Habíamos escuchado maravillas de esta ruta, así que queríamos saciar prontamente nuestra inquietud aventurera. Ni el clima ni lo escabroso de la geografía nos hicieron desistir.
Nuestra caminata de tres kilómetros empieza en el poblado de Machu Picchu, siguiendo aguas arriba el borde del río. Sin otros avíos que la emoción de posibles descubrimientos, algo de comida, y una cámara para los registros históricos,apretamos el paso hacia las ruinas de Choquesuysuy, hasta entonces solamente avistadas desde lejos por caminantes, lugareños o los curiosos pasajeros del tren.
El día anterior, en el Machu Picchu Pueblo Hotel, habíamos preparado un plan con José Koechlin, descubridor del antiguo camino inca que une las ruinas de Choquesuysuy con las de Wiñaywayna. Él aceptó ser el guía del grupo.
Hacia la purificación
Salimos del poblado de Machu Picchu (Aguas Calientes) y a la altura del kilómetro 110 cruzamos hacia la margen izquierda del río Vilcanota o Urubamba. Marchamos tres kilómetros, entre senderos abiertos en el bosque de nubes y andenes incas, para atravesar las aguas hacia la margen derecha por un puente metálico. Avanzamos unos 300 metros por la orilla y nuevamente cruzamos el río hacia la margen izquierda, esta vez por un puente colgante.
En este punto comienza nuestro ascenso a Choquesuysuy y, luego de dejar atrás este conjunto arqueológico, nos dirigimos hacia Wiñaywayna para desde allí, por el camino inca tradicional, acometer el último tramo hacia la ciudad sagrada de Machu Picchu.
Desde el puente colgante sobre las aguas del Urubamba se asciende unos 80 metros hasta Choquesuysuy y, continuando por el denominado Camino de la Purificación,subimos en búsqueda de la catarata Quetzal, guiados por el estruendo de las aguas. Cien metros más arriba, apoyados en los viejos y firmes muros de contención del camino, en un sobrecogedor paisaje del bosque de nubes, encontramos la límpida columna de agua estallando al fondo de una garganta de más de 60 metros.
Y, cuando estábamos a punto de llegar a la boca, un quetzal de cabeza dorada penetró raudamente en ella, para salir al instante rasgando el aire en la estrechura de los montes. Asombrados tratamos de imaginar el por qué los antiguos eligieron este lugar para construir el Camino de la Purificación. En las rocas, unos huecos nos señalan la vía ascendente a guisa de escalera de granito que corta el aliento al borde mismo del agua: es la continuación del camino hacia Wiñaywayna que está detrás de la catarata.
Nuestro entusiasmo nos anima a seguir, pero el camino se convierte en todo un retopara nuestros esfuerzos, por la excesiva pendiente y la cerrada flora de la espesura.
Valor arqueológico de Choquesuysuy
El oro fino (choque) se lava, se cierne o se cuela (suysuy) de la tierra (Pachamama) que le abraza. Puede verse aquí el lavado del alma: la purificación. El baño de la purificación era el primer paso para lograr la aceptación de los dioses andinos, de todo lo que es sagrado (huaca) y los antepasados (mallki).
Choquesuysuy o lavadero de oro es un sitio de aguas puras. En el Tawantinsuyo no todos podían manejar el agua. Los aguadores o acequieros reales regían el uso de las acequias. En este lugar se advierten sutiles manejos de las fuentes para poder encaminarse a la perpetuidad (Wiñaywayna, siempre joven).
A partir de su descubrimiento, este camino inca, el de la purificación (Choquesuysuy-Wiñaywayna-Machu Picchu), está considerado por propios y extraños como el principal acceso histórico a la ciudad sagrada de Machu Picchu, una suerte de paso obligado para la limpieza espiritual.
El visitante no puede dejar de impresionarse con las grandes fuentes de agua (paqcha). Son cinco en total y están en la parte baja del conjunto arqueológico. Se presume que representaban una primera purificación antes de acceder al sitio de Choquesuysuy propiamente dicho. Según los investigadores, es probable que aquí se dejaran ofrendas.
El arqueólogo Julio Córdova, de la Universidad Nacional San Antonio Abad de Cusco, nos explica que los numerosos y extraños círculos de piedra de Choquesuysuy -únicos en su género- podrían ser los sitios donde pernoctaban los antiguos en vigilia, esperando la salida del sol. Cada uno representaría un tambo o morada importante de los habitantes del hanan (arriba) y del hurin (abajo). El hecho de que los círculos estén orientados hacia la salida del sol, en un gran altar de varios pisos de altura, confirma su propósito: la purificación. Todo el conjunto apunta a la realización de este singular cometido espiritual.
Fuente: Revista Rumbos de Sol y Piedra
Antonio Martínez