinas de la cámara; d. Reconstrucción isométrica de la cámara.
Fig. 6. Tumba 14. a. Plano de planta de la cubierta; b. Plano de planta de las osamentas y de la cerámica.

Asociaciones

Las asociaciones se pueden separar en aquellas que están en directa relación con el cuerpo (relación directa) de aquellas que no lo están (relación indirecta). De los cronistas obtenemos descripciones sobre las asociaciones que acompañaban a los difuntos de elite. Las tumbas de los difuntos más importantes incluían en su ajuar a sus mujeres, sirvientes, vestidos, ornamentos, objetos de cerámica, objetos de metal, armas, instrumentos de ofi cio, comida y chicha, etc. Tomaremos como ejemplo, la descripción que hace Bernabé Cobo, quien describe con qué se enterraba a los difuntos:

«… aderezados y compuestos de las vestiduras mas preciosas, de todas las joyas y arreos con que solían engalanarse cuando vivían, con las armas que usaban en la guerra, y en muchas partes con los instrumentos del ofi cio que habían ejercitado en vida, como, si era pescador, con las redes y demás adherentes; y a este modo de los otros ofi cios. Ponían sobre el cuerpo difunto de sus comidas y bebidas; y con los caciques y señores enterraban parte de sus criados y de las mujeres mas queridas; destos, unos ahogaban antes y los echaban muertos, y a otros, habiéndolos primero emborrachado, los metían vivos en la sepultura, a que muchos de su voluntad se ofrecían» (Cobo, op. cit., capítulo VII).

Asociaciones de relación directa

Aquí incluimos aquellos objetos que están en contacto directo con el cuerpo, como objetos en la boca, manos y/o sobre diferentes partes del cuerpo; máscaras, collares, orejeras, narigueras y otros ornamentos puestos en sus sitios correspondientes o al menos dentro de receptáculos como ataúdes o fardos (Kaulicke 2001: 91) (ver cuadro 3).

Cuadro 3. Asociaciones directas e indirectas en las tumbas del CA35.

Ornamentos de metal

Generalmente los ornamentos que forman parte de la indumentaria del difunto son de metal, principalmente cobre. Sólo en siete tumbas se han registrado ornamentos completos o casi completos de metal reconocibles. Entre los ornamentos reconocidos se encuentras restos de máscaras, narigueras, orejeras, colgantes, collares, cuchillos, así como partes de ornamentos no identifi cados, como cuentas, láminas y discos. La tumba más rica en ofrendas de metal es la tumba 9, asociada a la fase estilística Moche III, que registra 2 orejeras de oro, un collar conformado por 12 grandes conos de cobre dorado en forma de búho y una cuenta alargada de este mismo material; un par de láminas alargadas con agujeros, de cobre dorado; un conjunto de pequeños discos de cobre dorado; pequeños discos y cuatro pequeños objetos globulares debajo de la mano del individuo principal (Figuras 7 y 8).

Fig. 7. Vista en primer plano, in situ, de asociaciones de ornamentos del difunto principal de la tumba 9.
Fig. 8. Ornamentos de metal de la tumba 9. a. Orejeras de oro;
b. Colgante en forma de cono; c. Objeto laminar alargado con
agujeros.

Fragmentos de metal, cerámica y conchas

Fig. 9. Tumba 13. Asociaciones directas de fragmentos de
cerámica.

En algunos casos, se ha registrado la costumbre de colocar piezas de cobre (láminas y fragmentos de láminas delgadas y gruesas, piezas pequeñas enteras y fragmentadas, en algunos casos dobladas, etc.) en la boca del difunto, a veces envueltos en un fragmento de textil de algodón. Estas piezas habrían sido deliberadamente dobladas o rotas antes de ser colocadas en las tumbas. Según Donnan y Mackey (1978:86) esta costumbre «is an extensión of the Salinar and Gallinazo practice of placing metal objects in the mouth». Estos investigadores señalan que esta práctica es muy común en las culturas prehispánicas subsecuentes (Ibid.). Sin embargo, su signifi cado simbólico, al menos en el mundo mochica, es desconocido5. Esta costumbre fue practicada, a decir del Padre Calancha (1934 [1638], capítulo 12), hasta algunas décadas después de la conquista:

«En los primeros años de su conversion desenterravan los difuntos de las Iglesias o cementerios, para enterrarlos en sus guacas, o cerros o llanadas, o en su mesma casa, i entonces beven, baylan i cantan, juntandose sus deudos i allegados, i les ponian como antes oro i plata en la boca, y ropa nueva tras la mortaja, para que les sirva en la otra vida. Esta supersticion mando arrancar el Concilio segundo Limense del ano de 1567 (…)».

La boca no es la única parte del cuerpo donde se colocaban pequeños objetos o fragmentos de objetos de metal. También se colocaron en antebrazos, manos, tórax, pelvis, piernas y pies. Esta costumbre no discrimina edad ni sexo, pero si el rol funerario del difunto, al menos en el CA35: de 36 individuos, al menos 12 tenían metal en algunas de las partes del cuerpo señaladas, pero ninguno de ellos es un acompañante o difunto-ofrenda, por lo cual esta costumbre está asociada a los difuntos principales. Otra costumbre que parece ser análoga, es la de colocar fragmentos de cerámica en vez de metal, pero esto sólo se da, al menos en el 35, en tumbas de fosa (Figura 9). Existe un caso donde el difunto tiene en las manos valvas de concha (ver cuadro 3).

Cinabrio

Si bien el uso del cinabrio (sulfuro de mercurio) para fi nes funerarios estuvo muy difundido en la zona central andina, no es común a todos los contextos mortuorios. En las Huacas del Sol y de la Luna se ha registrado cinabrio en las osamentas, en los arreglos (ataúd, envoltorio) o en las ofrendas asociadas (cerámica, metal, mates) de algunas tumbas, así como en algunos contextos arquitectónicos rituales. Pero no es lo común. En el caso específi co del CA35, se detectó en dos tumbas: tumba 5 (radio derecho del individuo principal) y tumba 19 (cuello).

Otros

Además del material descrito, también se pueden encontrar en las tumbas objetos de piedra y hueso, principalmente en forma de cuentas que habrían formado parte de collares.

Asociaciones de relación indirecta

En este grupo incluimos ofrendas que, estando dentro de la estructura funeraria, están separadas del individuo aunque ordenados en relación a él (Kaulicke op. cit.). En este grupo destacan la cerámica y las ofrendas de animales, especialmente camélidos (ver cuadro 3).

Objetos de Cerámica

Se ha registrado en total 143 piezas de cerámica, completas o casi completas, asociadas a las fases estilísticas Moche III (79 piezas) y Moche IV (64 piezas). Las formas de cerámica más recurrentes son las botellas y los cántaros6. Prácticamente todo el grupo de vasijas son fi nas; la calidad de la cerámica es buena en términos generales. Sin embargo, la cerámica de las tumbas Moche III (Figura 10) es de mejor acabado que la de las tumbas Moche IV (Figura 11). Cualitativamente, las piezas de cerámica registradas son piezas fi nas, escultóricas y/o pictóricas, de uso restringido. En un sólo caso, el ajuar cerámico incluye una vasija de cerámica para uso doméstico: una olla (tumba 23, ocupada por un infante)7.

Fig. 10. Muestra de vasijas de cerámica de tumbas Moche III del CA35. a. Botella asa-estribo con decoración pictórica; b. botella asaestribo escultórica.; c. Cántaro con decoración pictórica; d. Cántaro con decoración escultórica; e. Cuenco; f. Canchero; g. Olla; h. Crisol; i. Miniatura que representa un vaso escultórico.

No se han hecho estudios específicos para determinar si los objetos cerámicos fueron elaboradas ex profeso para la tumba o son piezas de uso restringido usadas por el difunto en vida. En el estudio sobre las tumbas del Núcleo Urbano y Huaca de la Luna previamente mencionado, al hablar sobre el ajuar cerámico, Tello y colegas (2003: 163) aseguran que sólo algunos ceramios de la mejor calidad, que posiblemente formaban parte de los objetos personales del difunto, presentaron huellas de uso; en la mayoría de los casos, no presentaban evidencias de uso y se tratarían de vasijas fabricadas ex profeso para el entierro. La presencia de vasijas crudas en algunas tumbas Moche IV de Plataforma Uhle (Chauchat y Gutiérrez 2006, 2008) indicaría también una tendencia a elaborar piezas de cerámica estrictamente para fi nes funerarios.

Normalmente, las ofrendas de cerámica en las tumbas de fosa, tanto Moche III como IV, oscilan entre 1 y 4 piezas. Los dos casos excepcionales son las tumbas 7B y 23 (9 piezas cada una). La tumba 23 contiene 1 olla, 1 botella asa-estribo escultórica, 2 cántaros y 5 miniaturas8. Esta tumba es la única en donde se registran una olla y miniaturas. Es en las tumbas de cámara donde se ha hallado la mayor cantidad de cerámica por tumba; en líneas generales, el número de piezas de cerámica en este tipo de tumba es muy variable, y no guarda relación con el número de individuos que la ocupan. Por ejemplo, la tumba 5 posee la mayor cantidad de ajuar cerámico, contando con 44 piezas de cerámica, y solamente fue ocupada por un individuo dentro de la cámara, y una ofrenda humana bajo la misma, la cual no posee cerámica asociada. Sin embargo, la tumba de cámara 14, que fue ocupada por 3 individuos, sólo contó con 8 vasijas asociadas.

Casi todas las tumbas tenían vasijas de cerámica. Sin embargo, cinco no contuvieron vasijas de cerámica como parte de su ajuar funerario (tumbas 13, 18, 19, 21 y 22)9. En los 5 casos se trata de tumbas de fosa ocupadas por infantes, de las cuales tres pertenecen a un mismo piso de ocupación (tumbas 18, 19 y 22, piso 4). Estos infantes, en 4 casos, presentaron fragmentos de cerámica doméstica en asociación directa al cuerpo, aparentemente de manera análoga a la costumbre de colocar láminas o fragmentos de láminas de metal, como ya se ha visto.

Fig. 11. Muestra de piezas de cerámica de tumbasMoche IV del CA35.
a. Botella de asa lateral;
b. Cántaro con aplicación
escultórica; c. Cántaro
con decoración pictórica;
d. fl orero; e. cuenco;
f. canchero; g. silbato;
h. pututo; i. piruro.

Ofrendas de animales

Catorce tumbas presentan ofrendas de animales, de las cuales 12 son ofrendas de camélido; en un caso es un roedor (probablemente un «cuy», Cavia porcellus) y en otro caso es un pescado no identificado. Las partes de camélido que se ofrendan de manera más común son el cráneo, mandíbula, vértebras, costillas y extremidades. Parece que ciertas ofrendas de animales no habrían cumplido una función alimenticia en el marco ideológico funerario moche, como ya fue observado por Donnan y Mackey (1978: 210), en base a la pobreza del contenido de carne de las ofrendas de camélido. Recientemente, Nicolás Goepfert analizó una muestra de ofrendas de animales registradas en tumbas de la Plataforma Funeraria Uhle, al oeste del templo viejo de Huaca de la Luna. Corroboró lo observado por Donnan y Mackey y sugiere, haciendo uso de datos iconográficos y etnográficos, una función de psicopompa, «es decir, que el animal ayuda a llevar el alma del muerto al inframundo» (Goepfert 2008: 240). Al menos este parece ser el caso para las ofrendas de camélido, animal que es representado en la iconografía transportando esqueletos en el mundo de abajo.

Adicionalmente, se puede encontrar en algunas tumbas otras piezas como piedras trabajadas y pedazos de cuarzo.

LOS INDIVIDUOS ENTERRADOS Y SU TRATAMIENTO

En total, son 36 los individuos enterrados en las diferentes tumbas registradas en el CA35.

Orientación

La orientación predominante es la S-N, típica de los entierros moches en el sitio, en la cual el cuerpo está enterrado a lo largo de la matriz, con la cabeza al sur y los pies al norte; sin embargo, se han registrado 4 casos en los cuales el cuerpo está orientado en sentido E-W. La predominancia de la orientación S-N es recurrente para cada piso de ocupación. La orientación del cráneo parece ser irrelevante, pues se han registrado casos en que el individuo está con la mirada al frente, así como al este o al oeste (cuadro 2).

Posición

La posición más común del cadáver es decúbitodorsal o supina (DD), con las extremidades superiores e inferiores extendidas. En la mayoría de los casos, las extremidades superiores están recogidas a la altura de la pelvis, y las extremidades inferiores recogidas a la altura de los pies, uno sobre el otro. Sin embargo, existen algunas variantes en la posición de manos y los pies. Las manos pueden estar también paralelas a los costados, a la altura del fémur; recogidas ambas sobre el tórax; o una bajo el cuerpo y otra sobre la pelvis. Las extremidades inferiores pueden estar también extendidas con los pies paralelos, o ligeramente fl exionadas.

La posición DD, con 21 casos de los 36 registrados, equivale al 60% del total de difuntos del CA35. La preferencia por esta posición es constante para cada uno de los pisos de ocupación. Son menos comunes los casos de posición decúbito dorso-lateral o de costado (DDL, izquierda y derecha), decúbito ventral o prono (DV), posición sentada fl exionada (SIT) y posición decúbito ventro-lateral derecha, con las piernas hiper-fl exionadas (DVLd) (ver cuadro 2).

Cuadro 2. Características biológicas y de tratamiento del difunto de las tumbas del CA35.

La posición DV no es aplicada en ninguna de las tumbas de la fase estilística Moche III de nuestra muestra, sólo en las tumbas Moche IV. En los tres casos registrados, los individuos están en tumbas de cámara y en calidad de acompañantes, como difuntosofrenda. En dos casos, boca abajo y en un caso con el cráneo mirando al norte (fi gura 12a).

La posición DDL (de costado) se aplica en 3 tumbas de infantes del subtipo FI (Moche III) y una tumba de adulto de sexo masculino, de subtipo FG (Moche IV). No parece haber ningún tipo de relación entre esta posición y variables como género, fase estilística Moche, tipo de tumba u orientación (figura 12b). De igual modo, en el resto de tumbas del Núcleo Urbano, registradas hasta el momento, se han hallado en esta posición tanto infantes como adultos de ambos sexos, en las fases estilísticas Moche III y Moche IV, tanto en tumbas de fosa como de cámara, orientados en sentido S-N, aunque también en sentido E-W (ver Tello et al. 2003:153, cuadro 5.1).

