Bajando por el valle desde las alturas, o caminando a lo largo del litoral, la vi- sita a los templos de Pachacamac devino, a lo largo de los siglos, en un ritual fundamental para los habitantes de los Andes centrales, convirtiendo a Pachacamac en uno de los santuarios más importantes de la costa prehispánica.
Estas visitas rituales se prolongaron por más de mil años, generándose así una larga historia de ocupación de un espacio de culto privilegiado, ubicado cerca del mar y del valle, de las lomas y las lagunas.
Entre otras razones, esta voluntad de acudir al oráculo de Pachacamac tenía como sustento la vivencia de abundantes sismos menores y el consiguiente temor de futuros terremotos que solo una deidad mayor podía controlar. De hecho, diferentes sismos han sido uno de los principales factores de degradación y colapso de las estructuras del sitio. Así se fue gestando un oráculo que protegiera a los pueblos y las gentes del furor de la naturaleza, y al cual había que adorar en su templo.
Remodelado a lo largo del tiempo, el santuario, convertido complementariamente en centro de administración estatal, culminó su transformación durante la ocupación inca, bajo la cual se defi nió un patrón de asentamiento que regulaba y restringía el acceso a determinados recintos y construcciones, concorde con una concepción del espacio sagrado protegido, delimitado por murallas circundantes y calles de circulación que ordenaban el tránsito de los peregrinos.1
Entorno natural y paisaje cultural sacralizado
Situado en una zona costeña de oasis paralelos surgidos en las riberas de tres impor- tantes valles relativamente próximos –Chillón, Rímac y Lurín–, el santuario se ubica, a lo largo de unos 600 m. de la línea de playa del litoral marino, en el extremo occidental de un imaginario eje simbólico que tiene, al otro extremo, a Pariacaca, apu tutelar de las sociedades asentadas en la sierra vecina de Huarochirí. El camino principal, Qhapaq Ñan, permitió vincular estos dos polos simbólicos, conectándose con la compleja red vial que los incas ampliaron y perfeccionaron en los Andes, y por la cual discurrían los peregrinos que iban y venían de Pachacamac. Vinculado a este camino principal, que unía el valle con las alturas de Huarochirí, existía un camino, sobre la margen derecha del río, que bajaba hasta Pachacamac desde las alturas de Pariacaca, y cuyo último tramo aún conserva un muro de tapia con una vereda, asociado a la cuarta muralla, en la cual la portada de ingreso al santuario es conocida como portada de la sierra.
El santuario de Pachacamac se emplaza sobre una vasta llanura y un afl oramiento rocoso cubiertos por arena de origen eólico, limitados por el oeste con un área de lagunas y humedales. Al norte confi na con las Pampas de Atocongo y el “tablazo” de Lurín, al sur con el valle y el delta del río Lurín. Asociadas simbólicamente al santuario existen dos islas: la más grande –isla de Pachacamac– materializa la deidad femenina Cavillaca, original de la sierra, mientras que la más pequeña –peñón de Pachacamac– representa a la hija de esa deidad.2 En sus orígenes existió en la franja costera una gran albufera, de cuya lenta desecación han sobrevivido pequeños humedales y la laguna de Urpiwachaq.3 Este ecosistema acuá- tico fue determinante para la formación y el crecimiento del complejo de Pachacamac,4 puesto que favoreció el asentamiento de los primeros pobladores en sus márgenes al surtirles de abundantes recursos agrícolas y faunísticos.5
Mito y realidad se aúnan para iluminarnos sobre un pasado histórico del que tenemos claroscuros importantes. El manuscrito quechua de Huarochirí dejó testimonio de que Urpiwachaq, deidad de las especies marinas y los peces, era considerada la esposa de Pachacamac.6 Otros mitos vincularon la laguna de Urpiwachaq con la leyenda costeña que atribuía a Cuniraya la creación de los peces, cuando arrojó un cántaro lleno de estos, propiedad de la diosa Urpiwachaq, quienes así poblaron los mares. Quizá los pescadores, en sus trueques de pescado con la serranía de las quebradas de Lurín y Lima, narraron entre pesca y pesca que en las zonas cordilleranas se adoraba a cinco hermanas de Pariacaca, una de las cuales era Urpay Wachaq o Urpiwachaq.7
El emplazamiento costero del santuario favoreció entonces una estrecha relación con la sierra, sirviendo de enlace entre sus recursos y los del océano PacÍfico. Los materiales culturales recuperados en las sucesivas excavaciones efectuadas en el santuario permiten concluir que sus habitantes fueron capaces de incorporar en su dieta e iconografía cosmogónica diversas plantas, peces y crustáceos, refl ejados en soportes de cerámica, madera y piedra, o en los murales del Templo Pintado.
