La niña de los 500 años vivió solo 12, pero ahora estaba parada allí, delante de él. José Antonio Chávez la había desenvuelto del fardo en el que se conservó congelada por cinco siglos en la cumbre del Ampato, y ahora la miraba recobrar vida.
Había visto sus vestiduras congeladas, había sacado el delicado y magnífico manto rojo y blanco que le pusieron en la espalda y visto sus frágiles brazos. Había imaginado su delicado rostro, que el sol había desecado y deformado cuando cayó de su tumba. Y, de repente, estaba parada allí, frente a él y ante media docena de personas que le tomaban fotografías.
Titulo original:
De cómo Chávez da el nombre de Juanita a la
niña ofrendada en el Ampato, su vestimenta y su simbología.
Extracto de la obra:
Juanita, la niña de los 500 años. Reportaje a Juanita y su otro descubridor.
Autor: Enrique Zavala
Periodista
Nevado Ampato (6288 m.) El Ampato es un volcán inactivo localizado en la cordillera homónima, en el Departamento de Arequipa, al sur de Perú. Tiene una altitud de 6288m y es la montaña más alta del departamento después del Coropuna. |
No era Juanita. Era Cari, su hija, vestida suntuosamente posando frente a los lentes del fotógrafo de National Geographic. Pero por un instante le pareció verla. Cari tenía casi la misma edad que Juanita cuando los incas la vistieron así para ofrendar su vida en el nevado Ampato, para acallar la furia del volcán Sabancaya que estaba en erupción.
Cari había sido elegida por la delegación de National Geographic, la prestigiosa revista norteamericana, como modelo para una sesión fotográfica que ayudaría a ilustrar el más fabuloso descubrimiento de una niña sin nombre conocido, a quien los sacerdotes mataron para enviarla como mensajera a sus dioses, y que los hielos de la cumbre conservaron casi intacta desde la segunda mitad del siglo XV hasta 1995.
Chávez la había mirado muchas veces con esos ojos adiestrados que le permiten imaginar el pasado viendo los rastros que han ido quedando desperdigados en el tiempo. Pero ese día de 1996 fue algo especial. Ver a su hija vestida como esa niña inca disparó su imaginación, y aunque Chávez es parco para describir sus sentimientos, me dijo, más de 20 años después, que sintió orgullo. Su hija tiene un nombre especial que solo puede entenderse si se ve junto con el nombre de su hermano, solo unos años menor, a quien Chávez y Ruth Salas, su esposa en ese momento, le pusieron Ñito. Los nombres unidos forman una palabra especial para ellos: cariñito.
El nombre que le dieron a la niña inca del Ampato tiene también un origen y un significado especial, y le fue puesto por José Antonio Chávez: Juanita. Casi todos creen que se le llamó así solo en honor a Johan Reinhard, el antropólogo y explorador que la encontró en el Ampato, cuyo nombre puede traducirse al español como Juan. Y aunque es verdad, la historia del nombre es más rica.
Chávez es la persona que más tiempo ha pasado con Juanita y desarrolló con ella una relación muy especial, tanto que nunca pudo verla como un objeto de museo. Para él es una persona, y supongo que lo fue aún más después de que la vio representada por Cari.
El nombre de Juanita fue más pensado de lo que uno esperaría, tanto como cuando un padre trata de elegir el nombre de una hija, pero con la responsabilidad de saber que ese nombre iba a ser conocido casi de inmediato en todo el mundo.
Aunque la idea más fácil era pensar en nombres andinos, Chávez vio las cosas de otra manera:
––Debía ser un nombre cercano a la gente ––me dijo El cuerpo congelado de esa niña inca fue encontrado el 8 de setiembre de 1995. Y en octubre, en otra expedición, Reinhard y Chávez hallaron dos cuerpos más de niños ofrendados, aparentemente, en la misma ceremonia inca. Ellos hasta ahora no tienen nombre, como tampoco lo tiene el cuarto cuerpo que encontraron en noviembre de 1997.
Antes de hacerlo con Juanita, les quitaron la vida a esos otros tres niños, con horas de diferencia, o tal vez uno o dos días antes, según Chávez, aunque es difícil saberlo con certeza. Pero los hielos no los conservaron, sus cuerpos se corrompieron. Esos pequeños niños incas ahora son conocidos por lo que dicen sus etiquetas: Momia 2, Momia 3 y Momia 4.
Juanita pudo pasar solo como Momia 1, pero no fue así. Chávez vio a una chica de la limpieza que resultó con el tiempo ser muy importante para el museo, por su habilidad y esfuerzo. Era Juana Mamani, a quien todos conocían como Juanita.
––Juanita me pareció un nombre sonoro, bonito y del pueblo ––me contó Chávez.
Había estado en busca de un nombre con arraigo popular y por fin lo había encontrado.
