La naturaleza excepcional del Santuario Arqueológico de Pachacamac, se caracteriza por la extraordinaria concentración de arquitectura monumental y la permanente evolución de su desarrollo urbano, lo que nos proporciona un testimonio único de una notable y continua ocupación cultural, que abarca unos quince siglos, iniciada por lo menos desde la época Lima (ca. 100-600 d.C.) para culminar con la tardía ocupación Inca.
Pero los valores universales y excepcionales que Pachacamac representa no pueden estar desligados de su especial integración y manejo del paisaje. Un paisaje que debemos tutelar y poner en valor, con el mismo o mayor empeño que el que dedicamos a preservar el sitio arqueológico, ya que este enfrenta un creciente conjunto de amenazas –especialmente las derivadas de las presiones de expansión urbana– que pueden significar daños y pérdidas de carácter irreversible para su conservación.
Pachacamac se ubica en el valle bajo de Lurín, en un marco paisajístico donde se conjugan de forma especial la planicie aluvial que se encuentra bajo cultivo y el cauce del río; al oeste los humedales y la orilla de playa del litoral marino, en cuyo horizonte se perfilan las islas de Pachacamac; al norte un amplio tablazo desértico que culmina en una elevación que se proyecta de forma contundente en la desembocadura del valle.
Precisamente, el sitio arqueológico se encuentra emplazado sobre este tablazo elevado, mientras que la arquitectura monumental de la zona nuclear se localiza sobre un notable y aun más elevado promontorio rocoso. Por constituir el lugar más elevado y aprovechando su posición estratégica, prominencia y dominio visual sobre el paisaje del entorno, se emplazaron allí los edificios monumentales de mayor significación sacra y representación simbólica, lo que se verifica desde los inicios de la ocupación del sitio durante la época Lima, con la construcción en el lugar de grandes plataformas piramidales como el Templo Viejo de Pachacamac, y que finalmente tendrá su apogeo con la intervención inca y la construcción del Templo del Sol en la cima más elevada del sitio y sobre una antigua pirámide Lima.
Este emplazamiento, que logra una espectacular inserción en el paisaje y que permite una espectacular contemplación paisajística, revela el profundo enraizamiento de los artífices del desarrollo del centro ceremonial con los aspectos simbólicos que el paisaje incorporó en sus múltiples interrelaciones. Nos referimos a la especial integración que ofrece la diversidad de componentes paisajísticos, con sus asociaciones ecosistémicas y sus respectivos recursos naturales. La sacralización de este paisaje mágico se manifiesta en los testimonios etnohistóricos, especialmente los estudiados por María Rostworowski, y en los relatos míticos reunidos en el célebre documento Dioses y Hombres de Huarochirí.
Desde la temprana época Lima, el emplazamiento de las principales edificaciones ceremoniales de Pachacamac privilegia la zona constituida por el promontorio elevado que se encuentra al sur del sitio. Este es un lugar desde el que se contempla un amplio registro visual, con un abanico compuesto de paisajes muy especiales y contrastados en su singular acostamiento.
Este es el caso cuando se contempla hacia el norte los arenales del árido desierto bordeados por el verdor del valle bajo; como también hacia el este y sur el río que corre hacia su desembocadura en el mar, al igual que los llanos cultivados del valle con su trama de acequias y arboledas, delimitados en el horizonte por los cerros que descienden de la cordillera occidental; mientras que hacia el sur y el oeste se dominan los humedales que anteceden a las playas y el horizonte marino, del cual emerge la enigmática silueta de la isla de Pachacamac y su séquito de islotes.
No es, por lo tanto, casual que en esta singular localización paisajística se hayan concentrado las principales intervenciones arquitectónicas posteriores y especialmente la Inca, al igual que no es casual que las tradiciones míticas que perduraron hasta nosotros se hayan nutrido y culminado sus relatos y hazañas heroicas con la magia de un escenario tan atractivo como este.
Desde el punto de vista ambiental, científico y educativo, Pachacamac reviste también una condición especial, ya que es uno de los escasos lugares de Lima que se encuentra estrechamente vinculado a un conjunto de ecosistemas y a sus correspondientes distintos tipos de paisajes, que el sitio articuló desde su especial emplazamiento estratégico.
Asociados al manejo de estos distintos ecosistemas la etnohistoria registra la presencia de diversas entidades étnicas y curacazgos, lo que se expresa en el registro arqueológico de los patrones de asentamiento establecidos en distintos sectores del valle de Lurín y en su entorno territorial.
En el caso de la explotación de los recursos marinos del litoral, María Rostworowski señala la presencia del pueblo de Quilcay cuyos residentes estaban especializados en las faenas de la pesca. Asimismo, si bien este tipo de ecosistema ha sido fuertemente alterado por el proceso de urbanización, el sitio de Pachacamac conserva algunos vestigios de humedales, algunos de ellos célebres e incorporados a relatos míticos, como es el caso de la laguna de Urpi Wachac, que hoy en día luce desecada a diferencia de los amplios espejos de agua y totorales que se apreciaban en los apuntes y fotografías realizadas en los años cuarenta del siglo pasado. Igualmente, los estudios etnohistóricos refieren que existían una serie de curacazgos afiliados a Pachacamac y que estaban asociados al manejo agrícola del valle bajo de Lurín, como Pacat y Manchay.
En el patrón de asentamiento de las épocas tardías, destaca la presencia de centros poblados de mediana jerarquía como Pampa de Flores, así como poblados y aldeas rurales emplazados a lo largo de los distintos sectores del valle medio, como Tijerales, Huaycán de Cieneguilla, Panquilma y Chontay, entre otros. En cuanto al especial ecosistema de lomas, destacan las del valle de Lurín, como las lomas de Lúcumo, Malanche y Caringa al interior de las quebradas entre Punta Hermosa y San Bartolo; lugares con poblaciones tributarias de Pachacamac, como los Caringa que manejaban las lomas de las quebradas entre Lurín y Chilca. Finalmente se encuentran las pampas desérticas constituidas por arenales o pedregales, normalmente privados de la presencia de vegetación. A este propósito, es de destacar que una amplia extensión desértica que se encuentra entre la segunda y tercera muralla y aún más al norte, fue incorporada al oráculo para albergar temporalmente a los peregrinos que acudían convocados por el santuario.
Resulta significativo apreciar que desde este lugar árido, que podemos asociar simbólicamente al régimen de abstinencia y ayuno a los cuales se sometían los peregrinos, se imponía una visión espectacular, sacralizada por la orientación hacia el sur, que tiene como fondo el refrescante verdor del valle y el río (símbolos de reproducción-fertilidad), y el horizonte del mar y las islas (asociados a la mamacocha-culto lunar-dioses marinos).
Esta visión es intermediada por la interposición de la ciudad sagrada, coronada por los templos principales: el Viejo Templo de Pachacamac y el resplandeciente templo solar inca.
Los excepcionales valores de este paisaje cultural deben ser preservados y puestos en valor. Este es precisamente uno de los objetivos centrales del plan de manejo en elaboración, considerando su especial integración con los valores patrimoniales que el santuario de Pachacamac atesora.