El santuario histórico posee dos jardines botánicos poco conocidos. Entre las especies florales que más destacan se hallan hermosas orquídeas.
El pequeño jardín botánico de Machu Picchu se pierde dentro de la ciudadela. A pesar de estar en un lugar céntrico, los turistas, apurados por sus guías, se detienen rara vez a observarlo. No saben lo que están omitiendo. Tiene 90 variedades de plantas y flores. Cincuenta de ellas son tipos de orquídeas. También hay yucas, palta, chirimoya y lúcuma. El jardín es una versión a escala de 15 metros x 3,5 metros de otro jardín más grande, ubicado fuera del sitio arqueológico. Ambos reúnen los ejemplares más representativos del Santuario Histórico de Machu Picchu, de 32.592 hectáreas.
El primer lugar mencionado está a unos metros del templo de las tres ventanas, uno de los espacios más importantes del sitio que es considerado una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo. Julio Ochoa, biólogo del santuario, indica que es probable que esa área, en tiempo inca, haya sido usada para lo mismo que hoy, es decir, para exhibir la rica y diversa flora de la zona.
En ese punto, Ochoa muestra una orquídea blanca, flor de un día. El nombre, evidentemente, señala la duración de su vida. Luego muestra el wakanki, una orquídea roja característica del santuario. Su nombre significa “vas a llorar”. Junto a esta está una orquídea lila llamada wiñay wayna. El complejo arqueológico del mismo nombre, el último antes de ingresar a Machu Picchu a través del Camino Inca, se llama así por esta flor.
EL JARDÍN PERDIDO
El experto trabaja también, desde el 2003, en el jardín botánico que se encuentra fuera de la ciudadela, específicamente al costado del museo de sitio, a 50 metros por un desvío del camino que sube desde Aguas Calientes hasta Machu Picchu, justo pasando el puente Ruinas. Es poco conocido porque los buses no van por el desvío. Si al lugar llegan 20 turistas al día, es un golpe de suerte.
Allí hay 402 especies distintas de plantas. Pero quizá lo que más llama la atención sean las 123 variedades de orquídeas albergadas en el lugar (en todo el santuario hay 425 tipos). Ochoa camina y reconoce cada una sin leer el letrero que las identifica, ya sea con su nombre común o el científico.
Las hay coloridas y llamativas. Largas y diminutas. Una, la ‘Pleuthattis revoluta’, tiene, en su mejor esfuerzo, el tamaño de un mosquito. “Mira estos helechos arbóreos –dice Julio mientras camina–, estas son plantas que han permanecido iguales desde el período jurásico”. Luego se detiene y señala: “Esta es la flor de Machu Picchu, la yuraq rup’u. Su nombre científico es ‘Andeimalva machupicchensis’”. Unos metros después para otra vez y señala a la orquídea más grande que hay: el zapatito de la ñusta (‘Phragmipedium caudatum’). Tiene de dónde sacarle el nombre: uno de sus pétalos luce como un zapato. Otros, más largos, llegan a medir hasta 70 centímetros. Parecen los pasadores.
Así, rodeado por tanta vegetación, andenes y el río a unos metros, el jardín perdido de Machu Picchu parece una versión del edén.
El Comercio