La importancia económica y cultural de estos recursos se refl eja igualmente en su dominio del mar, de las técnicas de pesca y extracción de moluscos, así como –debemos suponer– la construcción y uso con destreza de balsas. Por su parte, la agricultura se extendía por las riberas del río Lurín y las lomas cercanas permitían una cosecha y recolecta abundante en épocas de invierno húmedo. La crianza de camélidos completaba la explotación agrícola, dotando a sus pobladores de proteínas animales y de medios de transporte para sus intercambios con regiones serranas u otros oasis costeños.8
El espacio sagrado
La delimitación sagrada del santuario comienza al borde de la actual pampa desér- tica, donde es posible apreciar los restos de una antigua muralla exterior, conocida como tercera muralla, que mantiene aún un acceso, construido con piedras labradas y adobes, en el mismo eje que se une a la calle norte-sur, nombrada como Portada de la Costa. Esta pampa albergaba en la época inca “talleres de breve uso y campamentos”,9 además de cementerios. Investigaciones desarrolladas en esta zona han demostrado que las estructuras ubicadas en ella remiten al final de la época pre- hispánica, son de carácter superfi cial y tuvieron un uso estacional.10 Sin embargo, como menciona Eeckhout,11 los datos de las últimas excavaciones en la zona “dejan en suspenso el carácter exacto de la ocupación”. El perímetro de la tercera muralla está aún por dilucidarse,12 pero debió dividir el epicentro ceremonial de los suburbios y centros artesanales, afi rmando una separación simbólica de las actividades y relaciones humanas dentro y fuera del mismo.
Cercando propiamente el santuario, la segunda muralla envuelve en forma de “L” la Plaza de los Peregrinos, la Sala Central, al menos quince pirámides con rampa y las principales vías de circulación, como las calles este-oeste y norte-sur, además de otras edifi caciones menores. En algunos sectores aún se pueden apreciar sus muros con más de 3,5 m. de altura, cuyo espesor alcanza los 3 m. Es posible afi rmar que delimitaba la zona con la mayor concentración de edificaciones del santuario, quedando al exterior de ella áreas de producción,13 restos de unidades domésticas o variados residuos, evidencias de la presencia de un hábitat destinado a ser el alojamiento temporal de peregrinos que se detenían y descansaban de su largo caminar a la espera de ingresar al santuario, al cual acudían desde tierras lejanas buscando la intermediación de los dioses ante los embates de la naturaleza y el cambio climático. Con todo, y al parecer de Shimada y otros autores,14 “la ocupación prehispánica en este sector fue relativamente reciente, de corta duración y de poca densidad”. Según este autor, el acceso entre los sectores I y II estuvo fuertemente controlado tanto en tiempos ychsma como inca, y que fue el estado inca el que reorganizó el área de la entrada al Recinto Sagrado; es posible, entonces, que el pasadizo oeste de la Plaza, ubicado al final de la calle norte-sur (Sala Central), fuera construido por los incas para controlar el acceso de los peregrinos y adecuar la zona ante la probable llegada masiva de peregrinos en determinados momentos o ceremonias.15
La primera muralla es la de menor extensión perimetral y encierra lo que podría- mos considerar el área sagrada propiamente dicha del santuario, pues en ella se concentran el Templo Viejo, el Templo Pintado o de Pachacamac con un extenso ce- menterio que yace a sus pies, y el Templo del Sol. Serpentea a lo largo de casi 1.520 m. y se halla compuesta de muros con secciones de variadas alturas y hasta 2 m de amplitud, que demarcaban un amplio espacio abierto a los templos y al mar. Su construcción data con toda probabilidad de la época inca.16 El ordenamiento espacial final del santuario incluía dos amplias calles como ejes de circulación: la calle norte-sur y la calle este-oeste. Desde el ingreso a través de la segunda muralla hasta la plaza donde desemboca, situada frente a la zona sa- grada de los templos, la calle norte-sur tiene una longitud de aproximadamente 431 m. y un ancho variable de 4 a 6 m., encajonada por muros laterales que alcanzan una altura variable de entre 3 y 7 m. y un espesor de alrededor de 3 m.; a través de ella se accedía a algunas pirámides con rampa. Desde 2009 se han reemprendido las investigaciones, iniciadas en la década de 1960, con el objetivo de defi nir la secuencia ocupacional y constructiva, así como la función de las estructuras asociadas a la calle. Si bien algunas evidencias apuntan que la avenida sufrió importantes modificaciones durante el imperio Inca, lo cierto es que continuó siendo el principal acceso al santuario hasta la llegada de los españoles.17 El equipo de investigación del Museo de sitio de Pachacamac, en excavaciones realizadas en 2013, en la entrada a una plaza de recibimiento –llamada Sala Central–, pudo comprobar que el ingreso estaba ricamente ornamentado con pintura mural similar a la que exhibe el Templo Pintado, tales como peces geometrizados, delineados en negro y pintados en colores rojo y amarillo; esta pintura mural debió completar la sacralización del espacio, constituyendo un importante hito en el camino hacia los templos y plazas del santuario.
Un recorrido de larga duración por Pachacamac
Las primeras ocupaciones del valle bajo del río Lurín pueden datarse en torno al 5000 a.C., por grupos de cazadores, pescadores y recolec- tores. Durante el periodo Formativo (1800 a.C.-200 d.C.) aumentó la densidad demográfi ca, gracias a la mejora en la efi ciencia para obtener recursos alimentarios o artesanales de todo tipo (texti- les, mates, útiles de hueso o madera…), tal como evidencian una serie de sitios y cementerios de ese periodo construidos a lo largo del valle bajo y medio, entre otros Mina Perdida, Cardal y Manchay.