––Era un nombre magnífico: Juanita, o Juanacha, en quechua ––me dijo.
Además, servía como un homenaje a Reinhard, con quien había planeado las expediciones a las montañas de los Andes del sur peruano desde 1980. Con él compartía la dirección del gran proyecto arqueológico para encontrar las ofrendas humanas que los incas hicieron a sus dioses en las más altas cumbres, que fueron mencionadas por los primeros cronistas españoles con el nombre de capacocha.
––Reinhard ha hecho mucho por la investigación. Gran parte de sus expediciones han sido, en un inicio, financiadas con su peculio ––me puntualizó.
Claro que el nombre no les gustó a todos. Chávez había intuido una oposición, pero estuvo decidido a asumir el riesgo: ––Momia 1 por fin tenía nombre, un nombre popular, un nombre del pueblo ––me dijo.
La intuición no le falló. Recuerdo perfectamente que estuve en una conferencia de prensa en el Portal Hotel, en la Plaza de Armas de Arequipa, cuando el director general del Instituto Nacional de Cultura, Juan Guillermo Carpio Muñoz, llegó para destacar la importancia del hallazgo.
Pero no solo fue para eso, quería decir que el nombre de Juanita, ya bastante conocido en el Perú y en el mundo, era una simpleza y hasta una falta de respeto que no podía permitirse y que, por lo tanto, debía ser remplazado por el de “La Dama del Ampato”, que le hacía más justicia.
Juan Guillermo Carpio no era un funcionario cualquiera; más que el jefe nacional del INC, era uno de los hombres que mejor conocía la historia de Arequipa y la había plasmado en una obra monumental, de varios tomos, que llamó El Texao, como la planta tradicional de la ciudad que crece en los bordos de las acequias.
Murió a inicios de 2019 y se le despidió en medio de homenajes.
Nunca le gustó que le dijeran historiador, pues era sociólogo, así que no encontró mejor forma de definirse que como un “arequipeñólogo”.
La verdad es que Juan Guillermo Carpio no pudo quitar de la mente de la gente, incluso de los científicos, ese simple nombre en diminutivo: Juanita. Además, a José Antonio Chávez nunca le gustó que la llamaran “La Dama del Ampato”, “La Dama de los Hielos” o “La Doncella Inca”.
En el 2013, en una entrevista que le hice en el Museo Santuario Andinos, que ocupa una preciosa casona colonial del Centro Histórico de Arequipa, me explicó el porqué:
––Es una niña congelada. No es una doncella, porque no estaba en la época medieval. Tampoco es una dama, porque no es una señora, no estamos hablando de las cortes francesas. ––¿Y entonces? ––le pregunté.
––No se le debe llamar dama ni doncella; ella es una niña. ––Una niña inca.
––Exactamente. Es del año 1460 o 1470; es por esos años que ha muerto Juanita.
Chávez no la encontró en el Ampato; el recargado trabajo en la Facultad de Arqueología de la Universidad Católica de Santa María, cuando era decano, no le permitió subir a explorar el Ampato con Reinhard, como había pensado. Pero fue él quien la recibió en Arequipa y tomó las medidas inmediatas para su preservación y, además, la cuidó con recelo por más de veinte años.
Él y Reinhard tenían la intuición de que en el Ampato podía haber una capacocha oculta por siglos. Y en ese momento, una nueva erupción del Sabancaya, que se prolongaba por años, estaba descongelando el casquete del Ampato y podría permitir su hallazgo, posiblemente en sus laderas.
––Es momento de que vayamos a ver si encontramos algo ––le dijo Chávez a Reinhard.
Estaban precisamente en busca de tumbas intactas. Las tumbas halladas anteriormente en los volcanes de la ciudad de Arequipa fueron saqueadas, y los cuerpos recuperados se habían deteriorado mucho, incluso hasta dejar solo huesos, algunos calcinados por los rayos que caen a raudales en las cumbres andinas. Chávez no había hallado directamente el cuerpo de Juanita, pero en verdad era el otro descubridor. Él estudió las crónicas, organizó expediciones como andinista y como profesor de arqueología, y había visto vestigios de los rituales incas de la capacocha, cuya finalidad era ofrendar a sus dioses la vida de niños y vírgenes adolescentes.
Luego del hallazgo, basado en su conocimiento y en su experiencia como investigador, arqueólogo y andinista, había recreado en su mente el proceso que terminó con la muerte de Juanita. Juanita, en ese momento, tenía puesto un vestido al que llamaban acsu. Va pegado al cuerpo, envolviéndolo, sostenido en los hombros con unos prendedores de metal llamados tupus, y ceñido en la cintura con una faja tejida que llaman chumpi. En su espalda tenía un manto que se conoce como lliclla. En los pies calzaba unos polcos de cuero, y en la cabeza, al estilo de las pañoletas de hoy, tenía un textil de unos cincuenta por setenta centímetros, de colores terrosos, que llaman ñañaca. Debió tener un exuberante tocado de plumas que no encontraron, pero que recrearon siguiendo un modelo encontrado en otra de las momias del Ampato.