Fig. 12. Tipos de posiciones de difuntos, no típicos, registrados en el CA35. a. Decúbito ventral (DV); b. Decúbito dorso-lateral (DDL); c. Decúbito ventro-lateral derecho con piernas hiper-fl exionadas (DVLd); d. Sentados (SIT).

Las posiciones SIT y DVLd son aún menos comunes dentro de las prácticas funerarias moches10 y son casos únicos, hasta el momento, en el Núcleo Urbano. El caso del individuo colocado en posición DVLd, corresponde a la tumba 6, la cual se describirá a detalle más adelante (fi gura 12c). El caso de los individuos sentados (SIT) corresponde a la tumba 9 (figura 12d). Esta tumba se ubica en el ambiente 35-5. Es del tipo cámara, conformada por adobes que delimitaban un espacio rectangular de 116 cm de largo por 60 cm de ancho y 88 cm de altura, orientado en sentido sur-norte. La profundidad de la cámara tiene evidentemente que ver con la forma de enterramiento. Al interior se encontraron los restos de dos individuos, ambos colocados en posición sentada, con las piernas fl exionadas. El individuo 1 era un hombre adulto de entre 30 y 35 años de edad, de unos 162,2 cm de estatura (± 3,42 cm) se encontraba sentado de frente hacia el norte, recostado en el muro sur de la cámara. Los miembros superiores se extendían junto al cuerpo y se unían en la pelvis, mientras que los inferiores se recogían hacia el tórax. Las improntas de textiles en los huesos, reducidas a polvo marrón, demuestran que el cuerpo fue depositado dentro de un envoltorio. El cuerpo del individuo 2 corresponde a una mujer joven, de entre 15 y 20 años de edad, con unos 140,9 cm (± 3,82 cm) de estatura. El cuerpo se halló en el extremo norte de la cámara, apoyando la espalda en el muro este, inclinado hacia el lado izquierdo. Al igual que el individuo 1, el cráneo estaba inclinado hacia abajo debido a un deslizamiento de su posición original. Los miembros superiores se hallaron retraídos hacia el tórax, pero con los codos retirados del cuerpo; los miembros inferiores estaban flexionados, pero hacia abajo, permitiendo que las rodillas se separen y sobresalgan hacia arriba, mientras que el pie derecho se superponía al izquierdo (Tello 2003: 176).

Número de individuos por tumba

Tanto las tumbas de fosa como las de cámara, pueden poseer un único individuo (de entierro individual) como una cantidad mayor (de entierro grupal). Los dos casos de tumbas de fosas de entierro grupal (tumbas 7A y 7B) son tumbas dobles, es decir, poseen sólo dos individuos11. Las cámaras de entierro grupal pueden poseer dos (tumbas 5,9 y 10), tres (tumba 14) o cuatro (tumba 6) individuos. En los casos de tumbas grupales, tanto de fosa como de cámara, aparentemente nos hallamos ante entierros múltiples, aunque al menos un caso parece ser un entierro colectivo (tumba 14)12.

Atributos paleodemográficos

Fig. 13. Gráfi co sobre periodo de vida y sexo de los difuntos del
CA35.

El grupo de 36 individuos enterrados en las tumbas del CA35 incluye 2 fetos (5,56%), 17 infantes (47,22%) y 17 adultos (47,22%). Tal como se observa en el cuadro 2 y fi gura13, hay dos no natos o fetos, ambos registrados en una tumba de fosa grupal (tumba 7B, fase estilística Moche III, piso 4). Los dos tienen entre 7 y 9 meses lunar in utero. La presencia de una vasija de cerámica escultórica, que representa una curandera, es sugerente, y podría tener relación con la mujer que intervino en el parto fallido de uno o los dos fetos (Tello y Delabarde 2008: 141).

Hay 17 infantes cuyas edades oscilan entre los 6 meses y los 10-14 años. Aunque están presentes en todos los tipos de tumba de la muestra, es en las fosas individuales donde su presencia es abrumadoramente mayoritaria. No se dan casos en que la posición del cuerpo del infante sea DV, SIT o DVLd. Dentro del grupo de los adultos, hay cierto equilibrio en cuanto al género. De los 17 adultos identifi cados, 7 son mujeres, 8 son hombres y en 2 casos el género no se ha podido determinar. También hay un equilibrio en cuanto a su presencia según el tipo de tumba. Las edades oscilan entre los 15-20 años y los 40-55 años. Las mujeres son bastante jóvenes, pues sus edades oscilan entre 15-20 y 18-25 años; mientras que en el caso de los hombres, las edades oscilan entre 18-25 y 40-55 años. Las tallas de los individuos de sexo masculino oscilan entre 160 y 168 cm mientras que las de las mujeres, entre 140 y 153 cm. En nuestra muestra no existen tumbas con difunto de sexo femenino orientado en sentido E-W. Esta afi rmación preliminar se hace extensiva al resto de tumbas del Núcleo Urbano.

Envoltorio

Fig. 14. Caso atípico de uso de tinaja como ataúd. Tumba 23.

La preservación de elementos de origen orgánico es mala debido a la altura de la capa freática, pero sobre todo al uso del espacio en el Periodo Chimú como terreno de cultivo. Esto ha impedido que se conserven componentes como el ataúd, los envoltorios o mortajas, y el vestido. Sin embargo, se conservan algunas evidencias, como por ejemplo las improntas, la descomposición en espacio colmado de la osamenta, o efecto de pared en los huesos, que indican que los cuerpos estuvieron envueltos en textiles y/o dentro de ataúdes de cañas, la igual que en tumbas moches de otras zonas. Al menos en 11 de las 25 tumbas, esta evidencia es clara. En todos los casos de las tumbas de cámara, al menos el individuo considerado el difunto principal presenta evidencias de envoltorio y/o ataúd. En un único caso, la evidencia sugiere que el cuerpo fue depositado desnudo. Es el caso del individuo 2 de la tumba 9, del subtipo CG, una mujer que fue colocada sentada, acompañando a un hombre, también sentado.

Un caso atípico de «ataúd» es aquel de la tumba 23, del subtipo FI. Es una fosa de 150 cm de largo por 200 cm de ancho por 62 cm de profundidad, la cual fue sellada por una torta de barro. Dentro de la fosa se halló una vasija grande carente de borde y fragmentada, tapada por la base convexa de otra vasija. Dentro de ella se acomodó el cuerpo de un infante de menos de 6 meses de edad, «como dentro de un útero» (Tello et al. 2005: 234). Se hallaron ofrendas tanto en la fosa como en el interior de la vasija que contenía el cuerpo del infante. El ajuar cerámico está compuesto por objetos de cerámica, objetos de metal, y en menor medida de otros materiales, además de ofrendas de animales (fi gura 14).

Actores funerarios: principales y acompañantes

En las tumbas de entierro grupal registradas en el CA35 se pueden identifi car dos tipos de actores: el difunto principal y difunto-ofrenda o acompañante.

Los difuntos principales son los muertos que han motivado el ritual funerario. Puesto que tienen la capacidad de ocasionar la muerte de otras personas para que los acompañen en su viaje al mundo de los ancestros, se suponen personas del más alto nivel de la elite. Existen algunos aspectos que confl uyen para identifi carlos dentro de una tumba de entierro grupal. El primero es la orientación y disposición del cuerpo; en el caso moche, el cuerpo que se encuentre en sentido sur-norte, decúbito dorsal extendido, podría ser el difunto principal. Un segundo aspecto a tener en cuenta son las asociaciones. El difunto principal lleva asociaciones directas e indirectas siempre, mientras que los difuntos-ofrenda, como veremos más adelante, no. Las asociaciones indirectas son colocadas, claramente, en dirección al difunto principal.

Los difuntos-ofrenda o acompañantes son inmolados como parte del ritual funerario de entierro, para acompañar a los difuntos principales al mundo de los ancestros; son ofrendas humanas. Dentro de nuestra muestra, al menos 5 individuos presentan evidencias de ser ofrendas humanas. Estos se encontraron inhumados en las tumbas de cámara 5, 6 (Moche IV) y 9 (Moche III). En el caso de la tumba 5, una ofrenda humana fue colocada debajo de la cámara mientras el entierro principal se encontraba dentro de la misma.

El individuo considerado ofrenda, una mujer, se encontraba en posición decúbito ventral, ubicado bajo el muro este de la cámara y no tenía ninguna asociación, aunque posiblemente fue inhumado con un envoltorio. En el caso de la tumba 6, una ofrenda humana fue colocada debajo de la cámara, y dos más fueron colocadas dentro de la cámara, junto al entierro principal. Las posiciones de los individuos ofrenda son sugerentes. El individuo-ofrenda que se halló bajo la cámara, de sexo masculino, se encontró en posición decúbito ventro-lateral derecha con los brazos flexionados y las piernas hiperflexionadas, y el muro oeste de la cámara pasaba por encima de su pelvis; su cuerpo se halló sin asociación alguna. Uno de los individuos-ofrenda depositados dentro de la cámara es un adulto de sexo femenino, que se ubicó al costado derecho del individuo principal, en la misma orientación (S-N), pero decúbito ventral y fl exionado. Los miembros inferiores estaban hiperflexionados hacia el abdomen, con las rodillas al nivel del tórax y los pies por debajo del miembro derecho del individuo principal. Esto sugiere que el individuo fue arrojado y que las piernas fueron flexionadas para permitir el depósito del individuo principal. La mayoría de las conexiones están preservadas y la organización de los huesos muestra que no hubo perturbación al momento del depósito de los otros cuerpos, por lo tanto sería un depósito simultáneo. Para Tello y Delabarde (op. cit.), la posición es característica, más de una ofrenda, que de un entierro moche. El otro individuo-ofrenda es un niño de entre 4 y 5 años de edad. Se localizó a los pies del individuo principal, en posición decúbito ventral y estaba dispuesto con la cabeza hacia el noreste y los pies al suroeste. Los miembros inferiores se encontraron extendidos y pasaban debajo de la pierna derecha del individuo 1. Esta forma de enterramiento tampoco es común para los moches y se parece a la inhumación de los otros individuos-ofrenda. Todas las ofrendas materiales de la tumba se encuentran asociadas al difunto principal, inhumado al final (figura 15).

Fig. 15. Tumba 6. a. Plano de planta de difunto principal y difuntosofrenda, así como sus asociaciones; b. Plano de planta de difunto ofrenda (individuo 4) bajo la cámara.

En el caso de la tumba 9, la ofrenda humana fue colocada dentro de la cámara, junto al difunto principal. Las posiciones de ambos, son poco ortodoxas, pues se encontraban sentados. El difunto-ofrenda es un adulto de sexo femenino, y su osamenta no mostraba rastros de ningún tipo de envoltorio y no presentaba asociaciones. A partir de la diferencia en el tratamiento del los cuerpos, Tello asume que el hombre sería el personaje principal de la tumba, mientras que la mujer habría sido sepultada desnuda como acompañante. Como ajuar funerario se registró vasijas de cerámica, ornamentos de metal y ofrendas de camélido (Tello en prensa). Todas las asociaciones correspondían al individuo considerado el entierro principal. Manipulación post-entierro En el CA35 hay evidencias de manipulación posterior al entierro, realizada por los mismos moches. Este es el caso de las tumbas 7-A, 14 y 23, consideradas re-entierros, y las tumbas 5 y 10, donde se ha desenterrado la tumba, manipulado los huesos, y vuelto a enterrar.

Re-entierros

La tumba 7-A, de subtipo FG y fi liación Moche IV, ha sido interpretada por sus investigadores (Tello y Delabarde 2008: 140-141) como un re-entierro. Esta ocupada por un adulto de sexo masculino y un infante. Al adulto se le halló sin ningún hueso de la mano izquierda, y los huesos de los pies estaban incompletos; también se registró una perturbación en la organización de la osamenta. Además, al levantar el sacro, se registró dos carpos de la mano derecha de otro individuo adulto. Los huesos faltantes se habrían perdido antes de ser depositado el cadáver en la tumba, aunque no hay ninguna explicación lógica para la presencia de los carpos del otro adulto. La osamenta del niño también se halló con algunas alteraciones: la mayoría de los elementos del tórax y de la cintura pélvica estaban desplazados, las costillas se encontraron en paquete, y el fémur derecho se registró al lado izquierdo, mientras que el izquierdo al lado derecho. Algunos fragmentos de la pelvis se ubicaron hacia los miembros inferiores. Puesto que los cuerpos presentan algunas conexiones preservadas, Tello y Delabarde (2008: 141) sugieren que «el enterramiento se realizó cuando la descomposición del cuerpo no era total (…)».

La tumba 14, de subtipo CG, asociado a la fase estilística Moche III, presenta clara evidencias de re-entierro. En su contexto primario debió ser una tumba individual de un adulto de sexo masculino, que luego se reabrió para colocar dos re-entierros de infantes. Mientras la osamenta del adulto se encontraba articulada, algunos huesos de los infantes, como por ejemplo el cráneo y las extremidades superiores e inferiores, se extendían fuera de sus posiciones anatómicas, de lo cual se deduce que estos habrían sido traídos de otro lugar cuando sus tejidos blandos ya estaban decompuestos (Tello en prensa: 182) La tumba 23, es una tumba FI, donde el cuerpo de un infante fue depositado dentro de una vasija grande, posiblemente una tinaja y esta a su vez, dentro de la fosa. El esqueleto se encontraba en posición DD, pero sus huesos no se encontraban en posición anatómica, lo que indicaría que el cuerpo fue depositado parcialmente descompuesto dentro de la vasija.

Estos son ejemplos que indicarían la costumbre de desenterrar difuntos enterrados en lugares distantes, y que se re-entierran en la ciudad. La práctica de reenterramientos ha sido registrada en otros contextos moches. En la Huaca Cao Viejo, en el Complejo Arqueológico El Brujo (valle de Chicama), se registró una tumba de cámara con evidencias de remoción de la osamenta del personaje principal, remoción de ofrendas, rotura de ofrendas, desplazamiento de parte del ajuar afuera de la tumba y desarticulación de los esqueletos que acompañaban al personaje principal, el cual debió ser re-enterrado en otro lugar, como ha sido registrado en una tumba de cámara en Huaca Cao Viejo (valle de Chicama) (ver Franco et al. 1998, 2003: 165).