El hecho de que compartieran un modelo construc- tivo extendido a lo largo de la costa central nos lleva a considerar que las interrelaciones culturales e intercambios económicos se habían afi anzado y dado lugar a una suerte de equilibrio entre las tradiciones locales y los rituales pan-costeños. Si bien no puede hablarse de la existencia de un centro ceremonial de la entidad que tomaría importancia en épocas posteriores, sabemos que alrededor de 200 a.C. la inmensa pampa desértica donde hoy se ubican las principales edifi caciones era utilizada como cementerio de pobladores cuyas actividades prioritarias eran, con toda seguridad, la pesca, la agricultura y la explotación de las lo- mas. Ello lo podemos inferir de su cerámica, conocida como “estilo El Panel”, caracterizada por la elaboración y el uso de botellas escultóricas en forma de aves y felinos. Estos primigenios pobladores confeccionaron también artefactos de cobre y expandieron sus tierras agrícolas hacia las lomas. En buena medida, aquella base económica, agropecuaria, pesquera y artesanal diversifi cada, les permitió acomodarse a los cambios que debió ocasionar la pérdida de infl uencia y el declive de los grandes centros ceremoniales con templos en U, asentán- dose preferentemente, como pequeños grupos independientes entre sí, en aldeas ubicadas en las laderas y cumbres.
Los albores del santuario: la cultura Lima
La conversión de Pachacamac en “un importante centro de poder en la costa”,18 nos remite inicialmente a la construcción de un pequeño centro religioso por parte de grupos identifi cados culturalmente como “Lima”,19 que se desarrolló desde comienzos de nuestra era hasta mediados del primer milenio. El área ocupada tuvo como eje principal el Templo Viejo y otro templo existente en el lugar que sería luego cubierto por el Templo del Sol inca.20 Los asentamientos de la cultura Lima se distribuyeron a lo largo y ancho de los valles sucesivos de Chancay, Chillón, Rímac y Lurín, y se constituyeron como unidad cultural regional sobre la base de la explotación de los recursos de aquellos fértiles valles y de los abundantes recursos marinos de sus costas. Sus huacas y vestigios materiales apuntan al surgimiento de formas tempranas de gobierno centralizado, que pudo arti- cular los intereses de los grupos locales de las diversas cuencas, con una cosmovisión compartida y creadora de una identidad propia.
Entre el 300 y el 500 d.C. –Lima Medio– surgieron en Pachacamac los primeros grandes edifi cios públicos, técnicamente resueltos la superposición de millones de pequeños adobes cúbicos hechos a mano, conocidos como “adobitos”, y dispuestos a manera de librero, como en el Templo Viejo; también podemos encontrarlos en los templos de los sitios de Cerro Trinidad, en el valle de Chancay, o en Cerro Culebras, en el valle del Chillón.
Hacía fi nes del periodo Intermedio Temprano e inicios del Horizonte Medio (600-700 d.C.), la forma de los adobes mutó hacia otros más pequeños y planos, similares a los que se utilizaron para construir las huacas Pucllana y San Marcos, ambas en el valle del Rímac.
Los asentamientos humanos tomaron, por el contrario, forma de sectores habitacionales o edifi caciones de mediana envergadura, dispuestos en las laderas y cimas de algunos cerros principales inter-valles.
Las sucesivas construcciones y superposiciones de edifi cios que caracterizan la historia del santuario de Pachacamac nos obligan a recordar que muchas de las evidencias de ocupación Lima subyacen debajo de construcciones posteriores, tal como ocurrió con el Templo del Sol, edifi cado sobre un antiguo templo Lima. Estas superposiciones hacen especialmente difícil, dadas las características constructivas, indagar sobre los restos de cultura material que nos permitirían inferir los usos y rituales de sus sacerdotes y visitantes.
Los grandes templos emergentes: el Templo Viejo
El Templo Viejo, junto con el Templo del Sol, es el edifi cio de mayor complejidad y ta- maño construido a lo largo de la historia milenaria del santuario. Estuvo en funciones a partir de los primeros siglos de nuestra era hasta el siglo IX d.C.21 Su edifi cación imponente fue posible por la movilización de miles de operarios para elaborar mi- llones de adobitos, y luego para erigirlo. Si pensamos en la realidad de la época, el ingente esfuerzo debió responder a una devoción extensa y consolidada, y a dinámicas colaborativas para rendir culto a alguna divinidad (¿Pachacamac?), cohesionando a sus feligreses a través de formas de tributo de las gentes costeñas en especies y/o trabajo, a un dios y unas élites teocráticas hegemónicas. La monumentalidad de la construcción y la complejidad técnica implican estudiarlo en su conjunto. En la actualidad se tiene un conocimiento parcial sobre él.
No hay consenso entre los investigadores sobre el trazo de su planta o su simbología. Para unos tiene forma de Spondylus22 y resume una compleja historia de construcción y uso de espacios arquitectónicos. Su estructura se ca- racteriza por un ingreso principal, un pasaje de acceso a la cima, el patio central, el corredor de acceso a la plataforma superior con recintos y los caminos exteriores en los frentes norte y sur.23 En la cúspide del templo existió un gran patio rectangular, constituido en el ambiente más importante, cubierto con un techo de caña y soguilla sostenido por postes de madera.24 En sus lados suroeste y noroeste se dispusieron ban- quetas, probablemente techadas, como se infi ere de los restos de troncos de huarango, molle y otros árboles hallados y usados a modo de columnas decoradas con pinturas policromas. Podemos imaginar que este patio superior era el escenario de eventos ri- tuales vinculados a la prevención o apaciguamiento del “fenómeno del Niño”, como se deduce del hallazgo de ofrendas de valvas completas de Spondylus en hoyos cavados en la cima del templo.25 En general, estos Spondylus fueron también depositados como ofrendas en la base de diversas construcciones posteriores o incrustadas en los muros de la calle norte-sur, o de algunos edifi cios como el Templo Pintado y en la pirámide con rampa 12, entre otros.26
Es oportuno resaltar en este apartado la importante presencia de lo que era conside- rado el principal alimento de todas las divinidades andinas, el “mullu” (Spondylus sp.).
