CAHUACHI: Los hijos del Sol y del Desierto

Pirámides, terrazas, frisos, ductos y muros de notable hechura preincaica componen el complejo histórico arqueológico de Cahuachi, una joya de casi dos mil años a la que ni el sol, el viento ni el desierto iqueño han restado brillo.

Hacer turismo histórico implica no solo visitar un destino, sino también, a la vez, indagar sus orígenes y comprender sus evoluciones. En Cahuachi, las condiciones están dadas para una inmersión en profundidad en la impresionante civilización Nasca.

Recorrer estas ardientes arenas es un descubrir. “Es ir cada glorioso pasado de los nascas, aquella civilización tanta riqueza ha dejado para la posteridad. Cada paso por este territorio es sorprenderme con ellos, con sus logros, con su mística”.

Él habla y sus vivaces ojos parecen saltar de los oscuros lentes que los protegen del sol inclemente del desierto de la región Ica. Sí, se nota de lejos que vive encantado de estar acá, de desempolvar los secretos de esta antigua civilización que otrora poblara esta parte del Perú.

Lo veo y me recuerda a un explorador de películas. Un explorador ya entrado en años, pero con una vitalidad única. “Es que todo lo que hay por estudiar aquí me da esa vitalidad que necesito para seguir adelante. Y seguiré hasta donde mi energía sea capaz de llevarme”, afirma Giussepe Orefici, un italiano enamorado del lugar y cuyos ojos, nuevamente, intentan saltar de esos lentes

Su pinta de explorador añejo pero vital, se llena de orgullo mientras señala todo el espacio que la vista logra percibir acá, en Cahuachi, la ciudadela de barro más grande del mundo, un portento, herencia de la cultura Nasca, que sedujo a Orefici desde 1982, año en que llegó por primera vez al lugar.

A casi 30 kilómetros de la actual Nasca, paralelo al río del mismo nombre, se levanta Cahuachi. Llegar es relativamente fácil. Unos 45 minutos de recorrido contactan con este impresionante complejo. Solo es cuestión de ubicar una buena agencia de turismo, de las varias que se reparten en el centro de la ciudad. O, si desea ahorrar alguito, llegar a un acuerdo económico con algún taxista de la zona.

Origen y evolución

El desierto está dominado por los extremos. Acá el sol es ESPECIAL implacable y no tiene piedad. A esta hora del día, abrasa tortuoso a más de 35 grados de temperatura, prácticamente calcinando todo lo que toca. Obligado: bloqueador untado en brazos, cara, orejas y todo lo que esté a merced del brillo solar.

En lo agreste de este territorio, hacia los albores de nuestra era, en el siglo primero después de Cristo, emergió la cultura Nasca. Su presencia se hizo sentir hasta entrado el 700 d.C., cuando una serie de fenómenos climáticos, léase un evento de El Niño de dramáticas dimensiones y colapsos de índole político y social, la desestabilizaron hasta causar su desaparición.

Los siglos hicieron que las arenas cubriesen su legado, el cual, poco a poco, vería nuevamente la abrasadora luz del desierto, gracias a investigadores como Orefici, el italiano hipnotizado por esta fabulosa civilización, o la mítica María Reiche, la científica alemana que dedicara más de la mitad de su vida al estudio de la herencia nasca.

Grandeza en el desierto

Giuseppe camina apurando el paso. Poco a poco, al entrar la tarde, el viento se intensifica, revolviéndolo todo. “Apurémonos, porque el viento suele ponerse bravo. Estamos en el desierto y acá la paraca es clásica”, dice, con el convencimiento que le dan sus más de 30 años caminando en esta inhóspita región.

“Les llevaré a que conozcan parte de lo que estamos poniendo en valor para el turismo. Queremos que los viajeros vengan y vean toda esta grandeza y se admiren, así como mi equipo y yo lo estamos”. Y seguimos, bueno, le seguimos hasta la cima de la gran pirámide. La contemplación de toda el área es sencillamente abrumadora. A un lado, la estrecha franja verde del valle del río Nasca y, por el otro, la dramática extensión de las sedientas tierras desérticas que este río apenas humedece.

En este árido panorama, de cuando en cuando, unos cerros se elevan. “¿Cerros? ¡Esos no son cerros! Esas son pirámides que aún están enterradas por la arena. Así encontramos esta pirámide mayor, totalmente cubierta por siglos y siglos de vientos e inclemencias”, afirma Orefici con una convicción que no admite réplicas. Pasa que el presupuesto, como siempre –y valga la redundancia–, no siempre alcanza para desenterrar el pasado.

Proyecto y retorno

Los años de intervención del Proyecto Nasca en Cahuachi, que dirige Orefici, ido descubriendo una serie de construcciones, muros, terrazas, frisos y variados objetos de culto evidencian el predominante carácter religioso del enorme recinto. Todo complejo fue, quizá, el principal centro teocrático de la cultura Nasca. Un dato interesante, que también demostraría su rol ceremonial, es su propio significado: ‘cahuachi’ se traduce como ‘donde viven los videntes’, es decir, los que están en contacto con las altas esferas de la divinidad.

Contemplar muchos de estos hallazgos en el Museo Arqueológico Antonini, en la misma ciudad de Nasca, es un verdadero deleite para nuestro conocimiento, una visita obligatoria para comprender más sobre esta antigua herencia. Diligentes, visitamos el museo por la noche y quedamos enormemente sorprendidos ante la belleza y calidad de las obras de los antiguos nascas.

Si de él dependiera, Giuseppe nos llevaría a recorrer todos los rincones del lugar, pero la hora avanza. Poco a poco, el atardecer va dorando las paredes de barro y la fuerza del viento, que sopla con ímpetu y silba entre los huarangos que se estremecen en el valle, parece decirnos que ya es suficiente por esta vez. Hora de regresar. Dejamos al italiano en pleno desierto, entregado a la fascinación por los nascas. Volveremos por estos rincones. Sí, lo sé, algún día, volveremos.


Texto y fotos: Juan Puelles
Fuente: Revista Lo Nuestro

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