Las almas sensibles pueden llegar a los cielos por esta ruta, a esos paraísos de ensueño que con preciosismo describieron artistas irrepetibles que han vestido con maestría las paredes de algunas iglesias del sur. Para ellas, este será un viaje de placer visual sin parangón. Confieso. Sí, confieso que me agrada la atmósfera que se respira dentro de un vetusto templo. Ese aroma a madera antigua y óleo combinado con el barniz de los cuadros; ese silencio infinito que envuelve, se me hace fascinante. Por eso no dudé cuando me propusieron venir nuevamente al Cusco a hacer una ruta signada por todos estos detalles.
Esta ruta es diferente. No es la clásica al famoso Valle Sagrado. Esta vez recorreré la parte sur, poco conocida, pero igual de maravillosa, siguiendo la huella de un arte surgido en Europa y que acá en los Andes, se hizo de un espíritu propio. En este circuito, el legado artístico se recarga a tal punto que se vuelve escandaloso. Disculpen mi ligereza, pero ¡qué bendito escándalo nos legó la impresionante Ruta del Barroco Andino!
Repasemos la historia. Siglos XVII y XVIII, Europa vio nacer el barroco, un arte que con su saturada ostentación fue usado por la Iglesia católica para generar una profunda impresión en los fieles, tentados por la Reforma protestante surgida ante la crisis en el catolicismo.
El barroco se manifiesta magistralmente en la arquitectura eclesial, sea en primorosas fachadas como en altares que se elevan retorciéndose en un frenesí de formas. A su llegada al Perú, muchos templos lo adoptaron agregando la propia cosecha andina, que dio como resultado un estilo barroco único, cuyo legado en el Cusco es abrumador.
Fachadas que engañan Vamos al sur, al punto más lejano de esta ruta. Esta parte del valle también la baña el sagrado Urubamba (que por acá le llaman Vilcanota).
Tomamos la carretera Cusco-Puno y llegamos al kilómetro 43. Al costado de la vía se ubica una joyita.
Canincunca, una capillita edificada en el siglo XVII. La miro y su modesta fachada no me emociona sobremanera, pero tan solo ingresar, el arte envuelve. Las paredes están de palmo a palmo decoradas por coloridos murales, en cuyos motivos desfilan monos, vizcachas grullas. El techo, espléndido, destaca presumiendo de su belleza. Tiene un altar dorado en cuyo centro la imagen de La Purificada (la Candelaria) abraza en su bendición todos los que le visitan. Damos la vuelta y un par de kilómetros antes se asienta Huaro, cuyo templo de San Juan Bautista, de austera fachada, nos invita a descubrir el tesoro pictórico que guarda en su recinto edificado por la orden jesuita en la segunda mitad del siglo XVI.
Entro y solo una palabra: portentoso. Me comentan que iniciado el siglo XVIII los jesuitas, para decorar el interior, convocaron a uno de los artistas más renombrados de esa época, el muralista Thadeo Escalante, quien tuvo en cada centímetro de pared la base para plasmar una maravilla del arte mural. Nada se repite El área gráica calculada es de 1,000 metros cuadrados y airman que ningún elemento pictórico se repite. Ni que decir del techo, cuyo arte sonado es de una colorida profusión. Al fondo, su altar renacentista, de los más antiguos en el Perú, brilla en pan de oro.
Salgo de Huaro con la impresión a tope. ¿Hay algo que me impresione aún más? La respuesta: San Pedro Apóstol, en Andahuaylillas, donde la impresión llega al paroxismo. Estoy ahora en el kilómetro 37 de la misma vía, la de Cusco-Puno, visitando este poblado que tiene en su templo a su mayor tesoro. Es un santuario muy antiguo. Se tienen noticias de una primera capilla hacia 1580.
Desde su fachada, la invitación a la opulencia artística llena de color, es un hecho total. Al ingresar, se abre paso lo fastuoso, en un esplendor barroco que deja boquiabierto a todo visitante.
Los murales y cuadros de Luis de Riaño, discípulo predilecto de Angelino Medoro, gran maestro del arte virreinal; junto a un maravilloso altar mayor churrigueresco y el techo con el más impresionante artesonado mudéjar (tipo islámico) de todo Cusco, configuran un conjunto de excepcional belleza. Una melodía que parece escapar de las paredes. Solo queda admirar.
La Ruta del Barroco Andino es una apuesta por revalorar estos emblemas arquitectónicos cusqueños que manifiestan esa característica única nacida de la mezcla entre aquel arte europeo y las raíces andinas. Cuando venga al Cusco, vaya al sur, descúbralo y respire su aire, como detenido en una época de exuberancia artística. Déjese sorprender.
Palacio convertido en templo
◗ Ya en la ciudad del Cusco, camino por la plaza de Armas y me detengo a contemplar el templo de la Compañía de Jesús. La edificación actual se reinauguró en 1668, luego de que un violento terremoto destruyera una primera iglesia. En este preciso lugar, alguna vez se erigió espléndido el palacio de Wayna Qhapac.
◗ La Compañía de Jesús es el templo más bello de la ciudad. Desde su adornada portada, tallada en piedra rojiza, me sumerjo en la historia que envuelve sus muros.
◗ El interior se abre presuntuoso y de golpe me cachetea con su altar, íntegramente bañado en pan de oro, donde las columnas salomónicas se abrazan entre sí. Comentan que sus 21 metros de altura lo posicionan como el más alto del Perú.
◗ Estando por acá, me tomo la licencia de subir al techo, dejándome seducir por la colorida cúpula principal. Desde este privilegiado palco, con un excelente ángulo de la plaza, me gano también con el alucinante atardecer. Un broche de oro espectacular para una ruta inolvidable.
Texto y Fotos : Juan Puelles
Revista Lo Nuestro