Esquirlas o fragmentos de Spondylus fueron insertados en la superficie de otros sectores, lo que remite a la tradición andina de moler el Spondylus o mullu y esparcirlo en el suelo, las lagunas, los nevados y otros lugares sagrados, como parte consustancial de las ceremonias de ofrenda a las divinidades.
En otros casos, el mullu se incluía dentro de envoltorios-ofrenda, y algunas veces dentro de sus valvas se dispusieron mine- rales o pequeños objetos votivos. También se han encontrado fi gurinas de Spondylus como parte de los presentes a las divinida- des; además, se asoció a los objetos que acompañaban a un difunto en su tránsito al más allá, como muestra el hallazgo en el siglo XIX de valvas de Spondylus junto a joyas y cuentas de semilla (Sapotacea), en un entierro ritual de un puma, proba- blemente de época pre-incaica.27.
En consecuencia, podemos concluir que el mullu fue omnipresente entre los objetos de alto valor simbólico entregados a Pachaca- mac, lo que podría indicar que uno de sus principales atributos fue la protección ante el cambio climático que comportaba el “fe- nómeno del Niño” y sus subsecuentes crisis de subsistencia y demográfi cas debidas a los grandes ciclos epidémicos que comportaba, y la afectación de terrenos agrícolas por las avenidas, o de pérdida de fauna marina o terrestre ocasionada por el cambio en la temperatura de las aguas marinas.
Al declinar del Templo Viejo y de la sociedad que ejercía el poder político en este momento en la zona, le sucede un periodo en que se introduciría en la región central la tradición de la cerámica Nievería, caracterizada por su fi na confección, acabado pulido y brillantes colores anaranjado, rojo, negro y gris. Esta tradición coincidió tem- poralmente con la llegada de la infl uencia del estado Wari, desde la actual región de Ayacucho a la costa.
En resumen, se mantuvo una larga tradición de ofrendas al Templo Viejo durante casi mil años, a lo largo de los desarrollos regionales (200-550 d.C.) y hasta tiempos incaicos (1470-1533 d.C.), cuando ya había sido ofi cialmente abandonado como lugar ceremo- nial pero persistía, a través de ofrendas, el fervor hacia su carácter benefactor; entre los exvotos depositados destaca una ofrenda masiva de ciento treintaicinco vasijas de estilo Wari-Pachacamac (800 d.C. aproximadamente), así como varios depósitos genéricos y sin datación precisa de conchas Spondylus, además de una gran manta policroma de estilo inca.28
La expansión imperial Wari desde la sierra a la costa
Una vez consolidado su poder sobre la región de la actual Ayacucho, los wari ocu- paron, alrededor de los años 600-700 d.C., las quebradas y valles bajos costeños aledaños. Su expansión político-militar se superpuso a tradiciones locales, pero no las liquidó de forma abrupta, tal como se muestra en la ocupación de Huaca Malena, importante cementerio de esta época en Asia, provincia de Cañete.29 Posteriormente siguieron su trayectoria expansiva hasta la costa norte, donde se impusieron sobre lugares clave Moche. Se puede afi rmar que, hacia el año 700 d.C., durante el periodo del Horizonte Medio, el santuario dejó de ser un centro religioso meramente local o comarcal para convertirse en un espacio sagrado de mayor infl uencia en otras regiones.30 Los wari se mostraron proclives en Pachacamac a adaptar sus propios cultos a las tradiciones costeñas. Si en la ciudad capital de Wari predominaron los templos con planta en D, en Pachacamac construyeron su particular oratorio, probablemente un edifi cio que debió estar debajo del Templo Pintado.
No fue el único edifi cio que los Wari construyeron en el santuario. Al parecer, a inicios del Horizonte Medio se amplían las edifi caciones en el templo llamado por los arqueó- logos de Urpiwachaq, y se construyeron otros con los característicos adobes planos y cuadrangulares, como muestra una plataforma escalonada cimentada con piedras y adobes planos, que se emplazó en el lado oeste del santuario, en las inmediaciones de la Plaza de los Peregrinos. Sin embargo, existen pocas evidencias arquitectónicas en superfi cie de los mismos ya que otras ocupaciones las recubrieron o las rehicieron en interés propio. A pesar de estas limitaciones, la presencia wari en el santuario tiene otros dos grandes referentes: un gran cementerio al pie del Templo Pintado y, de otra parte, la representación tallada en madera de la supuesta divinidad principal.
El extenso cementerio, excavado por Max Uhle en 1896 a los pies del Templo Pintado, expresa la importancia asignada al santuario y la confi anza de las élites wari en su intercesión para asegurarse un tránsito promisorio al mundo de los muertos. Se trata de una de las necrópolis más signifi ca- tivas de la costa, con grandes entierros pertenecientes a importantes personajes, engalanados con fi nos tapices, indicativos de su alto estatus, y por lo general con la colocación, en la parte superior del paquete funera- rio, de una escultura de madera a manera de falsa cabeza, en la cual destacan una pronunciada nariz, ojos y boca.