Sin embargo, existe la posibilidad de que no se traten de re-entierros sino de entierros primarios de difuntos que fueron trasladados, luego del velatorio, desde lejos del lugar de entierro. Nelson y Castillo (1997) registraron que la osamenta de la mayor parte de los individuos enterrados en tumbas del periodo Moche Medio, en San José de Moro (valle de Jequetepeque) estuvo desarticulada en zonas como el cráneo, los pies, las costillas y vértebras. Estos investigadores aseguran que cuando se depositaron los cuerpos en las tumbas, estos se encontraban en un avanzado proceso de descomposición, y que esto se debería a un prolongado ritual funerario pre-entierro de algunas semanas de duración, incluido el traslado desde zonas distantes a San José de Moro.

Entierro-desentierro-entierro

La tumba 9, es de subtipo CG y está asociada con cerámica de la fase estilística Moche III. Las evidencias que indican manipulación post-mortem son las siguientes: (1) el centro del relleno de la tumba estaba más suelto, compuesto por arena, y dicho espacio se reducía conforme se ingresaba a la cámara; (2) el techo de adobes y algarrobo había sido removido y cortado; (3) el muro este de la cámara fue parcialmente destruido. Para Tello (en prensa: 174) este proceso tuvo por fi nalidad «depositar o extraer algún elemento de la tumba». Las osamentas de los dos individuos que ocupan la cámara están completas y no presentan huellas visibles de manipulación por lo que se podría suponer que la tumba se re-abrió con la fi nalidad de darle de comer y beber al difunto principal, proceso que incluyó la manipulación del ajuar. Al menos existe evidencia de un cántaro que fue introducido en la tumba «después que se sella la cámara» (Tello en prensa: 177).

Fig. 16. Tumba 10. a. Restos óseos disturbados del primer nivel; b. Restos óseos disturbados del segundo nivel.

La evidencia sobre la costumbre de desenterrar las tumbas para darles de comer a los difuntos y renovar su ropa, dentro de un periodo de tiempo establecido, ha sido registrada por diferentes cronistas, a lo largo de los llanos y la sierra andina (p.e. Francisco de Ávila 1987 [1598], capítulo 28; Cieza de León 1946 [1553], capítulo LXIII; Calancha 1934 [1638], Capitulo 12; Las Casas 1939 [1550], capítulo XV). Por ejemplo, Cieza de León dice que «… usaron en los tiempos pasados de abrir las sepulturas [el subrayado es nuestro] y renovar la ropa y comida que en ellas habían puesto». En el mismo sentido, Francisco de Ávila señala como «… decían a propósito de la fi esta de Todos los Santos que los huiracochas también ofrecían comida de la misma manera que ellos solían hacer a sus cadáveres y a sus huesos [el subrayado es nuestro]; y así, en los tiempos antiguos, llevaban toda clase de comida, toda muy bien preparada, diciendo: ¡Vamos a la iglesia! ¡Demos de comer a nuestros muertos!».

La tumba 10, es de subtipo CG y fi liación Moche III. Las evidencias que indican manipulación post-mortem son varias. La cubierta de adobes rota es la primera evidencia. Una segunda evidencia es las características del relleno: hacia el centro y parte superior, el relleno estaba conformado por tierra con pedazos de adobes, de consistencia compacta, mientras que los extremos y la base estuvieron rellenados con material semicompacto, conformado por arena y algunas concentraciones de tierra, que sería el relleno original. La tercera evidencia está conformada por las osamentas: se identifi caron tres individuos dentro de un depósito de huesos perturbados, los cuales, en algunos casos están en paquete o preservando conexiones anatómicas. En la fosa, pero fuera de la cámara (primer nivel, fi gura 16a), se encontró los miembros inferiores de un niño; dentro de la cámara (segundo nivel, fi gura 16b) se hallaron los huesos de los adultos, pero sin los huesos de la pelvis y el cráneo, lo cual impidió determinar el sexo. El orden en que se hallaron las vasijas tanto dentro como fuera de la cámara, fue muy particular «y estaría indicando que el ajuar funerario también fue disturbado. Es muy posible que se sacaran y/o ingresaran elementos, incluso los ceramios del primer nivel podrían haber estado originalmente dentro de la cámara» (Tello y Delabarde 2008: 154). Este es un proceso tafonómico diferente al de la tumba 9. Belkis Gutiérrez (2008) nos ofrece una primera interpretación de este tipo de contextos. Ella reporta procesos de alteración post-entierro en la Plataforma Uhle, ubicada al pie de la Huaca de la Luna. Según Gutiérrez hay un orden pre-establecido que se inicia con el entierro primario, luego el desentierro del mismo, generalmente cuando el cuerpo está parcialmente articulado. En dicho desentierro, se remueve una parte del cuerpo, o la mayor parte del mismo, quedando algunos huesos como prueba de que el cuerpo estuvo en la cámara. El ritual termina con el re-entierro «sin inhumación, es decir se sella la tumba manipulada dejándola casi vacía»; esto entierros habrían estado ligados a eventos El Niño (Gutiérrez 2008: 248). ¿A dónde se llevan los huesos extraídos? Se han registrado casos en diferentes zonas del complejo arqueológico donde se han hallado partes de cuerpos humanos enterrados en contextos no funerarios. Por ejemplo, en el CA39, Seoane y co-autores reportan el hallazgo de 2 cráneos así como dos miembros inferiores en conexión anatómica en una zona de almacenes (ambiente 6); igualmente extremidades humanas de al menos una mujer y dos adolescentes en otra zona de almacenamiento (ambiente 13), también anatómicamente articulados (Seoane et al. 2007: 183).

Siguiendo las evidencias de la tumba 10, quisiéramos sugerir otra posibilidad de interpretación a la propuesta de Gutiérrez. Podría ser que la osamenta fue sacada de la tumba para cumplir algún ritual donde esta fue manipulada, luego de lo cual fue re-depositada. En el lapso de tiempo entre la extracción de la osamenta y su re-entierro, la manipulación de los huesos pudo ocasionar el desprendimiento y pérdida de algunos de ellos, por lo que al re-enterrarse, los cuerpos se encontraron incompletos. Margarita Gentile reporta, gracias a un documento etnohistórico, la práctica de desenterrar muertos en 1784, en la ciudad boliviana de Cochabamba. Aún cuando esta ciudad está muy lejana de la costa norte del Perú, los datos que proporciona Gentile son muy interesantes. Por ejemplo, cuando habla de la práctica de desenterrar muertos dice que:

«Hasta la tarde brindan y se convidan unos a otros, en el atrio de la iglesia. Luego pasan al camposanto y comienzan a desenterrar los cadáveres enterrados el año anterior, tarea que dura hasta la noche. Después dichos cadáveres son depositados en la iglesia, en féretros, pero las calaveras, y parece que parte de algunos cuerpos, se llevan envueltos en mantas, llamadas también aquí quepes y llicllas (…), a las casas de los alfereces. Allí se baila ‘cargados a las espaldas los huesos, para que también se festejen, y alegren los difuntos’ Al día siguiente, al medio día, los alfereces encabezaban una procesión llevando las calaveras adornadas con fl ores, sostenidas en pañuelos (telas o paños pequeños). Luego sacan los féretros que estaban dentro de la iglesia, adornados con guirnaldas de fl ores, y salen todos en procesión alrededor del camposanto precedidos por un sacerdote con capa negra y otros con túnicas de mangas anchas, acompañados de muchas velas y los alfereces con sus pendones distintivos. El último acto público es el entierro en el interior de la iglesia, posiblemente en una fosa común (…) ya que en esta circunstancia no cabe pensar que se pudiera respetar ninguna manda testamentaria referida al lugar de entierro …» (Gentile 1994: 72-73).

Al respecto, Gentile (1994: 74) sostiene que se trata de una ceremonia «para rogar por el agua necesaria para las chacras…», donde se compromete a los difuntos «a ser buenos intermediarios a cambio de un festejo». Gentile (ibid.) añade que «No hay que perder de vista tampoco que, en los Andes en general, los difuntos no entran en tal categoría sino hasta los tres años de fallecidos, de manera que al año, como en este caso, todavía no se han ido del todo (para expresarlo de alguna forma». La procesión de los alfereces llevando las calaveras adornadas con fl ores «retrotrae sin esfuerzo a las escenas representadas en huacos mochicas y nasca».

SÍNTESIS Y COMENTARIOS FINALES

La información arriba presentada, complementada con los cuadros 1, 2 y 3, nos permite hacer un análisis sincrónico y diacrónico, a partir del cual sintetizar y discutir algunos aspectos interesantes, ligados a rasgos particulares de cada piso de ocupación y variantes temporales, para finalmente acercarnos a conocer parte de la identidad social de los difuntos del CA35.

Sobre el tratamiento del difunto

En líneas generales, dentro de cada piso de ocupación, la posición predominante de los cuerpos es decúbito dorsal extendido, con la cabeza orientada al sur y los pies al norte. Estos rasgos funerarios son considerados típicos de Moche (Ubbelohde-Doering 1967: 22; Donnan y Mackey 1978: 63, 86, 208; Donnan 1995; Armas et al. 2003: 156; Castillo 2003: 90-91), aunque se observan algunas variantes particulares, que también se han visto en otros contextos del complejo arqueológico y en otros sitios moches de la Costa Norte. Desconocemos cual es la razón por la cual los enterradores optan algunas veces por colocar los cuerpos orientados en sentido este-oeste13, o en posición DDL o SIT. Cualquier intento de explicación a la luz de los datos que disponemos, sería mera especulación. Sin embargo, es sugerente el hecho de que la posición DV se asocia en nuestra muestra sólo a difuntos-ofrenda, en tumbas de cámara Moche IV. En el resto del Núcleo Urbano sólo se ha registrado una tumba (Moche III de subtipo FG) con dos individuos en esta posición, sin mayores asociaciones e identificados también como difuntos-ofrenda.

A este punto del análisis, dos aspectos generales llaman la atención: las particularidades sincrónicas y las variantes temporales.

a) Particularidades sincrónicas

El piso 6 (Moche III), que reportó cinco tumbas, muestra como rasgo común la ausencia de la costumbre de colocar fragmentos de metal, cerámica, o malacológico, en asociación directa con el cuerpo del difunto, salvo en un caso. Esta costumbre se observa recién como una constante a partir del piso 5, y pudo ser retomada de las culturas Salinar y Gallinazo (Donnan y Mackey 1978). El piso 4 (Moche III) es muy peculiar, pues sólo presenta tumbas del tipo fosa y ocupadas por infantes (a excepción de una tumba de fetos) de entre 9 y 24 meses de edad, sin vasijas de cerámica como parte de sus asociaciones. No hay ninguna tumba de adultos. El piso 2 (Moche IV) muestra como rasgo común el patrón de enterramiento en las tumbas de cámara, con una ofrenda-humana por debajo de dicha cámara y sin techo.

b) Variantes temporales

Las tumbas de fosa no presentan alguna variante signifi cativa entre piso y piso, o entre fases estilísticas. Sin embargo, la forma estructural y de enterramiento como variable comparativa, nos lleva a pensar de manera preliminar que las tumbas de cámara Moche III constituye un grupo funerario diferente al grupo Moche IV. Mientras que en Moche III, los difuntos y ofrendas se colocan dentro de la cámara, se rellenan y luego se techan, para fi nalmente rellenar hasta la boca de la tumba, con manipulación post entierro; en Moche IV, un difunto-ofrenda se coloca debajo de la cámara (rasgo para el cual no hay antecedentes en el sitio), y dentro de la cámara el personaje principal, algunas veces con ofrendas-humanas también al interior; luego se procede a rellenar la tumba hasta la boca, sin elaborar techo alguno, y sin manipulación post-entierro.

Sobre la identidad de los difuntos

Las tumbas que, dentro de un conjunto arquitectónico debidamente delimitado, están asociadas al mismo piso de ocupación, son relativamente contemporáneas y los individuos que las ocupan podrían haber formado grupos consanguíneos o de otro tipo de nexo social. Mario Millones afirma que «existe un corolario a los entierros como «decodificadores de parentesco» y éste es que efectivamente, se encuentren en la unidad residencial y que representen al grupo doméstico, o por lo menos abstraigan una coherencia de éste» (Millones 1996: 51). En el mismo sentido, Kaulicke sostiene que para reconocer grupos sociales hay que partir de la hipótesis de que «los individuos que comparten una afinidad consanguínea o de otro tipo de nexo social están enterrados en espacios contiguos. Además de ello compartirán otros rasgos como posición, tipo de asociación y, sobre todo, la orientación» (Kaulicke 2001: 93).

Si tenemos en cuenta lo sostenido por Millones y por Kaulicke, y que los individuos de la muestra están enterrados dentro de los límites del mismo conjunto arquitectónico, comparten patrones de enterramiento y semejanzas de estilo en las asociaciones, se infiere que dichos individuos formaban parte del mismo grupo social. La evidencia es contundente al señalar que dichos individuos pertenecían a la elite14 del grupo al momento de su muerte. Las diferencias estructurales (tumbas de fosa versus tumbas de cámara) y de asociaciones entre cada tumba, indicarían diferencias de estatus al interior del grupo, toda vez que el tratamiento mortuorio del individuo es consistente con la posición social que ocupó en vida (O’Shea 1984: 36). Estas diferencias obedecerían a los diferentes roles que pudieron cumplir los difuntos durante su vida y hasta antes de su muerte, en el marco de las relaciones sociales y de producción, algo que Saxe (1970: 7) ha llamado identidades sociales.

¿Fue el mismo grupo social el que habitó el Conjunto Arquitectónico durante toda su historia ocupacional? Parece que fue el mismo durante la vigencia de la fase estilística Moche III, puesto que la arquitectura interior no presenta cambios signifi cativos ni tampoco los patrones funerarios. Pero, ¿siguió este mismo grupo habitando el conjunto durante la fase estilística Moche IV? Las diferencias de entierro entre las tumbas de cámara Moche III y Moche IV nos ofrecen dos posibilidades de interpretación: (1) Si habría sido el mismo grupo, y estas diferencias de entierro se habrían dado por cambios en la estructura social de los residentes, dentro de la sociedad moche (Uceda 2007); o (2) hubo un cambio de grupo social residente en dicho conjunto arquitectónico durante la fase estilística Moche IV, donde estos nuevos residentes habrían realizado los cambios arquitectónicos observados por Tello (2008: 447), ampliando el número de habitaciones pero en espacios más reducidos y especializados. Futuros análisis de ADN nos permitirán optar por una de estas dos posibilidades.

