Todo empezó a finales de octubre de 1994. Entonces, la doctora Ruth Shady junto con un equipo de jóvenes arqueólogos de la Universidad de San Marcos llegaron al extenso valle de Supe, al norte de Lima. Los guiaba solo una sospecha: ahí, entre la pampa desértica, a la que pocos investigadores le prestaban atención, se ocultaban vestigios de sociedades precolombinas muy antiguas que podían dar nuevas luces sobre nuestro pasado milenario.
El tiempo no solo les dio la razón, sino que se sobrepasaron ampliamente sus expectativas. “Yo había leído las prospecciones del arquitecto Carlos Williams en Supe, pero no pensé que se trataran de monumentos tan antiguos”, dice Ruth Shady mientras recuerda esos primeros fines de semana de exploración en Caral, cuando, con sus estudiantes, tenía que armar una carpa en medio de la nada para pasar la noche.
La historia del descubrimiento de la ciudad sagrada de Caral es también el relato de una incansable búsqueda de subsistencia y apoyo económico. “En estos 19 años hemos tocado todas las puertas posibles y a veces, cuando conseguíamos sensibilizar a los gobernantes, venían cambios de autoridades y todo volvía a fojas cero”, cuenta la investigadora.
LOS PRIMEROS AÑOS
¿Qué le hizo prever que ahí, en el valle de Supe, se escondía algo importante?
Yo había leído los trabajos de Paul Kosok sobre la importancia de las sociedades costeñas, entre ellas las de Supe. También había visto una tesis de un colega norteamericano sobre el sitio de Áspero, donde se definían sociedades precerámicas con una arquitectura monumental. Sin embargo, cuando me encontré con algo tan impresionante como Caral, pensé que era de un período más reciente, contemporáneo a Casma o Chavín. Pero, después de dos años de prospección, me di cuenta de que estábamos frente a un hecho histórico diferente. Entonces, ya tenía a Caral metido en el alma y solo quería definir de qué período databan esos asentamientos.
¿Usted ha contado que tuvo que tocar muchas puertas para lograr que las autoridades políticas y académicas se interesaran en Caral?
Hasta el año 2001 trabajé con pequeñas ayudas de la Universidad de San Marcos. El rector de entonces, Manuel Paredes, visitó Caral y quedó impresionado con lo que vio, y, como era directora del museo de arqueología de la universidad, podía llevar los fines de semana a estudiantes voluntarios para realizar excavaciones.
En el 2001 visitó Caral el entonces ministro de Educación Marcial Rubio y su esposa, Margarita Gisecke, una colega mía que lamentablemente ya falleció. Ellos quedaron maravillados y recuerdo que me dijeron “esto tiene que verlo el presidente”. Dos semanas después, el propio presidente Valentín Paniagua y sus ministros estaban en Caral. Los hice caminar hasta las 4 de la tarde. Fue una experiencia sin parangón. Al final, el presidente me preguntó qué necesitábamos para dar a conocer Caral al mundo. Le dije que queríamos convertir este patrimonio en un motor de desarrollo para la población local, gente rural dedicada mayormente a la agricultura. Así, empezamos a tener un presupuesto para las investigaciones en Caral, que después, con el cambio de gobierno, tuvimos que volver a negociar y pasamos a depender del Instituto Nacional de Cultura, donde estamos hasta el presente, ahora como parte del Ministerio de Cultura. Son 19 años en los que, con mucho esfuerzo de todo un equipo, hemos puesto en valor el monumento, pero también hemos continuado las tareas de investigación y de conservación, no solo en Caral, sino en 11 sitios en los que estamos trabajando a la fecha.
¿Cómo fue el momento en que se confirmaron las pruebas en el extranjero y se anunció la antigüedad de Caral?
Fue en un encuentro en Chicago, donde unos colegas de Estados Unidos se me acercaron y me propusieron ayudarme para obtener los fechados de los monumentos de Caral. Antes ya había remitido pruebas a Alemania, pero no obtenía los resultados. Estamos hablando de 1999 y, como no tenía presupuesto, acepté el ofrecimiento. Mi sorpresa fue que, después de un tiempo, cuando se anunciaron los resultados, ellos se presentaron ante el mundo como los investigadores de Caral. Fue una experiencia terrible y solo me quedó defender los derechos que consideraba nos correspondían después de tantos años de trabajo. Comprendí entonces que existen malas intenciones y celos, sobre todo cuando se cambian paradigmas históricos.
Fuente: El Comercio