Pachacamac tomo forma en el Templo Pintado
Según Francisco de Jerez, Hernando Pizarro destruyó el ídolo principal de Pachacamac en su afán de erradicar los cultos andinos. En 1938 se rescató un madero talla- do que hoy día se le conoce como el ídolo de Pachacamac, que presenta características netamente wari. El testimonio apuntado, así como las evidencias estilísticas de la imagen que se conserva hoy en día, remiten a la existencia de varias corporeidades de las deidades que se veneraron en Pachacamac, aunque desconocemos si coexistieron o fueron sucesivas advocaciones impuestas por los distintos ocupantes del santuario.
El ídolo recuperado es una escultura tallada en una madera cilíndrica, y representa a un personaje bifronte opuesto por la espalda.
Los diseños wari representados en la deidad de Pachacamac aparecen también en tejidos, mostrando una fuerte interacción entre la costa y la sierra, y de forma muy particular con la costa norte. Recordemos que los tejidos en esta época jugaron un papel fundamental en la transmisión de ideas políticas y religiosas. La iconografía wari modifi có asimismo los estilos cerámicos locales, introduciendo elementos iconográficos policromos característicos de dicha cultura.
Pachacamac bajo los Ychsma31
Alrededor de 1100 d.C. Pachacamac dejó por un tiempo de ser un centro ceremonial de infl uencia en los Andes centrales para volver a ser, como en tiempos de la cultura Lima, un centro religioso nuclear para las gentes de la costa central. La pérdida de infl uencia o colapso Wari fue seguida, entre los siglos XI y XV, de la ocupación de los valles de Lurín y Rímac por poblaciones sujetas políticamente al llamado señorío de Ychsma,32 que gobernaba un conjunto de pequeños curacazgos, cuya población se diseminaba por las riveras de los ríos en los valles citados.
Tal realidad se trasladó al urbanismo, dando lugar a varios centros administrativos dis- puestos a lo largo de la parte baja de la cuenca del río Lurín, entre los cuales destacan Tijerales, Pampa de Flores y Panquilma, entre otros.
Pachacamac devino en el principal espacio religioso Ychsma, respetando a la vie- ja divinidad del valle; pero también se convirtió en uno de sus centros de poder, construyendo edifi cios piramidales que obedecen a un mismo patrón arquitectónico y que ocupan gran parte de la zona monumental, que por entonces ya alcanzaba una extensión de alrededor de cien hectáreas, incorporando al espacio sacralizado edificaciones de carácter cívico administrativo que complementaban las funciones religiosas del santuario.
Las piramides con rampa, embajadas, palacios o templos?
Los ychsma difundieron un modelo particular de construcción de pirámides con rampa.33 En Pachacamac se construyeron alrededor de dieciséis, similares a otras distribuidas a lo largo del valle de Lurín, y por lo menos en el valle de Chancay por el norte, ejemplifi cado en el sitio de Pisquillo Chico. El modelo más común sigue las siguientes pautas características: una plaza frontal de uso público, un volumen escalonado trunco con una rampa de acceso a la parte superior, donde están los recintos habitacionales y depósitos para los bienes recaudados, si bien varían en cuanto a tamaño y distribución de los espacios. El conjunto llevaba asociada, además, una serie de espacios y habitaciones destinados a usos administrativos y/o residenciales.
Las pirámides con rampa habrían actuado, según algunos investigadores, como una suerte de templos-embajadas provinciales que correspondían y reproducían en el santuario las subdivisiones curacales de los valles agrupadas bajo una suerte de hegemonía cultural y política ychsma.34 Es posible que fueran también residencias o palacios para una élite gobernante, cuyas funciones habrían sido fundamentalmente administrativas y residen- ciales.35 Podemos corroborar esta hipótesis si interpretamos que el patio delantero era una parte pública de la pirámide, destinada a albergar distintas actividades ceremoniales –fi estas y banquetes–, artesanales –textiles, tallado–, de cocina o crianza de animales. La rampa conducía a un estadio superior, quizá de acceso restringido, donde se posicionaba la autoridad y desde donde se accedía a los ambientes destinados a los personajes de la élite.36 Los tributos en especies eran almacenados en ambientes hundidos.
El Templo Pintado
El Templo Pintado es considerado como el templo dedicado al dios Pachacamac.
Aunque la edifi cación más importante del complejo data del periodo Ychsma, existen evidencias de arquitectura de “adobitos” hacia el interior del edifi cio que situarían sus fundamentos en la cultura Lima (200-600 d.C),37 mientras que la construcción ychsma (900-1470 d.C.) está hecha con adobes aparejados.38 La base de la edifi cación es hoy visible desde un acceso principal ubicado al noreste del recinto. Sobre su parte superior, situada a unos siete metros de altura, se dispusieron dos plazas rectangulares, claramente delimitadas: una delineada con muros de piedra y adobes, y la otra caracterizada por orientarse a un área contigua de depósitos soterrados.
Se trata de uno de los pocos edifi cios del conjunto del que se ha podido rescatar su original iconografía policroma mural. Muros y paredes interiores estuvieron también posiblemente enlucidos y decorados con viva policromía. La mayor parte de los pigmentos utilizados proviene de la cantera ubicada dentro del mismo santuario,39 donde los artesanos ads- critos los molían y diluían para que luego los pintores y estucadores los aplicaran sobre las paredes del recinto.40 Se ha reconocido hasta el presente el uso de por lo menos seis colores. El negro, principalmente para delinear los motivos representados, así como el rojo, amarillo y verde utilizados de forma selectiva.41 Las pinturas murales en los andenes exteriores reflejan una superposición de capas, lo cual demuestra el cuidado especial que tuvieron quienes controlaban el templo para preservarlas.