Lo que no queda claro aún es el nexo del grupo social, es decir, si este involucra una agrupación familiar o de linajes unidas por un nexo de parentesco, o de personas que comparten un origen común; ni tampoco el tamaño del grupo social. Los estudios en el sitio para la fase estilística Moche III son muy limitados. Nuestra visión para la siguiente fase estilística es más clara, pues ya en otras publicaciones hemos sostenido que los habitantes de los conjuntos arquitectónicos del Núcleo Urbano, durante la vigencia de la fase estilística Moche IV, formarían parte de diferentes grupos corporativos (grupos de fi liación familiar que poseen grupos no familiares adscritos a él) (Uceda 2007: 42) o parcialidades (Gayoso 2007: 154, 162) y que las actividades desarrolladas al interior de un conjunto arquitectónico son efectuadas por algunos de sus miembros bajo la administración de su elite mayor. Dichas actividades o roles conferían a los miembros que las ejecutaban un estatus mayor en relación a los demás miembros del grupo social. Lo que no queda claro aún es si los señores de los conjuntos arquitectónicos son señores de parcialidades o de estratos de la misma unidad.

Edad y género versus estatus y división sexual del trabajo

En los pisos donde hay tumbas de hombres adultos, mujeres adultas y niños, las tumbas de los hombres adultos son las que poseen una mayor cantidad de ofrendas, en especial cerámica y metales. En el mismo sentido, en 4 de las 5 tumbas de cámara el personaje principal es un hombre adulto; en la otra es una mujer adulta. Sin embargo, contamos también con tumbas de fosa de niños o de mujeres adultas con mayor cantidad de asociaciones que algunas tumbas de fosa de hombres adultos. Esto indica que si bien el poder fue ejercido por los miembros adultos masculinos de la sociedad mochica, mujeres y niños pudieron obtener mayor rango o estatus social que algunos hombres, pero este rango se habría adquirido por el grado de parentesco que tuvieron con los hombres adultos que detentaban el poder. Uno de nosotros llegó a la misma conclusión en un trabajo anterior, al afi rmar que «por las ofrendas de cerámica y metales, los hombres tuvieron un mayor estatus entre los pobladores del Núcleo Urbano que las mujeres y niños» (Uceda 2007: 31).

No existen asociaciones que sirvan como indicadores de género y de división sexual del trabajo, como si sucede en otros sitios arqueológicos. Por ejemplo, en San José de Moro (valle de Jequetepeque) los piruros y otros elementos del hilado y el tejido, están asociados a tumbas de mujeres, mientras que los elementos de trabajo de metal están asociados a tumbas de hombres; puesto que el hilado y el tejido fueron actividades asociadas tradicionalmente al sexo femenino, mientras que la metalurgia se asocia al sexo masculino, su presencia en las tumbas son indicadores de género y de división sexual del trabajo. En el CA35, se encontraron como asociación directa sólo 2 piruros en dos tumbas diferentes: una tumba de fosa de un infante y una tumba de cámara, asociado a una mujer. Las evidencias encontradas en otros contextos funerarios del sitio indican una presencia pareja de piruros en tumbas de hombres y mujeres. Esto nos llevó a meditar, en el caso de Huacas del Sol y de la Luna, «si efectivamente la presencia del piruro en una tumba es un indicador de actividad productiva realizada en vida del individuo o nos encontramos frente a un signifi cado ideológico que se escapa a nuestro entendimiento» (Gayoso 2007: 152).

Los difuntos-ofrenda

Finalmente, queremos señalar dos criterios que se podrían utilizar para identifi car un difunto-ofrenda en los contextos funerarios del sitio, a partir de las evidencias en el CA35. Un primer criterio podría ser la posición del cuerpo – que no es decúbito dorsal – aunque esta no es determinante; este criterio parece débil aunque no por eso debemos dejarlo de lado. Lo que sí parece determinante es la carencia de asociaciones, en especial aquellas de relación directa con el individuo. Por ejemplo, ningún difunto-ofrenda presenta láminas de metal en la boca u otras partes del cuerpo. Las tumbas con difuntos-ofrenda se encuentran tanto en la estilística Moche III como en la fase estilística Moche IV, asociadas a tumbas de cámara. En la fase estilística Moche III sólo una tumba de cámara presenta un difunto ofrenda, mientras que en la fase estilística Moche IV hay una tumba con 3 difuntos ofrenda, uno de ellos colado debajo de la cámara. Aunque la evidencia de la muestra es estadísticamente baja, esto corroboraría la idea propuesta por uno de nosotros (Uceda 2007) en el sentido de que entrada la fase estilística Moche IV, la elite urbana adquiere mayor poder que la elite religiosa, la cual se traduce en un mayor acceso a los recursos, entre ellos, las vidas humanas.

Queda pendiente un estudio a mayor escala de los patrones funerarios en el sitio y en el valle que nos permitirían enriquecer el conocimiento sobre las particularidades del sitio, del valle, así como del moche sureño en relación a otros grupos políticos moches.

CONCLUSIONES

1. Las tumbas excavadas en el CA35 son típicas de la cultura moche, pues guardan el patrón de enterramiento conocido para esta cultura. El porqué se escoge en algunos casos una orientación o posición diferente a la moche es una respuesta que se obtendrá a la luz de una mayor cantidad de datos.

2. Las tumbas corresponden a individuos de la elite moche, pero de estatus variable. Esta variabilidad se debería a los diferentes roles cumplidos en vida por los difuntos, o por su relación de parentesco con personas de roles importantes dentro de las actividades sociales, políticas y económicos del grupo social al cual pertenecieron. El segundo argumento explicaría el alto número de entierros de infantes.

3. Aquellos cuerpos identifi cados como difuntosofrenda corresponderían a sirvientes. Por lo tanto, no se tratarían de miembros de la elite, pero si de miembros del mismo grupo social, posiblemente por adscripción.

4. Los contextos identifi cados como re-entierros o entierros de difuntos de procedencia lejana, podrían indicar que no necesariamente todos los muertos vivieron en el CA35, pero si que pertenecían al grupo social que operaba en dicho conjunto. La necesidad de enterrarse en este conjunto tendría que ver con el hecho de yacer dentro de un sitio considerado sagrado (cercanía al templo y al divino Cerro Blanco), es decir, por cuestión de ideología o de prestigio. Este hecho permitiría abrir una nueva visión sobre las relaciones entre las elites urbanas y grupos no urbanos a los cuales pudieron estar ligados, en el sentido de grupo corporativo o parcialidad.

5. Las diversas interpretaciones vertidas sobre las evidencias de manipulación post entierro no son del todo excluyentes. Existe la posibilidad de que este comportamiento con los muertos sea aún mucho más compleja, y obedezca a diferentes rituales, por lo que tanto las interpretaciones planteadas por Gutiérrez como las nuestras se apliquen para el caso del sitio, en diferentes situaciones o contextos. Vemos que las fuentes de información etnohistórica, arqueológica y etnográfica se complementan con la evidencia del CA35 como en el resto del sitio, y nos permiten observar una rica y compleja relación entre vivos y muertos en el mundo moche y andino.

 

Pie de página

  1. Mientras mayor estatus o rango social tenía el difunto, más días se le velaba, como lo señala Pedro de Cieza de León (1946[1553], Capítulo LXII): “Y guardaron, y aun agora lo acostumbran generalmente, que antes que los metian en las sepulturas los lloran cuatro o cinco o seis dias, o diez, segun es la persona del muerto, porque mientras mayor señor es, mas honra se le hace y mayor sentimiento muestran, llorandolo con grandes gemidos y endechandolo con musica dolorosa, diciendo en sus cantares todas las cosas que sucedieron al muerto siendo vivo”. Esto se confirma cuando, por ejemplo, Pablo José de Arriaga (1968 [1621], capítulo VI) señala que en algunos pueblos de los llanos (la costa) el muerto se velaba por 10 días. Francisco de Ávila (1987 [1598], capítulo 27) dice que “en los tiempos muy antiguos, cuando un hombre moría, velaban su cadáver durante cinco días”. Ambos cronistas basan la duración del velatorio en la importancia del difunto. Así, el difunto descrito por Arriaga parece describir el velatorio de un individuo de elite, probablemente un principal o un curaca, mientras Ávila parece señalar el velatorio de un individuo del común.
  2. Se desconoce el tipo de instrumento que utilizaron para tal fi n. Para el caso de las tumbas del Periodo Mochica Medio de San José de Moro, en el valle de Jequetepeque, Martín del Carpio (2008: 91) sostiene que “El proceso de cavado del pozo de acceso y la cámara debió hacerse con un instrumento de cobre o madera, una especie de palo cavador que, por las improntas halladas en las tumbas, debió tener un ancho de hoja de unos 15 cm”. Esta labor, según del Carpio, se pudo realizar en unas pocas horas.
  3. Según Tello y Delabarde (2008) las evidencias son claras para afi rmar que se trata de un mismo evento de entierro, y no de entierros diferentes superpuestos.
  4. Hay un caso en que uno de los ocupantes de la tumba está fuera de la cámara, pero dentro de la fosa de la tumba por encima de la cámara, pero es un contexto alterado por los moches, por lo cual se desconoce si originalmente esa fue la disposición de los cuerpos: es el caso de la tumba 10.
  5. En la zona mesoamericana, los mexicas colocaban en la boca de los cadáveres de los señores y nobles una piedra verde
    llamada chalchihuitl simulando su corazón (Murillo 2002: 61, 74).
  6. En total son 138 vasijas (43 botellas, 74 cántaros, 10 floreros, 3 cancheros, 2 cuencos, 1 olla, 5 miniaturas), 2 piruros, 2 instrumentos musicales (1 pututo y 1 silbato) y una cuchara con mango escultórico. Los floreros son vasos de borde acampanulado; los cántaros mencionados son pequeños, del tipo jarra; los cancheros son cuencos de borde cerrado con mango; el piruro es un volante de huso; el pututo es una trompeta con forma de caracol.
  7. Las ollas y tinajas están tradicionalmente asociadas a la cocción de alimentos y la chicha (cerveza de maíz); las tinajas también se habrían usado para el almacenamiento de la chicha.
  8. Originalmente estas piezas fueron definidas como crisoles, por su pequeño tamaño (Tello et al. 2005: 235-236).
  9. Sólo hemos considerado en este punto las tumbas intactas. Las tumbas 1, 2, 15 y 24 tampoco tuvieron cerámica al momento de ser excavadas, pero se registraron completamente disturbadas por huaqueros, con lo cual la presencia o no de cerámica en su contexto original es desconocida.
  10. La posición sentada es reportada por Max Uhle (en Tello 2003: 176) cerca de Huaca de la Luna, donde encuentra, a 4 metros de la superfi cie, tanto tumbas individuales como grupales en esta posición, pero podrían ser tumbas chimúes intrusas, pues según Donnan y Mackey (1978: 242-366) la posición sentada es común en entierros chimúes registrados en las Huacas del Sol y de la Luna. Chauchat y Gutiérrez (2006) reportan una tumba de tipo FG, de transición Moche II-III, en la Plataforma Funeraria Uhle, al pie de la Huaca de la Luna.
  11. Hasta el momento, no se registrado ninguna tumba de fosa grupal (FG) en el Núcleo Urbano que contenga más de dos individuos.
  12. En la teoría de la antropología forense y ciencias afi}nes, los entierros múltiples implican inhumación simultánea de los difuntos que ocupan una tumba, que por lo general son individuos que acompañan a un personaje principal; mientras que los entierros colectivos identifi can a tumbas donde las inhumaciones no son simultáneas, y tienen un periodo de utilización largo (ver p.e. Alfonso y Alesan 2003: 15).
  13. Donnan y Mackey (1978: 208) sugieren una relación entre la orientación del cuerpo y el sitio arqueológico para el caso Moche IV. Mientras que en sitios como Huanchaco, Huacas del Sol y de la Luna o Pacatnamu, la orientación sur-norte es predominante; en el caso del valle de Santa, en el sitio de Pampa Banca, los cuerpos están generalmente orientados en sentido oeste-este.
  14. No hay tumbas de sirvientes en el CA35, al menos dentro del rango de difuntos principales. Los únicos individuos enterrados que se podrían considerar sirvientes son los difuntos-ofrenda. Incluso las tumbas más sencillas tienen asociaciones que implican cierta capacidad de acceso a recursos socialmente restringidos a la elite. Por ejemplo, la tumba FI 16 no posee mayor asociación que tres vasijas de cerámica, sin embargo una de ellas es una botella de asa estribo con representación iconográfica, y las otras dos son cántaros tipo jarra. La tumba FI 20 posee un individuo con fragmentos de cerámica en asociación directa y una sola vasija, pero de buena calidad: es una botella asa estribo con representación en alto relieve de la cacería del venado. La tumba FI 18 posee fragmentos de cerámica en asociación directa al cuerpo del difunto y ofrendas de camélidos. Dentro de este grupo de elite enterrado en el CA35 se observan diferencias. Por ejemplo, si tomamos en cuenta las características formales de las tumbas, aquellos individuos enterrados en tumbas de cámara tendrían un mayor status. Por añadidura, las tumbas de fosa, más simples, parecen estar asociadas a individuos de menor status. Dentro del grupo de las ofrendas, creemos que las ofrendas humanas tienen un mayor valor, por lo que aquellos enterrados en cámara con ofrendas humanas, tienen mucho mayor status aún. A priori, una mayor cantidad y calidad de las ofrendas de cerámica y metales indicarían también un mayor status.

 

 

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En memoria de Santiago Uceda Castillo

santiago evaristo uceda castillo
Santiago Uceda

Santiago Uceda Castillo (12 Octubre 1954 – †14 enero 2018). Personalidad Meritoria de la Cultura Peruana, trascendió como un investigador excepcional de la cultura moche, dejando una huella imborrable en la comunidad científica nacional e internacional. Su arduo trabajo y dedicación lo convirtieron en un referente obligado para comprender la riqueza y complejidad de esta antigua civilización.

Arqueólogo de profesión y profesor principal de la Universidad Nacional de Trujillo, Uceda Castillo no solo se dedicó a la investigación, sino que también compartió su conocimiento con las nuevas generaciones, formando a innumerables profesionales que hoy en día continúan su legado.

Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y director del Proyecto Arqueológico Huacas de Moche, Uceda Castillo lideró proyectos de gran envergadura que permitieron ampliar significativamente nuestro conocimiento sobre la cultura moche. Su pasión por la arqueología y su compromiso con la preservación del patrimonio cultural lo convirtieron en un ejemplo a seguir para todos aquellos que se dedican a esta noble disciplina.

