Canta no solo encanta, también sorprende. Y esta vez lo hace con una sierra boyante, lagunas de colores impensados, truchas sabrosas y restos arqueológicos que despiertan admiración por sus antiguos pobladores. No hay que viajar tan lejos para cambiar de mundo.
Muestro una fotografía de un hermoso campo con terrazas de cultivos, en cuyo fondo serpentea un río cristalino y pregunto a la gente qué lugar creen que es. Algunos dicen que parece Cusco, otros Tarma, Huancayo y así se engrosa un largo etcétera.
Mi estimado Juan, nos vamos para Huaros, me dice e inmediatamente me viene el recuerdo de mi abuela, que en muchas tardes de invierno, cuando la humedad enmohecía las ventanas, escuchaba en su destartalada radio el programa “Mi Huaros querido”. Es allí mismo a donde vamos.
El distrito no está muy lejos de la ciudad de Canta. Apenas 35 minutos nos separan de nuestro destino y su población asentada entre verdes terrazas, de amabilidad y generosidad notables. Es un privilegio estar acá y puriicarme con su límpida atmósfera.
A diferencia del invierno capitalino, la sierra deslumbra con ese sol cordillerano que le es tan propio e ilumina con fuerza la tarde de este primer día. A estas altitudes (Huaros está a 3,583 msnm) el sol, más que calentar, entibia y lo agradezco.
Visito la piscigranja comunal de truchas y veo todo el proceso productivo que está generando una buena alternativa de negocio asociada al turismo en el lugar. Miro los cientos de peces y me los imagino acomodaditos en un suculento plato. Paciencia que ya viene.
Con la noche llega la recompensa. Me traen un generoso plato con una desbordante trucha frita acompañada de las tradicionales papas nativas y, de ley, un humeante cafecito. Lo justo para un buen descanso.
Dama vanidosa
Segundo día y Chano ya está esperando en el hall del hostal. Un poderoso desayuno, con pancito canteño, una dadivosa porción de queso de la zona y un delicioso caldito de gallina brindan la energía que necesito. Simplemente delicioso. “Juancho, ahora a lo más alto de esta linda tierra”. Y yo, diligente, le acompaño. El día no podía estar mejor, el cielo intensamente azul, despoblado de nubes, permite que el astro rey inunde con la fuerza de sus rayos todo alrededor.
Trepamos hasta llegar a los 4,500 metros, el reino de la puna, del ichu, del hielo, que otrora parecía perpetuo, pero que hoy cuenta otra historia: la de la inmisericorde desglaciación.
Llegamos y la joya acuática de Huaros y de hecho, de todo Canta, se presenta cual dama vanidosa: la maravillosa laguna Chuchón, que se despliega en una hondonada rodeada por las imponentes paredes de la Cordillera de la Viuda.
Laguna de los siete coloresEl lugar es magnífico. El viento sopla impetuoso y el frío, a pesar del brillante sol, se regodea sin permiso alguno. Pero la verdad, en este momento me interesa poco el frío, más es gozar del magistral panorama. Allí, muy cerca, otra gema natural. No cabe otro nombre para ella más que laguna de siete colores. Y es que es así, al contemplarla se comprende su literal denominación, además de quedar extasiados con su belleza.
Ante tanta bendición, honramos a la Pachamama con un merecido pago a la Madre Tierra. El maestro reparte hojitas de coca para presentarlas a los Apus, señores y espíritus de las montañas. Luego son enterradas, en agradecimiento ante lo que la naturaleza nos permite vivir.
Laguna de ChuchónTerrazas y precipicios De retorno a Huaros y por ahí, medio oculta al borde de la carretera, refulge Torococha, otro de los espléndidos espejos de agua huarosinos, de un ininito color turquesa. En lo más alto, como una enorme columna vertebral, el aniteatro de montañas de la Cordillera de la Viuda, aún alimenta al río Chillón. La puna queda atrás y las terrazas que cuelgan ante los precipicios vuelven a enseñorearse de las laderas.
Me dicen que ya va siendo tiempo para regresar a mi bulliciosa Lima ¿Cómo? No pues, déjenme un ratito más, déjenme respirar la pureza de este aire, saturarme de su energía. Ya habrá momento para retornar a mi ciudad. Por ahora, solo déjenme gozar de toda esta maravilla.
Herencia de los Atavillos
Al día siguiente, muy temprano vamos hacia uno de los legados pétreos de Huaros. A unos minutos del desvío que sube al pueblo, una media hora de caminata en regular subida, un par de huancas del antiguo ayllu de Aynas nos dan la bienvenida. Son herencia de los bravos Atavillos.
Varias edificaciones, algunas prácticamente devoradas por la maleza y otras que agradecen la restauración llevada a cabo en 2006 por la comunidad belga, se reparten en un gran promontorio: casas circulares, murallas, torreones, pilares que se incrustan en las laderas, forman un impresionante conjunto. Miro en silencio y me sorprendo ante la solidez de aquellos edificios que seguirán resistiendo los embates del tiempo.
Datos:
CÓMO LLEGAR: Transporte Lima – Canta, altura puerta 4 de la Universidad Nacional de Ingeniería y colectivos en el kilómetro 22 de la Av. Túpac Amaru, paradero Trapiche – Carabayllo. En Canta hay movilidad a Huaros.
CLIMA: Por la mañana hay gran radiación solar y por la noche la temperatura desciende considerablemente. Llevar bloqueador solar y ropa de cómoda. Si bien por la mañana puede hacer algo de calor, no deje de abrigarse .
INFORMACIÓN DE CONTACTO:
Comuníquese con el encargado de promoción turística de Huaros, Pablo Villafuerte, al 992822772.
Texto y fotos:
Juan Puelles, Revista Lo Nuestro – Andina