Lamentablemente, la evidencia de esta pintura mural, expuesta al aire libre desde las excavaciones en la década de 1930, casi ha desaparecido; sin embargo, Pache- co ha podido reconocer hasta tres momentos pictóricos.42
En una primera etapa, una vez construido el frontis escalonado se aplicó un enlucido de barro a todos los paramentos, para luego cubrirlos de rojo granate, dibujando diseños de fi guras hu- manas. Posteriormente estos se cubrieron, fuera por un cambio en la simbología o por substitución por nuevas deidades, y se colocaron paneles rojos y amarillos en el frontis norte, incluyendo diseños alternados de peces, aves y plantas, junto a personajes cuyo signifi cado ignoramos. La particularidad de la tercera etapa fue la inclusión del verde en la gama cromática. Si bien la iconografía presenta diseños de personajes antropo- morfos, aves, peces y plantas,43 cabe destacar que en las graderías se representaron sobre todo aves y peces.
La presencia de ofrendas inca halladas en el lugar, y la construcción de un pozo cua- drangular –que podría estar relacionado a algún tipo de ritual– con piedras talladas al estilo “almohadillado” en el patio superior, además del mantenimiento de las pinturas y el uso del templo a la llegada de los españoles, indican que los incas respetaron el edifi cio, y probablemente lo mejoraron o ampliaron.
El finisterre incaico
Las crónicas del periodo colonial coinciden en relevar su importancia simbólica y ritual pues, como dice Joseph de Acosta, “‘De los templos que se han hallado en las Indias’, dos fueron los más importantes y ‘para todos los reinos’: uno fue el Coricancha en Cusco y el otro era Pachacamac”.44 Según Ávila,45 en los extremos del mundo se emplazaron como hitos dos santuarios, Pachacamac y la isla del sol en el Titicaca, considerados al mismo tiempo pacarinas o lugares de origen: Los ingas creían que los límites de la tierra se encontraban en el Titicaca y, por la otra parte del mar, en las (tierras) de Pachacamac; mas allá no había otras tierras, ya no había más nada.
Era quizá a causa de esta creencia que adoraban a estos dos huacas más que a todos los demás y levantaron (una imagen del sol) en las proximidades de Pachacamac de abajo.46 Al llegar los conquistadores incas al valle de Lurín decidieron mantener el antiguo culto, si bien impusieron el nombre de Pachacamac a la divinidad principal conocida como Ychmay o Yrma.47 …viendo la grandeza de este templo y su grande antigüedad y la autoridad que tenía con todas las gentes de las comarcas y la mucha devoción que a el todos mostraban, pareciéndoles que con gran difi cultad la podrían quitar dicen que trataron con los señores naturales y con los ministros de su dios o demonio que este templo de Pachacama se quedase…con tanto se hiciese otro templo grande y que tuviese eminente lugar para el sol.48 En consecuencia si bien mantuvieron el culto primigenio, levantaron otro templo a la principal divinidad imperial, el Inti, lo que signifi có la coexistencia de nuevas y añejas deidades, y sus templos, en Pachacamac.
El Templo del Sol o Punchau Cancha ocupó la cumbre más elevada del santuario y se extendió por sus laderas, abierto al mar y a las islas. Su funcionamiento implicó un in- gente esfuerzo exigido a los pueblos sometidos, contabilizado en tributo en trabajo para la deidad incaica. Se ha estimado su volumen en 300,000 m3, lo que le sitúa como el edifi cio más grande que los incas construyeron en la costa. Elevado sobre una planta trapezoidal, y conformado por seis plataformas menguantes, en su frontis occidental se incrustaron grandes hornacinas ceremoniales; aún hoy es posible ver restos de pintura roja y naranja sobre sus muros.49 En la primera terraza suroriental se extendió un cementerio de mujeres sacrifi cadas, enterradas con un fi no ajuar de prendas de lana y vajilla inca.50
La fama del oráculo trascendió el tiempo y el espacio costeños, extendiendo su infl uencia sobre un amplio territorio andino,51 más allá de las diferencias étnicas, y congregando a peregrinos venidos de distintos lugares unifi cados bajo el imperio incaico; pero, so- bre todo, constituyó un eje fundamental en el dominio religioso y político de la costa y del Chinchaysuyo. La afi rmación de Jerez, “vienen a este diablo en peregrinación de tresientas leguas con oro y plata y ropa”,52 nos permite afi rmar que al santuario de Pachacamac acudían con sus ofrendas habitantes de diversas regiones, en busca de soluciones a sus problemas o respuestas a sus dudas sobre el devenir. En consecuencia se constituyó en un culto panandino, que convocaba a multitudes de peregrinos, pues Pachacamac –“alma de la tierra, el que anima el mundo”–53 era un acertado oráculo capaz de predecir el futuro y controlar los movimientos de la tierra, pues una sola oscila- ción de su cabeza podía generar terremotos. “Los naturales lo llamaban Pachacoyochi (c), aquel que hace temblar la tierra”.54 La impronta incaica se impuso en un nuevo reordenamiento arquitectónico del santua- rio55 que encuadró el Templo del Sol, el Templo Viejo, el Templo Pintado y el cementerio asociado a él, dentro del perímetro de la denominada primera muralla, resaltando esta suerte de “Recinto Sagrado” del santuario.