En este artículo, compartimos un texto escrito por su hermano Manuel, en conmemoración de un nuevo aniversario de su nacimiento. A través de estas palabras, podemos vislumbrar la profunda admiración y el cariño que su hermano sentía por él, así como la enorme trascendencia que tuvo su obra en el ámbito de la arqueología peruana.

 

FELIZ DÍA EN EL CIELO

Por: Manuel Uceda Castillo
facebook.com/manuel.ucedacastillo

Es costumbre en nuestra familia, recordar el natalicio de nuestros familiares con una misa, estén o no con vida. Hace algunos años atrás, pague la celebración de una misa en una Iglesia ubicada en San Borja para recordar el natalicio de mi padre quien había partido al encuentro de sus padres, asistimos a la misa, los hermanos que residíamos en Lima y nuestra familia más cercana, en la homilía el cura molesto nos dijo que a una persona fallecida no se le debía celebrar su natalicio, yo quiero creer que solo es o fue dicho cura, quien piensa o pensaba que cuando una persona fallece ya no se debe recordad su natalicio en este mundo y solo debemos recordar el nacimiento a su nueva vida.

Con el perdón del cura y todos los que piensan así, debemos decir que el nacimiento de un ser humano en este mundo, marca el inicio de su vida, llena de tristeza, penurias sinsabores, odios, venganzas y todos los sentimientos que empobrecen al alma de un ser humano, pero también esta lo bueno, lo importante, lo grandioso lo maravilloso lo noble lo amable, lo amoroso, lo cariñoso, lo amigable, lo sencillo, lo alegre, lo honesto, lo honrado, que es o fue la persona que no solamente compartió con sus familiares, amigos, discípulos y condiscípulos estos invaluables sentimientos y valores, sino que nos ha dejado un gran legado histórico.

Un día como hoy, 12 de octubre de 1954, nace en Santiago de Chuco, Santiago E. Uceda Castillo, que no solamente trajo alegría y felicidad a la familia con su primer llanto, sino que trajo el inicio de un camino pletórico de éxitos, logros personales y luego profesionales, los cuales llenan de orgullo a la familia, a los amigos entrañables, a nuestra tierra Santiago de Chuco y al Perú, por todos los reconocimientos y premios internacionales logrados.

Quienes conocieron a Santiago Uceda, recordaran al niño inteligente, vivaracho, amigable y comunicativo, para quien, era lo mismo compartir una conversación entretenida y amena con un niño de su edad, que, con un adulto; las personas que conocían a Santiago como poseedor del arte de la conversación, no dudaban en llamarlo para conversar, cuando Santiaguito como lo llamaban paseaba por las calles inclinadas de nuestro pueblo, silbando alguna tonada que había escuchado.

Las interminables horas de conversación con los adultos se hacían tan cortas porque, no solamente disfrutaban de su inteligencia y locuacidad, así como de sus relatos que fluían de su imaginación, virtud de la que hizo uso en todos los actos de su vida, tanto familiar, como profesional.

Cuando Santiago tenia entre ocho a nueve años, llego a la casa muy contento y nos comunicó que había conseguido trabajo, Carmen mi hermana mayor, le inquirió por el trabajo, donde queda y que haces en el trabajo, Santiago respondió orgullosamente, lijo carros. El mencionado “trabajo” lo obtuvo Santiago (solo por un día), por su don de comunicación con las personas y fundamentalmente por su sencillez, porque él no hacía distingo de las personas por su posición económica o social, a todos los trataba con la misma naturalidad, aprecio y respeto, como solo un hombre con grandeza espiritual lo hace.

Un hombre inteligente, soñador grande de espíritu, debe instruirse y prepararse para afrontar la vida y hacer realidad sus objetivos, metas y sus sueños. Santiago lo hizo destacando sobre sus compañeros de promoción. Primer puesto en los seis años de instrucción primaria. Primer puesto y puesto de honor en los cinco años de estudios en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo. Primer puesto en su formación profesional en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo. Destacado estudiante de Post grado en la UNIVERSITE DE BORDEAUX, donde obtuvo primero el grado de Magister D.E.A. – Geologie Du Quaternaire y luego el Doctorado de Estado en Ciencias, reconocido por el gobierno francés como el grado más alto que un estudiante puede aspirar.

Celebramos hoy día 12 de octubre, el nacimiento de quien desempeño diferentes cargos públicos y académicos con la transparencia, honestidad y honradez que su grandeza exigía. Gracias hermano a nombre de toda la familia por haber desempeñado tus cargos con la pulcritud que nos enorgullece, ahora que vivimos una vorágine de corrupción.

Natalia, mis hijos José, Emerson, Sheila, Erick y Lizet y mis nietos Heinrich, Salvador, Bruno, Flavia, Santino y Camila, celebramos tu cumpleaños y tu legado histórico como investigador de la Cultura Mochica y Moche, celebramos tus éxitos y premios obtenidos para el Perú, así mismo, celebramos tu inmortalidad por tu obra y tu legado.
Un abrazo de toda mi familia hasta donde te encuentres que sabemos estas con nuestra querida y amada Ninoshka.

Fuente: Post publicado en Facebook: https://www.facebook.com/SantiagoUcedaCastillo/posts/2158804081035012

 

Santiago Uceda Castillo

Chotuna-Chornancap: Escenarios Sagrados y Rituales Funerarios

La arqueología de la cultura Lambayeque está asociada a elementos que permiten entender y reconstruir su estructura sociopolítica, económica e ideológica, nos referimos a aspectos como: territorialidad, arquitectura monumental, relaciones comerciales, producción de bienes, jerarquía política y religiosa, rituales y consecuentemente la tradición oral (leyenda de Ñaymlap). A pesar de quienes discuten y cuestionan el valor de la tradición oral sobre Ñaymlap (Shimada 1995 y 2014a; Zuidema 1990), este relato se ha convertido en motivo de debate (Zevallos 1989), con pruebas arqueológicas cada vez más consistentes (Narváez 2011, 2014a y 2014b; Paredes 1987; Rucabado 2008, Fernández 2012, Wester 2013). No obstante, para reflexionar sobre la dinámica urbana regional y macroregional de esta sociedad y analizar los espacios arquitectónicos como escenarios sagrados, es indispensable examinar en la historia de la cultura Lambayeque y buscar argumentos en su pasado para entender a esta sociedad como el resultado y consecuencia de un proceso de continuidad y cambios.

En este contexto, el primer escenario que evaluamos está referido al territorio, un ámbito geográfico con superficie regular, de leves contrastes, con valles que discurren perpendicularmente en la región que garantizan la estabilidad del agua como el componente básico de la productividad agrícola y de la vida en general. Paralelamente, el litoral marítimo aseguró valiosos recursos no solo para la subsistencia sino para inspiración ideológica y mágico religiosa, como elemento de conexión con deidades ancestrales y finalmente el acceso al área andina y evidentemente al Marañón y Amazonia, que se convierten en los aspectos de mayor influencia que han generado la consolidación de la cultura Lambayeque.

En cuanto a la configuración del territorio y su entorno, este se convierte en un componente básico sobre el cual actúa el hombre para transformarlo y aprovecharlo; a pesar de ello existen condiciones climáticas o fenómenos que ejercen fuerte influencia en la distribución del territorio; en el caso singular de la costa norte del Perú (Figura 1), lo constituyen las corrientes marinas de Humboldt de aguas frías y la corriente marina El Niño de aguas cálidas. Hechas estas precisiones con respecto al territorio y a la geografía de la costa, es necesario examinar el panorama arquitectónico en el contexto de la historia regional, macro regional y la influencia que esta ha recibido a lo largo de los siglos. Las evidencias sobre el periodo Arcaico o Preceramico con agricultura (Lumbreras 1981), fueron inicialmente documentadas en el norte peruano en huaca Prieta en la parte baja del valle de Chicama y presentadas en 1948 por Junius Bird, los resultados que muestra su trabajo pionero, certifican la ausencia de cerámica y una evidente actividad extractiva en el océano Pacifico como consecuencia de la proximidad con el litoral, así como arquitectura de piedra construida por cantos rodados y domesticación de plantas y animales, asociados a nuevas formas de organización, proceso que ha venido en llamarse: Neolitizacion (Lumbreras op. cit).

Posteriormente, con las investigaciones de Tom Dillehay (1992), en el sitio de Nanchoc ubicado en la cabecera del valle de Zaña, donde registró montículos con estructuras simples de probable uso ritual, asociados a grupos de cazadores no especializados y horticultores incipientes de una antigüedad de 8000 a 5000 años antes del presente (Dillehay op. cit.), se convierten en valiosas evidencias para certificar la antigua data de la ocupación en la región Lambayeque, con un modelo de asentamientos dispersos en el Arcaico Tardío, hacia un modelo de organización más compleja que tiene su máxima expresión en el valle de Supe en el sitio Caral (Figura 2) perteneciente al Formativo Inicial, y que es considerado como el escenario físico social para el surgimiento y consolidación de la ciudad y estado más antiguo del nuevo mundo (Shady 2003).

La expresión física de los edificios en Caral revela de manera indiscutible que estamos ante uno de los paisajes culturales más antiguos de América precolombina, cuya configuración permite reconocer el desarrollo de actividades ceremoniales, comerciales, productivas, estructura política, desarrollo de arte (música), que expresan a una sociedad altamente organizada. Esta investigación abrió las puertas para el entendimiento sobre lo que sucedió al final del Arcaico e inicio del Formativo en los Andes centrales, sobre todo en un escenario poco explorado como es la arquitectura publica monumental y de función ceremonial. La concentración de importantes asentamientos entre la costa y el valle medio en lugares como Caral, Vichama, Bandurria, Végueta, Las Shicras, Áspero, etc., constituyen un claro indicador de como este territorio se convirtió en el escenario ideal para este desarrollo que encuentra en la arquitectura y en su entorno la expresión material del paisaje sagrado (Shady 2003).

Al abordar esta compleja combinación de elementos urbanos y ceremoniales, tiene sentido en varios aspectos reflexionar sobre la perspectiva de la arquitectura como escenario simbólico (Shimada 2014a:53-54), es decir cuando esta revela un mensaje como el caso de la forma del puma para el Cuzco (Shimada 2014a [Gasparini y Margolies 1980; Hyslop 1990; Rowe 1968 y Zuidema 1983]), o como el símbolo de la montaña y la ola, tan recurrentemente representado en el arte Mochica y Lambayeque que alude al tema del poder y el agua (Bock 2003 y 2012). Un aspecto que hay que destacar en la arquitectura temprana de Lambayeque, es que se ha documentado científicamente un templo perteneciente al Formativo Inicial, se trata de un singular centro ceremonial cuya construcción ubicada en la parte baja del cerro Ventarrón en la margen norte del rio Reque, el mismo que corresponde a un edificio pintado de varias fases, con típicos rasgos de arquitectura publica y convertido en el reflejo del discurso religioso de la época (Alva Meneses 2012). El funcionamiento de este extraordinario edificio, estuvo vinculado no solo a actividades rituales de elevado contenido ideológico, sino que la población desarrolló una agricultura con algodón, usó productos traídos de la zona amazónica y mantuvo una conexión con el litoral del Pacífico, que en suma revelan la existencia de un centro simbólico con culto al fuego, arquitectura con murales policromos con escenas de cacería de venado –llamado mural del venado cautivo- (Alva Meneses op. cit.), que lo convierten en un centro religioso de especial valor único en su género en la costa norte del Perú.

Este centro ceremonial del Formativo inicial, asociado al valle y a una elevada montaña como paisaje, constituye la más clara y remota evidencia del vigoroso surgimiento del urbanismo temprano en Lambayeque,y muestra como los grandes centros de culto están inspirados en armonía con el paisaje.

Centros ceremoniales de esta magnitud, que emergen en los años siguientes en esta región como: Purulén, Corbacho, Guayaquil, Huaca el Toro, El Búho, El Águila, Chumbenique, Poro Poro y Udima en el valle de Zaña, Morro Eten, Collud en el valle de Reque, Raca Rumi en Chongoyape, Huaca Lucia en el valle La Leche y Boliches en el valle de Olmos, todos ellos como parte del explosivo apogeo que toma la religiosidad y que se expresa en edificios y parajes que son centros del poder político y culto religioso, escenarios sagrados para los rituales durante los 1500 años a.C. Esta época asociada a una agricultura desarrollada, con técnicas alfareras y sofisticadas obras orfebres, así como jerarquías sociales y una estructura sociopolítica estrictamente religiosa y de fundamento teocrático, asociada tradicionalmente con una deidad ancestral que se configura como la divinidad felínica con atributos de serpiente, ave rapaz y ser humano, conocida como: Falcónida. Esta imagen aparece frecuente y recurrentemente representada en la arquitectura así como en la producción material.

En los Andes centrales existen extraordinarias evidencias que permiten demostrar que la arquitectura monumental se convierte en esta época en el escenario público principal para asegurar la presencia de la elite sacerdotal que transmite la liturgia y conduce los rituales. En la región norte de los Andes, existen casos concretos, como son los centros ceremoniales de: Montegrande, Kuntur Wasi excavados por la misión japonesa dirigida por Yoshio Onuki (Onuki 1997), Pacopampa investigado bajo la dirección de Yuji Seki (Seki et. al. 2010 y Seki 2014), Poro Poro y Udima excavado por Walter Alva y Susana Meneses (Alva 1985), posteriormente en una nueva temporada por Walter Alva y Emma Eyzaguirre (2012), Purulén (Alva 1985), Templo El Rollo en el rio Paltic (Wester et. al. 2000), La Congona excavado por Walter Alva y Emma Eyzaguirre (2013), Morro Eten y Poemape excavados por Carlos Elera (1993 y 1998). Todos estos centros ceremoniales concebidos en un espacio sagrado vinculados al agua, con un modelo arquitectónico que es el reflejo de la arquitectura con planta en “U”, plaza delantera cuadrangular, acceso mediante escalinata empotrada ubicada al centro del edificio principal (Figura 3).