––Juanita, siendo la ofrenda principal, debió tener uno, solo que al caer de su tumba debió perderse en el cráter ––me dijo Chávez. La lliclla que llevaba en la espalda es impresionante. Al desdoblarla es una bandera del Perú, con dos franjas rojas a los costados de una franja blanca.
––Es realmente impresionante que la bandera del Perú la tengamos acá ––me dijo––. Es del tiempo de los incas. La lliclla desdoblada es la bandera del Perú. ––¿Y los colores rojos a los costados y el blanco en el centro son solo coincidencia? ––pregunté.
––No es sólo coincidencia, porque el rojo representa prácticamente la vida y el poder imperial, y el blanco la divinidad. Estos colores, tal como lo indica Max Uhle, tenían un valor esencial en tiempo de los incas.
––Sin querer nosotros tenemos una bandera acorde con lo imperial y con lo divino.
––Así es, y así fue en tiempo de los incas. Por eso la gente común no se vestía con estas indumentarias. Tenían otros colores, como hemos podido observar en otros hallazgos. Esto estaba prácticamente reservado al rango imperial, divino, y eso fue Juanita. Diríamos que fue una embajadora ante el apu Ampato.
Incluso Chávez no cree que el color de la bandera peruana haya tenido que ver, realmente, con un sueño en el que el libertador José de San Martín vio volando pariguanas.
––Esas son tonterías ––me dijo––. La bandera tiene que ver más con esto.
Esa lliclla de colores divinos e imperiales ha sido reproducida con mucha dificultad en el Cusco actual. Nilda Callañaupa, una tejedora que había forjado amistad con Johan Reinhard, se interesó de inmediato cuando conoció del hallazgo.
Habían tenido conversaciones con él sobre los sacrificios humanos en las grandes montañas de los Andes. Reinhard buscaba donde podía la información que lo llevara con éxito a una cumbre en la que pudiera encontrar una capacocha intacta.
––Por años hablamos de los sacrificios, hasta que encontró a Juanita ––me dijo Nilda.
Ella estaba interesada en los tejidos de las culturas precolombinas, en encontrar la manera tradicional con que se hicieron. Directora de Centros Textiles Tradicionales del Cusco, ha logrado reproducir las tres piezas principales del atuendo de Juanita.
El acsu ha sido, dentro de lo complejo, lo más fácil de reproducir. El chumpi y la lliclla han sido complicados por la iconografía. La lliclla con los colores de la bandera peruana se ha hecho sobre la base de lana de ovino, con trama de fibra de alpaca. La original fue de alpaca pura. En los filos más cercanos a la franja blanca hay delicados decorados hechos con hilos de colores, que han sido lo más dificultoso de reproducir.
Ella no trabaja de manera individual, lo hace con diez asociaciones de tejedoras tradicionales. Al inicio no podían hacer las ropas de Juanita, esa ropa que seguramente había recibido allí mismo, en el Cusco, cinco siglos atrás, tejida en los talleres especiales de los Acllahuasi, donde se hacían los atuendos para el Inca y la realeza. Unas tejedoras viajaron hasta Arequipa, enviadas por Nilda Callañaupa, para ver directamente las piezas que buscaban reproducir. Regresaron algo decepcionadas. El atuendo está en el cuerpo de Juanita, salvo la lliclla. Casi no pudieron ver nada. Más de cuatrocientas tejedoras cusqueñas se dedicaron a tratar de tejer la vestimenta inca, basada en su experiencia y su intuición. ––Solo un ocho por ciento de las tejedoras hicieron tejidos con la calidad que se necesita ––me contó.
En su opinión, Olga Huamaní Quispe, una tejedora de Chincheros, hizo la pieza más fina, con ese acabado laborioso que marca la diferencia.
Hoy se siguen haciendo las piezas con las que se vistió a Juanita para la ofrenda. Son coleccionistas, museos y turistas extranjeros los que las compran. El conjunto de una buena calidad puede costar unos 700 dólares, y puede demorar unos sesenta días en hacerse, porque es un trabajo muy laborioso.
Nilda nunca se ha vestido con ellos.
––Hemos vestido a niñas. Juanita ha sido una niña ––me recalcó. Los estudios realizados al cuerpo establecieron, efectivamente, que debió tener entre 12 y 14 años. José Antonio Chávez, el hombre que más ha estado con ella, que más la ha observado, que más la conoce, cree que tuvo 12. Así la ve, con la ternura con que se mira a una niña.
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