Mujeres al servicio de los dioses: el Acllawasi
Se conserva hoy todavía una casa de las Mamacunas o Acllawasi,56 reconstruida en la década de 1940 por Julio C. Tello, que era, según las crónicas hispanas,57 la resi- dencia de jóvenes escogidas (acllas) que atendían los servicios cotidianos de templos importantes, como el del Sol, encargadas de tejer fi nos tejidos y de preparar chicha y alimentos para los banquetes ceremoniales. Algunas de estas acllas estaban destina- das a ser sacrifi cadas ritualmente, y sus restos probablemente descansaron en tumbas dispuestas en el Templo del Sol.58
En el actual Acllawasi se pueden reconocer los rasgos fundamentales de lo que debió ser su contexto original, como muestran los sillares en la base de algunas paredes, tallados al estilo “almohadillado” y con diseños arquitectónicos claramente cusqueños, caracterizado por la disposición de fi las de grandes hornacinas trapezoidales de doble jamba insertas en los muros de contención de sus terrazas internas, junto a sus ven- tanas también trapezoidales. El Acllawasi se compone de tres secciones y es una de las pocas estructuras de dos pisos existentes en el santuario. Lo recorren una serie de galerías y escaleras que intercomunican las distintas estancias, junto a otros recintos vinculados a través de grandes patios abiertos cuyos muros también presentan horna- cinas trapezoidales típicamente incas.
La voluntad de conectar el edificio con el paisaje se muestra en una serie de cana- les y estanques relacionados con la laguna de Urpiwachaq.59 En efecto, durante la ocupación inca (siglos XV-XVI) se levantaron alrededor de la laguna un conjunto de muros perimetrales de piedra y adobe, con accesos y escalones, restringiendo así la entrada a este espacio.
La plaza de los Peregrinos: en busca de favores
La recepción de peregrinos y los pasajes rituales por los que estos debían pasar, para ser escuchados por los sacerdotes y depositar sus ofrendas, implicó planifi car muros perimetrales en las grandes plazas. Al parecer, se debían cruzar al menos tres plazas consecutivas para acceder al Templo de Pachacamac (Templo Pintado), la última de las cuales es conocida hoy como la Plaza de los Peregrinos. Se trata de una gran cancha rectangular de 550 m. de largo por 65 m. de ancho, en el centro de la cual existe una larga vereda empedrada, a cuyos lados se colocaron espaciadamente pilastras que posiblemente sostenían un techado protector de los visitantes. La Plaza de los Pere- grinos surgió tras la reconfi guración inca del paisaje sagrado, lo cual implicó socavar construcciones de periodos anteriores, incluyendo las del Horizonte Medio y del Periodo Intermedio Temprano.60 En el frontis sur de esta plaza se encuentra una serie de estructuras, entre las cuales destaca una plataforma con rampa central, el ushnu o “trono simbólico”, dispuesto estratégicamente en las plazas de cualquier centro administrativo inca.
En el frontis norte de esta plaza se disponen una serie de recintos principalmente, incluyendo un pozo cuadrangular que podría ser ritual o ceremonial por el tipo de materiales utilizados, como piedras canteadas al estilo cusqueño, al igual que en el Acllawasi, un material poco habitual en la costa, donde desde tiempos inmemoriales se impuso el adobe.
Originalmente, el espacio público servía para disponer en pequeños recintos rectan- gulares ofrendas de vasijas y otros objetos. La reconfi guración de la plaza en un gran espacio nivelado seguramente respondía a la necesidad de contar con una antesala destinada a los peregrinos que solicitaban acceder directamente al oráculo de Pa- chacamac.61 Al parecer, el recinto conformado por estos muros tendría una función sagrada, de antesala hacia el oráculo, donde los peregrinos podían dejar sus ofrendas a Pachacamac.
El ingreso de peregrinos al santuario implicaba una serie de normas de comporta- miento y purifi cación, “…dicen que ha de ayunar muchos días y no se ha de allegar a mujer”.62 todos ellos en plazos de un mes a un año. La circulación masiva de visi- tantes provenientes de diferentes regiones condujo, por su parte, a la adecuación de un sistema de espacios para recibir a los peregrinos,63 en el cual jugó un papel de importancia la hoy denominada Plaza de los Peregrinos. El Templo del Sol pronto se vio acompañado de grandes depósitos y de una casa de Mamacunas o Acllawasi.64 El acceso al templo mayor se hallaba restringido a los sacerdotes, considerados inter- mediarios con la deidad, “…no todos los indios ven la huaca principal, ni entran al sitio ni casa donde la huaca está, sino sólo los hechiceros, que hablan con ella, y la llevan las ofrendas”.65
La relación escrita por el veedor Miguel de Estete, publicada por Francisco de Jerez en su obra “Verdadera Relación de la Conquista del Perú”, incide en el carácter restringido del ingreso a determinadas cámaras del templo, y sobre todo al camarín que custodiaba la imagen de la deidad principal: El capitán disimuló con ellos y dijo que quería ir a ver aquel ídolo que tenían, que lo llevasen allá; y así fue. Él estaba en una buena casa bien pintada, en una sala muy oscura, hidionda muy cerrada; tienen un ídolo hecho de palo muy sucio y aquel dicen que es su dios el que los cría y sostiene y cría los mantenimientos. A los pies de él tenían ofrecidas algunas joyas. Tiénenle en tanta veneración, que solos sus pajes y criados que dicen que él señala, esos le sirven; y otro no osa entrar, ni tienen a otro por digno de tocar con la mano en las paredes de su casa.66
Lo político se impone a lo religioso: el palacio de Taurichumpi
El personaje de mayor relevancia residente en el san- tuario en 1533, año de la llegada de los españoles, era el curaca Taurichumpi,67 quien quizá tuvo su alter ego dentro de una tradición de gobierno dual, si nos atenemos a la información de la presencia en Cajamarca, junto al inca Atahualpa, del importante Señor de Chincha y un representante religioso del santuario. Bueno68 identifi có el palacio del gobernador inca del sitio en la estructura situada al este del santuario, si bien debemos indicar que carecemos de sufi cientes elementos que prueben tal asignación.