Al analizar la configuración, emplazamiento y distribución de estos centros ceremoniales del Formativo en la costa y sierra norte del Perú, debemos reflexionar si cada uno de estos centros fue autónomo y sirvieron como centros sociopolíticos religiosos de un grupo social (Burger y Salazar 2014:308), o es que pueden ser interpretados como lugares sagrados o huacas conmemorativas de ancestros y fuerzas míticas y/o supernaturales responsables de la prosperidad de la comunidad (Burger y Salazar op. cit.). Otro elemento que es necesario destacar, especialmente en los edificios del periodo Formativo en la Sierra norte del Perú, es que la gran mayoría están asociados a una ubicación estratégica en una ladera plana de la montaña, mirando al escenario donde se ubica un rio o cauce de una quebrada, y estos a su vez tienen en el interior de la construcción monumental principal una trama de canales subterráneos (Onuki 1997, Seki et. al. 2010 y Seki 2014; Alva 1985, Wester et. al. 2000), que se articulan como un tejido que genera la circulación del agua, en una mágica escena de culto al agua y a su vez a la fertilidad agrícola. Esta trama de canales subterráneos da la idea que el edificio se constituye en un centro que genera el agua, la misma que se precipita hacia el exterior como parte del ritual simbólico al agua elemento sagrado. Casos que podemos citar son: Kuntur Wasi, Pacopampa (Figura 4), El Rollo y Udima por citar los más reconocidos. Este breve recuento de los grandes centros ceremoniales del periodo Formativo en el norte (costa y sierra), permiten demostrar que el rasgo de escenario sagrado no solo estaba marcado por la monumentalidad de la construcción, sino que estos se asocian a una geografía o paisaje sagrado. Las ceremonias religiosas más importantes se desarrollaban en estos lugares, donde la elite sacerdotal transmite su discurso con una liturgia que se mezcla con gestos, acciones y ornamentos que contribuyen a legitimar los rituales, el poder y la naturaleza sagrada de estos espacios arquitectónicos en el cual su entorno formo parte del ámbito ceremonial.

Dos elementos complementan esta reflexión, el primero es que en esta época surge un singular y peculiar estilo de cerámica fina (Chavín y Cupisnique), que se convierte en el espacio donde el discurso ritual es transmitido por la clase sacerdotal a la población; el segundo es el impresionante despliegue para lograr bienes confeccionados en oro, plata y platino que deslumbran por su calidad tecnológica pero que revelan en superficie un conjunto de imágenes religiosas de extraordinario impacto, prueba de ello son los materiales provenientes de Chongoyape, Corbacho, Kuntur Wasi, El Rollo (Figura5) y Pacopampa. Sin duda estos materiales certifican la especialización y elevada productividad, y se convierten en la señal del prestigio de la compleja estructura sociopolítica que emerge en esta época y que va a mantenerse con ciertos cambios en el siguiente milenio.

Hacia los primeros años de la era cristiana, durante el periodo conocido como Desarrollos Regionales Tempranos o Periodo Intermedio Temprano (Lumbreras 1981 y Rowe 1962), desarrollado entre los años 500 a.C. hacia 850 d.C., se producen profundos cambios en los Andes centrales, que son el resultado de un proceso de deterioro, extinción o declinación del sistema político y religioso instaurado en el Formativo, producto también del crecimiento poblacional, el insospechado aumento de la productividad agrícola, pero sobre todo el surgimiento de entidades políticas marcadamente regionales con legítimas aspiraciones de independencia e identidad propia (Canziani 2012: 179). Esta época, plenamente caracterizada por notables resultados artísticos, especialmente en cerámica, metales, textiles y arquitectura monumental, de carácter administrativo y residencial, constituye la verdadera época clásica o conocida como la época de los maestros artesanos (Lumbreras 1969). Un importante elemento para este proceso lo constituye sin duda el manejo profesional del agua, a través de sistemas de riego masivo que incorporó grandes extensiones de campos que elevaron la productividad y transformaron la base económica de las sociedades de dicha época (Canziani op. cit.), y que alteraron sensiblemente el paisaje del bosque costero.

Como consecuencia de este proceso, aparecen colosales construcciones de adobe y barro en forma de estructuras escalonadas, tronco piramidales, edificios elevados de lados inclinados, con rampas de acceso asociados a grandes plazas, algunos de ellos con fachadas decoradas con relieves policromos con escenas religiosas complejas donde deidades, líderes, ídolos y ancestros presiden estas fachadas como distintivo del carácter sagrado y venerable de estos monumentos, donde las elites ejercían el poder que se reafirmaba y legitimaba en los rituales presididos por sacerdotes y sacerdotisas (Castillo 2000 y 2003) y (Uceda 2000), que formaban parte de una clase distinguida que tiene el privilegio de usar todo un conjunto de bienes para sus ceremonias y que accede en forma exclusiva a la liturgia más selecta de la religiosidad de esta época. Otro aspecto fundamental es la aparición de pequeños ejércitos a manera de una elite militar, cuyos integrantes forman parte también de la nobleza gobernante. Existen evidencias que en el entorno de estos centros ceremoniales, residían los más expertos artesanos encargados de confeccionar los bienes más finos y valiosos que usaban las elites (Uceda 2000). Un elemento muy importante que debe remarcarse, es que los cambios drásticos que se operaron en esta época tienen visible repercusión en el escenario ideológico donde aparece un nuevo discurso o libreto cargado de imágenes y escenas, en las que deidades mayores y menores protagonizan e interactúan en solemnes actos que tienen singular impacto en la vida de la sociedad y que se convierten en el vehículo más dinámico para lograr el sometimiento y/o convencimiento de la población hacia la elite que se halla en la cúspide de la estructura jerárquica. Aparece una “nueva cosmovisión” (Canziani 2012), que marco con mayor énfasis las diferencias sociales entre aquellos que gozan del poder y controlan los recursos bajo un sistema institucionalizado calificado como Estado (Castillo 2000, Uceda 2000, Shimada 2014a, Canziani 2012 y Makowski 2008), frente a quienes se hallan al servicio de la clase gobernante.

Los grandes edificios que se construyeron, especialmente en la costa norte durante la época Mochica, fueron el reflejo del poder que habían logrado las elites, el control de la productividad, solvencia económica para el desarrollo de obras públicas, pero sobre todo el convencimiento que habían obtenido en las comunidades adyacentes. Estas construcciones fueron escenarios para grandes ceremonias instauradas en un calendario ceremonial, fueron también lugar para la concentración masiva de grupos que presencian y participan de ceremonias claves como sacrificios humanos (Bock 2012) y culto a los muertos. Las plataformas de adobe y barro fueron también espacios sagrados para el enterramiento de los señores y de su linaje más próximo, donde eran sepultados con sus bienes, patrimonio político y religioso con el que arriban al inframundo; casos conocidos son los documentados en las tumbas de: Sipán (Alva 1994 y 1999), San José de Moro (Castillo 1993, 1996 y 2000), Huaca Cao (Franco 2008), Ucupe Pueblo (Bourget 2008), Sacerdote Guerrero del valle de Virú (Strong y Evans 1952), La Mina (Narváez 1994), tan solo por citar los casos donde ha existido una excavación arqueológica científica.

La arquitectura monumental en la costa norte durante la época Mochica, estuvo expresada en reconocidos edificios como: Huacas El Sol y La Luna, Galindo, Huancaco, Pañamarca, Mocollope, Huaca Cao, Dos cabezas, Pacatnamu, San José de Moro, Ucupe Pueblo, Sipán , Pampa grande (Figura 6), Santa Rosa de Pucala, Huaca Bandera de Pacora, entre otras, que mantienen características comunes como edificios elevados mayormente de lados inclinados, con grandes rampas de acceso, plataformas superpuestas, fachadas decoradas, recintos techados, altares, tronos, escaleras que conectan recintos a desnivel; todos estos articulados bajo un claro y definido diseño y concepto simétrico y volumétrico. La idea generalizada de estos monumentales espacios arquitectónicos, es que fueron destinados principalmente para actividades rituales que transmiten el poder de los gobernantes, algunas de estas ceremonias eran públicas y otras privadas o restringidas. Así mismo, se estima que en algunos de estos lugares se emplazaban exclusivas residencias para la realeza, es decir, que podían tratarse de palacios o templo-residencia.

No obstante, es importante destacar que en varios casos se ha documentado arqueológicamente que estos escenarios fueron destinados también para el enterramiento de la elite sacerdotal, lo que significa la función de templo-mausoleo y espacio para que estos dignatarios vivan por siempre convertidos algunos de ellos en ancestros recordados y venerados. Un importante fundamento y complemento que justifica a este despliegue en la construcción de estos edificios, lo constituye en la época Mochica la difusión de conocidas escenas o temas, plasmados en el arte Mochica (Donnan 1975), en las que destacan impresionantes ceremonias como La Presentación, El Entierro (solo por citar los más emblemáticos), que debieron demandar de grandes escenarios y espacios arquitectónicos, que se convierten en lugares sagrados donde se reafirma la religiosidad y se consolida el poder de la clase gobernante. Hay que destacar que la arquitectura cumple un rol fundamental en esta composición iconográfica donde aparece representada como escenario sagrado.

En las proximidades a las grandes construcciones se ha documentado por ejemplo en Huaca de La Luna (Figura 7), residencias de elite en un área denominada núcleo urbano, estas corresponden a complejos asentamientos planificados con espacios diferenciados en cuyo interior reside un personaje de estatus privilegiado (Tello 1998), (Armas et. al. 2000),( Montoya et. al. 2000) y (Uceda 2008).

 

Autor: C Wester La Torre

Los buenos siempre mueren primero

Corría la década de 1980 cuando mi equipo de investigación decidió abrir un espacio norteño en nuestro trabajo de campo, que en general estaba dedicado al Cusco y Ayacucho. Convencimos sin esfuerzo a los habituales financiadores y, atraídos por las noticias de la fiesta dedicada a la Virgen de la Puerta, nos dirigimos a Otuzco, en la sierra de La Libertad.

Autor: Luis Millones
Fuente: El Comercio
Fecha: 03.03.2018 / 05:30 am

«En ese espacio, y con la mirada aprobadora de Nyler, me acerqué al hogar de Santiago Uceda». (Ilustración: Víctor Aguilar)

La magnífica celebración justificó con creces el cambio de escenario. Entre los muchos descubrimientos que me proporcionó esta nueva aventura, uno muy especial fue el encuentro con el antropólogo Nyler Segura. Llegó un día, sin previo aviso. Pequeño, delgado, vestido con tanto descuido como yo, con una calva que empezaba a mostrarse. Al verlo, creímos que era uno de los muchos asistentes que llegaban atraídos por el festival.

Nyler se dirigió sin vacilar a quienes tomábamos notas y fotografiábamos el espectáculo. Entonces, sin que mediase presentación alguna, nos regañó: ¿Por qué no bajan a Trujillo a saludar a los colegas? Su gesto era adusto, y antes de que yo pensase una respuesta, mi compañero de estas andanzas, Hiroyasu Tomoeda, le dio la mano y contestó sin vacilar: “Tiene usted razón. Mañana mismo pasaremos a verlo”.

Visitarlo y hablar con él se convirtió en una costumbre que nos abrió, de manera informal –y por tanto más completa–, el mundo de la Universidad Nacional de Trujillo. En ese espacio, y con la mirada aprobadora de Nyler, me acerqué al hogar de Santiago Uceda.

Quiero empezar por allí, sin olvidar sus méritos académicos, que les tocará reseñar a otros, porque mi recuerdo de él es inseparable del de su familia. Nadia, su esposa, la entonces pequeña Anaís y la gata engreída me dieron la clave de la fortaleza intelectual que exhibía el doctor Uceda. En su casa se respiraba amor, el ambiente era cálido y afectuoso (lo que contrastaba con las prisas, impaciencias, débiles presupuestos y abandono estatal que, al igual que otras instituciones nacionales, sufría también la Universidad Nacional de Trujillo).

Poco a poco fui conociendo a los otros docentes de la Facultad de Ciencias Sociales. Me reencontré con don Jorge Zevallos Quiñones, a quien había saludado años atrás en algún encuentro académico en Lima, y que en Trujillo cubría con eficacia materias de historia y arqueología de la región, actividad que mantuvo con un ritmo envidiable de estudio y publicaciones hasta que falleció.

En un peculiar congreso realizado en La Libertad se intentó el difícil intercambio de ideas y opiniones entre psicoanalistas y curanderos. El evento hizo posible que el conservador Ricardo Morales y yo pudiésemos conversar por varias horas, e iniciar una amistad que continúa, asentada en aquella oportunidad y en el recuento de infancias muy semejantes. Conocer a Ricardo fue, además, el descubrimiento de la disciplina que, al lado de la arqueología, hizo posible el lanzamiento del patrimonio monumental del norte peruano.

Como muchos, ignoraba la enorme importancia de conservar y restaurar los restos arqueológicos, una labor que requiere dedicación y conocimientos artesanales y tecnológicos de mucha precisión. Ricardo se convirtió en 1991 en el codirector del Proyecto Huaca de la Luna, y junto a Santiago Uceda llevaron a la fama las ruinas que languidecían a pocos kilómetros de Trujillo.

Con el transcurrir de los años, el proyecto pasó de la excavación de un sitio arqueológico a trabajar un complejo monumental que abarcaba dos centros de desarrollo cultural (las huacas del Sol y de la Luna) y el extenso espacio intermedio. Para esa tarea se consiguió apoyo internacional y de empresas peruanas que reconocieron la eficacia de los dos directores en sus respectivas especialidades.

En esta labor, entre otras acciones, Santiago había recurrido a sus relaciones con Francia, donde Nadia y él estudiaron y se conocieron. Pero el prestigio de sus ponencias ante los colegas de diferentes centros de investigación y universidades lo convirtió en la mejor carta de presentación de las Ciencias Sociales en su especialidad.

Esto nos lleva a sus bien cuidadas y numerosas publicaciones, que siempre puso a disposición de sus colegas y que ocupan un lugar privilegiado en mi biblioteca. Más de una vez nos cruzamos en Sevilla y en alguna otra parte del mundo académico internacional. Sus presentaciones, con una exposición siempre directa y organizada, eran complementadas con ilustraciones que mostraban el avance de la investigación en Trujillo, o bien daban cuenta de la certeza de sus juicios y comentarios sobre la arqueología de la región andina.

No es posible dejar de reconocer el avance de la arqueología en la costa norte del Perú. Han sido formidables los hallazgos y el debate teórico de los últimos 30 años, superando con esfuerzo y contactos académicos a otros espacios, cuya riqueza arqueológica necesita ser estudiada y exhibida, antes de que el turismo descontrolado y el permanente saqueo de delincuentes profesionales la destruya.

Mi abuela ancashina decía “los buenos siempre mueren primero”, aludiendo, probablemente, a los niños de corta edad que en hogares sin recursos son los primeros en desaparecer. Pero la terrible frase se puede aplicar a los intelectuales como Santiago, que habiendo alcanzado la madurez necesaria para crear escuela y enseñar con sabiduría, se nos fue sin que podamos imaginar un reemplazo equivalente en su necesitada especialidad.

Quizá entre los estudiantes que formó exista alguien que decida seguir los pasos del maestro que acaba de fallecer. Pero necesitará de una paciencia infinita para lidiar con fundaciones y empresas no siempre dispuestas a dar apoyo. También tendrá que aprender a soportar a la administración pública para conseguir ayudas y los permisos correspondientes. Y deberá aplicarse para iniciar y mantener relaciones con universidades y centros de investigación del exterior. Todo ello se sumará a sus cotidianas clases y tareas administrativas, que son parte de su vida universitaria.

No pretendo espantar a la nueva generación de arqueólogos, o en general a los estudiantes de Ciencias Sociales. Ninguno de los inconvenientes señalados es exagerado, porque los vivimos cada día. Santiago hizo eso y mucho más, por lo que hoy día se hace más dolorosa su pérdida.

“Sipán nos demostró que sabíamos poco de los Moche”

Jeffrey Quilter es profesor de la Universidad de Harvard. Allí, junto con Luis Jaime Castillo, arqueólogo de la PUCP, acaba de editar New Perspectives on Moche Political Organization, uno de los más avanzados estudios sobre la cultura Moche. Aquí nos habla de su ciencia y del Perú.

«Cuando era joven, mi papá me llevaba todas las semanas a los museos de Nueva York. Mi madre era inglesa y pasé muchos veranos en Inglaterra, admirando los castillos, las edificaciones romanas, etcétera. Esta combinación de experiencias hizo de mí un amante de la historia, de la ciencia, de la arqueología”. Jeffrey Quilter, arqueólogo de la Universidad de Harvard y experto en la cultura moche, nos habla del inicio de su vocación.

¿Por qué su interés en el Perú?
Cuando era joven me interesaba todo: los egipcios, los romanos, pero en 1965 tuve la oportunidad de ser asistente en un museo de Brooklyn. Allí gané una beca para venir al Perú como alumno de intercambio. Arribé el 21 de junio de 1966, el día que cumplí 17 años. Cuando llegué, me enamoré del Perú, de su comida, de sus habitantes, de su cultura, de todo. Al regresar a los Estados Unidos, ya sabía que me iba a dedicar a la arqueología peruana. Tuve otras ‘novias’, pero el Perú fue la primera, la más importante, y por eso volví 10 años después, en 1976, a trabajar en Chilca.

¿Cómo fue su encuentro con la cultura Moche?
Bueno, nació con mi visita a los museos de Arqueología y Larco, pero creció en los años ochenta con los libros sobre iconografía mochica que estudié. En 1999 visité la Huaca de la Luna, El Brujo y otras huacas de los moche. Allí afiancé mi interés en esta cultura.

En 1987 se descubrió al Señor de Sipán…
Es uno de los puntos de quiebre en la historia de la arqueología mundial, y no solo del Perú. La tumba es valiosa porque muestra a los hombres ricos y sus joyas; pero, además, por la cantidad de información que aporta a la ciencia. Por ello es que creo que su descubrimiento es comparable con el de Tutankamón.

Entonces, Sipán hizo atractiva –para los científicos del mundo– a la cultura Moche…
En cualquier ciencia hay ‘olas’: periodos de gran interés y periodos de desinterés. El descubrimiento de Sipán ha abierto una puerta para ‘reinvestigar’ a los mochica. Hasta los años setenta, muchos investigadores pensaban que ya se conocía todo de ellos, pero Sipán nos demostró que no era así. Ahora tenemos a Cao, a San José de Moro, a la misma Huaca de la Luna. Las posibilidades de investigación son inmensas. Los moche tienen aún demasiado que decirnos. Además, resultan atractivos para todos porque su arte es bastante figurativo, fácil de apreciar. La simbología sí corresponde a los expertos.

Sus estudios van más allá de observar los huacos y las joyas, porque usted trata de conocer, a partir de ellos, su organización política y social…
Hoy, como se dice en Estados Unidos, estamos estudiando a “los indios detrás de las flechas”. En el Perú podría decirse “a las personas detrás de los huacos”, a las personas que los usaban. Cómo era su vida, cuál fue su aporte a la civilización mundial, cómo era su organización política, cómo era su vida cotidiana…

¿Qué han descubierto?
Que sabemos muy poco, que necesitamos saber más (risas). Moche fue, sin duda, una de las más importantes civilizaciones del mundo antiguo. Pero hace 20 años pensábamos que era un Estado uniforme, con el mismo sistema de gobierno desde Nepeña hasta Piura. Ahora sabemos que, casi valle por valle, era un mundo más complicado, con procesos culturales y sociales diferentes. Su mismo desarrollo era distinto, al igual que sus señores. Hay tiempos de síntesis y tiempos de revelación: hoy son tiempos de revelación.

Usted hace ahora ‘arqueología colonial’. Ha encontrado valiosos documentos en Cao…
Hemos encontrado varios documentos antiguos, y en uno de ellos aparece una lista de números arábigos escritos en alfabeto romano –el que nosotros usamos–, pero en una lengua desconocida hasta ahora. La lengua no es muchik y no es quechua. Los cronistas escribieron que en el siglo XVI había una lengua llamada yunga: creemos que esta es la muchik. Pero también se habla de una lengua ‘pescadora’ y de otra, llamada ‘quingnam’, hablada por los mochicas del sur. Como no tenemos un diccionario quingnam ni un diccionario pescador –sí hay un diccionario muchik–, creemos que lo que hemos encontrado quizá pertenezca a cualquiera de estas lenguas. Quizá este sea el primer paso para hablar de una lengua desconocida, pero necesitamos más que este pequeño documento: me gustaría compartirlo con otros científicos.

Gonzalo Pajares Cruzado

Los moches y el fenómeno El Niño: así castigaba al norte peruano el dios Aiapaec

La ‘Argiope argentata’ presenta en su vientre lo que parece el diseño de un rostro humano. (Foto: Wikimedia Commons)

Caprichoso es el dios Aiapaec, principal deidad de los moches. Castigador, temido y adorado, es llamado también el decapitador. Fue adorado como el dios creador, el proveedor del agua. Y como toda divinidad, lo que nos da, también nos lo quita.

Tenaz y belicoso, entre los siglos I y VIII después de Cristo, el pueblo moche excavó canales en medio del desierto para regar sus cultivos y convertir el suelo árido en un fértil valle. Asimismo, palacios, templos y enormes pirámides de adobe dan cuenta de su magnificencia. Pero hacia finales de año 800, esta sofisticada cultura conoció un final repentino. Provocados por drásticos cambios climáticos, una serie de cataclismos naturales afectó las costas donde su sociedad se había desarrollado y fue horadando las bases de su civilización.

Por entonces, el territorio de los mochicas se había extendido al norte, por el valle del río Jequetepeque, siendo sus principales asentamientos San José de Moro y la huaca Dos Cabezas, y por el valle del río Lambayeque, donde se levantaban Sipán y Pampa Grande. Por el sur, ocuparon el valle del río Moche, donde se localizan la Huaca del Sol y la Huaca de la Luna, y el valle del río Chicama, donde se encuentra el complejo ceremonial de El Brujo.

Norte y sur son zonas de gran aridez. Pero los moches vencieron al desierto a través de la irrigación artificial. Con ladrillos de barro, desviaron el agua de los ríos y crearon un tejido de acueductos, muchos de los cuales están en uso hasta hoy. De esta forma produjeron más de treinta variedades de cultivos, que les permitían contar con grandes excedentes agrícolas. Para el arqueólogo Walter Alva, director del Museo Tumbas Reales de Sipán, y una autoridad en la investigación de la cultura Moche, este espléndido sistema de irrigación también tenía un alto riesgo de colapso. “Un pueblo que vive de la agricultura en el desierto está expuesto a estas dos ambivalencias: las lluvias y la sequía. Dos fenómenos contradictorios que al final pueden terminar con una sociedad”, explica.

El arqueólogo Walter Alva recuerda cómo catastróficas lluvias y sequías arrasaron con los moches y otras civilizaciones del norte peruano. Una reflexión para pensar la futura reconstrucción. (Foto: El Comercio/ Karen Zárate)

Sin embargo, en el siglo VI esta sofisticada sociedad construida en delicado equilibrio ecológico empezó a recibir los embates de El Niño y sus precipitaciones torrenciales. Si bien el fenómeno afectaba al norte con regularidad, lo que sufrieron los antiguos peruanos fue un diluvio prolongado, lluvias que asolaron la región a lo largo de treinta años. Las inundaciones contaminaron canales y manantiales, además de erosionar miles de hectáreas de cultivos.

Curiosamente, no se han encontrado en la iconografía moche representaciones de la destrucción propias de las inundaciones. Las manifestaciones de culto y rituales dedicados al agua tienen más bien un significado propiciatorio. Sin embargo, es la arqueología la que sí ofrece señales de afectación en los templos moches a causa de las lluvias torrenciales. “En el caso de Sipán, hemos encontrado que, alrededor del siglo IV, hubo un fenómeno que erosionó fuertemente el monumento, y después hubo una reconstrucción. Siempre encontramos respuestas inmediatas para tratar de recomponer toda la estructura productiva y la arquitectura monumental de los moches”, señala el arqueólogo.

Estas terriblws inundaciones contaminaron los cursos de agua y los manantiales, y erosionaron miles de hectáreas de terreno cultivable. Disolvieron los palacios y pirámides de barro, el lodo arrasó a los poblados construidos con adobe y caña. A las muertes originadas por las inundaciones le siguieron las fiebres y las epidemias.

Según precisan los estudiosos, al diluvio le siguió un ciclo de sequía a lo largo de otros treinta años. En la segunda mitad del siglo V, las aguas que llegaban de los Andes hasta la costa se redujeron al mínimo. Así, a la hambruna originada por la catástrofe agrícola le siguió la desertización. Pocos años después, retornaron las lluvias torrenciales seguidas de nuevas sequías.

Para los moches, la araña ‘Argiope argentata’ era símbolo de fertilidad y de anuncio de lluvias. Por ello aparece en las joyas del viejo Señor de Sipán. (Foto: Pinterest)

Tan dramáticos contrastes climáticos debilitaron profundamente las bases de la economía de la sociedad moche. “El colapso no solo se basa en el sistema productivo, sino en toda la estructura social. Ya la clase dirigente no tiene la capacidad de controlar ni de exigir a la población excedentes productivos. La costa peruana tiene una extraordinaria fragilidad”, explica el arqueólogo.

Se sabe que a fines del siglo VII, un nuevo fenómeno de El Niño arrasó buena parte de los sistemas de regadío cercanos a Pampa Grande y Galindo, abandonándose estos centros rápidamente. La población empezó a agruparse de forma independiente, ya atomizada del sistema político mochica, entonces desmoronado. Por fin, los últimos reductos gobernados por la empobrecida dirigencia moche no fue obstáculo para el crecimiento del Estado Wari, que gracias a su fortaleza militar sumó a su territorio los señoríos costeños y de la sierra central. Sobre las cenizas moches emergió un nuevo imperio.

NO SOLO FUERON LOS MOCHES

Como lo explica Walter Alva, el fenómeno de El Niño no solo se ensañó con los moches, sino que determinó la caída de otras civilizaciones levantadas en la zona. “Es un problema mucho más antiguo”, acota el arqueólogo. “Hemos encontrado señales de eventos catastróficos que incluso hoy sería impensable manejar. Un ejemplo de sociedad que tuvo que abandonar su lugar para trasladarse a otro se dio aquí en Lambayeque, es el complejo Purulén, en el año 1200 antes de Cristo”. En efecto, se trata de un extenso asentamiento arqueológico que comprende una diversidad de características constructivas, arquitectónicas y espaciales. Fue Alva quien en 1983 realizó las primeras investigaciones, llevándolo a identificar plataformas, áreas de desechos domésticos, canteras o sectores de extracción de material pétreo para construcciones, así como terrenos modificados sin identificar, caminos o sendas y cementerios disturbados.

Terribles ciclos de inundaciones y sequías terminaron con la civilización Moche en el siglo VIII d.C. (Foto referencial: Archivo de El Comercio)

En Purulén hubo un gran complejo semiurbano que colapsó. Estamos hablando de un asentamiento con 16 templos y áreas de vivienda, que dependía de la agricultura y de la pesca. Hubo un momento en que el río Zaña cambió de curso y, al hacerlo, dejó inútiles los campos de cultivo. La gente tuvo que abandonar el lugar porque ya no podía sembrar. Pero probablemente también se afectó la pesca. Hay señales de que los monumentos, los templos y las aldeas de los alrededores fueron abandonados de manera violenta, muy rápidamente. Y tras abandonarlo, se dispersaron en aldeas por todo el valle”, explica.

Igualmente, Alva cita el caso del colapso de la cultura Lambayeque, alrededor del año 1100, a causa de un diluvio que destruyó todos los sistemas de riego, seguido luego por sequía. “El Niño ha sido siempre un problema catastrófico”, señala Alva.

Para el descubridor del Señor de Sipán, esta historia de civilizaciones desaparecidas en el norte debe hacernos meditar sobre nuestra actualidad. “Debemos entender que, donde hay ríos secos, volverá a pasar el agua”, afirma. Ese es el gran dilema que tenemos para el futuro, pues casi todas las ciudades de la costa peruana se fundaron sin respetar el patrón de ocupación prehispánico. “Se fundaron siguiendo el patrón europeo, que plantea vivir cerca al río. Pero en nuestros valles, las zonas cercanas al río van a sufrir siempre de inundaciones. Tenemos que pensar con sabiduría y no seguir construyendo en los lechos de ríos secos ni en quebradas. Pero vemos que ciudades como Piura, Chiclayo y Trujillo están siempre expuestas. Es una enseñanza que debemos asimilar y estudiar con cuidado”.

 

Fuente: diario El Comercio

El “patio de las serpientes” en Huaca de la Luna, Trujillo, Perú

El pasado 26 de enero se llevó a cabo la presentación del descubrimiento: “El Patio de las serpientes” en la Plataforma Uhle. Vista desde afuera de la Plataforma, ya se puede notar su sacralidad e importancia a través del decorado de los muros perimetrales del patio. Al oeste observamos a un personaje visto de perfil que se repite a lo largo del muro en procesión hacia el sur, se trataría de la “Divinidad Búho”, considerado como oficiante de funciones rituales relacionadas con el sacrificio humano.