Si para algunos la construcción inca se superpuso a una previa pirámide con ram- pa,69 otros han logrado identifi car dos momentos constructivos: el primero asociado al alzado de los muros perimetrales del edifi cio, en cuyo interior existieron grandes ambientes y patios, y el segundo caracterizado por la reducción de tales espacios, subdivididos en ambientes más pequeños a los cuales se accedía mediante corredores o pasadizos.70 El edifi cio tenía originalmente altos muros, plazas, depósitos, recintos interiores y altares, además de un área pública, posiblemente destinada a recibir a los invitados y los tributos, y otra área de uso privado que recuerda al palacio de Puruchuco, en el valle del Rímac.
Los incas encontraron en los valles de la costa central una sociedad compleja, susten- tada por los recursos de los fértiles valles, organizados en torno al santuario de Pacha- camac, que fungía posiblemente como cohesionador ideológico. El imperio incorporó a su dominio a señoríos no unifi cados políticamente, pero de los cuales respetaron sus instituciones y estructura social. Su destreza consistió en asimilar ancestrales sistemas tributarios en trabajo y especies, junto a los mecanismos y actores recaudatorios. Se trató de una suerte de tira y afl oja entre el nuevo estado dominador y la teocracia del sitio, como se mostraría en el hecho de que los sacerdotes les recomendaran levan- tar templos en honor a Pachacamac en Mala, Chincha y Huancavelica, lo cual es un indicador del radio de infl uencia del santuario sobre las regiones vecinas de la costa y la sierra central, y su voluntad de mantener cuotas de poder bajo el Tahuantinsuyu.
El santuario se amoldó a los intereses políticos incas. Coexistieron sus funciones admi- nistrativas junto con los rituales de peregrinaje que le conferían su identidad y razón de ser. El consenso entre los cronistas hispanos, al señalar a Pachacamac como un centro religioso importante, hizo que Rostworowski concluyera que “la existencia y la razón de ser del señorío de Pachacamac giraba en torno a su dios, sus ritos y ceremonias”.71 Los quipus hallados en el lugar dan fe de la importante función administrativa, un he- cho que solo pudo responder a la función central de llevarse a cabo en su recinto dos registros paralelos: el de los tributos impuestos a los curacazgos y, de otra parte, el de las ofrendas entregadas.72
Si lo antedicho proviene de analizar convenientemente e interpretar los restos arquitectónicos y de cultura material, cronistas como Calancha dejaron testimonio de esa relación de los incas con las poblaciones sometidas:
Eran muchas las naciones que en tiempo de los Ingas se avezindavan en aquel adoratorio, ministros que enbiava cada Provincia, i asistentes que allí sustentava cada pueblo…La gran población que muestra a los contornos era de los naturales, i la otra de Indios estrangeros, que venían de distantes tierras en romería, o a negocios con el Inga. Las otras diversidades de guacas que están convecinas, son altares de particulares familias, pueblos, Reynos i Provincias, que como Capillas que adornan, i azen autoridad a una de nuestras Catedrales, así aquellas guacas eran para la ostentación i magestad del tenplo Pachacamac; oy no a dejado el tenpo más que unos paredones viejos, que sirven de memoriales, i unos rastros que sirven de apuntamientos…73
La fama e influencia de su oráculo llenó de admiración a los primeros conquistadores, que dejaron constancia de la ingente riqueza que confi scaron, atribuyéndole el carácter de mezquita, término asignado por los musulmanes a sus templos, y distinguiendo un doble modelo tributario al Cusco y a Pachacamac, y quizás una suerte de cogobierno político-teocrático, que se manifestó en el grupo de poder presente junto a Atahualpa en Cajamarca:
…toda esta tierra de los llanos, e mucha más adelante, no tributa al Cuzco, sino a la mezquita (Pachacamac). El obispo de ella estaba con el Gobernador (el Inca Atahualpa) en Caxamalca… Este pueblo de la mezquita es muy grande e de grandes edifi cios; la mezquita es grande e de grandes cercados e corrales. De todo se juntó ochenta y cinco mil castellanos de oro y tres mil marcos de plata.74
La importancia del santuario se evidencia también en la orden de Atahualpa para que se entreguen objetos de oro y plata a un grupo de jinetes y peones al mando de Hernando Pizarro, bienes “ofrecidos” por el inca a cambio de su libertad en Cajamarca. Su infl ujo persistió durante la Colonia, a pesar de la imposición del catolicismo.
La sacralidad de Pachacamac resultó ser un referente central en el universo mitológico que sobrevivió al impacto de la conquista, y se mantuvo viva sobre todo en las sociedades de su área de infl uencia, que incluía tanto valles de la costa como la parte alta colindante, sobre todo la provincia de Huarochirí, como prueba el rescate por el extirpador de idola- trías Francisco de Ávila de un amplio universo de relatos míticos a fi nes del siglo XVI.75