Ya en la fachada del patio, se viene descubriendo relieves tipo volutas. Dentro de la Plataforma Uhle, nos invade la vista una segunda ola de decoración mural tanto al sur como este que refuerzan la idea del tema central del sacrificio en la plaza. Al sur tenemos representaciones de serpientes con cabeza de zorro enmarcados en recuadros a lo largo del muro, lo cual inmediatamente lo relacionamos con: a) los ríos o la lluvia fecundadora de los campos que asegura la cosecha y la reproducción de la comunidad a nivel material y b) escenas relacionadas con el sacrificio de prisioneros.

De otro lado, llama la atención la presencia de 20 pozos al pie del muro sur del patio. Todos se encuentran enlucidos y formados desde el piso de la plaza. No tenemos indicios claros de la función de estos pozos debido a que aún no han sido excavados en su totalidad. Al este, observamos a dos personajes antropomorfizados acostados, uno encima de otro y mirándose como una especie de enfrentamiento. Ambos presentan en su rostro un hocico prominente, con cabellos en forma de volutas y portan un cuchillo ceremonial o tumi en la mano derecha. Todo dentro de escaques que se repiten a lo largo del muro.

Otro dato que impresiona es la gran cantidad de tumbas registradas en la plataforma, 37 tumbas fueron registradas por Max Uhle y 20 tumbas por el equipo dirigido por el arqueólogo francés Claude Chauchat, todas asociadas al estilo alfarero Moche I al V. El patio norte de este conjunto arquitectónico, fue un espacio de importancia sacra, donde probablemente se realizaban rituales funerarios.

Para la temporada noviembre 2016 – junio 2017 se ha planteado la construcción de cubiertas provisionales para dos sectores de huaca de la Luna; una para el conjunto arquitectónico 18 (C.A 18), ubicado al oeste de la huaca y el núcleo urbano moche, y el otro, para el escalón 1 del muro este de plaza 1 en huaca de la Luna.

La primera cubierta que se viene ejecutando es la del conjunto arquitectónico 18,debido a la exposición de las estructuras arquitectónicas que se encuentran en proceso de investigación arqueológica y de conservación, para su presentación a la prensa local y su posterior exposición a la visita turística. Por ello fue necesario, antes de la construcción de la cubierta provisional, ejecutar cubiertas temporales, con la finalidad de proteger las estructuras arquitectónicas con pintura y relieves con iconografía moche (muro sur y este), de las inclemencias climáticas como los rayos solares, vientos, lluvias, entre otros.

Dichas cubiertas temporales fueron acondicionadas de modo tal que fueran desmontadas con facilidad para los diversos fines de la investigación arqueológica, como el registro fotográfico con drones, y así obtener un registro panorámico del área de excavación. Ya para finalizar las excavaciones, se dio inicio a la ejecución de las cubiertas provisionales o tradicionales diseñadas para el C.A 18, empezando por el la cubierta que protegerá el muro sur del conjunto. Dicha cobertura está diseñada con una orientación de sur a norte y abarca desde la cobertura existente en Plataforma Uhle.

Huaca de la Luna: sus secretos al descubierto

Figura 3: Murales Complejos en la Huaca de la Luna

El escenario es sobrecogedor. La majestad de las construcciones se encuentra enmarcada por un paisaje aparentemente inalterable. Parece que el tiempo no hubiera pasado y, sin embargo, son muchos siglos los que nos separan del esplendor de una cultura de la que recién comenzamos a entender su grandeza. Así, la Huaca de la Luna se eleva monumental recordándonos el mundo moche.

Un universo poblado por dioses y personalidades únicas de las que apenas sabemos detalles de sus vidas por lo que sus tumbas nos pueden revelar. Cómo vivían, cómo se expresaban, la compleja estructura social, la relación con el espacio natural y la religiosidad. Son misterios a los que nos podemos asomar a través de «Huaca de la Luna: templos y dioses moches», una publicación que da a conocer lo que han sido 25 años de trabajos de investigación, descubrimientos, restauración y preservación. Un libro que es resultado también del esfuerzo de una serie de instituciones liderada por la Fundación Backus y la ayuda del World Monuments Fund.

EL ESCENARIO LEGENDARIO

Como señala la introducción del libro, cuyo director editorial es Elías Mujica Barreda, la Huaca de la Luna como parte de las huacas moche ya se mencionaba en los documentos coloniales. Pero en términos científicos fue el arqueólogo alemán Max Uhle quien hizo el descubrimiento a fines del siglo XIX. Posteriormente fue investigada por Rafael Larco Hoyle, así como por los arqueólogos del proyecto Chan Chan Valle de Moche de la universidades de Harvard y California. «Sin embargo, hasta 1991, cuando se inició el proyecto arqueológico Huacas del Sol y de la Luna, gracias al apoyo inicial de la Fundación Ford, era poco lo que sabíamos del monumento –afirma Elías Mujica Barreda–. A pesar de su reconocida importancia, las huacas estaban abandonadas y en proceso de destrucción debido a la erosión generada por los agentes naturales, como los vientos cargados de arena marina o lluvias de eventos de El Niño. También contribuyeron a su desatención las actividades ilegales de los huaqueros, profanadores del patrimonio cultural que se remontan a la Colonia. En esa época se formaron empresas para explotar las huacas con la aprobación de las autoridades, según contratos oficiales que pueden leerse en los archivos históricos».

Felizmente las cosas cambiaron. Y hoy podemos decir que la Huaca de la Luna es un trabajo ejemplar en términos arqueológicos y también como resultado de la colaboración de diversas instituciones unidas con un solo objetivo. «Este libro es la culminación de 25 años de trabajo», continúa Mujica Barreda, uno de los impulsores de esta obra y quien no oculta su entusiasmo durante nuestra conversación frente a un ejemplar del libro.

«Cuando la Fundación Backus decide comprometerse con el proyecto con la Universidad Nacional de Trujillo, sabía que era un compromiso a largo plazo. Se trataba de una inversión muy grande y solo pedimos tres cosas: un plan de trabajo, que era imprescindible para entender el proceso; que la inversión que se haga sea para mostrar el monumento al público; y, finalmente, que tuviera impacto en la comunidad», señala.

En el camino, la Backus encontró aliados sumamente importantes para conseguir sus objetivos. Uno de ellos fue World Monuments Fund que participó activamente en el proyecto entre el 2002 y el 2012. Diez años en los que invirtió sumas de dinero realmente importantes. Pero lo más significativo fue que pusieron a trabajar en el Perú un modelo de gestión ejemplar. «Un modelo de gestión que Backus mantiene firmemente», enfatiza Mujica Barreda.

«Se trata de fomentar alianzas con entidades nacionales y extranjeras. Por eso ha sido significativo que la presentación del libro haya sido en el Museo Mario Testino, porque la idea es compartir con nuestros aliados», precisa. Como sabemos, Testino es presidente de World Monuments Fund Perú.

Martha Zegarra, directora ejecutiva de World Monuments Fund, nos dice al respecto: «Es el modelo de colaboración entre instituciones lo que funciona. Lamentablemente el patrimonio está descuidado en todo el país. Tanto el arqueológico como el histórico. Y el Ministerio de Cultura no tiene los recursos para atender esta demanda que es inmensa. Por eso, la Huaca de la Luna es la prueba de que sumando esfuerzos podemos sacar adelante una empresa enorme. Este libro demuestra lo que significan 25 años de alianzas en favor de nuestro patrimonio. Y como dice Elías, es un ejemplo a seguir».

LA CULMINACIÓN DE UN SUEÑO

Al revisar las páginas de «Huaca de la Luna: templos y dioses moches», no podemos dejar de sentirnos atraídos por una serie de descubrimientos que a lo largo del tiempo enfrentan a los arqueólogos con sus propias teorías. Cada vez que surge un nuevo hallazgo, surgen también nuevas pistas sobre el mundo moche.

«Fue un libro muy difícil de hacer porque queríamos contar varias historias a la vez, con un lenguaje sencillo y un diseño atractivo», nos explica el director editorial. «A la vez teníamos que cumplir con nuestros colegas arqueólogos. Porque teníamos que ser capaces de utilizar la información fidedigna de la mejor manera. Para que ambos públicos se sintieran satisfechos. Además, el hecho de que sea bilingüe nos complicó la vida tremendamente».

Pero este libro es mucho más que una publicación atractiva. Es símbolo de un modelo de trabajo y sus objetivos son bien claros, como nos los recuerda Elías Mujica Barreda: «Se habla mucho de este proyecto, sobre todo en el campo político. Se usa como ejemplo en el ministerio y en el Congreso. Y el libro tiene como primer objetivo dar a conocer a la gente qué es la Huaca de la Luna. Cómo la encontramos y cómo está ahora. En segundo lugar es una forma de promover las visitas. ¿Y por qué esto? Porque el turismo beneficia a la ciudad de Trujillo y a toda la región».

Otro de los objetivos, según cuenta Mujica Barreda, es consolidar la Ruta Moche. «No hay una política de Estado al respecto. Todos los que intervienen en cada proyecto y museo hacen lo que pueden, pero no hay el desarrollo de una visión global. Y este libro va a ayudar a cimentar uno de los grandes pilares de esta ruta. Queremos mostrar a los empresarios lo que se puede hacer si se hacen las debidas alianzas. Las investigaciones continuarán y en algún momento tendremos que entregar la posta a nuevas generaciones. Pero hemos logrado algo único en nuestro país y eso no debemos olvidarlo».

 

(El Comercio)

Nuevos importantes hallazgos en Huaca de la Luna, Trujillo, Perú

Nuevos hallazgos se realizaron en la Huaca de la Luna en el denominado «Patio» Uhle». El considerado edificio religioso y ceremonial de la cultura Mochica, se ubica en el distrito de Moche en la provincia de Trujillo, departamento de La Libertad en Perú y corresponde a la reconocida Ruta Moche. Se trata de una «nueva» Plaza ceremonial, ubicada bajo las faldas de la Huaca de la Luna.

Los co-directores del proyecto arqueológico Huacas del Sol y la Luna, Santiago Uceda Castillo y Ricardo Morales Gamarra mostraron el Muro Este con rastros de un decorado en relieve del Degollador y el Demonio Marino; en el Muro Sur 21 representaciones de serpientes; tres tumbas excavadas (siete quedan para ser excavadas en el futuro), así como 20 pozos cuya función aún está por ser investigada.

“Son el conocido como el Dios de las Montañas (el Degollador o Decapitador) y el Demonio Marino, que se enfrascan en una pelea. Se ve que el ganador será el Dios Degollador por la posición dominante encima como ha sido representado”, apuntó en el mismo lugar el investigador Zavaleta Paredes.

Cabe destacar que arqueólogos y conservadores también vienen realizando trabajos de restauración de murales donde se aprecian imágenes de serpiente y el «Dios Degollador».

El importante hallazgo es una plaza ceremonial asociada a una plataforma funeraria que forma parte de lo que ellos llaman Moche IV, y que data aproximadamente del año 650 después de Cristo, revelaron los arqueólogos del proyecto

El hallazgo se produjo al lado norte de la huaca de la Luna, en la denominada Plaza Ceremonial Uhle, que tiene 53 metros de largo por 20 metros de ancho, y estaba cercada por muros policromados de aproximadamente tres metros de altura. Tenía un corredor, una banqueta esquinada, tres accesos y un altar.
En esta plaza se encontraron tres tumbas que aún se encuentran en proceso de excavación, pero que habrían pertenecido a personajes de la élite moche, informó en la víspera el arqueólogo residente Enrique Zavaleta Paredes.
En el proceso de excavación de la denominada tumba uno se pueden ver 20 vasijas, parte de los restos óseos del personaje, pero se espera que se puedan hallar joyas y otros objetos, lo cual advierten que se trataba de alguien muy importante.
En la tumba dos se encontró hasta ahora los restos óseos de un joven de entre 18 y 20 años, al que se le ha encontrado tres objetos de cobre, y la tercera tumba hasta el momento se ha desenterrado parte de una vasija en forma de un búho, pero apenas es la primera fase de la excavación.
“Esta es la primera vez que encontramos una plaza asociado a una plataforma funeraria, porque representa todo un reto para poder explicar todo ello. Tendremos que acudir a información etnográfica, bibliografía y cronistas para encontrar respuestas”, indicó Enrique Zavaleta Paredes.
El arqueólogo preciso que en la plaza se han encontrado 10 tumbas, pero solo tres son las que se van a excavar en esta oportunidad.
Muros policromados
De los cuatro muros que rodeaban la plaza, el muro sur posee pinturas policromadas que representan el combate entre dos deidades: el dios Aiapaec y el dios Marino. En la figura se observa que el primero se encuentra encima del segundo, lo que representa la superioridad del Dios moche.
En el muro oeste se encontró relieves de 21 serpientes que estaban decoradas con varios colores. Según Zavaleta, la serpiente estaba asociado al tema de la fertilidad, así como la sangre de los propios muertos que estaba asociada a darle vida a la tierra para prospere, para que haya más cultivos.
Pozos misteriosos
Lo que aún es un misterio para los arqueólogos son los 20 pozos que se han encontrado al costado del muro con relieves de serpientes, debido a que todos estaban vacíos y solo uno presenta sus paredes quemadas, por lo que aún se desconoce cuál habría sido el motivo por el que se hicieron esos huecos en esa parte de la plaza. Cada pozo tiene un metro de profundidad por 60 centímetros de diámetro.
Más turismo
Este nuevo descubrimiento formará parte del nuevo circuito turístico de Huaca de la Luna, y será el primer lugar que los turistas vean de todo este complejo arqueológico, informó Santiago Uceda, codirector del Proyecto Huacas del Sol y la Luna.
“Este proyecto de investigación es financiado con canon minero de la Universidad Nacional de Trujillo, cuyo presupuesto es de un millón 200,000 soles, que permite trabajar desde noviembre del 2016 a marzo del 2017, en proyectos arqueológicos en tres puntos, y uno de ellos es esta plaza ceremonial”, informó.
Uceda agradeció también el apoyo del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo, a través del Plan Copesco, El Ministerio de Cultura, la World Monuments Fund, la empresa Backus y la Municipalidad Provincial de Trujillo que ha ayuda con 90,000 soles.
Por su parte, Ricardo Morales, codirector del Proyecto Huacas del Sol y la Luna, informó que entre enero y diciembre del año 2016, la Huaca de la Luna recibió 134,000 turistas lo que significó un crecimiento de 8 por ciento respecto al 2015.
“Esperamos que con estos importantes hallazgos el número de visitantes aumente, ya que los moche aún tiene mucho que mostrar al mundo y esto es prueba de ello”, anotó.